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Literatura

BARCAROLA

BARCAROLA

“Lo que creemos sin confusión alguna

¿nace de nuestra propia confusión?”

F. Arrabal

BARCAROLA Tal vez sea la revista cultural más antigua de la democracia. Fundada en 1979, ha recibido con toda justicia la Medalla al Mérito Cultural de su comunidad, la de Castilla-La Mancha. Tanto su Consejo de Redacción como sus Miembros de Honor son de postín.

Cuando la metrópolis entra en decadencia, Cartago se toma la revancha. La periferia desembarca en el centro de “La Movida”. Los de "La Movida" está colocados. Quiero decir que las provincias toman el relevo creador. Allí, en la periferia, todavía se trabaja, porque hay que ganarse la vida y no reparte “La Corte” su sopa boba, ni el tirano Nerón su pan y circo. Allí, en el medio semi-rural, la gente se educa y trabaja. Dudo que existan en nuestra Piel de Toro otras revistas culturales de la calidad física y metafísica de BARCAROLA.

Los números de noviembre de 2017 (87/88) son un lujo de contenido y presentación: la sección de poesía incluye inéditos de Juan Ramón… “Van los caminos/ del mundo por el cielo”… “Aspirar inmensamente/ la carne en miel de los almendros blancos”. Luis Alberto de Cuenca, sobre un insomnio que se rinde al murmullo de la lluvia otoñal. Javier del Prado, que celebra la palabra contra tanta “filosofía de la nada” y tanta “poética del silencio”, la palabra que, aunque no crea objetos “…inventa el ser/ en su existencia/ fugitiva”. Rubén Martín Díaz recuerda “un bosquecillo a las afueras/ de la ciudad de la infancia”, y Amparo Alfaro proclama el valor de un compromiso “firmado con tinta de alas, / sellado con aroma de cielo./ Eterno”. Ya raro, el compromiso, en los tiempos del poliamor, la promesa que recoja lo andado y abrace el juego del amor. Para Amparo, Verdad es “la paloma que ronda, el corazón que duele”,/ el poema olvidado en un libro en ruinas,/ los párpados caídos en los ojos y el vuelo firme de una mariposa”. A Rosaria Díaz la nostalgia le araña la cara hasta que sangra. De Rafael Camarasa aparecen algunos poemas de Sin noticias en Liliput, poemario ganador del XXXII Certamen de Poesía Barcarola 2017. El poeta reinventa la metáfora usada por Freud para referir al Inconsciente: “Di que eres un témpano que oculta bajo el agua/ las tres cuartas partes de lo que es”.

La sección de narrativa incluye relato de J.J. Armas Marcelo, otro de Roberto Ruiz de Huydobro que resucita a Gregor Samsa, el protagonista de la metamorfosis kafkiana, pero ahora no es el autor quien se convierte en insecto, sino el resto de la humanidad, empezando por su familia. Francisco Javier Parera nos regresa a Estigia.

El número incluye monografía sobre el ubetense Antonio Muñoz Molina y sobre mi tocayo el poeta Gil de Biedma. Pero también –y esto me afecta en lo más hondo- “Nuevas revelaciones sobre Oliva Sabuco y su familia…”, de Aurelio Pretel. Aquí hago una digresión de las que soy adicto…

***

El escrito de Pretel es resultado de un meritorio y concienzudo trabajo de investigación documental. El autor desmantela con científicas razones el mito “olivódulo”, “olivófilo” u “olivómano” (este último epíteto es cosecha propia) que se ha venido cociendo durante siglos en torno a la autoría femenina de la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre… (1587), mito del que fue principal iniciador –no lo olvidemos- el propio padre de doña Oliva, o sea, el bachiller Miguel Sabuco.

En efecto, todos los esfuerzos que se han hecho (a veces desde el fanatismo ginecéntrico o “femilisto”) para afianzar la autoría femenina de la originalísima obra de nuestro Renacimiento, más bien han debilitado la hipótesis de que fuese su autora doña Oliva, la chica de Alcaraz, en lugar de fortalecerla. A pesar de la educada crítica que Aurelio Pretel me dedica (gracias le sean dadas por nombrarme y suponerme bien informado), ni he pensado ni pienso tomar partido “hasta mancharme” en esta guerra entre miguelistas y olivistas, o entre miguelófilos y olivófilos. Porque a mí lo que me ha importado siempre de esta extraña y andrógina obra es el contenido, originalísimo y anticipador, así como su lenguaje, particularmente el de su parte castellana. Aunque es evidente que el enigma o la polémica acerca de la autoría añaden interés a su lectura. A este respecto, si Oliva no fue su autora, Miguel se puede consagrar como un profético publicista (el editor portugués de 1622, Fructuoso Lourenço, ya hizo un uso publicitario del sexo de la supuesta autora, señalando a Oliva Sabuco como muerta y calumniada, cuando aún vivía).

De todos modos, y por más que se acumulen documentos en contra. Siempre queda margen para la duda; y duda no es certidumbre. El tono femenino de algunas partes del libro es indudable, así como oscura la intención del padre al poner la obra bajo el nombre de la hija, dedicándola ni más ni menos que al rey de las Españas. Por supuesto, y desde el descubrimiento en 1900 del testamento de Miguel Sabuco por José Marco Hidalgo, documento al que se han sumado luego un puñado más en la misma dirección, es mucho más verosímil que la obra fuese del padre, que no de la hija, sobre todo si es ésta de su puño y letra quien así lo indica. En efecto, don Aurelio, una cosa es la libertad y fantasía del literato (“se non è vero, è ben trovato”), y otra el rigor que debemos exigir al historiador que, como Pretel, debe atenerse y se atiene a lo documentado.

¿Cuál debe ser el límite de la libertad del artista? ¿Admite límites lógicos o éticos el arte? No voy a entrar aquí en estos arduos problemas de estética y ética, ni en la controvertida relación entre la ficción y la posverdad, o la ficción y la estética de la mentira (asunto este de referencia en otro artículo del mismo número de BARCAROLA).

