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SIGNAMENTO

SARCASMOS DE GUSTAVO ADOLFO

SARCASMOS DE GUSTAVO ADOLFO

“Entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra”

G. A. Bécquer, “Introducción sinfónica”.

 

Nadie negará hoy que Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), cuya vida pasó inadvertida como una onda sonante en un mar sin playa o como un cometa errante en el inhumano vacío sideral, fue un genio de la anécdota sentimental capaz de expresar como nadie la vivencia del sentir íntimo, amoroso, anhelante, la sed de infinito de un idealismo sostenido por la bondad natural de un huérfano sin recursos de un pintor costumbrista, y hermano de otro, Valeriano.

Su obra de juventud es hoy referente clásico. Junto a la de Rosalía, su poesía sobresale por encima de la mediocridad retórica en que se descompuso el romanticismo a mitad del siglo XIX. Tímido, retraído y soñador, hábil para el dibujo y con fino oído para la música, tuvo además el gesto heroico de morir joven y convertirse así en un símbolo melancólico.

Por debajo o por encima de su exasperada sensibilidad de amante enfermizo, despechado, desesperado, se detecta a veces un cinismo sarcástico decepcionado, que poco tiene que ver con su imagen de adorador de una Mujer sublimada e inalcanzable, como en la Rima XXVI:

Voy contra mi interés al confesarlo,

no obstante, amada mía,

pienso cual tú que una oda sólo es buena

de un billete del Banco al dorso escrita.

No faltará algún necio que al oírlo

se haga cruces y diga:

Mujer al fin del siglo diez y nueve

material y prosaica… ¡Boberías!

¡Voces que hacen correr cuatro poetas

que en invierno se embozan con la lira!

¡Ladridos de los perros a la luna!

Tú sabes y yo sé que en esta vida,

con genio es muy contado el que la escribe,

y con oro cualquiera hace poesía.

Qué poco tiene que ver este sarcasmo con esos “suspirillos germánicos”, expresión esta con la que Núñez de Arce calificó las rimas del sevillano. La ironía, el doloroso sarcasmo, seguramente nace del contraste, de la desigualdad existente entre nuestro poeta, esteta que vive intensamente de sus aficiones y afecciones íntimas, y la hija de un médico de la burguesía castellana, como era el perfil de Casta Esteban Navarro, la esposa que tras darle tres hijos abandonó a Gustavo el año de la revolución contra Isabel II (1868) o, por lo menos, le fue infiel por una temporada, según recoge la crítica histórica, hasta la muerte de Valeriano en septiembre de 1870 y la de Gustavo el 22 de diciembre del mismo año. Los pintores Casado del Alisal y Vicente Palmaroli le retratan en su lecho. A principios del año siguiente aparecerá póstuma la primera edición de sus Rimas con prólogo de Ramón Rodríguez Correa (h.1840-1894), periodista, literato y político que llegó a ser diputado a Cortes y Consejero de Estado.

Desde 1868 se sucedieron los desastres en la vida de Gustavo, desaparece el manuscrito de sus versos, renuncia al cargo de fiscal de novelas… Se muda con su hermano y con sus hijos a Toledo en 1869. Allí sacará de su memoria y de su genio el Libro de los gorriones. Por desgracia, desconocemos lo que Gustavo expresó en sus cartas, pues las quemó en vísperas del fin “para no comprometer su honor”.

Cínico y esteticista es también el desarrollo y conclusión de la Rima XXXIV. Tras ponderar el poeta la mirada de su ídolo:

Los ojos entreabre, aquellos ojos

tan claros como el día,

y la tierra y el cielo, cuanto abarcan

arden con nueva luz en sus pupilas.

……………

¿Qué es estúpida? ¡Bah! Mientras callando

guarde oscuro el enigma,

siempre valdrá lo que yo creo que calla

más que lo que otra cualquiera me diga.

 

Es evidente la influencia del Heine, traducido por Eulogio Florentino Sanz, en la poesía de Bécquer, pero más justo que Núñez de Arce fue con Bécquer don Antonio Machado al darse cuenta de la moderna y diáfana originalidad de su poesía y atribuirle a sus versos el “don preclaro de evocar los sueños”.

Vio Bécquer en el amor una fuerza que impulsa hacia el misterio de lo desconocido: “Yo me siento arrastrado por tus ojos –pero a dónde me arrastran no lo sé”. Del amor deseado al cumplido y de éste al desesperado: celos, abandono, dolor, soledad, siempre en presente permanente, como los sueños.

(El dibujo que ilustra esta entrada es del propio Gustavo Adolfo Bécquer)

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