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SIGNAMENTO

Humanismo indeleble

Humanismo indeleble

Leí por primera vez a George Steiner siendo estudiante universitario: En el castillo de Barbazul, en mayo de 1978, cuando hace la calor, los trigos encañan y están los campos en flor. El librillo me impresionó tanto que lo tengo desencuadernado, subrayado en verde y en rojo, anotado. A lo largo de estos años, lo he prestado muy selectivamente. 

La cultura occidental consciente del interés y el valor de la cultura occidental, de su jerarquía. Steiner me hizo comprender que, culturalmente, son las imágenes del pasado lo que cuenta, más que el pasado mismo. Citaba símbolos que yo amaba, como los poemas de Baudelaire o de Blake. Reflexionaba sobre las utopías, cómo, siendo necesarias, pueden convertirse en farsas sangrientas que "justifiquen" la tortura, la deportación y el horror; reflexionaba sobre el holocausto, esa "segunda Caída". Y todo desde un humanismo universalizable y respetuoso con las grandes tradiciones religiosas.

El autor bajaba también a las mohosas umbrías del alma humana. Hacia la morbosa fascinación de Sade, donde hallamos por primera vez la industrializacón metódica del cuerpo humano; sobre lo mucho que Freud debe a Nietzsche, sobre los reflejos genocidas del siglo XX. Y, mejor que nada, sobre el inmenso vacío que ha dejado en nosotros la muerte de Dios, la nostalgia del espíritu, y cómo al quedarnos sin cielo y sin infierno la realidad se ha empobrecido tanto que "dentro de nuestra barbarie actual funciona una teología extinta, un cuerpo de referencias trascendentes cuya muerte lenta e incompleta ha dado lugar a formas sustitutivas, paródicas". Tan faltos estamos de referentes trascendentes que hemos recreado el infierno en los campos de exterminio de nuestra historia reciente; el cielo, peor, en el paraíso publicitario del consumo..., a fin de cuentas, las representaciones del infierno siempre nos han salido más detalladas que las del cielo.

¿Vivimos ya en una postcultura? ¿Estamos en decadencia?

Tras siglos de dominación occidental, publicistas y propagandistas proclaman un nuevo "ecumenismo penitencial". Pero esa autoacusación es específicamente Occidental, como el teatro, la ciencia y la democracia. ¿Qué otras "civilizaciones" -si es que a la civilización no le es esencial el teatro, la ciencia y la democracia- han censurado moralmente el esplendor de su pasado? Por mucho que nos conmuevan las campanillas de Java o los tambores africanos, no podemos renunciar a pensar que las invenciones de Mozart van algo más allá. ¿Puede haber valor sin jerarquía?

¿Pueden quedarnos ideas sin ideales? Las energías creativas sólo pueden alentar en el ideal de un futuro de gloria sublime, utópico, en el horizonte de una ascensión emancipadora. El ímpetu de la voluntad que engendra el arte y las ideas desinteresadas enraízan en una apuesta trascendente.

Y las artes (incluida la retórica) son para la supervivencia del humano tan indispensables como la ciencia y la tecnología, porque son ellas las que nos hablan de los fundamentos de una posible, ambigua, atormentada y conflictiva existencia moral.

Es cierto, la utopía de lo inmediato nos amenaza con una nueva barbarie. El postalfabetismo o el subalfabetismo ya se han instalado entre nosotros, en un retiro de la palabra generalizado. La erudición vana del especialista, el hermetismo academicista, no son más que la otra cara de la moneda de esa cultura de masas en que la vista deja el lugar al oído y la palabra a la imagen. Ojalá esto sucediera sólo porque los lenguajes de la lógica, la notación musical, matemática, el idioma del computador, se resisten a ser reducidos a las gramáticas del conocimiento verbal.

El Logos está tocado, y herido, por la sospecha de haber despertado vanas esperanzas y de anunciar mentiras, así que ya apenas sirve de título o de ilustración de la imagen.