Admito que tengo el corazón –como el cantautor andaluz- “partío”. Me mola el cuento de una chica de veinticinco, de la época de Felipe II, en un pueblo serrano de La Mancha, con conocimientos, talento y coraje como para poner patas arriba la tradición médica de su época, anticipando la importancia psicofísica de la inteligencia emocional para la conservación de la salud, o de la educación musical para la formación armónica del espíritu. Los veinticinco años de entonces no son los aniñados de ahora. Y desde luego, no es imposible que una chica de Alcaraz escribiera, o inspirara, parte de esta asombrosa obra. A fin de cuentas, pudo contar con su padre como mentor, y por la rebotica de Miguel en Alcaraz anduvo el primer traductor al español de la Ética para Nicómaco de Aristóteles, el excelente humanista Pedro Simón Abril. Pero el relato de los hechos que pudieron suceder o que nos gustaría que hubieran sucedido, y el que Miguel cuenta en su testamento y doña Oliva misma contó en papeles que firmó, parecen ir cada uno por su lado, como dos cuentos distintos, uno más verosímil y realista, otro más romántico y fantástico.

El relato veraz y objetivo del historiador y el relato simbólico al que llamamos, con desdén injustificado, "mito", cumplen papeles culturales bien distintos. Ni hay que decir que los sueños colectivos, tales son los mitos, tienen más relevancia, más fuerza política, que las verdades históricas, por bien documentadas que éstas estén. Ni hay que decir que los mitos son el motor de cualquier ideología. Y la llamada ideología de género está a la orden del día (es decir que ordena en mayor o menor medida nuestro mundo simbólico). Así que, ¡ojo a los mitos! Porque los hay destructivos y constructivos, edificantes y disolventes. Mi amigo Eduardo Ruiz Jarén (que en paz descanse), estudioso de la Nueva Filosofía como este servidor, hizo un uso muy constructivo del mito de doña Oliva autora de la Nueva Filosofía, animando a sus alumnas a emprender el camino de la ciencia… Su librito, que tuve el honor de prologar, es un buen ejemplo de ello: Oliva Sabuco: filosofía y salud (Madrid 2008). Empresa educativa bien respetable. La cuna del hombre la mecen y la mecerán con cuentos, porque estos nos hablan, más que la ciencia, de lo que fundamentalmente –al menos, según otro sefardita, Benito Spinoza- somos: una madeja de deseos, a veces contradictorios. Uno ama la verdad, pero también ama sus sueños. Y lo peor es que la frontera entre sueños y verdad no está bien trazada. Mucho menos en las ciencias llamadas morales, sociales, del espíritu, o humanas.

Como afirma Pretel al final de su riguroso artículo, el mito literario creado y mantenido durante cuatro siglos, y aún en nuestros días, puede resultar un fenómeno divertido... Pero, más allá de la diversión, también refleja una honda y justificada aspiración del sexo de doña Oliva. Para mí, esa aspiración es tan noble como la misteriosa intención por la que Miguel puso la obra a nombre de su hija, esa jugada del bachiller seguirá tal vez pasmando e intrigando a la posteridad bajo dos nombres vegetales y emblemáticos: Oliva y Sabuco.

***

El número de BARCAROLA que comento incluye también un texto de Fernando Arrabal. No soy fan suyo, pero le admiro desde que monté en Villacarrillo El Triciclo con mis alumnos de bachillerato, una muestra excelente de teatro esencial, de "teatro pánico". Su texto será leído con interés por quien quiera aprender algo sobre las barbaridades que se han dicho y hecho por la masturbación (el vicio de Onán), barbaridades no atribuibles sólo a castos ascetas, sino a confesos ateos y revolucionarios ilustrados, incluido mi querido Voltaire, Príncipe de la tolerancia, quien en esto no se mostró precisamente tolerante.

Uno de ellos, el “gilimalvado” fiscal Hébert, denunció cómo “la viuda Capeta (María Antonieta), yegua lúbrica y nueva Agripina, inició a su propio hijo a la práctica de esta atrocidad animal que espanta por su horror”. Aún en 1974, la Enciclopaedia Britannica definía el onanismo como “very great crime”.

Como traducciones inéditas, BARCAROLA incluye una de Salvatore Quasimodo y algunos fragmentos de Flennery O’Connor. Teatro, Efemérides, Entrevista, son otras secciones. Hasta un espacio para el Haiku. Acaba el número con un perfil del artista filopostista Antonio Beneyto… “hacia territorios inexplorados donde la soledad no existe, diluida en el vértigo de la escritura”.

DEMIÁN

DEMIÁN

"Llega a ser quien eres"

Píndaro

Una amiga de la facultad me habló de Demián, la "novela de formación" de Hermann Hesse. Yo había leído El lobo estepario de este autor. Ningún relato alemán me ha dejado una huella más profunda, salvo quizá Opiniones de un payaso de Heinrich Böll, más que El tambor de hojalata de Grass. No podría evocar voluntariamente nada de la trama de estos relatos, pero sin duda dejaron marca en mi corazón, o en el fondo de mi inconsciente. También te ha formado lo que olvidas. El otro día me di de bruces en el portal de un chamarilero con Demián.

Acepté mi destino. Fue un encuentro significativo. Acababa de perder a la principal de mis "Evas" particulares y la traducción de Luis López-Ballesteros de editores mexicanos unidos me ofrecía otra Lilith imaginaria a la que admirar sin descender al contacto de la carne. Le he dado las gracias al Dios-demonio Abraxas, adorado por los cainitas, y ya se sabe que lo somos todos, aunque no portemos la señal en la frente.

"Eva" es personaje encantador de la novelita de Hesse, casi más fascinante que su hijo Demián. Eva es madre putativa, guía espiritual, sublime y edípico objeto erótico. Misteriosa madre de Max Demián, bella y madura, cuenta a Emil Sinclair, protagonista del relato escrito en primera persona, un par de fábulas instructivas sobre el amor. La moraleja de una de ellas no tiene desperdicio:

"El amor no debe pedir ni exigir tampoco. Ha de tener la fuerza de llegar en sí mismo a la certeza, y entonces atrae ya en lugar de ser atraído". 

En lo intelectual, la obra combina gnosticismo cristiano y psicoanálisis junguiano con voluntarismo nietzscheano:

"Cuando un animal o un hombre orienta toda su atención y toda su voluntad hacia una cosa determinada, acaba por conseguirla"...

