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Literatura

ROSAL TARDÍO DE UN PATIO DEL ALBAYCÍN

ROSAL TARDÍO DE UN PATIO DEL ALBAYCÍN

Me ha resultado muy refrescante la lectura de Los inquisidores de Granada, de Gabriel Sánchez Ogáyar (Ginger ape books, 2012) que se edita como primer volumen de una trilogía. Se trata de una novela de aventuras enmarcada en los tiempos inmediatamente posteriores a la conquista de Granada, cuando la tensión entre religiones y modos de vida se trenza en la ciudad de la Alhambra con codicias de bienes materiales, ambiciones de poder, envidias, amores y fanatismos.

 Cuando todavía no había estilete racional que separara el íntimo músculo de la religión del tocino exterior de la política, la mejor manera de eliminar a un contrincante era naturalmente acusarle de apóstata o de hereje. Pero en la novela ya asoma la distinción entre tolerantes y fanáticos, porque se ha dado siempre. Cisneros, pobre, cae entre estos últimos, mientras su antecesor como arzobispo de Granada, Fray Hernando de Talavera, se eleva al coro de los santos, cristiano sincero pero comprensivo con musulmanes y judaizantes. Se trata de personajes históricos sobre los que el autor aporta además, como epílogo, una breve y bien documentada biografía.

 La novela ofrece un exótico paseo por la Granada de fines del reinado de los Reyes Católicos. Sólo por eso ya merece lectura. Capital de un reino decadente recién capitulado ante los ejércitos cristianos. Se ve que su autor conoce muy bien la ciudad mestiza que describe arqueológicamente. Una hermosa historia de amores insatisfechos y trágicos se cruza con la crónica de una felonía. No falta acción y el argumento rueda trepidante hacia su solución final, como debe ser. No se cae de las manos y deja buen sabor de boca.

 Por supuesto, el autor puede objetar que se trata de una licencia narrativa, a fin de cuentas, Cisneros no es el peor tipo de la novela, sino Bernardo, un frailucho gordo, analfabeto, hedonista y avaricioso, pero me duele y cuesta pensar que Cisneros fuera un tipo tan simple como del relato se pueda deducir: el reformador de los franciscanos, luego regente por dos veces de la corona española, que no sólo fue un firme evangelizador de musulmanes y judíos, sino que también emprendió admirable labor cultural con la fundación de la Universidad de Alcalá y la edición de La Biblia Políglota. Hasta qué punto fue su intención o responsabilidad directa la conversión forzada de musulmanes y judíos en el Reino de Granada, o la quema, desde luego injustificable desde una moral actual, de una parte de su legado cultural, libresco, en la plaza Bib-Rambla, es algo que no podemos saber con seguridad, como tampoco conocemos las presiones políticas, los desórdenes civiles o el nivel de amenazas bajo los cuales actuaba. El levantamiento del Albaicín no fue moco de pavo, ni el de las Alpujarras. Están de acuerdo los historiadores en que hubo crueldades y se cometieron injusticias y traiciones por ambos bandos. La primera víctima de una guerra, como decía Erasmo, es siempre la verdad. No conocemos el cariz completo de los motines y conjuras a que debió hacer frente el que fuese también confesor de la reina Isabel la Católica. Y es muy limitado asociar la figura del Cardenal exclusivamente a la Inquisición (y de paso a los mitos de su “leyenda negra”), Inquisición española que, por cierto, fue el primer tribunal del mundo que prohibió la tortura y en el que, en contra de la opinión común, nunca se aceptaron denuncias anónimas. Durante el siglo XVI “en España mueren por herejía muchas menos personas que en cualquier país de Occidente” (v. María Elvira Roca. Imperiofobia y leyenda negra, 2017, pg. 277).

 Se sabe que cuando Cisneros envió a su secretario Fray Francisco Ruiz a evangelizar a las Américas mandó con él a tres jerónimos encargados precisamente de evitar los abusos de poder. El que fuera restaurador de la liturgia mozárabe no debió parecerse mucho al tipo soberbio y resentido cuya sombra aparece y desaparece al fondo de la amena novela de Sánchez Ogáyar. Es verdad que donde se queman libros se acaban quemando hombres, pero dudo mucho que Cisneros pueda ser asimilado al mito del cruel inquisidor español creado interesadamente por protestantes y enemigos del imperio de Felipe II.

 Pero se trata de una ficción, aunque inspirada en hechos históricos. Aquí las aventuras no se pierden en el sentimentalismo ni se demoran en el retrato psicológico (Cisneros, que pasó por la cárcel, tuvo también sus crisis de fe), aunque hacen ciertas concesiones oportunas a la retórica de la época. Y el relato de Los Inquisidores de Granada se muestra hábilmente tejido a dos voces: la del narrador omnisapiente y la de Amín Hanza, joven e incorruptible cadí musulmán de Granada. La obra incluye útiles aclaraciones a pie de página sobre lugares y cosas. Y al fin, menos mal, en su argumento, que no pienso reventar al curioso lector, la verdad y el bien acaban imponiéndose como el mosto de aceituna flota iridiscente sobre el torrente del Darro y el curso del Genil. Nobleza obliga.

