Viaje a las hormigas
Viaje a las hormigas. Una historia de exploración científica de Bert Hölldobles y Edward O. Wilson, construida por sus autores sobre la monumental monografía The Ants (1990). Título original: Journey to the Ants. A Story of Scientific Exploration.
La versión española de la editorial crítica obtuvo un merecido premio al mejor libro de divulgación científica de 1996.
Hay otros mundos pero están es éste. El tópico se aplica bien aquí. Hay otros mundos con tal de que observemos con cuidado dónde pisamos, con tal de que nos detengamos a pensar en esos seres diminutos a los que despreciamos: las hormigas, pero cuya biomasa es cuantitativamente tan grande como la de esa especie que se llama vanidosamente sapiens-sapiens. Ya, ya… Las hormigas han vivido en la Tierra más de diez millones de sus generaciones; nosotros hemos existido sólo durante cien mil generaciones humanas. Y ellas apenas han tenido que evolucionar para sobrevivir durante los dos últimos millones de años. La desaparición de la humanidad (que actúa como una fuerza geofísica perturbadora) permitiría que los sistemas que ahora deterioramos se recuperasen rápidamente y floreciesen. En caso de extinción de las hormigas, el efecto biológico sería exactamente el contrario: catastrófico, los ecosistemas terrestres se marchitarían a medida que los servicios de estos insectos (diseminadores, limpiadores, exterminadores...) se redujeran.
Las hormigas son esas especies de avispas superevolucionadas que como nosotros hacen de la dependencia e inmadurez de sus crías el núcleo de su vida social. La reina sólo copula una vez, pero puede guardar los espermatozoides en animación suspendida durante años en una especie de “banco de esperma”, un saco oval situado al costado del extremo de su abdomen. En algunas especies, las hormigas reina son tan bravas que ellas mismas se arrancan las 4 alas para mejor cavar su nido y vincularse ya definitivamente a la tierra. Dependiendo más de condiciones ambientales que genéticas, la reina abrirá o cerrará los túbulos que conducen los espermatozoides hasta sus óvulos. Normalmente los mantiene abiertos y sólo nacen hembras, que o bien carecen de ovarios, o, si los tienen, son estériles. Si los óvulos no son fecundados entonces nacen machos, zánganos holgazanes que son como misiles volantes portadores de esperma. Sus hermanas amazonas los toleran por su capacidad de transmitir los genes de la colonia.
Dependiendo del desarrollo de la colonia, la cantidad y calidad del alimento o el estado físico de la reina madre, nacerán –en condiciones propicias- reinas vírgenes, o sea, hembras que alcanzarán la "entelequia" [diría Aristóteles] de la capacidad completa de reproducción y vuelo. Al parecer, las reinas saludables segregan ciertas sustancias que impiden a las larvas desarrollarse en reinas. La reina actúa así como soberana, no sólo “decidiendo” el sexo de sus retoños, sino también su casta.
La colonia es una familia, o sea, un superorganismo, cuyo "corazón" es la reina, tanto en el sentido hereditario como fisiológico. El linaje va de la reina madre a la reina hija, y de ésta a la reina nieta. Las hermanas estériles son los apéndices, la boca, el tubo digestivo, los ojos, el cuerpo del superorganismo... También ejercen un tipo de control último, “decidiendo” que hermanas vivirán y cuáles no. Ellas propagan sus propios genes a través de sus hermanas reinas: "altruismo interesado" [cfr. El gen egoísta de R. Dawkins]. Si la reina madre muere prematuramente, las obreras son capaces de crear una sustitución, pues algunos de los huevos y jóvenes larvas que sobreviven son capaces de desarrollarse en reinas si se les suministra una dieta adecuada. En algunas especies, las obreras también poseen ovarios y, si la colonia agoniza, unas cuantas de ellas ponen huevos no fecundados que se desarrollan en machos, pero la endogamia implica un elevado riesgo de muerte y esterilidad, pues las formas endogámicas son menos adaptables a los cambios del medio ambiente.