¿Sí? Lo dudo; la circunstancia puede ser dura y determinante; el destino, trágico. Ya es bastante trágico que para que uno nazca tenga que destruir un mundo, como el pichón que rompe el cascarón para emerger del huevo. Pero es más frecuente que el mundo le destruya a uno, sobre todo si se empeña en crecer como rara avis.

Hesse es muy agudo y sutil en la descripción de los estados de ánimo del personaje principal, en las tonalidades de abatimiento, de calma o de euforia. Es evidente que ha aprovechado la experiencia y reflexión íntimas para su recreación. En lo social, parece proponer un elitismo cainita pero espiritualizado, defendiendo a rajatabla el derecho del individuo a ser sí mismo, a abrazarse a su destino, como en el imperativo de Píndaro que adorna esta entrada, es decir defiende el sagrado derecho del individuo de talento y carácter -solitario, que no desolado- a forjar costumbres distintas a las burguesas, un destino diferenciado frente a los instintos gregarios de la masa temerosa...

"Los hombres se unen porque tienen miedo unos de otros, y cada uno se refugia entre los suyos... Se tiene miedo cuando no se está de acuerdo consigo mismo".

Romanticismo tardío, pero romanticismo a fin de cuentas: apertura a lo mágico, interés por lo simbólico. También aquí, como en la Divina Comedia, hay una Beatrice a la que se ama en secreto y a distancia, sirviendo al protagonista de ídolo, ideal redentor y estímulo creativo.

Me sorprendió que Demián se publicara en 1919 con seudónimo, inmediatamente después del primer gran desastre bélico europeo del siglo XX. Y hay en ella como la premonición de un nuevo desastre más atroz aún que el primero.

Late en la novela una clara voluntad de renovación del credo occidental... un impulso de renovación religiosa de Europa, cuya decadencia espiritual se constata. Algunas de las propuestas parecen precursoras de lo que luego se llamará New Age, como si se buscara un nuevo culto o una nueva religión que hiciera posible la superación de la perdida armonía entre el hombre y la naturaleza.

Me han gustado mucho algunas analogías naturalistas, como esta en la que compara el fin de la niñez con la pérdida de hojas de los árboles en otoño:

"No de otro modo pierde sus hojas el árbol otoñal en torno suyo. No lo siente, y la lluvia, la escarcha y el sol resbalan por su tronco, mientras su vida se retira a lo más íntimo y recóndito. No muere. Espera".

LAS OCTOARAÑAS DE RAMA

LAS OCTOARAÑAS DE RAMA

En la coda de su monumental tetralogía de RAMA, Rama revelada, Arthur C. Clarke (en colaboración con Gentry Lee, a su vez colaborador de Carl Sagan) crea una especie alienígena inteligente muy interesante...

Las octoarañas son sordas, pero se comunican estupendamente mediante un código cromático. Se les iluminan unas bandas en la cabeza, unas bandas dinámicas de color de diferentes anchuras, hasta más allá y más acá de los colores visibles para el ojo humano, es decir, un código que incluye también matices diversos de infrarrojos y ultravioletas:

"La octoaraña hizo destellar el amplio carmesí, a lo que siguieron un azul cobalto más estrecho y un brillante amarillo: la frase quería decir ’gracias’ en idioma octoaránido".

La sociedad octoaránida tenía un gran sentido de la ética, desde luego bastante superior al humano. A ninguna octoaraña se le ocurre ejercer la autoridad para mantenerse en el poder, a no ser por el bien común de su especie; mientras que entre los humanos -como recoge el autor y prueban los acontecimientos ocurridos en la colonia de Nuevo Edén- es común que un tirano o una oligarquía, gobierne sólo para mantenerse en el poder, incluso contra el bien común.

Las octoarañas sólo transigen con la guerra in extremis, en caso de peligro inminente para la especie o riesgo para su supervivencia. Una vez acabada la guerra, aquellos ejemplares de octoarañas que hayan intervenido en su declaración o implemento serán exterminados, ya fuesen jefes, oficiales o tropa.

Las octoarañas ponen la información en la cima de su escala de valores.

Pero aún más sugestivo que su lenguaje o su ética resulta su modo de vida, en simbiosis con otras muchas especies que las octo han diseñado o transgenizado según sus necesidades técnicas y vitales:

"Imagina un ingeniero en biología muy experto sentado ante un teclado, diseñando un organismo vivo que satisface ciertas especificaciones sistémicas... Es un concepto que a uno le deja pasmado".

Ya estamos en esas. La ingeniería biológica, genética, será la reina de los saberes en las próximas décadas, o centurias, si es que duramos tanto.

Las "octo" usan microorganismos prediseñados para curar tumores o mejorar el funcionamiento de sus órganos internos, macroorganismos para sembrar o recolectar cosechas, híbridos para fabricar nutrientes, algo parecido a los erizos para producir energía eléctrica... En lugar de máquinas que parecen inteligentes han diseñado vivientes  que parecen máquinas, organizando un millar de formas de vida en una enorme pirámide biológica cuya cúspide ocupan y a la que gobiernan optimizando recursos dentro de un gran sistema simbiótico.

Para iluminarse, por ejemplo, usan enjambres de animales voladores parecidos a luciérnagas terrestres, aunque de mayor tamaño.

Las octoarañas pueden prolongar sus vidas asexuadas casi infinitamente, o decidir madurar sexualmente en un ambiente alternativo mucho más agresivo e inseguro, y con más escasas espectativas de existencia. Pero, ¿quién ha dicho que una vida más larga es preferible a una vida más alta? Cada una, llegado el momento, toma la decisión de ser asexuada o alternativa (con la esperanza de dejar descendencia).

En el momento en que consumen más recursos de los que producen, materiales o inmateriales, muebles o inmuebles, previa advertencia entran en una lista de exterminio programado, indoloro, que optimiza los recursos y las posibilidades de supervivencia de la comunidad. Las exterminandas lo aceptan solidariamente, si disminuyen drásticamente sus aportes optimizadores o cometen un fallo garrafal en las tareas grupales. 