 Agradezco con esto la amable y personal dedicatoria.

 

ZABARRA Y LA LITERATURA HISPANO-HEBREA

ZABARRA Y LA LITERATURA HISPANO-HEBREA

 

“Me han combatido los necios porque amé la inteligencia”

Yosef Zabarra

 Yosef ben Meir ben Zabarra (o Sabarra o Sabara) nació hacia 1140 y falleció hacia 1200. Fue un judío barcelonés, médico políglota y científico, experto en el Talmud, autor del Libro de las delicias o Libro de los entretenimientos (Séfer Saasuim), considerado uno de los mejores maqamas (prosas rimadas) jamás escritas. Escribió también un poema didáctico sobre anatomía, un tratado en prosa sobre Los aspectos de la orina, más sátiras que se han perdido. El Libro de los entretenimientos se imprimió por primera vez en Constantinopla en 1577, la primera traducción al español fue la magnífica edición de Marta Forteza-Rey para Editora Nacional (1983), con la que aquí me oriento.

 Como el Libro del buen amor, El libro de los entretenimientos tiene forma autobiográfica. Está dedicado a Seset Benbeniste, miembro de una de las más importantes familias judías de la época, médico como Zabarra y consejero de los reyes de Aragón Alfonso II y Pedro II. La obra de Zabarra compila cuentos, aforismos, sentencias, reflexiones y poesía lírica. Su estilo mosaico recoge y engarza expresiones literales de la Biblia con un argumento fantástico: la peregrinación del autor con un demonio venido de lejos: Enán.

Árabes y judíos se hacían un verdadero lío con los textos que les legó la antigua cultura griega cuando citan a Esculapio, Hipócrates el piadoso, Platón, Diógenes o Aristóteles…, pero los más ilustres e ilustrados se esforzaron por rescatar lo que sentían como un saber superior, añejo antes que caduco. Así, por ejemplo se atribuye a Aristóteles la siguiente afirmación de que cinco cosas son perdidas o sin fundamento: “la lluvia sobre el vino, una vela a la luz del sol, una doncella desposada con quien no puede hacer el amor, guisos exquisitos colocados delante de un borracho, y favores hechos a quien no los reconoce” (cap. VIII).

Maqama es un término árabe que significa lugar, el sitio en el que se reunían los varones de pie para hablar y comentar sus asuntos: de ahí el sentido de narración, aventuras, comentarios morales o científicos, lucimiento verbal y erudito. Por supuesto, en la traducción se pierde el efecto significante del virtuosismo lingüístico, poético, juegos de palabras y hasta palíndromos, pero a pesar de ello el texto es ameno y no pierde su gracia vetusta y el eco misterioso de un tiempo periclitado, porque “el hombre es hijo de su tiempo”. Se sabe que en Al-Ándalus se escribieron maqamas desde el siglo XI, única forma narrativa que se desarrolló en la literatura árabe, tenemos las maqamas zaragozanas escritas por Abu Tahir al-Saraqusti (m. 1143) en las que emplea un lenguaje enigmático, y las de Abu Amir ben García, un vasco que fue secretario de Muyahid de Denia (Maqamas y Risalas andaluzas, Fernando de la Granja, Madrid, 1976).

 La presencia de los judíos en nuestra península es muy antigua. En las expediciones de los fenicios a la península ibérica ya participaban “hombres del rey Salomón” y es muy probable que en las colonias que establecieron en el litoral Mediterráneo hubiese israelitas. Pero la llegada más numerosa debió de producirse con la destrucción en el año 70 de Jerusalen y su templo, con la Diáspora (exilio). La situación de los judíos después de la invasión de los bárbaros del Norte fue lamentable, los godos convertidos al catolicismo con Recaredo impusieron a los judíos la elección entre la conversión obligatoria al cristianismo o la expulsión. No extraña que los invasores musulmanes hallaran leales auxiliares en los judíos. Se sabe que en la batalla de Guadalete uno de los caudillos más destacados de las tropas árabes, Kaula al-Yahudi, era de origen judío. A fin de cuentas, musulmanes y judíos reconocían un antepasado común en Abraham, como ramas de un mismo tronco semita. Bajo el dominio musulmán, pronto prosperaron centros de población y cultura judía en Lucena o Granada. Algunos califas de Córdoba tomaron a judíos como médicos, consejeros y ministros, por su alto nivel cultural. Tras siglos de convivencia, los judíos hicieron suya la incipiente literatura árabe, así como su lengua. Las formas poéticas árabes influyeron en la poesía hebraico-española, sobre todo en la profana.

 El régimen de tolerancia religiosa y libertad de los reinos de taifas se rompió con la llegada de los bereberes almorávides, gentes fanatizadas que ni siquiera entendían bien el árabe. Muchos judíos tuvieron que emigrar. Y algo parecido ocurrió después de la invasión de los almohades, pues estos prohibieron en sus dominios toda religión que no fuera la islámica. La mayoría de los mozárabes (cristianos) y judíos optaron por emigrar hacia los Estados cristianos del norte de la Península. Otros como Maimónides fingieron una conversión al Islam, aunque eso le supuso al gran sabio judío cordobés cambiar a menudo de residencia para evitar la delación.

