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SIGNAMENTO

Lo fantástico

Lo fantástico

“Al borde de las cosas que no comprendemos del todo, inventamos relatos fantásticos para aventurar hipótesis o para compartir con otros los vértigos de nuestra perplejidad”

Adolfo Bioy Casares

¿Qué es lo fantástico? David Roas en Tras los límites de lo real (Madrid, 2011) se embarca en un ensayo de dilucidación de esta categoría, referida sobre todo al dominio de la literatura. "Una definición de lo fantástico" -reza el subtítulo.

Como la cosa –lo fantástico- comprende en su ser ese no ser de lo que ella no es (que diría Hegel), para saber qué es lo fantástico hay que saber también qué es lo real, es decir, aquello que lo fantástico no es.

Lo real y lo fantástico, desde luego, no se distinguen por que lo real sea algo así como lo inmediato presente o lo que se aparece inmediatamente (la aparición del fenómeno), pues tanto lo real como lo fantástico son construcciones culturales, aunque naturalmente motivadas.

Para Roas, lo que caracteriza esencialmente a lo fantástico es el conflicto entre lo real y lo imposible.

Tras el desencantamiento del mundo producido por el racionalismo, el experimentalismo racionalista, la economía política, el individualismo posesivo, el ateísmo filantrópico y el materialismo histórico…, ¿cómo pudo perdurar e incluso resurgir una literatura fantástica? En una época en que los burgueses se ríen de los espectros como los burgueses americanos se burlan del fantasma escocés en el cuento de Wilde, ¿cómo pudo perdurar el sentido de lo sobrenatural? Es simple: la emoción de lo sobrenatural fue expulsada de la vida y de la naturaleza, los genios abandonaron rápidamente las ermitas y los cenobios, se transformaron en sujetos de sociedades de intercambio de bienes y servicios, así que lo sublime, la emoción de lo sobrenatural se refugió en la literatura.

En los primeros años del XVIII, se divulga el tratado De lo sublime del Pseudo-Longino. La categoría de lo sublime, contrapuesta por Kant a la de lo bello, abarcará lo extraordinario, lo maravilloso y lo sorprendente, haciendo del terror una elevada pasión estética. Lo infinito, o la apariencia de lo infinito, impone sus delicias horrorosas, su pánico imaginario ante una fenomenología de lo negativo y lo oscuro. El Romanticismo se apropiará de lo onírico, lo visionario, lo sentimental, lo macabro, lo terrorífico y lo nocturno, para devolvérnoslo como otredad ignorada y sublime. No todo es lógico, ni todo se deja reducir al principio de razón suficiente, ni todo es explicable. El universo no es una máquina, sino algo más misterioso y menos racional. La realidad tiene un lado más oscuro que el racional-empirismo de la ciencia, simplemente, olvida.

Ya en la segunda mitad del XVIII surge en Inglaterra la novela gótica. Goethe llama a esa región desconocida lo demoníaco. El cuento fantástico irá más lejos que la novela gótica con Hoffmann, Poe, Maupassant…

Incluso después de la mecánica cuántica se hallará un lugar para la literatura fantástica. ¿No será la mecánica cuántica uno de sus géneros? ¿No será la física cuántica un relato fantástico? Por lo menos, ha revelado la naturaleza paradójica e indeterminada de la realidad. El mundo newtoniano de las certezas ya queda lejos, porque la probabilidad y el azar cobran ahora en la cosmología y en el atomismo un papel fundamental. Si varias realidades pueden coexistir simultáneamente, como las superposiciones de estados cuánticos de las partículas subatómicas, no vivimos en el uni-verso sino en “multi-versos”. Es imaginable la coexistencia de infinitas realidades paralelas en las que la energía y las partículas vibren a frecuencias diferentes… La naturaleza misma acaba por concebirse de un modo extraño, increíble, fantástico, si no absurdo. ¿O no es absurdo que el gato de Shrödinger esté al mismo tiempo muerto y vivo? ¿No será el objeto una construcción mental del sujeto como afirman las neurociencias? ¿Qué, si el mundo no es más que una proyección de nuestros delirios! Los filósofos constructivistas (N. Goodman, J. Bruner, P. Watzlawick) postulan que la realidad no existe antes de la conciencia que tenemos de ella. No hay "realidad real", sino representaciones sociales de la realidad.

La cibercultura ha popularizado esas historias cuyos protagonistas viven inmersos en entornos engañosos, luchando con simulacros, como en la mesiánica Matrix (1999-2003)…

En conclusión, la realidad ha dejado de ser una realidad ontológicamente estable y única, y ha pasado a contemplarse como una convención, una construcción, un modelo creado por los seres humanos (o por las máquinas), un simulacro (Baudrillard): un compuesto de constructos tan ficticios como la propia literatura.

Por eso, la narrativa postmoderna rechaza el contrato mimético con la “realidad” y busca ser una realidad autosuficiente que ya no requiere la confirmación de un mundo exterior para existir o funcionar, como un puro experimento verbal que puede tener sentido aunque reduzca al mínimo sus referencias reales.

Ante estos nuevos paradigmas de lo real, lo fantástico debe seguir proponiendo su conflicto entre lo real y lo imposible, desmintiendo los esquemas de interpretación de la realidad y el yo, como el médico que borra la circunferencia de Clinio Malabar (personaje de Leopoldo Lugones), un loco que sólo puede vivir seguro dentro de los límites de una circunferencia que dibuja sin cesar a su alrededor. Temblamos de horror si alguien pone en duda nuestro orden de realidad. Lo fantástico desestabiliza esos límites que nos dan seguridad, el círculo de tiza que nos “protege”, como al loco Malabar, de lo desconocido.