Nicole des Jardins, la doctora negra y protagonista indiscutible de la tetralogía, acaba por hacer amistad con Doctora Azul, una octoaraña. He buscado por la Red alguna representación icónica de las octoarañas, pero las que he encontrado son muy pobres al lado de su descripción literaria: 

"Richard se concentró en la octoaraña jefe y trazó una cuidadosa imagen en su mente: el cuerpo de la octoaraña, casi esférico, era de color gris carbón, tenía un diámetro de cerca de un metro y prácticamente carecía de rasgos distintivos, con la excepción de una hendedura vertical de veinte o veinticinco centímetros de ancho, que iba desde la parte superior hasta la inferior, donde el cuerpo se descomponía en los ocho tentáculos negros y dorados, cada uno de dos metros de largo, que se extendían por el suelo. En el interior de la hendedura vertical había muchas papilas y plegaduras desconocidas. Casi con seguridad, sensores, pensó Richard, la más grande de las cuales era una gran estructura rectangular con forma de lente, que contenía alguna clase de fluido.Cuando los dos pares de seres se miraron con fijeza desde lados opuestos de la sala, una ancha banda de coloración púrpura brillante se extendió alrededor de la “cabeza” de la octoaraña jefe. Esta banda se originó en uno de los bordes paralelos de la hendedura vertical y se desplazó alrededor de la cabeza, para desaparecer dentro del borde opuesto de la hendedura, casi trescientos sesenta grados después. La siguió, al cabo de pocos segundos, una complicada banda de colores, compuesta por barras rojas, verdes y algunas incoloras, que también describieron el mismo recorrido alrededor de la cabeza de la octoaraña."

Nota: La ilustración de esta entrada es una recreación artística del mundo cilíndrico de Rama, por Jim Burns.

MINIMALISMO NEGRO

MINIMALISMO NEGRO

La recomendación me vino de uno de los tertulianos de RNE. En un programa de debate cultural que resultó muy interesante y donde salió a relucir la controvertida figura del poeta ultraísta y excepcional periodista César González Ruano, quien engañó y vendió a judíos durante la segunda guerra mundial, e intentó engañar también a la Gestapo que le metió en la cárcel y, no contento con escribir más de 300.000 artículos, también escribió novelas, dramas, y fue biógrafo de Baudelaire y de Mata-Hari.

También se habló en aquella tertulia de Borges y del París de la ocupación nazi, donde la resistencia brilló más bien por su ausencia y donde se habían exiliado importantes representantes de la intelectualidad española que han escrito sobre aquellos años, entre ellos el enorme periodista y narrador Manuel Chaves Nogales, que luego saltó al Reino Unido.

Al final del radiofónico programa, los tertulianos recomendaron lecturas para el verano. Presté atención a una de sus recomendaciones, una novela negra: La chica de Kyushu (1961) de Seicho Matsumoto (1909-1992), traducida por Marina Bornas para Libros del Asteroide (2017).

Su estructura narrativa me ha recordado la del bolero de Ravel. Como si uno fuera un niño, se siente seguro oyendo la repetición de lo mismo, la circunstancias de un par de crímenes, los detalles de sus escenarios, desde la perspectiva de un manojo de personajes entre los cuales se celebra la trama con la simplicidad de una tragedia clásica.

Pero, muy al contrario que en las de Eurípides, los personajes apenas reflexionan a lo grande. No he encontrado en toda la novela un solo aforismo, una sola idea abstracta subrayable, ni una sola generalización memorable o tuiteable. Apenas un par de metáforas y un par de comparaciones. El fondo paisajístico queda resuelto en un leve brochazo de cielo, árbol, edificio, portal o calle.

No sé si esto es más bien un mérito en un género en el que lo que importa es la narración de los hechos. Novela negra minimalista. La novelita gana interés a medida que uno avanza. Todo lo que importa es lo que sucedió, lo que sucede y lo que sucederá. Sus detalles. El final tal vez sea lo mejor, un fin trágico que no pienso reventar aquí. No se cae de las manos, aunque no la tengo por obra maestra.

Particularmente pintoresca resulta la relación de los clientes de un bar de copas con las camareras que no son chicas de alterne, sino otra cosa que recuerda el geishato, madres, incluso abuelas putativas. Cero sexo y cero violencia, salvo la de los crímenes de autor incógnito.

Una frase de Séneca –seguramente añadida por la editorial, que ha cuidado todos los detalles- sirve de colofón:

“Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía”.

Deberían colgarla de lema, inscrita en metal noble, a la entrada de nuestro ministerio de Justicia. E implementarla.

PASIONES ESCRITAS

PASIONES ESCRITAS

Sobre Miguel Hernández y Juan de la Cruz

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

De la Elegía a Ramón Sijé, Miguel Hernández.

Luis Cernuda, en sus Consideraciones provisionales sobre la poesía española contemporánea, describe cómo la pasión avasalla los versos de Miguel Hernández. Cuenta cómo pasó de un folklorismo latente a cultivar la tendencia barroca (en Perito en lunas).

Cernuda considera el barroquismo, plaga de la literatura española; como el esteticismo, lo es de la inglesa; el academicismo, de la francesa; y la pedantería, de la alemana.

Recuerda de qué manera Miguel Hernández se ganó la vida ayudando a José M. Cossío en la preparación de la obra Los toros en la poesía española, y alude a las dos grandes amistades e influencias de Hernández: Neruda y Aleixandre. Aunque Lorca le ninguneó, “a Lorca también debió algo” –dice Cernuda.

***

Miguel Hernández muestra de qué extraña manera, de una vida brevísima, estrellada contra la guerra, dura, aprisionada y desesperada de ausencias, puede surgir una obra excelente cuando sobra el talento. “No hay mal que por bien no venga”. Como dice el poeta, lo primero que vio fue una herida y fue nutrido con un zumo de espada loca y homicida, y con leche de tueras, amargos purgantes del todo inmerecidos.

Sus versos –dice Cernuda- despiertan quizá una simpatía que incluso se antepone a la consideración de su valor poético. Cernuda lo pinta más de poeta que de artista, “fogoso y de retórica pronta”, al extremo contrario de un Garcilaso. Y es que para Cernuda, “la destrucción y la muerte, sea bajo tal o cual pretexto, no se pueden cantar ni mucho menos glorificar”. Y sin embargo, se pregunta extrañado cómo es posible que la poesía se pusiera de moda con la guerra.