 En Cataluña, que entonces formaba parte de la Septimania, los reyes francos concedieron a las aljamas judías bastantes privilegios. Dada la intransigencia de los almohades, el centro de literatura hispano-hebraica se desplazó desde Al-Ándalus hacia Toledo y Barcelona. En los reinos de Castilla y Aragón muchos judíos ejercerán como almojarifes (recaudadores de impuestos), contables y administradores de rentas, alfaquíes (doctores de la ley), secretarios de correspondencia, intérpretes, astrólogos, médicos… Los Ibn Susan en Castilla y los Ibn Seset e Ibn Rabalia en Aragón se transmitieron sus cargos en la Corte durante generaciones. San Fernando de Castilla y Jaime I de Aragón mostraron su gratitud a sus leales y competentes funcionarios judíos. Fueron judíos los que vertieron al romance durante la época de Alfonso el Sabio las obras orientales enriqueciendo nuestro idioma con arabismos.

 Durante el XIII y el XIV se mantuvo la influencia de la literatura oriental, el exemplo 42 de El Conde Lucanor, obra del infante don Juan Manuel, plagia el relato de La lavandera y el demonio que aparece en el Libro de los entretenimientos de Zabarra. Y en el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita abundan los ecos de las maqamas árabes y hebreas, un juego parecido de intenciones sensuales y espirituales, de móviles religiosos y profanos, de seriedad y picardía. Todo ello a pesar de la presión integrista, ya que en el siglo XIII, la vigilancia de la Iglesia contra los judíos se fue extremando como consecuencia de la aparición de la herejía cátara y del panteísmo psicológico de los filósofos musulmanes que influyó a los judíos. Nace la Inquisición y la misión represiva de dominicos y franciscanos. A la Inquisición acudieron incluso judíos tradicionalistas en busca de apoyo contra los ataques a su fe de la filosofía maimonista, lo que explica un auto de fe contra las obras de Maimónides en Montpellier (1232). Por una parte, muchos conversos judaicos experimentaron un celo de neófito, y otros, judíos relapsos, volvían a su fe tras fingir su conversión, todo ello enrarecía la convivencia social. En 1391 se produjo la espantosa matanza y saqueo de la aljama de Sevilla, a la que siguieron las de casi todas las aljamas de Levante, Cataluña, Mallorca y Castilla. Hay que añadir que los monarcas españoles muchas veces hacían lo que podían para disminuir el antisemitismo, no tanto por motivos humanitarios sino por el provecho que sacaban de la población hebrea.

 Como dijimos, con la llegada de los almohades, los escritores hebreos andaluces emigraron a las comunidades judías del sur de Francia, el Languedoc y la Provenza, donde a fines del XII había una intensa vida cultural. La maqamas anteriores a la que nos ocupa combinaban enseñanzas morales con fábulas y alegorías filosóficas, unas son misóginas mientras que también las hay que hacen el elogio de las mujeres usando la prosa rimada. El más clásico de los escritores hispano-hebráicos es Yehudah ben Salomón al-Harizí (1170-1235), cuyas maqamas son más lúdicas que moralistas.

 El libro de los entretenimientos debió escribirse cuando Zabarra volvió a Barcelona, antes de 1194. La relación del protagonista con el pícaro Enan es ambigua. Enan es un demonio tan humano que algunos críticos piensan que se trata de un desdoblamiento de personalidad, pues ambos personajes se llaman Yosef (José) y la relación del autor con el demonio puede decirse que es de amor-odio, de atracción y repulsión. El entretenimiento y la comicidad jovial se mezclan con la moralina más rancia y muchas veces contradictoria. El tono general es sentencioso: “plegaria y rezo no son posibles para una persona saciada”, “la persona harta pisotea el panal de miel”, “el vino quita la ropa en tiempo de frío”. Todo el capítulo VII es una relación de “sentencias agradables que he recogido de libros árabes”, “gentiles palabras”, o sea “paganas”.

 “Un muchacho perverso, cuya madre era una ramera, estaba lanzando piedras.

Dijo Diógenes: ‘No arrojes más, no sea que hieras a tu padre’”

 “En todo viaje o desplazamiento hay bendición o salvación”, así que incluso andar con un demonio por el mundo se impone como una ingrata obligación del conocimiento, un deber gnóstico. Está claro que el demonio no es tonto, sino más bien ingenioso: “No podrás saber el secreto de mi nombre hasta que andes en mi compañía” –le dice Enan, que acabará confesando su veterana alcurnia demoníaca, su parentesco con tan famosos demonios como Satán…. Es imposible que Zabarra no le reconozca ninguna virtud a Enan, pues en todo caso se apartaría de él, dado que “la separación del necio es mejor que la compañía del sabio”.

