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RAPSODIAS DE VILLAESPESA

RAPSODIAS DE VILLAESPESA

Francisco Villaespesa (Laujar de Andarax 1877- Madrid 1936) publicó en 1905 sus Rapsodias, libro de poemas de una obra extensísima. Tal vez escogiera este título, de gusto romántico, por ver en ellos una misma canción ensamblada.

Poco antes había publicado Juan Ramón sus Arias tristes (1903), Manuel Machado su Alma (1902) y su hermano Antonio las Soledades (1903). En las páginas de Electra, revista de la que fue fundador Villaespesa, aparecían versos de los cuatro poetas. Se cruzaban dedicatorias entre ellos y participaban en las mismas tertulias. Todos habían leído a los simbolistas y admiraban a Verlaine. Compartían una misma topica generacional: jardines, fuentes, otoños, crepúsculos, soledad, tristeza... Buscan el "paisaje del alma" y la naturalidad expresiva. Recuperan formas métricas tradicionales con preferencia por el arte menor. Una melancolía invasiva no exenta de complaciente sensualidad recorre los versos de sus libros.

Villaespesa se había hecho con un lugar preferente en el Parnaso con La copa del rey de Thule, síntesis, exceso o manifiesto modernista. De Rubén Darío fue discípulo fiel, temprano portavoz y paladín de su modernismo. Pero en 1903 la muerte de su primera esposa Elisa González y el dolor profundo que le causa se convierte en tema central de su inspiración. Ella parece llamarle desde el otro lado como un "rumor de seda que huye".

Al profesor José Heras Sánchez debemos una reedición de las Rapsodias de Villaespesa en la Biblioteca de Autores Almerienses. A su presentación acompaña y sigue una erudita introducción del filólogo Luis F. Díaz Larios.

Villaespesa fue una importante e histórica figura de nuestras letras, injustamente olvidada o ensombrecida por el paso del tiempo. Se dedicó al periodismo y sus obras teatrales alcanzaron también notable éxito, sobre todo El alcázar de las perlas (1911). Triunfó como conferenciante en Hispanoamérica durante una década. Escribió novelas. Al mismo José Heras debemos una edición reciente de cinco de sus novelas cortas (Universidad de Almería, 2006). Algunas son de tema orientalista.

Añado uno de los poemas de Rapsodias (1905), un soneto de versos alejandrinos fechado en Laujar y septiembre de 1903 (en junio había fallecido Elisa), muestra suficiente de la perfección de su arte:

 

ÍNTIMA

Sobre el balcón abierto, sobre la noche en calma,

penetra tembloroso un rayo de luna,

envolviendo la estancia melancólica en una

claridad que parece la claridad de un alma.

El silencio se escucha. En la brisa dormida

vuela una tenue esencia, un perfume bendito

que recuerda aquel vago perfume favorito

de alguien que en nuestros brazos abandonó la vida.

Se oye el más leve ruido, el más tenue... La hoja

de un libro que se vuelve, la flor que se deshoja...

Es hora en que el poeta sobre el papel se inclina

a la luz de la lámpara y, sollozando, escribe

la canción más doliente a la sombra divina

de aquella que ya solo en sus recuerdos vive.

 

(La ilustración que adorna esta entrada pertenece a la edición citada de José Heras (UNE, 2022) y es del pintor, ceramista y escritor Pedro Soler Valero, acompaña al poema "Samaritana" (XXII) dedicado por Villaespesa a Eugenio de Castro.)

 

FISURAS

FISURAS

Tiene razón Dimas Mas: la aforística vive una época de esplendor. Twitter es una red social que favorece el subgénero del aforismo de la literatura gnómica, híbrido entre filosofía y poesía. La limitación de extensión de esos “trinos” que se articulan breves con palabras favorece el pensamiento sintético. Buscando afinidades electivas, como suele suceder, fue en Twitter donde conocí a Francisco M. Ortega, excelente aforista como ha demostrado este año con la autoedición de sus FISURAS, que son grietas en la dureza del pensamiento acorazado (por decirlo con sus palabras), que son también metáforas de la incertidumbre en la que, valientemente, se halla instalado, remojando dudas, en lugar de dejarse encarcelar por certezas.

