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SIGNAMENTO

El fin de la cultura faústica

El fin de la cultura faústica

EL HOMBRE Y LA TÉCNICA de O. Spengler.

 

Encontré este libro de Oswald Spengler, El hombre y la técnica y otros ensayos (1931), en unos puestos de la feria del libro, por doscientas de las antiguas pesetas, un precioso ejemplar de la emblemática colección Austral. La traducción, de mi paisano Manuel García Morente, es de 1947. El estilo de Spengler es ágil y rápido, recuerda, aun traducido, el de Ortega, estilo que Gadamer definió una vez como de "concisión iluminativa".

        Spengler cree que el hombre es un animal de rapiña: la forma suprema de la vida movediza salió rebelde: animal de empresa. Por eso, "artificial es toda labor humana". El hombre arrebata a la naturaleza el privilegio de la creación, desprendiéndose de los vínculos de la naturaleza, se aleja de ella, hostil a su origen. "Esta es su «historia universal», la historia de una disensión fatal".

        Su visión de la historia del hombre y de la cultura es trágica, nietzscheana, tardorromántica: "El optimismo es cobardía". El autor de La decadencia de Occidente piensa que el alma de la cultura tiene también su ciclo vital, su descenso hacia la muerte. La tragedia del hombre comienza con su rebelión: la naturaleza es más fuerte, el hombre sigue dependiendo de ella, por eso su lucha contra la naturaleza es una lucha sin esperanza y, sin embargo, el hombre la lleva hasta el final.

        A este respecto, el florecimiento técnico es lujo espiritual, fruto tardío, dulce y frágil, de una creciente artificialidad y espiritualización.

        Nuestra técnica ha nacido de la "cultura fáustica", la más trágica y poderosa de las culturas, a causa de la profunda disensión interna de su alma. Aquí, en Occidente y gracias sobre todo a los pueblos nórdicos, la lucha entre la naturaleza y el hombre ha sido llevada hasta su término. Fueron los frailes nórdicos quienes desde el siglo XIII desarrollaron una teoría científica prácticamente utilizable.

        Toda teoría científico-natural es un mito y depende de la religión, pero estos wikingos del espíritu construyeron un mito prácticamente utilizable: Grosseteste, Roger Bacon, Alberto Magno... De aquí deriva el experimento, la ’scientia experimentalis’ de Bacon: la inquisición de la naturaleza con aparatos de tortura, con palancas y tornillos. ’Experimentum enim solum certificat’ (Alberto Magno). Es la astucia guerrera de los animales rapaces. Decían que querían conocer a Dios, pero en realidad querían aislar, hacer utilizables y palpables las fuerzas de la naturaleza inorgánica.

        La física fáustica es dinámica, frente a la estática de los griegos y a la alquimia de los árabes. No se trata de materia, sino de fuerza. La masa misma es una función de la energía. Grosseteste desarrolla una teoría del espacio como función de la luz...

        Ya no se trata sólo de saquear a la naturaleza, sino de ponerla en tensión, sometiéndola con todas sus fuerzas al yugo para multiplicar el poder del hombre. El sabio fáustico sueña con poner todo el universo al servicio de su voluntad de omnipotencia. Los que no están poseídos de este entusiasmo sienten esta hybris, este soberbio sueño, como algo diabólico.

 

        O. Spengler combate manidas creencias:

 

        "No es verdad que la técnica humana ahorre trabajo. A la esencia misma de la técnica humana, variable y personal, pertenece, en oposición a la técnica específica de los animales, el que cada invención contenga la posibilidad y necesidad de nuevas invenciones, de que cada deseo cumplido despierte mil otros deseos y cada triunfo logrado sobre la naturaleza estimule a nuevos y mayores éxitos. El alma de este animal rapaz es insaciable, su voluntad no puede nunca satisfacerse; tal es la maldición que pesa sobre este tipo de vida, pero también la grandeza de su destino. La paz, la felicidad, el goce, son desconocidos justamente para los ejemplares superiores. Ningún inventor ha previsto nunca exactamente el efecto práctico de su acción"

 

        "Ese pequeño creador ’contra natura’, ese revolucionario en el mundo de la vida, conviértese en el esclavo de su propia creación... El animal de rapiña... hase aprisionado a sí mismo". "La técnica es la táctica de la vida entera. Es la forma íntima del manejarse en la lucha, que es idéntica a la vida misma".

       

La técnica es antiquísima, tan antigua como la mano. La mano inerme no tiene valor por sí sola. La mano exige el arma, el instrumento: "la mano se ha hecho sobre la figura de la herramienta". Por eso, los más antiguos restos humanos y las más antiguas herramientas tienen la misma edad. "Al ojo del animal rapaz que domina «teóricamente» el mundo, añádese la mano humana, que lo domina prácticamente". El humano mismo se ha hecho humano por la mano.