Emociones a flor de muerte, bajo "el resplandor de los dientes que acechan".

La poesía de Miguel Hernández fue evolucionando hacia la sencillez del lenguaje hablado y el tono directo. Sus mejores poemas –según Manolo Madrid- fueron los últimos. Esos que apenas pudo garabatear con lápiz en papel higiénico o de estraza y que su esposa, Josefina Manresa, quesadeña, sacaba ocultos, como sacros misterios, de la cárcel. Los póstumos del Cancionero y romancero de ausencias, o los de El hombre acecha.

 ***

Manuel Expósito me convocó para una tertulia televisiva, que comparase a San Juan de la Cruz con Miguel Hernández. Y se celebró en el oratorio de San Juan de la Cruz en Úbeda, a salvo del horno en que se habían convertido las calles en este fin de primavera infernal. Allí tuve la oportunidad de conocer a Fernando Donaire, estudioso del cine de Almodóvar, prior de los carmelitas descalzos de Úbeda, y autor de un libro sobre Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que tuvo la amabilidad de regalarme: De luz y de sombra (Monte Carmelo, 2013).

En la tahona donde lideraba la tertulia poética su neocatólico amigo Ramón Sijé, le prestaron los clásicos a Miguel Hernández. Y entre ellos, sin duda, los tres poemas por los que Juan de la Cruz se ha consagrado como uno de los más grandes, si no el mayor: Cántico, Noche y Llama.

Similar tragedia de incomprensión de sus contemporáneos y aún paisanos o correligionarios, de extemporaneidad, y de ausencias del Amado o de la amada. Sendas voces ardientes y puras. Teopatía mística del de Fontiveros; vitalismo trágico del de Orihuela.

Sólo el amor nos salva y queda en nada, o sólo en sexo, sin la virtualidad creadora del Verbo. Ya lo explicó Sócrates en el Banquete platónico, el amor es una poética, su erótica simbólica, tansustanciada, liberada de la carne en el místico, mas estéril en lo mundano; el amor fértil, nostálgico de carne, de besos, de melosos humores y del abrazo de la esposa viva, de la sonrisa del hijo muerto, del llanto del hijo hambriento, en Miguel.

Esperanza y fe, tras dejar todo cuidado olvidado entre azucenas; de la esperanza a la desesperación del que se sabe condenado sin remedio... "Como el toro he nacido para el luto". El amor es un entusiasmo que salva si se recibe en estado de gracia, como un don, como un duende. Iluminación.

Naturalismo panteísta en Hernández, donde la contemplación de la belleza del campo contrasta brutalmente con el sudor del trabajo y con la sangre que hizo crecer los olivos: el arrullo de la reja, los andamios de las flores, la alegría de abotonado hielo ensangrentado con que truena abriéndose la sandía, donde los lirios sirven de orinales del relente...

Aunque las aladas almas de las rosas vistan también al almendro de nata, el campo de Miguel es muy diferente de los bosques, riveras e ínsulas extrañas por donde correteó la gacela adamando. Allí, en mitad de esas "arenas de pana torturada", cielo o abismo nihilista, campo de batalla, donde el poeta ha re-querido al amigo, al compañero prematuramente ido, al camarada con el que se compartieron ilusiones, pretensiones y sueños.

Subjetivismo abnegado del místico; comunitarismo liberal del poeta republicano. En ambos casos, la sublime elevación supone un tremendo sacrificio. En esa apuesta le va al poeta la vida. Es la vida del inocente cordero que destila su savia redentora en pasiones estéticas, intelectualizadas. En ambos casos, los indicios y señales de la unión conyugal conllevan un sentido que la trascienden, que la superan.

Enorme ese Miguel que reniega del hambre... en sus versos finales, porque el hambre nos vuelve fieras, nos nivela con esos tiburones "que entienden la vida por un botín sangriento", nos regresa a la pezuña, al dominio del colmillo...

"Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera

hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.

Yo, animal familiar, con esta sangre obrera

os doy la humanidad que mi canción presiente"

"Hambre", de El hombre acecha.

Nota bene

Al lector curioso que quiera seguir la tertulia televisada sobre Miguel Hernández y Juan de la Cruz, celebrada al final de la primavera de 2017 en el Oratorio de San Juan de la Cruz de los frailes carmelitas en Úbeda: 

https://www.youtube.com/watch?v=I6Dqhrl9WUQ&sns=em


TRAICIÓN AL HOMBRE

TRAICIÓN AL HOMBRE

El problema de los tres cuerpos

En junio de 2017 Liu Cixin cumplirá cincuenta y cuatro años. Este ingeniero chino ha llegado a ser famoso y cosmopolita escritor de ciencia ficción. Sin embargo, su novela El problema de los tres cuerpospromete al principio más que da. Seguramente sabe a poco porque es la primera parte de una trilogía y deja así con ganas de más, como la serie Rama del gran Arthur C. Clarke.

Buen armazón técnico sobre el que se especula y fantasea, literatura amena, sencilla, algún simil original (“brillando como el mercurio contra las plumas de un cisne negro”), algún momento poético (“en el profundo silencio de la medianoche, el universo se revelaba a quien estuviera escuchando como una vasta desolación”), sentimientos que se ocultan, apenas se comunican, salvo la pasión política destructiva de la que parte el relato en plena Revolución Cultural (1966-1976), o mejor será decir anticultural, cuando la Joven Guardia Roja, fanatizada por Mao, declaraba capitalistas y reaccionarias las tesis de Einstein y torturaba o ejecutaba a científicos e intelectuales acusándoles de traidores al pueblo… Aquellos años en que la politización de todo resultaba tan grotesca que se llegó a proponer marchar en formación girando sólo a la izquierda, o que las luces de los semáforos se invirtiera de forma que no fuera el verde, sino el rojo de la Revolución el que permitiera seguir avanzando, años aquellos en que se podía acabar en prisión por cambiarle el marco al retrato del “Gran Timonel”.