Es verdad, creer en uno mismo es el único dogma al que debiéramos conceder cierta licencia. Son también las citas fórmulas concisas del argumento de autoridad y aprecio que Francisco M. Ortega cite con discreción y desaparpajo a autores que me son muy queridos: Stanislaw Lem o Alice Munro, y me complace que resucite a los segundones del helenismo: Arcesilao, Onesícrito, Diágoras de Melos, Filónides, Timón de Fliase, etc.

Tal vez la fragmentación del pensar, tan característica de nuestra posmodernidad, se muestre en la multiplicidad polifónica de un sujeto desmenuzado en pantallas y puede que escribir sea como dar la palabra a esa multitud de personajes que nos habitan. La imprecisión, la ambigüedad, el enigma, son entonces síntomas de quien se siente y sabe con un “corazón zurcido”. Sí, el aforismo puede ser ese hilo que enhebra facetas en la obscuridad, una llave que abre mentes; el apotegma, un clavo contra la madera de la ignorancia para aportarle lucidez, el desarrollo de una síntesis sin final, como un pensamiento enamorado de sí o una reflexión que revive al muerto que nos habita.

Las rotundas frases de Francisco M. Ortega son memorables, instructivas e ilustrativas respecto a diversos temas esenciales: la educación, la vida y la muerte, la memoria… Memoria (Mneme o Mnemosyne, madre de las Musas), cuyo fruto más delicado es la inspiración. Su escritura se moviliza contra la prisa y a favor de la calma, contra la espera sin esperanza y a favor del humor, contra lo megaloso y a favor de lo minúsculo donde resultan importantes los detalles, contra lo enrevesado y a favor de lo sencillo; sencillez, que no simpleza; contra la queja que es síntoma de cobardía, más que de auténtico sufrimiento. A favor de la amabilidad y de la imaginación. Con Lastenia de Arcadia (la griega que acudía a la Academia platónica vestida de hombre), lamenta que la libertad de pensamiento conduzca tantas veces al exilio y la soledad. Contra el pensar y el sentir zombi, contagiado por la Internacional Publicitaria, trina Francisco a favor del papel consolador de la poesía y la utilidad del rumiar la cita o el adagio.

Como diría el hombre sin atributos y sin partido: el hombre disponible que piensa por su cuenta termina por hacerse miembro de una sociedad desordenada, la Fundación  del Espíritu. Puede que dicha sociedad no alcance más allá del nombre propio y “una manita” de buenos amigos cómplices. Efectivamente, el universo es inmenso e ininteligible es su sentido y sólo somos como niños que balbucean posibles significados aprendiendo a dibujarlos, y la vida, con ser su sorprendente accidente, es misterio que el tiempo devora. Uno, en efecto, descreyendo, va pelándose como una cebolla hasta quedar desnudo ante la nada, la nada que ya fuimos antes de nacer. La rabia que sentimos ante la pérdida de un ser querido es también la revelación de nuestra intrascendencia, esa lucidez que se esconde bajo la cama cuando el orgullo gallea soberbio sobre un montón de estiércol.

Contra el famoseo, el héroe cotidiano, ese que, consciente de que no puede eliminar el sufrimiento ni el dolor del mundo, se esfuerza al menos por no añadir más dolor al mundo. Conmueve que Francisco no moralice y excuse admoniciones apocalípticas desde la humildad de quien se reconoce insignificante y perecedero, pero que -como Pascal- proclama también con enjundia filosófica bien meditada la grandeza del discurrir humano, pues "hasta un átomo hace sombra". Ciertamente, en esta época de patologías narcisistas, "la humildad es curativa"; la claridad, poder; y la mayor sofisticación se consigue desde la sencillez. "No merece el nombre de filósofo, sino el que recibe las injurias con tanta serenidad como los halagos" -dice citando a Bión de Borístenes.

En lugar de hablar de liquidez como Zygmunt Bauman, Francisco M. Ortega prefiere hablar de volatilidad: la volatilidad de la existencia es mucho más seria que la de las acciones o las costumbres. Observa el aforista con agudeza cómo las sociedades opulentas muestran una inercia mayor a la pérdida de privilegios, endurecen sus principios morales…, envejecen, se hacen conservadoras. Pululan en ellas los enjambres de cuidadores, terapeutas y dentistas, como indicadores sociales de la inútil lucha contra la volatilidad de la salud, tesoro de la juventud.