 No faltan observaciones de buen fisiólogo: “las cualidades espirituales van a la zaga de la naturaleza del cuerpo y de los miembros”, en un esfuerzo por deducir el carácter de la corformación física. Se espigan en el texto hermosas metáforas: “no he encontrado escorias en la plata de su afecto”, “la noche ha extendido sus alas y la aurora parpadea”; o hipérboles muy andaluzas: “Lloró de tal manera que con sus lágrimas casi limpió sus mejillas”. El trato a las mujeres resulta ambivalente: “toda las mujeres son cazadoras de almas”, “todo su amor depende de su placer y de su necesidad momentánea”, pero “hay mujeres sabias e inteligentes, virtuosas y fieles”.

 Se cita a menudo a Sócrates como filósofo “teólogo”, epíteto común en los textos árabes, y como racionalista domesticador de las pasiones. A este respecto es conveniente escuchar el consejo del prójimo, porque es desapasionado. El fin moralizante está muy claro: “Por tres cualidades se conoce al hombre: en su comportamiento con el prójimo, la sobriedad en la comida y su amor a todos los hombres”. Un cosmopolitismo con futuro. Interesantes resultan las advertencias prácticas: “No tomes veneno confiando en el antídoto”, “en la paciencia reposa el espíritu”, “no digas ‘cuando tenga tiempo estudiaré’, pues quizás no tengas tiempo”. Se llevan mal la sabiduría y la vanagloria y “tampoco luce la sabiduría en los seres violentos o feroces”: "el que hace de la sabiduría una corona para su cabeza, hace de la humildad una suela para su sandalia" (R. Yishaq Ben Eliezer).

Los historiadores de la ciencia podrán encontrar en la maqama de Zabarra buena documentación sobre los conocimientos anatómicos, dietéticos y médicos de finales del siglo XII, mezclados con suspersticiones étnicas como la consideración de la sangre menstrual como corrupta, o con extravagantes explicaciones especulativas sobre la polución nocturna, el control de la orina o el porqué de que los bastardos suelan salir más listos que los legítimos: “Mejor es bastardo humilde que bien nacido insolente”.

 Los últimos capítulos adoptan un tono satírico y profético, sobre una ciudad imaginaria que Zabarra desea abandonar, “lugar de pecado y delito”, donde todo el mundo golpea a todo el mundo mediante el azote de la calumnia, “para encender el fuego del odio y excitar el espíritu de la envidia”, donde los ignorantes difaman a los instruidos “sin tener en cuenta sus propias imperfecciones y defectos”:

 “A la derecha se levanta la canalla, a izquierda se alzan los ignorantes, el mozo ataca al anciano, el villano al noble, y el sabio depende del necio”

 Zabarra abandona la ciudad del demonio porque “No puedo morar más en una ciudad donde sólo se honra al necio y al ignorante, mientras que en la ciudad a la que quiero volver vive un anciano dotado de espíritu profético”.

Este anciano resulta ser el gran príncipe R. Seset Benveniste al que está dedicado el libro. Y Zabarra hace confesión de fe. Apuesta por la piedad y la humildad como virtudes religiosas principales: “La huella de la humildad es el temor de Dios” y “el temor de Dios es el principio de la sabiduría”. Será la piedad la que conduzca a la resurrección de los muertos, según está escrito: “He aquí que Yo haré penetrar el espíritu en vosotros y reviviréis” (Ex. 37,5).

 Como comenta Marta Forteza-Rey en su magnífica edición, el autor trata de equilibrar al final con su erudición talmúdica el aspecto laico de la obra. Concluirá en oración:

“Que Dios nos haga merecedores de ser contados entre los justos y de tener la muerte de los rectos; que nos dé nuestra parte con sus siervos, según su mucha misericordia. Amén”.

Una novela de Iris Murdoch

Una novela de Iris Murdoch

Julius King es el protagonista de la novela de Iris Murdoch: Una derrota bastante honrosa (A fairly honourable defeat, 1970). El relato sólo deviene histórico por el hecho de que sus burgueses ingleses usan el teléfono fijo y se escriben largas cartas en papel. No sé si los ingleses siguen bebiendo té, jerez, güisqui y ginebra en tan grandes dosis. La presión de la inmigración ya forma parte del fondo del escenario de la obra.

A pesar de la vocación filosófica de la autora, el relato no contiene largas reflexiones sobre el bien, el amor y la belleza (temas centrales de toda su obra), sino más bien una puesta a prueba vívida del poder limitado del bien y del amor en las relaciones humanas. Igual que La Soga de Hitchcock es una impecable refutación del vitalismo esteticista de Nietzsche que no declara muy expresamente la teoría sino más bien sus terribles y funestas consecuencias prácticas, la novela de Murdoch refuta la vía erótica hacia la idea del bien propuesta por Platón en el Banquete o, por lo menos, muestra su contingencia y falibilidad.

Novela de tesis, tal vez, aunque esta no se exponga de forma declarativa, sino que más bien el lector tenga que deducirla de la acción contada. En la que por otra parte se cruzan personajes diversos que sostienen puntos de vista contradictorios sobre la realidad que sienten y piensan. Se nota que Iris Murdoch, licenciada en Lenguas Clásicas, tenía una formación clásica oxoniense. Aunque sólo una vez se cita a Platón, una a Wittgenstein y otra a Frege, la autora cursó estudios de filosofía en Cambridge, donde tuvo por maestro a Wittgenstein y publicó el primer ensayo en inglés sobre Sartre. Además de un montón de novelas, escribió también poemarios y piezas teatrales. Hay bastante de teatral en la novela que comentamos, de oscura comedia de enredos y errores. Los capítulos quedan definidos como escenarios domésticos de los que entran y salen personajes que interactúan en ausencia y con un limitado conocimiento unos de otros.