La novela plantea, y no precisamente con optimismo, las consecuencias de un probable contacto con otra inteligencia extraterrestre dentro de un clima de antihumanismo, de desconfianza total ante las posibilidades creativas de la raza humana. La protagonista inicial de la novela ha sufrido la injusticia que se cometió contra su padre y contra ella misma durante la mal llamada "Gran Revolución Cultural Proletaria", y llega a la conclusión de que la humanidad es tan insoportablemente malvada que le vendría bien ser invadida, reformada, colonizada, domesticada o destruida por una inteligencia superior y forastera.

“La posibilidad de que el ser humano llegara a alcanzar por sí mismo un auténtico despertar ético resultaba así tan ridícula como imaginar que uno podía despegar los pies de la tierra a base de tirarse del pelo. Necesitaba la ayuda de una fuerza externa”.

Clara alusión a la proeza ética del barón de Munchausen. ¡Pero ese es precisamente el milagro de la libertad, el prodigio de la buena voluntad! A mí no deja de sorprenderme que este antihumanismo (o transhumanismo) que considera al ser humano una maldición para el resto de especies del planeta se haya vuelto un clima tan frecuente y universal que haga verosímil que en la novela de Cixin (Liu es apellido) crezca tanto el movimiento de traidores a la humanidad, aunque estos se dividan en extremosos adventistas que buscan el fin de la humanidad propiamente dicha, el apocalipsis, y en redencionistas, partidarios de una nueva religión que rinde culto a los alienígenas sobre los que fantasean. Ahora, a diferencia de tantas otras religiones humanas, quien se hallaba en crisis era su Señor, y la salvación era una responsabilidad que recaía en el creyente. De entre los redencionistas, los supervivencialistas aún confían en la salvación de sus descendientes, colaborando o comprando su libertad en la invasión del planeta por otra especie a la que consideran éticamente superior. 

Al final, los trisolarianos (habitantes de un sistema estelar próximo pero en el que las condiciones de vida son dificilísimas a causa de la caótica temporalidad impuesta por tres soles, el "problema de los tres cuerpos") no resultan menos depredadores o esquilmadores que los humanos. Malignos, los trisolarianos introducen equívocos y “milagros” en los aceleradores de partículas terráqueos para que nuestros científicos desconfíen de las leyes de la física, se desesperen, se suiciden...

Así, cuando los miembros de Fronteras de la Ciencia discuten sobre física, usan la abreviatura “SF” no en el sentido de Ciencia Ficción, sino en el sentido de dos figuras o símbolos que acaban conformando una sombría cosmología. La figura del “Shooter” (arquero) y la del “Farmer” (granjero). Nombre de dos hipótesis sobre la naturaleza fundamental de las leyes del universo.

En la hipótesis del arquero, este, por gusto o por razones que no conocemos, dispara a un blanco de modo que cada agujero creado en el mismo se aleja diez centímetros del anterior. Suponiendo que en la superficie del blanco haya vida inteligente bidimensional, sus científicos, tras observar su mundo, descubren una gran ley: “En el universo hay una agujero cada diez centímetros”, confunden así el capricho del arquero (o sus desconocidos motivos) con la realidad.

La hipótesis del granjero es más cruel. Cada mañana el granjero cósmico da de comer a sus pavos. Un pavo científico lleva un año observando el fenómeno y llega a la conclusión de que es una ley del mundo físico que “cada mañana, a las once, llega la comida”. La mañana del día de Acción de Gracias (el granjero es usamericano), el pavo científico anuncia su descubrimiento a los demás pavos, pero por desgracia ese día, a las once, en lugar de la comida aparece el granjero armado con un cuchillo y les corta el cuello a todos.

La fe en la tecnociencia parece el último “clavo ardiendo” de la esperanza humanista, una llave dudosa para abrir la puerta de nuestro futuro, pues sus efectos ecológicos perversos en el planeta Tierra parecen contradecir el candor con que la abrazan ingenieros, científicos y consumidores en general. ¿Mejoran los países ricos gracias a la tecnología? Lo que hacen es protegen su entorno a fuerza de trasladar a las zonas pobres sus industrias contaminantes y sus desechos. La desconfianza en el progreso alienta a quienes están dispuestos a facilitar la invasión de los trisolarianos adoptando un “comunismo panespecie” dispuesto a eliminar al hombre para salvar al oso panda, la ballena o a una rara golondrina.

Los personajes de la novela de Cixin son casi todos científicos, pero el verdadero “sabio” no es un teórico cosmólogo ni un experto en astrofísica o en mecánica de micropartículas, sino un policía fumador, borrachín, malencarado y grosero, con escasa formación teórica, pero con un sentido de la observación envidiable y una capacidad extraordinaria para hallar soluciones prácticas, aplicando un principio simple: “Cuando algo es muy raro, es que hay gato encerrado”, o sea, que detrás de aquello que parece no tener explicación, siempre se esconde la mano de alguien. Este principio se puede generalizar a favor de una hipótesis deísta acerca del sentido del universo.

En la novela aparecen personajes que creen que el progreso tecnológico es una enfermedad de la sociedad; más que un beneficio, es un cáncer que acabará con la vida, a menos que sustituyamos las tecnologías “drásticas” del átomo o la quema de combustibles fósiles por otras más “suaves” como la energía solar y la hidroeléctrica, y siempre a pequeña escala. Este mismo ecologismo aboga por la desurbanización gradual de las metrópolis, redistribuyendo a la población de esos desmesurados centros deshumanizados en pueblos y ciudades autosuficientes, basados en una economía principalmente agrícola.

Cixin plantea otras cuestiones capitales. Por ejemplo: ¿la ignorancia de la humanidad supone una ventaja o un obstáculo evolutivo? Una vez desvelados los misterios del universo, ¿encontrará la humanidad motivos para seguir existiendo? El caso es que personas corrientes como Da Shi (el policía borde al que antes nos hemos referido), absorbidas por sus rutinas, aguantan mejor la angustia ante lo desconocido que los intelectuales o científicos eminentes. Seguramente porque poseen una fortaleza que el conocimiento no proporciona. La gente vulgar, ajena a la ciencia y a la nueva filosofía antihumanista se siente tan instintivamente identificada con su especie que para ellos es impensable traicionar a la raza humana en su conjunto.

“Las élites intelectuales, en cambio, eran distintas, y muchos de sus integrantes habían empezado a concebir el mundo desde una perspectiva alejada del hombre. La humanidad había terminado alumbrando una gran fuerza que, aun habiendo nacido en su mismo seno, abanderaba la desafección hacia sí misma”.

