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Culpa y vergüenza

Culpa y vergüenza

El malestar de la cultura

A la vista de mis notas sobre El Malestar de la Cultura, de don Segismundo Freud (¡de 1977, ya ha llovido!), me pregunto hoy si las nuevas generaciones sentirán una identificación tan íntima con el contenido fundamental de esta obra.
¿Es el sentimiento de culpa un estado de ánimo tan central, fuera de la cultura judeocristiana en que mi generación fue educada? Dudo que la culpa pueda llegar a ser hoy una pasión, ni destructiva ni creadora. Nuestra cultura es postcristiana, postjudía, postculpable. Tanto la culpa como la vergüenza están en entredicho. El hecho de que nos sacudamos los sentimientos de culpa o de vergüenza como el que espanta moscas, es un efecto también de la asimilación, profunda, popular, de las "filosofías de la sospecha". Marx, Nietzsche y Freud nos han enseñado a rechazar los balones de responsabilidad, chutándoselos a la "sociedad desigualitaria" (las "injusticias sociales" y el determinismo histórico), los instintos feroces, ¡tan "vitales"!, o la angustia culpable, hija de una educación "represiva".
Si la conciencia y el superego nos hacen cobardes; seamos valientes, narcoticemos la conciencia y riámonos de la autoridad, tanto externa como interna.
Freud señala que la culpa es efecto del miedo a la autoridad y del temor al superyo (esa autoridad paternal e íntima), efecto de la frustración de los instintos y, más vaga y metafísicamente, consecuencia de esa ambigüedad trascendental implícita en el conflicto de ambivalencia, en la eterna lucha entre Eros (el instinto creador y reproductor) y Thanatos (el instinto de destrucción y de muerte).
Para Freud, el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad.

Creo que lo que subyace en el fondo de verdad de este dictamen, es el miedo a la soledad. Una cultura tan individualista como la nuestra, moderna, no puede darse cuenta de lo mucho que necesitamos de los demás, de cómo sus voces nos construyen.
Ansiamos deshacernos de los sentimientos de culpa, incluso aceptando el castigo, o imponiéndonoslo, porque nada nos asusta más que la soledad. La autoridad nos ampara, nos ofrece seguridad. La soledad nos aterroriza y acaba enloqueciéndonos. Sólo así puede entenderse la asunción del castigo como un pacto con la autoridad, como una negociación con el superego. Preferimos el orden de la autoridad al vértigo de la libertad sin límites. Presentimos que nada evitaría que en medio de esa jungla libérrima, nos convirtiésemos antes en víctimas que en verdugos.

¿Tiene esto sentido para una generación que no experimenta remordimientos, que no renuncia a nada, que cree que lo merece todo? Para Freud, la culpa es un fenómeno de la conciencia: "la frustración exterior intensifica enormemente el poderío de la conciencia en el superyo". Así, toda renuncia instintual se convierte en una fuente dinámica de la conciencia moral; toda nueva renuncia a la satisfacción aumenta la severidad e intolerancia de dicha conciencia.
Sin embargo, han concluido los excesos del puritanismo que la filosofía de Freud denunciaba. Lo que "mola" hoy no es la severidad, sino la blandura; lo que mola hoy no es la intolerancia, sino la complacencia con el mal moral y el mal gusto estético. Ansiamos tanto la novedad que nada nos parece intolerable.

Más elemental que la culpa, y más primitivo e inconsciente, me parece a mí el sentimiento de vergüenza, una emoción social muy descuidada, poco tratada como génesis de la conciencia, tanto por moralistas como por psicopedagogos y educadores. Pudor, decoro, miedo al qué dirán, empatía...

Hoy se promueve intencionalmente tanto la desculpabilización (la irresponsabilidad) como la desvergüenza. Nadie es juez de nadie, ni siquiera de sí mismo. La capacidad de juicio yace por los suelos, y el sistema judicial mismo, más que benevolente y compasivo, se muestra, antes que tolerante, cómplice.
Por la misma época que leía el Malestar de la Cultura, anoté unas frases de Alberto Cardín, una frases que ponen de manifiesto esa ansia de barro a la que llamó Freud Thanatos, esa sensación de pesadez con que tantas veces nos castiga la conciencia: vergüenza, o temor a la vergüenza, al ridículo, sentido de la responsabilidad, culpa...
Ansia de dormir, de retornar sin sueños a la vida vegetal, al ser inconsciente:
"El ser inconsciente que queriéndolo todo lo puede todo, que vive sin mediación su deseo, ya que no conoce la instancia de lo imaginario, la propia de la conciencia".

(La imagen que ilustra esta entrada es de un cuadro de Lucien Freud, nieto del fundador del Psicoanálisis)
 

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