 Se cumplen ahora cien años del nacimiento de Iris Murdoch. Ramón Luque ha publicado un ensayo sobre la escritora y en la red se puede encontrar un cómo se ha hecho (making of) de su trabajo como aproximación literaria y cinematográfica al mundo de Iris Murdoch. Ensayo sobre la intensidad (Letra Capital, marzo 2019). Copio aquí palabras de su presentación porque pueden aplicarse a Una derrota bastante honrosa:

 “La escritura de Murdoch fue intensa, con momentos emocionantes, personajes salvajes que amas u odias, tramas que no te dejan respiro... Literatura entretenida y divertida pero ojo, nada comercial, más bien culta, exigente pero amable, intelectual pero con corazón”.

 Julius King, su protagonista, es un elegante judío (Kahn fue su apellido genuino), un tipo “escurridizo” que consiguió escapar del exterminio nazi, rico y culto, recuerda el don Juan de Torrente Ballester, un intelectual esteticista y “cínico” (en el sentido moderno de que se acomoda perfectamente a unas convenciones de las que descree), un donjuanesco bon vivant que juega mefistofélicamente con el resto de los personajes como si fueran marionetas hasta que se aburre, todo ello gracias a su poder de seducción con el que normalmente acierta disparando hacia el talón de Aquiles de la vanidad y la extraordinaria capacidad humana para el autoengaño. Más limitado es el poder de su correlato femenino, la apasionada, atractriva soberbia e inestable Morgan Browne. King es “diabólico” en el sentido etimológico de la palabra, es capaz de mostrarse encantador para deshacer el status quo en el que viven su bienestar los demás. Da igual si son parejas homosexuales que matrimonios convencionales y consistentes.

 La novela no es feminista, pero tal vez cabría decir que es muy femenino su penetrante análisis de los estados emocionales, si estamos dispuestos a reconocer la superioridad femenina para la captación de los matices sentimentales, tanto de las relaciones heterosexuales como de las homosexuales. En cualquier caso, es exquisita la perspicacia con que muestra el hecho y las consecuencias de la dependencia emocional entre personas, tanto con vivientes reales como con fantasmas imaginarios de seres queridos, ya difuntos. Magistral, respecto a la descripción de la “telepatía del silencio” que caracteriza a un matrimonio bien avenido, o respecto al retrato de la relación de una mujer con su bolso…

 Singular es el personaje de Leonard Browne, un proletario que contrasta su estatus con el del resto de los personajes, que se está muriendo de cáncer de cadera. Leonard habla contra el sistema desde una vitalidad ofendida por las circunstancias. Le gusta alimentar a las palomas y polemizar sarcásticamente con su hijo, que le cuida y al que maltrata.

 Diálogos rápidos, trepidantes se combinan armoniosamente con la reflexión y el fino dibujo de los estados de ánimo de los personajes para poner de manifiesto tanto la necesidad que tenemos de formar lazos sentimentales como su fragilidad. El personaje más fuerte, el triunfador, el “rey” (King), acaba siendo el hedonista mefistofélico que sólo juega con los demás porque sabe y puede vivir solo.

Quien se basta a sí mismo, quien cuenta con suficientes recursos económicos y atractivos personales, y no necesita del reconocimiento de los demás, ése gana la partida, pero ¿quién se basta a sí mismo?

REGALO DE REYES

REGALO DE REYES

La novela de Jesús Zamora Bonilla (Madrid, 1963) es muy entretenida. Y digo “novela” porque después de las deconstrucciones del género o tras su hibridación y mestizaje con otros géneros como la historia, la crónica, la poesía, la divulgación científica o la filosofía, Regalo de Reyes (Barcelona, 2015) no aspira ni pretende ofrecer sino un espejo colorista de su tiempo, esto es, una novela, eso sí, de suspense, misterio y aventura, condimentados con algo de rojo y verde, o sea, de violencia y sexo. Bueno, tal es nuestra condición y tales son, por naturaleza, nuestros específicos colores.

 El filólogo buscará inútilmente en sus casi seiscientas páginas alardes de estilo, creaciones surreales o meta-literarias, pero su “estilo” es tan natural como el agua de una fuente serrana, tan ligero como las nubes que pasan, tan coloquial como se habla, tanto, que cuando usa algún cultismo pide perdón por ello atribuyéndolo a la pedantería del personaje. Se le escapan ciertos laísmos, que al dialecto castellano se le perdonan.

 Tampoco el filósofo hallará en la novela reflexiones profundas o discusiones sutiles, salvo quizá una pequeña muestra de humanismo clásico, la defensa anecdótica de la tradición epicúrea y su fantástica reconciliación imaginaria –tan delirante como metafísica gnóstica- con el relato canónico y evangélico del cristianismo. Y esto último sorprende especialmente y es muestra de meritoria ascesis y prudente contención, porque Zamora Bonilla es doctor en Filosofía y en Ciencias económicas, y catedrático de Filosofía de la Ciencia en la UNED.