En la atmósfera antiintelectualista de la novela palpita siempre como un ambiente la soledad de la inteligencia y el silencio implacable del universo, su inmensidad insondable y la pequeñez de la Tierra y de las formas de vida que la habitan como insectos.

En nuestra época parecemos andar como Ye, la astrofísica protagonista de la novela, saltando de una consideración vitalista en la que cualquier fenómeno existencial aparece digno y emocionante, a un antihumanismo en que nuestra historia se muestra entera como desvarío o patología cancerosa, una aventura humana que, equivocada o no, resulta insignificante desde una perspectiva galáctica, y con un destino que ni siquiera vale la pena, o que ni siquiera vale más que su aniquilación por una raza extraterrestre.

A través de un juego de ordenador, el autor levanta un escenario surrealista en que un Einstein redivivo toca el violín como un mendigo al pie de una inmensa pirámide y maldice la creación contando que “Dios es un jugador sinvergüenza, ¡y nos ha abandonado!”. El juego toma prestada la historia de la humanidad y algunas de sus más emblemáticas figuras, como transfondo sobre el cual desplegar una narrativa del desarrollo heroico de Trisolaris, el planeta de los extraterrestres cuyo propósito a largo plazo será mudarse a la Tierra desplazando o esclavizando a los humanos...

(Continuará)

CUANDO ARDEN LOS LIBROS

CUANDO ARDEN LOS LIBROS

En 1947, Ray Bradbury era un desconocido. Escribió un relato que fue rechazado por varias revistas. Su título, Bright Phoenix (Fénix brillante). Tuvo que esperar a 1963 para que apareciese en un número de Fantasy & Science Fiction que le estuvo dedicado.

Fénix brillante es el germen de una extraordinaria novela de 1953, que dará pie a una excelente película de François Truffaut estrenada en 1966 y protagonizada por Oskar Werner, Julie Christie (en el papel de una Clarisse de la que me enamoré sin remisión) y Cyril Cusack. El título de la novela de Bradbury, Fahrenheit 451, alude a la temperatura a que arden los libros.

Y de eso va la historia. Una distopía futura en la que los bomberos se dedican a quemar libros porque, según el totalitario gobierno, leer impide ser felices a los ciudadanos ya que les llena de angustia, pues al leer los hombres se muestran disconformes con sus rutinas y cuestionan su realidad.

La resistencia está formada por los hombres-libro, que viven apartados y conservan en su memoria las grandes obras maestras de la literatura universal. Algunos críticos consideran Fahrenheit 451 como una novela filosófica. Es también una advertencia profética. La destrucción de libros no cesa y ha sido una constante a lo largo de la historia, especialmente cuando la barbarie pugna por ocupar el trono decadente de una civilización que se derrumba. Recordemos la gran biblioteca de Alejandría que conservaba los tesoros de la civilización antigua. Tras distintos accidentes fue saqueada por los árabes. También los cristianos se han entregado a esta práctica salvaje. El Indéx librorum prohibitorum fue un incinerador de libros virtual. Y los nazis -es bien sabido- incurrieron también en un bibliocausto.

Según las estimaciones más optimistas, el setenta y cinco por ciento de toda la literatura, filosofía y ciencia griega antigua se perdió. Tenemos los nombres de centenares de historiadores griegos, pero apenas poseemos las obras de tres de ellos del periodo clásico y algunas más pertenecientes a tiempos posteriores. Sólo conservamos siete de las noventa obras que escribió Esquilo. De las ciento veinte piezas dramáticas que se atribuyen a Sófocles sólo nos han llegado enteras siete tragedias y parte de un drama satírico (Los rastreadores). Eurípides, el tercero de los grandes trágicos griegos, debió de escribir cerca de noventa obras; de las cuales sólo nos han llegado dieciocho enteras. De los grandes sofistas conservamos bien poco; de filósofos de la talla de Epicuro o del primer estoicismo, casi nada…

Tiemblo pensando qué harían con nuestras bibliotecas –en papel o digitales- los salvajes que han hecho todo lo posible por acabar con los restos arqueológicos de aquella bella ciudad de la civilización helenística (madre del cristianismo) que fue Palmira. Fue precisamente cerca de Alepo, la ciudad que sufre hoy terribles bombardeos y toda la miseria de la guerra, donde los arqueólogos encontraron los primeros diccionarios bilingües escritos hacia el 2500 a. C.

Desde hace 55 siglos se escriben libros, ya nacieran en Egipto o en Mesopotamia como tablillas de arcilla, y luego rollos de papiro, piedras grabadas, placas de plomo, tomos de papel, archivos electrónicos de texto... Y desde hace 55 siglos se destruyen volúmenes por distintos y desconocidos motivos. El inicio de la civilización, de la escritura y de los libros, es también el comienzo de las primeras destrucciones de libros. Lo cierto es que los libros no son destruidos como objetos físicos sino como vínculos de la memoria. Los biblioclastas son memoricidas, dogmáticos que se aferran a una concepción del mundo uniforme, irrefutable, acrítica, atemporal, simple y expresada como actualidad no corruptible. Destruyen en nombre de lo sagrado, a veces de un único libro sagrado.

Es un error atribuir las destrucciones siempre a la ignorancia fanática. Sin embargo -escribe Fernándo Báez[1]- cuanto más culto es un pueblo o un hombre, más dispuesto está a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos. Limpiar la memoria, purificarla con fuego es condición de un nuevo renacer. Descartes –tan seguro de su método- pidió una vez a sus lectores quemar los libros antiguos. El jovial David Hume no vaciló en exigir la supresión de todos los libros de metafísica. Lo futuristas en 1910 publicaron un manifiesto en que pedían acabar con todas las bibliotecas. Nabokov quemó un Quijote en el Memorial Hall ante más de seiscientos alumnos, y Martín Heidegger sacó de su biblioteca los libros de Edmund Husserl para que sus estudiantes de filosofía los quemaran en 1933. De los libros desaparecidos, se calcula que sólo un 40% se perdieron por causas naturales, el 60% restante ardió por voluntad humana.