¡Y Steiner escribe esto en 1971!, antes de que la cultura popular y académica se vertieran en el molde del videoclip, el documental y el power point. ¡Pero el Logos es el instrumento vivo de la humanización. Renunciar a ese intercambio sagrado es volver a la caverna para animalizarse!

Urge la restauración del Logos, pero es difícil conversar con los clásicos en un universo presidido por el ruido, da igual que sea folk, pop o rock. Las paredes se estremecen al oído y al tacto de día y de noche. La vibración resulta interminable. Un gran segmento de la humanidad entre los trece y los veinticinco vive inmerso en esa palpitación constante.

La anticultura sabe donde han de darse los trabajos de demolición. Los graffiti, el silencio catatónico del adolescente, o el gruñido del desertor escolar, la palabrota del beatnik, están encaminados a destruir. La cosa es trágica: "suspéndase la palabra dirigida a los otros y la Medusa  se vuelve hacia adentro", o hacia lo gregario, hacia las emociones compartidas. Nada que tenga que ver con la soledad y el silencio que exige la lectura comprensiva.

Más grave, como síntoma de decadencia, esa amnesia organizada de la educación primaria y secundaria, o esa decadencia catastrófica de la memorización, incluso entre los adultos. O esa fragmentación de la cultura, como si fuera posible el conocimiento sin cálculo, o el cálculo sin sensibilidad e imaginación. Es igualmente un escándalo la ausencia de historia de la ciencia y de la tecnología en los programas escolares. "Es absurdo hablar del Renacimiento sin un conocimiento de su cosmología, de los sueños matemáticos en que se basaban sus teorías del arte y de la música" (cap. 4. "El mañana").

El humanismo está tan desacreditado, que los cursos de humanidades se llenan de estudiantes mediocres, huidos de las ciencias duras, salvo honrosas y escasas excepciones.

Como lleva dentro de sí el pasado, el lenguaje, a diferencia de las matemáticas, se vuelve hacia atrás, hacia los clásicos. Este es para Steiner el significado del mito de Euridice. Como la dimensión real de su interioridad yace a su espalda, el "ser humano de las palabras" se dará la vuelta hacia el sitio donde moran las sombras necesarias y adoradas...

Decía Oscar Wilde que el excesivo apego a la verdad del conocimiento científico acabaría con el arte. La razón cientifista se vuelve represiva, nos impide soñar. Steiner afirma, descorriendo la última puerta del Castillo de Barbazul, que "la enfermedad del hombre ilustrado reside en su aceptación, de por sí completamente supersticiosa, de la superioridad de los hechos sobre las ideas"... "Las verdades positivas se han convertido en una prisión, más oscura que la de Piranesi, una carcere para aprisionar el futuro".

En 2001, mi amiga Encarnación Lorenzo me hizo llegar las Gramáticas de la creación, que tanto me dieron para escribir y para pensar, en una magnifica edición de Siruela, y también un artículo de ABC Cultural. En sus márgenes me preguntaba: "¿No le parece una vergüenza que apenas se puedan encontrar libros de Steiner a pesar del premio?". Se refería al Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades que recibió el simpar humanista ese mismo año. Seguimos llegando tarde, cuando no plagiamos modelos caducos.

He vuelto sobre estos logoi muy sorprendido al descubrir que George Steiner resulta tan buen narrador como ensayista, cosa rara. Acabo de devorar tres impresionantes relatos sobre la guerra, sobre sus tangibles horrores e inconfesables goces, agrupados bajo el título de El año del Señor (editorial Andrés Bello, 1997). El tercero, "El indulgente Marte", es formidable para comprender lo que detesta Steiner del psicoanalisis, sobre el que se despacha muy a gusto, con elegancia, como él escribe y es, en tercera persona...

 Lo que Steiner defiende es el factor común universalizable, ese humanismo indeleble.

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