 Es sólo una buena novela –repetimos- y por tanto un verosímil espejo fractal de nuestras vidas actuales, y por allí circulan y vuelan personajes, familiares y virtuales, reales y mediáticos, sujetos de toda condición: conductores de autobús, cerrajeros y empleadas domésticas, profes de instituto y estudiantes de bachillerato, condesas de la prensa rosa, profetas del “misterio”, señoritos calaveras, políticos progres y conservadores, leales chóferes magrebíes, arqueólogos eminentes, francesas complacientes, bailarinas sensuales, miembros del Opus Dei y traficantes de antigüedades exnazis.

Me ha resultado completamente admirable la ingeniosa hilazón de la trama argumental ya que es trepidante y fácil de seguir a pesar de su complejidad y de sus saltos geográficos y temporales. Le sienta bien cierto exotismo, pues la acción transcurre tanto en Madrid como en un palacio señorial de Polonia, en un yacimiento arqueológico en Siria, en las islas Maldivas o en el golfo de Cádiz cerca de Zahara de los Atunes, en cuya playa confiesa el autor haberla concebido muy peripatéticamente.

 No es irrelevante que sea faena de melómano: empieza y acaba como las sinfonías, con dos llamadas de atención, pura descripción de hechos criminales, terroríficos, que no entorpecen para nada el tono jocoso general, realista, de "buen rollo", irónico más que sarcástico. Su epílogo contrasta con la tragedia pasada y remata la broma dejándonos bastante tranquilos, viendo como colean seguros y aún con porvenir sus personajes principales, lo cual es siempre de agradecer.

 Aunque tengo por probado el escepticismo anti-apocalíptico y anti-sobrenatural de su autor, su posicionamiento contra la superstición y el dogmatismo religioso, su trato con el gran relato cristiano de la vida de Jesús resulta amable y discreto; su jugueteo con el símbolo de la fe católica y con las contradicciones de sus devotos es por lo menos educado y hasta compasivo, y demuestra más curiosidad y conocimiento que desdén o resentimiento.

 Como a uno le ha quedado un buen sabor de boca tras la lectura de Regalo de Reyes, es muy probable que en próximas calendas me entregue también a la lectura de Errar es de Ángeles, obra novelesca que Javier Zamora Bonilla (quien también ha cultivado el ensayo académico y no tanto), tuvo la generosidad de ofrecer gratis en formato digital. Y en mi e-book lo guardo como un valor ya seguro.

MÍSTICA Y EMBRIAGUEZ

MÍSTICA  Y EMBRIAGUEZ

Soy más del Cántico que de la Noche oscura el alma. Este bellísimo poema del mudejarillo colosal permite tanto una lectura ecológica como erótica, ambas tan intemporales y legítimas como la mística, que canta la pasión por el centro absoluto de la naturaleza, llamémosle Dios, el Amado, el Esposo o Lo Divino. Una teopatía.

¡El Cántico es una maravilla para aquellos que espiamos el rostro del Amado en los alcores, bosques y montañas, en sus humildes pamplinas o setas, y en la formidable variedad de sus hexápodos! Más todavía por cuanto Domingo Henares ha demostrado que el paisaje y fauna que tenía ante sus ojos Juan de Yepes cuando concibió el Cántico era el de las sierras de Jaén, lomas, alcores, valles y riberas del Santo Reino. 

No obstante, me ha sorprendido el eco que puede tener el concepto de la noche oscura del alma en la literatura actual cuando he visto la portada de las narraciones de Lucia Berlin. Algunos de los más prestigiosos escritores y críticos literarios la ponen en El PAÍS como uno de los mejores libros del 2016. ¡Ya lei Lucia! (sic, sin tilde), su prosa trepidante, nacida en Alaska de madre alcohólica, murió en Los Ángeles en 2004, unía la inteligencia a la belleza, como Hedi Lamarr. Pasó por el infierno de las adicciones y ¡fue discípula en Chile de Ramón J. Sender!, así que dominaba también el español. Del cielo al arroyo, se ganó la vida eventualmente como mujer de la limpieza, de ahí el título de su obra.

Observad el llavero de la carátula del libro de Lucia Berlin: 

EN LA PROFUNDA NOCHE OSCURA DEL ALMA LAS LICORERÍAS Y LOS BARES ESTÁN CERRADOS

Y ello nos lleva a reflexionar sobre cómo los extremos se tocan y la mística colinda con la bohemia y el libertinaje, la embriaguez con el éxtasis. O sobre el valor sagrado de la orgía, la cara de arrebato orgásmico de santa Teresa en la extraordinaria estatua de Bernini, o sobre el nombre de "sacra" que tiene la última vértebra, la más próxima al ojo estrellado que no nombro por decoro y que al parecer tiene forma de mitra arzobispal (la vértebra). Allí donde la espalda pierde su casto nombre.

