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Yan Lianke y la aldea Ding

Yan Lianke y la aldea Ding

Yan Lianke tiene mi edad. Entró en el ejército chino con veinte años (1978), licenciado en ciencias políticas y literatura es sin duda uno de los grandes escritores chinos contemporáneos. En la actualidad trabaja como catedrático de literatura en la Universidad del Pueblo de China. Ha sido propuesto al Premio Príncipe de Asturias y al Nobel. Es coautor del libro español más leído en China, según algunas encuestas: El viaje a Xibanya (Viaje a España), en el que un puñado de autores, entre ellos dos mujeres, reflejan su particular visión de las tierras de Quijote hacia 2009. Al parecer, en su viaje por la piel de toro, España les pareció un país menos "exótico" de lo que esperaban. En el relato de Lianke, uno de sus paisanos elige España para suicidarse pero acaba contagiándose de las ganas de vivir de los españoles.

Aunque Yan Lianke ha sido muy premiado en China, ello no ha impedido que El sueño de la aldea Ding, así como otras obras suyas, hayan sido vetadas allí. El Partido Único se habrá dado por aludido. Pero El sueño de la aldea Ding (Automática editorial, Madrid, 2013) sobresale como un precioso símbolo de una tragedia social y familiar en gran medida universal: la desaparición de la vida tradicional, rural, sus costumbres y sus principios, a favor del crecimiento desenfrenado de las ciudades y su "progresista modernez".

La novela incluye también una conmovedora historia de amor: la de Lingling y Ding Liang, en la que el amor parece, al menos por unos días, y a pesar de la letal enfermedad, ganarle la partida a la convención y a la muerte.

La prosa de Yan Lianke ha logrado una versión española muy idiomática gracias al espléndido trabajo de la ubetense Belén Cuadra Mora, que ha traducido diréctamente del chino. Debo a su abuela Paquita el descubrimiento de este formidable artista de la novelística cosmopolita de nuestro tiempo. Desde aquí se lo agradezco.

La prosa de El sueño de la aldea Ding tiene un ritmo muy especial en el que las reiteraciones, la narración en cursiva de los sueños, el paisaje poético y la rotunda sencillez de los diálogos, marcan el compás, un compás comparable al de una marcha fúnebre, lenta, imparable, solemne, como la sucesión de las estaciones o la caída de las hojas en otoño. 

La voz narrativa es la de un niño muerto, Xiao Qiang. Pero el verdadero protagonista de la historia, visionario y justiciero al fin, es el bedel y casi maestro de la escuela de la aldea, el abuelo Ding Shuiyang, cuyo "daimon" o voz interior, que percibimos más por sus gestos que por sus palabras, es la de un mundo tan simple y honrado como comunitario, un mundo desolado injustamente por la avaricia de unos pocos (y el principal, su propio hijo), que, involuntariamente, han contagiado a los campesinos el Sida, promoviendo la compraventa masiva de sangre. 

De todas formas, no hay maniqueísmo en la novela, ni malos ni buenos, sólo ambiciones, pasiones y sentimientos humanos, demasiado humanos, y una insobornable búsqueda de dignidad en mitad de la pobreza y la epidémica catástrofe...

El autor, en un epílogo emocionado, acaba pidiendo perdón al lector por el dolor que la novela transmite. En verdad sería insoportable si ese dolor no quedara maravillosamente sublimado por tan memorable belleza.

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