Al final, el Espíritu de la Incertidumbre, como el de la Perplejidad muguerciana, guarda más preguntas que respuestas. Se vuelve sereno en el desasosiego (que magistralmente expresó Fernando Pessoa), se insomete y resiste leyendo, descuartizándose en palabras por las ventanas de luz, virtualizadas en los monitores como un monólogo interior que no cesa. A fin de cuentas y por inútil que parezca, como su belleza, eso de reflexionar y describir la mariposa de aceite de lo reflexionado enseña que “nadie es feliz de la misma manera” y puede que esa sea la demanda o el ruego ("¡quiéreme!") si cabe también decir que venturosos son aquellos que más afecto y cariño reciben. Hace ruido el niño para llamar la atención y no aburrirse con nosotros. Juega al ajedrez con las palabras. Y ¡hay de aquel que no sepa conservar esa seriedad con la que juega el niño!

No tengo más remedio que sentir afecto y estar agradecido por quien me regala así otra forma de leer la realidad y me da qué pensar. También a mí me gustaría preciarme de leer para aprender a refutar mis convencimientos cuando más bien uno suele hacerlo para confirmarlos. Estos relámpagos de lucidez, estas chispas de ingenio, esos rayos de indignación y truenos de contrariedad –como dice Midas Mas en su ultílogo- nada tienen que ver con la prédica pulpitesca y el moralismo neopuritano que padecemos, ¡es tan difícil corregir sin molestar! No será Francisco quien caiga víctima de sus propias creencias si, como Platón, está siempre dispuesto a someterlas a revisión, en la sombra de lo incierto.

Notas

Fisuras está a la venta en Anmazon: https://www.amazon.es/Fisuras-Aforismos-Francisco-M-Ortega/dp/B09X4Y5VPL

Véase "Incitación al aforismo",. JBL. Alfa (Revista de la Asociación Andaluza de Filosofía) Vol. 1, nº 1, pgs. 71-73. Puede encontrarse una copia de este artículo en el blog Palabras en el Tintero:

http://palabraseneltintero.blogspot.com/2008/03/aforismos.html.

MADRE PRÓDIGA

MADRE PRÓDIGA

El de la "madre pródiga" es un nuevo carácter literario, apropiado para el drama social y teatral del siglo XXI.

A La Cangura de Larva, el tomo guirigay de Julián Ríos, le ahogaba el hogar porque prefería holgar, dulce holgar. Abandonó a sus hijos en Australia. Cortó a dentelladas el asfixiante cordón umbilical (es metáfora). Il faut voyager pour aimer de loin sa maison!, se decía.

Quería realizarse en liza y paliza comiendo perritos y pizza.. Trabajó de mecanógrafa en una revista del corazón londinense. Se vino al smog de Londres para respirar turbio. Hizo amistades de party en party, "amistades a mitades" -escribe Herr Narrator.

El marido fue duro. Le mandó la foto fúnebre de Tommy con la inscripción: "Partió su mami, partió su corazón".

Le dio por beber mucho a Kendy, La Cangura pródiga. La resaca le daba llorona y echaba mano al bolsón marsupio para mostrar la foto familiar.


Contó a Milalias, confesor freudulento, que por nada del mundo se volvería a casar pero que estaba pensando en tener otro hijo. Tal vez se sintiese vacía.

¡Qué Tommy ni qué niño muerto! -exclamó casi sin querer Milalias. Se agarró a La Cangura, hembra grandota y, torpes cada uno, casi se arrojan bailando por la ventana.

***

Larva no es novela, sino caja de juegos para políglotas cultos o filólogos culteranos, embarrada de interjecciones y saltos de página: o la babel de una noche de san Juan en beodisea londinense para dar que leer y hablar; un ingenioso invento de palabras, analogías, calambours o equívocos como chinoiseries, alusivas a una incesante orgía de la que se espera con desespero la iluminación.

ARQUÍLOCO DE PAROS

ARQUÍLOCO DE PAROS

Arquíloco de Paros vivió en el siglo VII a. C. Era hijo de un noble y de una esclava llamada Enipo. Considerado un poeta de la literatura griega arcaica, se ganó la vida como  mercenario. Su condición de bastardo explica su reticencia ante los valores nobiliarios.

"De mi lanza depende el pan que como, de mi lanza el vino de Ismaro. Apoyado en mi lanza bebo."

En lugar de un general "hermoso" y guaperas, prefiere uno bajo y abierto de piernas, pero que ande firme sobre sus pies y sea todo corazón.