Siempre existen excepciones. La diminuta hormiga Faraón ha infestado las paredes de las habitaciones humanas de todo el mundo y posee reinas que sólo duran tres meses. Las colonias producen reinas continuamente, que se aparean con sus hermanos y primos en el interior del nido. Con esta estrategia las colonias son potencialmente inmortales. A veces, un grupo se separa y se aleja de otro acompañado por una o más reinas fértiles. Así han viajado de polizones en equipajes y cargamentos hasta hospitales de Londres o casas de Chicago, sin tener que dispersar a sus reinas y machos con vuelos nupciales. Las colonias con múltiples reinas fértiles pueden crecer hasta un tamaño enorme (millones de obreras). Las hormigas rojas y negras del género Formica pueden formar así superorganismos cuyo tamaño es teóricamente ilimitado, pues mientras que algunas reinas vírgenes regresan al mismo nido una vez que se han apareado, unas pocas emigran y establecen nuevos nidos. Una de estas supercolonias de Formica lugubris, cartografiada en 1980 ¡cubría 25 hectáreas! Pero la mayor sociedad animal registrada hasta la fecha la descubrieron Seigo Higashi y Katsusuke Yamauchi, una colonia de Formica yessensis se extendía en 1979 a lo largo de 270 hectáreas de la costa de Ishikari, en Hokkaido, con un total estimado de 306 millones de obreras y un millón de reinas, que vivían en 45.000 nidos interconectados. Como los imperios, estos casos son bastantes raros en la naturaleza.
Los aportes de los autores han sido decisivos en el campo de la comunicación hormiguil, basado sobre todo en múltiples feromonas con significados distintos. Algunas, como las hormigas tejedoras, han llegado muy cerca de emplear la sintaxis en su lenguaje químico, incluso modulan la intensidad de otras señales primarias compuestas de tacto y sonido para formar frases significativas. La mayoría de las especies son prácticamente ciegas, pero son máquinas de feromonas que emplean entre 10 y 20 “palabras” y “frases” químicas: atracción, alimento, reclutamiento, alarma, identificación de castas, reconocimiento de larvas, discriminación entre propias y extrañas, etc. Al lado de las hormigas, los humanos somos animales “microsmáticos”, capaces de diferenciar sólo unos pocos olores.
Pero no hay que idealizar a las hormigas. “Superan con mucho a los seres humanos en maldad organizada”; nuestra especie es, en comparación, dócil y apacible. “El objetivo de la política exterior de las hormigas puede resumirse como sigue: agresión incesante, conquista territorial y aniquilación genocida de las colonias vecinas siempre que sea posible”. Muchas especies de hormigas entablan guerras con colonias de su propia especie o con especies extrañas. Otras practican el parasitismo y el esclavismo. Y no es rara la guerra civil entre grupos de obreras partidarias de distintas reinas rivales.
En el Oligoceno, hace 25 a 40 millones de años, las hormigas ya habían proliferado en todo el mundo para convertirse en uno de los insectos más abundantes, como demuestran especímenes bien conservados en ámbar del Báltico. Hace 90 millones de años, todavía eran indistinguibles de sus hermanas las avispas. Sphecomyrma freyi –hormiga-avispa, un ejemplar encontrado en el ámbar de Nueva Jersey- medía 5 mm. de longitud y poseía un aguijón bien desarrollado con el que tal vez se defendió de los dinosaurios. Como las avispas, también las hormigas recogen dos tipos principales de alimento: néctar y presas (insectos) para dárselas principalmente a las larvas. Las avispas solitarias que inventaron las hermandades cooperativas de hembras cambiaron un poco su anatomía y se convirtieron en las primeras hormigas verdaderas. Actualmente hay más de 300 géneros que comprenden varios miles de especies.
¿Cuál es la clave de la cooperación? Los miembros del orden de los himenópteros (abejas, avispas y hormigas) heredan el sexo mediante haplodiploidía: los huevos fecundados, que son diploides (poseen dos juegos de cromosomas), se convierten en hembras; los huevos no fecundados, que son haploides (un solo juego de cromosomas), se convierten en machos, de lo cual resulta (como ya vio Hamilton) que las madres comparten la mitad de los genes con sus hijas, pero las hermanas comparten las tres cuartas partes de sus genes entre sí. Este parentesco excepcionalmente cercano entre hermanas se debe al hecho de que su padre procedía de un huevo no fecundado, por lo que sólo aporta un juego de cromosomas que obtuvo de su madre. De ahí se sigue que todos los espermatozoides que una avispa, hormiga o abeja dan a sus hijas son idénticos, por lo tanto las hermanas están más próximas genéticamente entre sí que en otras especies de animales, por lo que es más provechoso que un animal así críe a sus hermanas (con las que comparte tres cuartas partes de sus genes) que a sus hijas (con las que sólo compartiría la mitad). Que se preocupen poco por los zánganos se explica precisamente porque sólo comparten con ellos una cuarta parte de sus genes… Por lo que están más interesadas en invertir en nuevas reinas que en nuevos machos.