Roas distingue lo fantástico de lo maravilloso. La amenaza de lo imposible no se plantea en esa literatura del “Érase una vez…”, como los cuentos de hadas o El Señor de los Anillos, en los que todo es posible. Lo imposible se vuelve familiar. Pero en la verdadera literatura fantástica lo ominoso (unheimlich, lo tenebroso o inquietante) se produce cuando aparece como real lo que teníamos por mera fantasía. Acontecimientos extraordinarios, numinosos, no es lo mismo que acontecimientos imposibles.

El realismo mágico, sin embargo, plantea la coexistencia no problemática de lo real  y lo sobrenatural, una situación que se consigue mediante un proceso de naturalización y de persuasión que confiere estatus de verdad a lo no existente, hasta que los fenómenos prodigiosos son presentados como si fueran algo corriente, lo que distingue al realismo mágico tanto de la literatura maravillosa como de la fantástica (basada en el enfrentamiento problemático entre lo real y lo imposible).

En lo pseudofantástico se acaba racionalizando lo sobrenatural, o bien la presencia de esto no es más que una excusa para la sátira grotesca o alegórica, o para la lección moral. Roas establece tres grandes grupos de narraciones pseudofantásticas:

a) Las novelas góticas en que se explican los efectos terroríficos que sacuden a los protagonistas mediante trucos mecánicos (Ann Radcliffe),

b) El gótico sobrenatural de Lewis, al servicio de una alegoría iniciática y moralizante.

c) Lo fantasmático en que se recrea la atmósfera de fenómenos psicopatológicos.

El humor negro o lo absurdo resultan categorías limítrofes de lo fantástico. Pero la risa exige una distancia entre el lector y lo narrado, y de este modo desaparece la necesaria identificación empática que exige lo fantástico. Como afirmó Bergson, para reír es necesaria “una anestesia momentánea del corazón”. En el caso de lo grotesco (esperpéntico, cómico y terrible) la distancia es intensificada por la hipérbole y la deformación. No obstante, en la narrativa fantástica actual se está produciendo una sorprendente fusión de lo fantástico con la ironía y la parodia.

Roas distingue el miedo de la angustia. Temor, espanto, pavor, terror…, son especies de miedo; mientras que la inquietud, la ansiedad, la melancolía…, son formas de la angustia. El primero tiene por objeto lo conocido, el segundo lo desconocido. La angustia se vive como una espera dolorosa ante un peligro tanto más temible por cuanto no está claramente definido, como un sentimiento global de inseguridad que resulta incluso más difícil de soportar que el miedo.

Lo fantástico desfamiliariza lo real y produce miedo metafísico o terror cósmico, como en los relatos de Lovecraft. Todo relato fantástico provoca esa inquietud en el receptor. Lo fantástico tiene que ver con los miedos colectivos que atenazan a los seres humanos, con todo aquello que escapa a los límites de la razón. Evidentemente, ante un público escéptico, culto y poco asustadizo, los autores han de afinar el ingenio para dar miedo, ese que tiene que ver con que nuestras convicciones sobre lo real ya no funcionen.

Puede que lo que distingue a lo fantástico romántico de lo fantástico contemporáneo sea que en la actualidad lo fantástico irrumpe como lo anormal en un mundo aparentemente normal, pero no para mostrar la evidencia de lo sobrenatural, sino más bien para postular la posible anormalidad de la realidad, para revelar que nuestro mundo no funciona como creemos, lo fantástico puede devenir así una categoría profundamente subversiva, pues dibuja el perfil de la alteridad, de lo no dicho o no visto por la cultura, contrapuesto a la ideología del momento histórico.

Entre los diversos aspectos que definen la poética fantástica de los autores actuales, Roas analiza cuatro que considera esenciales: a) la yuxtaposición conflictiva de órdenes de realidad, b) las alteraciones de la identidad (la divisibilidad del “yo” ya no se discute); c) el recurso de darle voz al Otro, de convertir en narrador al ser que está más allá de lo real; y d) la combinación de lo fantástico y el humor.

Entre el elenco de autores que cultivan la literatura fantástica en España cita a Fernando Iwasaki, Ángel Olgoso, Manuel Moyano, Félix J. Palma, Care Santos, Ignacio Ferrando, Jon Bilbao, Patricia Esteban Erlés, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Miguel Ángel Zapata, y a sí mismo, David Roas. A todos ellos los considera herederos de los grandes maestros: Cristina Fernández Cubas, José María Merino o Juan Jose Millás.

2 comentarios

María Lorenzo -

Felicidades por esta clasificación de lo fantástico. Aunque breve, ayuda a llamar las cosas por su nombre, sin confundir categorías de lo sobrenatural e inquietante. Me gusta el fragmento que dice, "El realismo mágico, sin embargo, plantea la coexistencia no problemática de lo real y lo sobrenatural, una situación que se consigue mediante un proceso de naturalización y de persuasión que confiere estatus de verdad a lo no existente". Una vez entendí esto al hablar con alguien que creía en el espiritismo: para el espiritista, una conversación entre dos personas lo es entre dos espíritus; por tanto, todo lo cotidiano está imbuido de lo sobrenatural.
Y Machado también decía: "converso con el hombre que siempre va conmigo; quien habla solo espera hablar a Dios un día".
Saludos,
M

Encarna Lorenzo -

Un texto muy inspirado, que recorre con erudición muchas épocas y ámbitos del conocimiento y la creatividad humanos, persiguiendo la sombra imposible de la otra realidad.Es cierto que, hoy día, algunas disciplinas científicas( física cuántica, astronomía)se parecen cada vez más a un relato de ciencia ficción Enhorabuena al autor.