Murió defendiendo su patria frente a los de Naxos. La Pitia de Delfos exigió al comandante de los de Naxos, Colondas, que se purificara por haber matado al "ministro de las Musas", tal era el aprecio que se tenía al de Paros, isla de los mármoles más selectos.

Nietzsche lo considera el poeta "dionisíaco" por excelencia, antagonista de Homero, al que considera el poeta "apolíneo". La vida real, sus luchas, fatigas, sufrimientos y amores, es el tema principal de sus elegías, épodos, yambos y tetrámetros trocaicos.

Cuenta en uno de sus versos cómo abandonó el escudo para salvar la vida en mitad de una batalla, lo cual era visto como un deshonor militar en la época, pero ¡qué vale un escudo en comparación con la vida!

Se prometió con una tal Neobula, pero está o su padre le dieron calabazas a favor de un mejor partido. Entonces Arquíloco la difamó en verso y contó cómo se había "beneficiado" a su hermana menor. Se dice que los versos resultaron tan hirientes que las hijas y el padre, Licambes, se suicidaron.

Filóstrato cita a Arquíloco de Paros por elogiar en su poesía y probar en su vida la virtud de la paciente resignación o resistencia al dolor (τλημοσύνη) ante las desgracias y por considerarla un regalo de los dioses como fármaco para afrontarlas. Una excelencia esta, la de la resistencia y la resignación ante las inevitables desgracias de la vida, que  brilla por su ausencia en la Sociedad Anestesiada.

MUNDOCHENTA

MUNDOCHENTA

Por segunda vez me ha sorprendido y entretenido Jesús Zamora Bonilla con su arte novelístico. Digo por segunda vez, aunque el autor ya ha escrito tres novelas y otros tantos ensayos. La primera, Regalo de Reyes, mereció una crítica en Signamento. He leído la primera y la tercera de sus fábulas: Nosotros, los octogésimos (Amazon, 2020).

Doctor en Filosofía y Ciencias económicas, Decano de la Facultad de filosofía de la UNED, epistemólogo de profesión, sobresaliente tuitero y bloguista, con sus novelas Errar es de ángeles (2018) y Nosotros, los octogésimos, Jesús Zamora Bonilla (Madrid, 1963) culmina una trilogía en la que dice haber parodiado con humor y amabilidad la religión como obstáculo para el desarrollo científico y el conocimiento histórico.

No obstante, en Nosotros los octogésimos, objeto de esta crítica, no le queda más remedio al autor que reconocer que bajo la fantasía del mito siempre se esconde, a la vez que se conserva, alguna verdad fundamental relativa a los orígenes y las intenciones fundacionales de una cultura, así como al bien y al mal, que tan mezclados andan en la selva de lo natural. En este caso, el misterio se oculta en la genética de las bacterias intestinales de los octogésimos, presentes en las sacrosantas heces de los habitantes de Mundochenta, un planeta habitable en la galaxia enana del Boyero.

Sin embargo, dudo que la parodia de la religión, que tan hábilmente y con tan económicos recursos levanta Zamora Bonilla en esta novela, le resulte amable a un espíritu auténticamente religioso. La escatología de la todopoderosa Iglesia de Mundochenta no es precisamente la del final de los tiempos de san Juan, ni la de la apocatástasis de Orígenes ni la de la Ciudad de Dios de san Agustín, y resulta, por decirlo suavemente, mucho menos celeste y más olorosa. Eso sí, la jerarquía de Mundochenta dispone de una autoridad y poder político y terrenal parangonables al que ostentaban nuestros papas al final de la Edad Media y principios de la Moderna, en disputa y articulación con el poder del Imperio, dificultando el desarrollo del conocimiento científico a base de escrúpulos fideístas y fanatismos dogmáticos, lo cual no hace nada de gracia a sus protagonistas: un erudito antropólogo con conexiones revolucionarias y su afectísima e inteligente hija bióloga.

Mejor que por el humor, envidio al novelista por la extraordinaria habilidad y sencillez con que urde tramas y personajes. En Nosotros, los octogésimos, mezcla con una soltura notable la especulación científica, a la que soy tan adicto (en su muy actual directorio de ingeniería genética), con la trama de una novela policíaca a raíz del supuesto suicidio de una jovencita, hija díscola de los malvados optimates de Mundochenta. El autor sabe dosificar la información en un ágil ir y volver por la línea temporal suministrando al lector la información suficiente para mantener en suspense su atención.