En fin, de estos asuntos tan delicados y oscuros como apasionantes se ocuparon Bataille, Ciorán de otro modo, y yo, más oculto, en mi tesina sobre Los excesos de la voluntad, don Juan y San Juan, aunque con pedantería e inocencia propia de los veinte años, y de la que tal vez algún día os hable, si os interesa y estamos vivos, quiéralo San Juan...

SARCASMOS DE GUSTAVO ADOLFO

SARCASMOS DE GUSTAVO ADOLFO

“Entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra”

G. A. Bécquer, “Introducción sinfónica”.

 

Nadie negará hoy que Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), cuya vida pasó inadvertida como una onda sonante en un mar sin playa o como un cometa errante en el inhumano vacío sideral, fue un genio de la anécdota sentimental capaz de expresar como nadie la vivencia del sentir íntimo, amoroso, anhelante, la sed de infinito de un idealismo sostenido por la bondad natural de un huérfano sin recursos de un pintor costumbrista, y hermano de otro, Valeriano.

Su obra de juventud es hoy referente clásico. Junto a la de Rosalía, su poesía sobresale por encima de la mediocridad retórica en que se descompuso el romanticismo a mitad del siglo XIX. Tímido, retraído y soñador, hábil para el dibujo y con fino oído para la música, tuvo además el gesto heroico de morir joven y convertirse así en un símbolo melancólico.

Por debajo o por encima de su exasperada sensibilidad de amante enfermizo, despechado, desesperado, se detecta a veces un cinismo sarcástico decepcionado, que poco tiene que ver con su imagen de adorador de una Mujer sublimada e inalcanzable, como en la Rima XXVI:

Voy contra mi interés al confesarlo,

no obstante, amada mía,

pienso cual tú que una oda sólo es buena

de un billete del Banco al dorso escrita.

No faltará algún necio que al oírlo

se haga cruces y diga:

Mujer al fin del siglo diez y nueve

material y prosaica… ¡Boberías!

¡Voces que hacen correr cuatro poetas

que en invierno se embozan con la lira!

¡Ladridos de los perros a la luna!

Tú sabes y yo sé que en esta vida,

con genio es muy contado el que la escribe,

y con oro cualquiera hace poesía.

Qué poco tiene que ver este sarcasmo con esos “suspirillos germánicos”, expresión esta con la que Núñez de Arce calificó las rimas del sevillano. La ironía, el doloroso sarcasmo, seguramente nace del contraste, de la desigualdad existente entre nuestro poeta, esteta que vive intensamente de sus aficiones y afecciones íntimas, y la hija de un médico de la burguesía castellana, como era el perfil de Casta Esteban Navarro, la esposa que tras darle tres hijos abandonó a Gustavo el año de la revolución contra Isabel II (1868) o, por lo menos, le fue infiel por una temporada, según recoge la crítica histórica, hasta la muerte de Valeriano en septiembre de 1870 y la de Gustavo el 22 de diciembre del mismo año. Los pintores Casado del Alisal y Vicente Palmaroli le retratan en su lecho. A principios del año siguiente aparecerá póstuma la primera edición de sus Rimas con prólogo de Ramón Rodríguez Correa (h.1840-1894), periodista, literato y político que llegó a ser diputado a Cortes y Consejero de Estado.

Desde 1868 se sucedieron los desastres en la vida de Gustavo, desaparece el manuscrito de sus versos, renuncia al cargo de fiscal de novelas… Se muda con su hermano y con sus hijos a Toledo en 1869. Allí sacará de su memoria y de su genio el Libro de los gorriones. Por desgracia, desconocemos lo que Gustavo expresó en sus cartas, pues las quemó en vísperas del fin “para no comprometer su honor”.

Cínico y esteticista es también el desarrollo y conclusión de la Rima XXXIV. Tras ponderar el poeta la mirada de su ídolo:

Los ojos entreabre, aquellos ojos

tan claros como el día,

y la tierra y el cielo, cuanto abarcan

arden con nueva luz en sus pupilas.

……………

¿Qué es estúpida? ¡Bah! Mientras callando

guarde oscuro el enigma,

siempre valdrá lo que yo creo que calla

más que lo que otra cualquiera me diga.

 

Es evidente la influencia del Heine, traducido por Eulogio Florentino Sanz, en la poesía de Bécquer, pero más justo que Núñez de Arce fue con Bécquer don Antonio Machado al darse cuenta de la moderna y diáfana originalidad de su poesía y atribuirle a sus versos el “don preclaro de evocar los sueños”.

Vio Bécquer en el amor una fuerza que impulsa hacia el misterio de lo desconocido: “Yo me siento arrastrado por tus ojos –pero a dónde me arrastran no lo sé”. Del amor deseado al cumplido y de éste al desesperado: celos, abandono, dolor, soledad, siempre en presente permanente, como los sueños.

(El dibujo que ilustra esta entrada es del propio Gustavo Adolfo Bécquer)

ARAÑA RECLUSA

ARAÑA RECLUSA

No tenía ni idea del porqué del pseudónimo Vargas en una parisina llamada Frèderique Andoin-Rouzeau, nacida en 1957. La socorrida Wikipedia lo aclara, el alias hace referencia al personaje de María Vargas, interpretado por Ava Gardner en la peli La condesa descalza. A Fred Vargas la editorial Siruela la publicita como autora mundialmente conocida de novela policíaca.