Hortelanas, hilanderas, ganaderas, parásitas degeneradas, las hay de todas clases y también sufren el engaño de diversos coleópteros capaces de imitar el olor a establo de la colonia o el aroma atractivo de una larva de hormiga, pero moscas, avispas, milpiés, ácaros, pececillos de plata y otros animales también explotan su laboriosidad fabulosa, aprovechándose de la simplicidad de sus códigos de comunicación.
Un caso sorprendente de parásito social lo ofrece Teleutomyrmex schneideri, una de las hormigas más raras del mundo, que vive exclusivamente como huésped de otra especie de hormiga, Tetramorium caespitum en los Alpes franceses y suizos. El parásito carece de castas y depende por completo de las obreras del patrón. Las reinas son diminutas y pasan la mayor parte de su tiempo montadas sobre el dorso de sus patrones (ectoparasitismo). Naturalmente, poseen los estigmas del parásito: cuerpo débil y degenerado, cerebro y cordón nervioso simplificado. Los adultos sólo saben aparearse, volar distancias cortas, adherirse a sus patrones y mendigar, así como engañar al patrón produciendo señales químicas que les permiten ser aceptadas como familiares. Sin sus patrones, mueren enseguida.
Allí donde hay hormigas, sus especies han negociado con los insectos que se alimentan de plantas: pulgones, cochinillas, chinches u orugas de mariposas (licénidas y riodínidas). Estos animalillos ofrecen regalos en forma de secreciones azucaradas a las hormigas a cambio de su protección. Las hormigas ahuyentan a las avispas y moscas parásitas que de otro modo inyectarían sus huevos en el cuerpo de los pulgones, y expulsan a las larvas de crisopas, escarabajos y otros depredadores. Los rebaños de pulgones “trofobiontes” se hacen grandes bajo la protección de las hormigas, a veces sus tutores los trasladan de un lugar a otro. Algunas hormigas incluso les construyen casas de papel masticado, o los llevan al interior de su colonia como miembros adoptivos. Las obreras del género Lasius mezclan los huevos de los pulgones con los suyos propios, dedicándoles las mismas atenciones que a sus propias crías. Esta simbiosis, llamada trofobiosis (vida de alimentación, en griego), ha tenido un gran éxito en los ecosistemas terrestres y ha contribuido mucho a la dominancia numérica de las hormigas y de sus pupilos.
Poca gente sabe que de esa ligamaza (en inglés honeydew, ‘rocío de miel’) que secretan los pulgones para compensar a las hormigas por sus cuidados, elaborada a partir del floema que absorben de las plantas, recolectada por las abejas, está hecha la mayor parte de la miel que consumimos los humanos. O sea, que uno de nuestros alimentos favoritos es excremento de insectos elaborado en el tubo digestivo de otros insectos. En el caso de las orugas de las mariposas licénidas y riodínidas, regalan a las hormigas una ligamaza que fabrican en glándulas especiales. En la “niña catalana” (Lysandra hispana), la secreción contiene cantidades de fructosa, sucrosa, trehalosa y glucosa, cantidades menores de proteína y metionina (un aminoácido). Con eso, estas orugas ofrecen a las hormigas algo semejante a una “dieta equilibrada”.
Algunas especies de hormigas están entre los seres más extraños de la naturaleza. Baten todos los records, por ejemplo, el movimiento de cierre de las mandíbulas de Odontomachus bauri es el movimiento anatómico más rápido de cualquier estructura anatómica hallada por el momento en la tierra: entre un tercio de milisegundo y un milisegundo completo, más rápido que el salto de un colémbolo (4 milisegundos), la respuesta de huida de una cucaracha (40 milisegundos), el golpe de “zarpa” anterior de una mantis (42 milisegundos), el disparo de la lengua de un estafilínido (1-3 milisegundos) o el salto de una pulga (0,7-1,2 milisegundos).
Al contrario que nosotros, que podemos estudiarlas, las hormigas no son conscientes de la existencia humana. Sus extraños cerebros tripartitos procesan información recibida de unos pocos centímetros alrededor de su cuerpo, sólo recuerdan unos pocos minutos u horas de tiempo pasado, pero sin ellas la vida en este planeta sería otra cosa, más pobre y aburrida.
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