La novela también debe su excelencia a lo que no hace, abusar del verde del sexo o del rojo de la sangre, o del maniqueísmo, aun usando de héroes y villanos. Emplea el novelista un lenguaje culto pero sencillo, sobrio, sin aventuras deconstructivas ni pretensión de originalidad estilística, lo que hace su obra fácil y amena; desde el principio al fin la narración discurre serena como río en el cauce amplio de su valle.

Hay que agradecer la urgencia con que Zamora Bonilla la ha rematado para ofrecerla generosamente y gratis en digital durante el confinamiento por pandemia, pero, precisamente por su calidad, hubiera merecido y todavía merece un repaso cuidadoso que permita a su autor salvaguardarla de la maldición multiplicadora del impreso, es decir, de algunos lapsos remediables que en nada ofenden su correcta ortografía, pero que capto sin remedio, seguro que por prurito crónico de antiguo profe de Lengua. ¡Cuidado! Promete continuación.

PERSIANAS

PERSIANAS

“Contra las fronteras,
la patria inexpugnable de la conciencia y de la fantasía”

Fernando Parra Nogueras

 

Escriben Literatura los descontentos, los disconformes, los rebeldes, los soñadores, los reflexivos, los solitarios, los raros… “En principio fue el Ensueño” –proclamaba don Wenceslao-. Es así porque escribieron al ser condenados al ostracismo, encerrados en prisión o enviados al exilio: como Séneca, como Boecio, como Maquiavelo, como Wilde, o porque no tienen bastante con la realidad, o porque no les gusta e inventan entonces otra más amable y personal, lejana, sórdida o sublime, tal vez inalcanzable. Y a esa realidad que no les complace la representan como en un salón de espejos de feria, deforme, exagerada en flaco o en gordo, revelando tal vez sus defectos escondidos o sus excelencias épicas, y desde tres posiciones posibles: cólera y violencia; tristeza, nostalgia y llanto; o, tercera postura, más madura y saludable actitud: la burla y el humor que provocan risa o, al menos, tierna sonrisa, haciendo gracia.

 En cualquier ficción hallaremos las tres orientaciones, si bien dominará una sobre otra: la tragedia o el poema de desamor nos hacen llorar, la novela social o el planfleto nos irritan y animan a la reforma o a la revolución; por su parte, el escritor humorista retoca lo vivido o lo fantaseado con el pincel de la comprensión, de la gracia y la ternura. Don Wenceslado, inmortal gallego animador de fragas, lamentaba que en la literatura española cundiese más bien el malhumorismo que el humorismo, y eso a pesar de que su gran obra cosmopolita, el Quijote, luciera buen humor, pues las ridiculeces del antihéroe llaman a comprensión y compasión.

 Fernando Parra Nogueras reinvindica con gracia y humor, sine ira, su condición de charnego de segunda generación, de mestizo cultural, en su espléndida novela de formación: Persianas. Hay en ella la suave melancolía de una juventud feliz pero ya claudicada, en la periferia de la periferia de un arrabal industrial de Tarragona; la angustia de una identidad mixta, plural, de andaluz en Cataluña y de “catalanito que habla fino” en el pueblo natal de sus padres: Chilluévar (Jaén).

A la novela no le falta de nada: ni la crónica de una infancia en el arrabal, “cuando la inocencia nos democratiza y nos hace iguales, lejos todavía de los muros artificiales, las banderas nacionales, las lenguas usadas como guetos de exclusión y las fronteras que los adultos se empeñan en levantar”. No falta tampoco en el relato el suspense del “thriller”, ni el encanto del amor fino, cortés, ni el eco del trueno despiadado del terrorismo de ETA en los años ochenta, ni la noble perplejidad del que constata que después de la masacre de Hipercor en Barcelona cuarenta mil catalanes voten a Herri Batasuna. Ni tan siquiera le falta un fantasma al cuento: el de Severiano Cano el gitano, personaje entrañable entre manes y penates telúricos.