He leído este verano Cuando sale la reclusa, aconsejado por el “trino” de un amigo. Pero es mucha casualidad que me haya topado con esta novela que lleva en su título el nombre popular de una araña. ¡Me fascinan los invertebrados! Parece que los surrealistas tenían razón cuando veían en estas y otras casualidades un azar significativo, algo así como una causalidad sobrenatural, inconsciente, mágica. El caso es que, mediada la novela, para mayor casualidad -o causalidad- inquietante hallé una araña del mismo género que la protagonista en el fondo de la piscina. Araña violinista, suavemente venenosa, Loxosceles rufescens(*). Menos tóxica que su pariente americana, Loxosceles reclusa.

La novela de Fred Vargas –como tantas de su género- está protagonizada por un comisario solitario, duro por fuera, tierno o jugoso por dentro como un huevo. Dirige una brigada de personajes con un perfil posmoderno, bien definido, con los que interacciona de forma diversa y sentimental. Hay que poner atención a los diálogos, sutiles, chispeantes, salpicados de referencias históricas y literarias.

Se percibe la formación de arqueóloga de su autora y su gusto romántico por lo medieval. La trama, asociada a antiguos crímenes sexuales, concluye un tanto previsible, pero no por ello aburre.

Nota

* Luego me he dado cuenta de que a esta araña ya la había visto antes. He aquí mi foto de una hembra viva de LoxoscelLes rufescens, en la Loma de Úbeda, diciembre de 2008: 

https://www.biodiversidadvirtual.org/insectarium/Loxosceles-rufescens-img57779.search.html


FRESCO OLOR A SILENCIO

FRESCO OLOR A SILENCIO

Dice mi amigo Modesto Modales que a Patria, la novela bestselista de Fernando Aramburu (Tusquets, 2016) le sobran trescientas páginas. Lo ha dicho con su habitual vehemencia. ¡Y a mí que se me ha hecho corta! Me la he bebido, como otros de mi familia antes que yo. Pero Modesto sabe mucho de Literatura; ha leído bibliotecas y bibliotecas. Sostiene que la novela actual está alienada desde hace décadas por el formato que le imponen: en primer lugar, los editores que te dicen: “Juan, si quieres el premio P –es un decir- tienes que añadirle a tu borrador ochenta páginas que transcurran en el Caribe"…; en segundo lugar, la novela contemporánea ha acabado ajustada al corsé que le imponen los ordenadores, los procesadores de textos telemáticos. Párrafos y capítulos iguales, tantas o cuantas palabras…

A mí, Patria, la verdad, me ha dejado un buen sabor de boca. Frases cortas, estilo periodístico y ese juego de pronombres que te identifica a la vez que te distancia de un personaje, todo en el mismo párrafo y sin que te des ni cuenta. Alguna de sus frases merece un “trino”, que es como deberíamos llamar al tweet: “A Joxian se le notaba como un orgullo de tener un hijo que se portaba igual que una cabra”.

¿Hiperrealismo? A veces he pensado que a la novela le faltaba poesía. Pero mi juicio era equivocado, y es que lo entrañable del relato está en lo que sucede, en la banalidad de lo trágico, en la tozudez de los personajes o en sus angustias justificadas por los hechos. En la narración más que en su forma. Aunque no falta alguna atrevida sinestesia, como la que sirve de título a esta entrada.

Así por ejemplo, cuando Aramburu cuenta cómo el Txato –el empresario vasco asesinado- le calentaba la cama a Bittori, su mujer, “un hábito que no nacía de acuerdo alguno entre ellos”… (pg. 149). Aunque la novela es nada sentenciosa, resulta posible rescatar algún aforismo rotundo: “la soledad ayuda a los hombres a volverse serenos y reflexivos”. Pero, ¿quién aguanta la soledad cuando lo que prima es el olor a establo? ¡Es tan difícil soportar la presión de aquellos que consideramos amigos e iguales! ¡Es tan fácil dejarse conducir por el rebaño al fanatismo y al crimen! Somos una especie gregaria. El ambiente pueblerino en el que tanto cuentan las insidiosas envidias, el qué dirán, hasta el qué pensarán, resulta tan agobiante como ineludible.

Cuando uno ya parece saberlo todo, la cosa se complica y la narración mantiene su interés… ¿Qué pasará, en qué acabará todo?, se pregunta el lector. A Luisela, que lo ha leído de cabo a rabo, le ha parecido sorprendente el final. No pienso aquí reventárselo a nadie.

Escribir sin odio contra el lenguaje del odio tiene su mérito ético, social e histórico. Aunque convenga no olvidar, sobre todo para no repetir errores funestos, también la desmemoria cura, mas no el olvido “tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias”.

Héroes de pacotilla, soldados de chichaynabo, asesinos banales como los pintó Hannah Arendt, pobres chicos y madres engañados en una sociedad que se somete a sí misma al terror y la división, al desvarío en nombre de un sueño imposible.

Es muy probable que esta notable novela signe en el tiempo la derrota literaria de ETA. Así lo esperamos.