        El mismo lenguaje es de naturaleza práctica, dialógica, representa el acto verificado entre varios según un plan. "Todo lenguaje es de naturaleza práctica; su base es el «pensar de la mano»". Pero el desarrollo del lenguaje hace posible una auténtica revolución del alma: el pensar, el espíritu, el entendimiento... merced al lenguaje, se emancipan de la vinculación a la mano activa, aparece como una fuerza independiente. El pensamiento de empresa se apodera cada vez más de la vida anímica. La vida se vuelve más y más artificial.

        Las formas más primitivas del lenguaje fueron el mandato, la expresión de obediencia, la pregunta, la negación... pero de esas ilocuciones conativas –por usar una expresión actual- nacerá el juicio, tal vez como representación superior de un consenso o como fórmula sagrada...

       

Spengler distingue entre la nobleza y el sacerdocio. El noble, guerrero, aventurero, vive en el mundo de los hechos. El sacerdote, sabio, filósofo, vive en su mundo de verdades. "El uno sufre o es un destino. El otro piensa en causalidades"... "Aquél quiere poner el espíritu al servicio de su vida fuerte. Éste quiere poner su vida al servicio del espíritu". Esta contraposición ha adquirido su forma más irreconciliable en la cultura fáustica: "en la cual la orgullosa sangre de los animales rapaces se subleva por última vez contra la tiranía del pensamiento puro".

        De esa sublevación ha nacido la industria moderna y la máquina. El sucesor de aquellos frailes góticos es al sabio inventor profano, "sacerdote sapiente de la máquina". Con su racionalismo práctico, la "creencia en la técnica" se convierte casi en religión materialista. "La técnica es eterna e imperecedera como Dios Padre; salva a la humanidad como el Hijo; nos ilumina, como el Espíritu Santo. Y su adorador es el filisteo moderno del progreso, desde La Mettrie hasta Lenin".

        "Nadie puede prever los efectos de una «conquista técnica de la humanidad»". La tecnociencia no nace de la voluntad de verdad, sino de la voluntad nórdica de dominio: "Todas las grandes invenciones y empresas proceden del deleite que el hombre fuerte paladea en la victoria". Por eso, el héroe fáustico no es el sabio contemplativo o el místico religioso, sino el ingeniero, el empresario, el gestor, el inventor.

 

        Pero el final de esa cultura fáustica ha empezado ya. Tres signos lo delatan:

 

        El pensamiento fáustico empieza a hartarse de la técnica. La máquina era un símbolo, un ideal oculto, el ’perpetuum mobile’, una necesidad espiritual y anímica, no vital, que ya comienza a contradecir en muchos puntos a la práctica científica. La descomposición se anuncia por todos sitios. La máquina anula su fin por su número y su refinamiento. El automóvil, por ejemplo, anula por su masa en las grandes ciudades el efecto que quería conseguir; y se llega a los sitios más deprisa a pie. Siéntese el atractivo de formas vitales más sencillas, más próximas a la naturaleza. Los jóvenes se dedican al deporte en lugar de dedicarse a los ensayos técnicos. Los talentos más fuertes se desvían de los problemas prácticos... Empiezan a resucitar el ocultismo y el espiritismo, las filosofías orientales, las cavilaciones metafísicas... Dentro de poco -dice Spengler, en 1931- sólo habrá disponibles talentos de segundo orden, epígonos de una gran época.

        La sublevación de las manos contra su destino. La nivelación a la que llamó Ortega "rebelión de las masas". "La organización del trabajo, tal como reside desde milenios en el concepto de la acción entre muchos y que tiene por fundamento la distinción entre directores y dirigidos, entre cabezas y manos, está siendo deshecha desde abajo". Pero la «masa» no es más que una negación. Cuando los directores huyen, dimiten o se ocultan, los dirigidos, ya inútiles, están perdidos.

        3º El tercer síntoma es una traición a la técnica. Occidente ha comunicado su secreto. Ya no exporta sólo productos, sino también la industria y sus secretos. La ciega voluntad de poderío del hombre blanco empieza a cometer errores decisivos. Japoneses, indios... comprenden nuestra fuerza y la aprovechan. "Los adversarios han alcanzado a sus modelos y acaso los superen con la mezcla de las razas de color y con la archimadura inteligencia de civilizaciones antiquísimas". Pero para estos hombres, la técnica no es un fin, sino un arma en su lucha contra la civilización fáustica. Conseguido el fin, desaparecerá también el medio.

        No será, según Spengler, el agotamiento de las materias primas lo que acabará con la técnica americana y europeo-occidental ("el pensamiento técnico descubrirá muy pronto otras fuerzas distintas"), sino la incapacidad del pensamiento que en ella actúa para permanecer en su altura creadora. 

Comentario: La profecía de Spengler sirve como aviso. El pensamiento tecnocientífico no sólo no está en declive, sino que estamos viviendo una revolución de consecuencias extraordinarias, en varios frentes, en el campo de las telecomunicaciones, en el de las neurociencias, en la investigación e ingeniería genética. El sueño fáustico alcanza por momentos la posibilidad de realizarse como paraíso o como pesadilla. Y del humán puede incluso intervenir en su propia naturaleza genética. 

                                        J. Biedma

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