 Antonio Carvajal recomendaba con razón la obra de Fernando Parra: “Prosista culto y elegante, sabio y ponderado crítico, poeta inédito”. Se le olvidó al laureado poeta contarnos que Fernando es también profesor, prologuista y periodista literario, de esos, escasos, que hacen de aristócrata en la plazuela de un Diario, como Ortega o d’Ors. Que es poeta se nota también en Persianas:

 “El despertar de Chilluévar es vocinglero; la gente se da los buenos días como si no hubiera un mañana, con aquella franca jovialidad que se derrama impetuosa de sus voces y que invita a beberse la jornada, confortados por aquel primer sorbo tempranero de vida torrencial. Pero ya antes la orquesta de las persianas ha tocado la obertura de la ópera matutina… La noche parece plegarse en cada uno de estos rollos; cada vecino almacena en ellos un trocito de cielo nocturno y es así como lo hacen amanecer” (cap. 14).

  “La Naturaleza no se resguarda con celo tras una persiana ni esconde más secreto que el de su propio milagro; comparte su prodigio con los hombres en la casa del mundo y su persiana es la apoteosis de la aurora”.

 A pesar de su bien provista mochila de filólogo y lector empedernido de los clásicos (los que deja vivos el insobornable “ballestero del tiempo”), no escribe Fernando para la Academia, sino para el pueblo, para la tierra o para el arrabal convertido en pueblo. Por eso cuenta mucho en pocas páginas. Combina el relato con un ingenioso epistolario, hilvanados con tino en unidad ambos géneros. Dialoga así y pide consejo para sus tribulaciones de adolescente a sus ídolos infantiles: Jessica Fletcher, el Baracus del Equipo A, la Daphne del Scooby, Chanquete el del acordeón, el extraterrestre E.T. o el inspector Macgyver… Pero no deja de ser novela, espejo de realidad vivida.

 Aprecia Fernando la lengua catalana, “que se hizo para la poesía”, “que no se hizo para el insulto ni para esa contundencia autoritaria que tienen algunas consonantes del castellano”, y elogia a los grandes dobladores de la escuela catalana como Constantino Romero, pero denuncia ya, sin envidia ni resentimiento, a esas Aurelias que cifran la virtud de un hombre en el idioma que habla, el pedigrí de su sangre y en el tonto amor a un trapo que llaman bandera,  ese oficialismo marginador que usa el idioma como un gueto excluyente y que, en aquellos años ochenta, todavía no había puesto sus cartas bocarriba:

 “El charnego levantaba así Cataluña con su trabajo sin saber que algún día habría de ser excluido de un proyecto de convivencia que consideraba común”.

 Se alude con delicadeza a la suerte de la madre del protagonista Rodrigo:

 “Lejos de su familia y con mi padre sobreexplotado en los turnos de la fábrica, la niña embarazada debió sentirse muy sola en aquel piso donde la vista hallaba solo una maraña informe de cables, antenas y cemento, en lugar del infinito campo esmeraldino de los olivares”.

 Nunca había oído esta comparación del olivar a los “campos” íntimos de la joya verde. Algunos juegos de lenguaje son tan divertidos como originales. Pondré un ejemplo: “una gallina cococomenta con las cococomadres algún cococotilleo de la granja”. No me extraña que Fernando Parra haya sido finalista del prestigioso premio Azorín y de unos cuantos más certámenes de periodismo literario, ¡y ya promete segunda novela! Esperemos que su suerte no sea la del albatros de Baudelaire, ese que descansa en la cubierta del barco estabulario, humillado por los marineros supremacistas, “lejos de su natural patria cenital”, que es sin duda el cosmos entero de la letra universalizable.

 La obra crítica de Fernando Parra puede seguirse en su blog, que lleva por título el primer verso de una memorable cuarteta de Juan de la Cruz: http://cesotodoydejemefb.blogspot.com/, dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado, según describió el santo su envanecimiento místico.

Allí en la luz de su blog también se transforma con su encantadora señora, Beatriz Pastor Becerra (“su chica”, como dicen los cursis hoy) en la romántica y trágica pareja de Píramo y Tisbe, cantada por Ovidio, y que inspiró el Romeo y Julieta del gran dramaturgo inglés, la historia de Basilio y Quiteria de la segunda parte del Quijote y un largo romance de Góngora. En ese blog encontrará el lector curioso otros análisis de Persianas, pero también agudas reflexiones sobre nuestro lenguaje, y ecuánimes críticas de obras ajenas.

 Oportunísima novela. No cierro su persiana de estilo alicantino, amarilla o verde, tan parecida a la franqueza bondadosa y a la parsimonia artesana de su dueño.

 

AUTOESTOP GALÁCTICO

AUTOESTOP GALÁCTICO

Douglas Adams imagina un planeta de inteligencias superavanzadas y especializadas en la construcción de planetas artificiales. Construyen un megaordenador, una superinteligencia del tamaño de una ciudad y capaz de calcular el número de átomos de una galaxia. Y le preguntan cuál es el sentido de la vida.

El maquinón dice que es un problema difícil, para resolverlo necesita cinco mil millones de años. Para resolverlo la computadora diseña una máquina orgánica más poderosa que ella misma: el planeta Tierra. Pero cuando la Tierra estaba punto de resolver el problema del sentido de la vida, los vogones la destruyen para construir una autopista galáctica. No hay lugar para las protestas. El proyecto habíase publicado en el Boletín Oficial de la Galaxia y el plazo de alegaciones y recursos contra la construcción de la Autovía había prescrito.

El autor de esta fábula incluye a un presidente de la galaxia cuya única misión es ofrecer espectáculo, o sea distraer la atención del público de los verdaderos poderes. Nada que no estemos viendo ya.  Otro de sus personajes es un robot maníaco depresivo.

En la historia reciente de la literatura Douglas Adams pasa por ateo redomado, en su Guía del Autoestopista Galáctico parece apostar seriamente por la superioridad de la inteligencia del ratón y del delfín respecto de la humana.

Sus diálogos rozan lo surreal. Una sátira y una humorada fantástica e inverosímil bajo el disfraz de la ficción científica.

SE NOS EXTRAVIÓ JOSÉ LUIS BUENDÍA

SE NOS EXTRAVIÓ JOSÉ LUIS BUENDÍA

José Luis Buendía escogió el título de Extravíos para su colección de artículos periodísticos. Ensayitos de hondura como pase natural bien dado, de Manzanares o de Finito, periodismo de ideas al hilo de la Actualidad pero sin caer ni en su estrés ni en su idolatría, en los que atiende a “lo que pasa en la calle” desde una perspectiva humanista, esto es, ecuménica, nada provinciana ni pueblerina, universal, atenta, entrañada y comprometida en la inalienable dignidad humana, que no se sustenta en lo que el hombre es sino en sus posibilidades, en lo que puede y debe llegar a ser. Grande fue su humanidad facunda, fecunda, docente, civilizadora y letrada.

 “Soy de los que piensan (…) que la cultura es uno de los pocos vehículos con los que cuenta la condición humana para afianzarse como tal, especializando su condición pensante respecto a la de otros semovientes (…). Me sumo a la idea humanista de que el pensamiento, bien adiestrado por el riego cultural, nos hace más libres y dignos, a la par que reafirmo el viejo axioma liberal de que las ideas, por el mero hecho de serlo, no delinquen, por lo que no tiene sentido que ningún poder desde la sombra trate de pastorearlas en ninguna dirección, ya que, cualquiera que se tomara, serviría mejor a los intereses de ese poder que las guía, antes que al desarrollo integral de la persona”.

 “Desarrollo integral de la persona”. Esto recuerda mucho la idea de Democracia de María Zambrano: aquella sociedad en la cual no sólo está permitido, sino exigido, el ser persona. Pero lo viviente -y las sociedades son cosa viva- nunca se actualiza del todo. Gran persona, José Luis, enredado, extraviado y aventurado en el esfuerzo de llegar a ser él mismo.

Como liberal, José Luis Buendía critica el interés de los gobiernos por dirigir la cultura (ese “lujo al que se viste de harapos”), creando ministerios específicos, delegaciones, negociados, concejalías o institutos ad hoc, para usarlos con el único fin de mantener clientelas y colocar nepotes, contratando y subvencionando a ideólogos sectarios, escritorzuelos de cuarto de baño, artistas de poco monta y estómagos agradecidos que ven en esta oportunidad de subirse al carro de los que mandan la solución a sus frustraciones personales. Cultura piramidal y tutelada que produce cantidades ingentes de publicaciones que nadie lee o proyectos costosamente estériles.

Como amigo, José Luis tuvo la amabilidad de dedicarme su libro de 1999 con unas palabras cariñosas de reconocimiento a mis escritos filosóficos, donde agradece su claridad. En su prólogo señala el título escogido, Extravíos, en referencia no sólo a sus meditaciones como posible desorden de un caminar sin orientación fija (afectación de humildad), sino al extravío de estas tierras, Jaén y Andalucía, “que nos han llevado a ocupar un lugar muy diferente al que por justicia nos corresponde”.

Echo de menos en el libro un índice con los títulos de los artículos. Su temática es tan variada como los hechos que comenta. Con prosa culta pero no pedante, algo barroca como candelabro semanasantero, fija José Luis su atención sobre todo en las víctimas, en los humildes, en las personas de corazón limpio, como en esa camarera con nombre de flor, en ese cándido y laborioso Rafalito, un tanto disminuido en lo intelectual, pero que porta agua y escalera en las procesiones de Semana Santa, sintiéndose útil a la comunidad, como Cireneo ayudando al Salvador con la cruz…, o en ese soldado que se vuelve loco y dispara a sus compañeros, o en ese médico “especialista en humanidad”, o en esas seis prostitutas que se hacen cargo de los seis niños abandonados por su madre, relato verdadero.

Una prosa fundamentalmente poética, plena de referencias literarias, mas tan bien enraizada en las honduras del cantar popular, que tanto gustaba a José Luis como la tauromaquia. Así refiere a los cantaores y guitarristas flamencos, a “estas músicas sin parangón, bañadas de soles atávicos y metidas, como un avispero, en las venas de razas muy distintas”. O describe a Rosario (Charo) López desgranando una bulería por soleá: “No debía de quererte”, “como un torero que confirmara la alternativa de su pena en la plaza de las emociones ajenas”… “De esa catarsis abrasadora, sólo podrá redimirnos el rejonazo certero de otro cante”.

El timbre de estos excelentes y cuidados escritos es intensamente emocional. Y ello me conmueve tanto como la grata reminiscencia de la persona a la que conocí y a la que debo muchos buenos ratos. Corresponsal fiel,  José Luis fue responsable del excelente proyecto que se llevó a cabo por medio de suplementos semanales, el de una Enciclopedia de Andalucía que es obra de referencia hoy en cualquier buena biblioteca pública. Le debo agradecimiento por lo bien que allí me trató cuando empezaba yo a publicar sátiras, cuentecillos, poemas y manuales educativos.

Ahora que nos falta, recuerdo su gesto, su humor, su enfervorizada protesta en el coso de San Nicasio, al que siempre acudía en los festejos de la feria de San Miguel, su reparo por la baja calidad del ganado bravo: ¡cabras desmochadas!, gritaba, respetuoso siempre con los toreros (¡ponte tú!), gran conocedor de las suertes, sobre las que escribió en abundancia.

Añoro su papel de patriarca de las letras cuando profes de todas las provincias nos juntábamos en el tórrido Jaén para corregir exámenes de Selectividad y él encargaba la comida –recia y bien regada- en un castizo restaurante de la capital del Santo Reino, solidario con los maestros de Instituto de Secundaria, aun siendo él de Universidad. Lo recuerdo asociado al recuerdo de Ramón Poblaciones, que además de profesor de literatura y padre ejemplar debutó como novillero, y al de la también fallecida Carmen Orzáez con la que compartí mesa y mantel en Villacarrillo durante dos o tres cursos de feliz diáspora.

Fue en una de aquella "ligaíllas" que echamos en Úbeda o Jaén, no lo sé, seguramente con nuestro común amigo Rafael Bellón Zurita, cronista de Úbeda, cuando José Luis me contó una de sus experiencias, que me sirvió luego para componer un cuento integrado en Criaturas de luz de luna. La experiencia de ese intelectual insobornable al que un politicastro pueblerino, antiguo condiscípulo, invita a dar una conferencia en su pueblo natal, pero se olvida de publicitarla o de buscar público atento y, a última hora, conduce a la “Casa de cultura” a los habitantes de un siquiátrico.

Por ninguna cosa se ha de llorar, dijo el filósofo, si no es por la pérdida del amigo, porque todas las otras cosas están "en las arcas" (digamos hoy en los supermercados) y sólo el amigo mora en las entrañas. Se nos fue José Luis, pero dejó rastro, pisada, traza, reliquia, prosa lírica, como su hermoso homenaje a Juan de la Cruz.

Además de sus Extravíos me queda el desgarrón de su ausencia, su gesto de buena persona, sus hábitos de tolerancia propios de gran conversador, su sensibilidad romántica y un tanto trágica como el mejor cande jondo, su fina melancolía y sus cartas, a las que –si Dios me da fuerzas y tiempo- volveré algún día para convertirlas en símbolo y señal de perenne solidaridad en la luz de los buenos sentimientos.