El cuento de Bradbury Fénix brillante contiene en esencia la idea de su gran novela, y resulta memorable, aunque sólo sea por la frase que pronuncia el jefe de los bomberos libricidas:

 “¿Cómo pueden estar seguros de que no voy a quemar gente como ahora quemo libros?”

 Ya lo dejó escrito antes Heinrich Heine: “Allí donde queman libros, acaban quemando hombres” (Almansor, 1821).

El narrador es el bibliotecario que frente a la actitud fanática e iracunda del bombero censor muestra una serena voluntad estoica, la del que tiene un plan B para salvar la cultura. Así describe –como un Borges- su mundo ilustrado:

“Siempre había considerado mi biblioteca como un oasis de frescor donde, procedentes del ruido y la febril actividad diaria, los hombres acudían a bañar sus mentes y a refrescar sus cuerpos en la verdosa luz y en la suave brisa de las páginas al ser giradas… He visto a cientos de ellos penetrar en mi biblioteca con ojos alucinados para verlos salir después relajados y tranquilos. He visto a gentes buscándose en vano a sí mismas y hallando aquí la serenidad. He visto a realistas sumergirse aquí en el sueño y a soñadores hallar finalmente la realidad”

Me resulta interesante añadir a esta breve reseña los autores cuyos nombres cita Bradbury en su cuento de 1947, tal vez como homenaje a la importancia que pudieron tener en su temprana formación estética: Demóstenes, Ismael, Keats, Platón, Einstein, Shakespeare, Lincoln, Poe, Freud, Isaías, Sócrates (que, como Jesús, no escribió nada).

 


[1] Historia universal de la destrucción de libros, Destino, Barcelona 2004.

HOMBRE MENGUANTE

HOMBRE MENGUANTE

Alegorías de Richard Matheson

En 1954 apareció su ya clásica novela Soy leyenda, una original historia en la que el mundo sufre una pandemia de vampirismo y un solo hombre debe enfrentarse a ella. Al final, una vampira mutante ejerce también de vampiresa y engaña al protagonista Robert Neville, que sucumbe víctima de una nueva raza vampírica que dominará la tierra.

Al final de la novela Neville se sentirá ya como un monstruo, como un normal, rodeado como está por todos sitios por esta especie nueva especie dominante. Antes de ser sacrificado, al protagonista le quedará al menos el consuelo de quedar en la memoria histórica de los vampiros como el último hombre, ¡será leyenda!, de ahí el título original I Am Legend[1]. La obra no deja de animar al lector con su suspense, y de sorprenderlo con giros imprevistos del argumento.

Las escenas del protagonista tratando de combatir su soledad haciéndose con la confianza de un perro resultan entrañables.

Por un lado, es interesante el esfuerzo del protagonista por racionalizar lo que está sucediendo. Consigue un microscopio y descubre la raíz vírica de la pandemia vampírica. Intenta explicarse la invisibilidad subjetiva de los vampiros en los espejos, su asco al ajo o su temor a las cruces.

“¿Cómo reaccionaría un vampiro mahometano ante la visión de una cruz?”.

Un vampiro judío se mostraría indiferente ante la cruz (tal es el caso de la vampiresa que seduce y engaña al protagonista) y reaccionaría negativamente ante el sello de Salomón, la estrella de David o el candelabro de siete brazos.

Y de otro lado, resulta también interesante cómo el autor consigue hacer verosímil lo increíble, el mismo protagonista reflexiona sobre su experiencia sorprendiéndose de lo fácil que nuestro siquismo hace ordinario lo extraordinario, por habituación. Y tal vez sea este el caso de nuestra realidad cotidiana, que sólo maravilla a las mentalidades filosóficas y científicas, pero cuyos milagros, empezando por la gravedad, dejan del todo indiferente al común de los mortales. Incluso “un horror acumulado termina por convertirse en costumbre”.

Al parecer, Soy leyenda no ha suscitado importantes versiones cinematográficas, sino más bien chapuceras, aunque tal vez merezca una buena.

 ***

 En el relato Desde lugares sombríos, Matheson se centra en el caso de un neoyorquino joven que sufre alucinaciones terribles tras haber sido maldecido y hechizado por un brujo zulú cuando viajaba con su mujer por África.

El autor pinta la excitante escena de una afroamericana, la doctora Lurice Howell, inteligente profesora de antropología, culta y civilizada, ejerciendo de bruja ngombo y practicando semidesnuda un complejo ritual de magia ju-ju. Con la inestimable ayuda de un afrodisíaco, entra tras el frenesí de una danza zulú en un éxtasis báquico de celo salvaje.

El punto de vista racional del narrador -padre de la mujer y de Peter y suegro por tanto de la víctima del hechizo- da verosimilitud al cuento. Las magníficas descripciones de Matheson otorgan un enorme poder sugestivo a las creencias exóticas y un notable interés erótico a toda la escena. Allí Lurice aparece como una diosa pagana que redime de sus obsesiones al marido de una amiga neoyorkina mediante un rito ancestral.

 Acero es un relato bastante patético. Dos pobres diablos intentan salir adelante haciendo combatir a un robot anticuado. Este falla más que una escopeta de corchos, se les estropea antes del combate, y uno de los socios se hace pasar por máquina para sufrir casi hasta la muerte contra un modelo mecánico más evolucionado.

La misma idea de disfrazarse de máquina para sobrevivir resulta metafísicamente tan sugerente como éticamente repulsiva. Y sin embargo, en nuestra tecno-civilización, ser un “maquinón” o actuar como un “maquinón” empieza a ser considerado como algo moralmente bueno.

 En Nacido de hombre y de mujer, Matheson asume la perspectiva de un monstruo infantil, al que sus progenitores mantienen encadenado y que acaba concibiendo vengarse de los mismos:

 “Correré por las paredes. Después me colgaré cabeza para debajo de todas mis piernas y me reiré y echaré verde por todas partes hasta que ellos estén tristes porque no fueron buenos conmigo…”.

 En 1957 Richard Matheson adaptó para el cine su novela El hombre menguante, de la que resultó una película de culto: El increíble hombre menguante. Aún recuerdo la viva impresión que me causó en mi más tierna infancia.

Todos estos relatos del maestro de la ciencia ficción y la literatura fantástica pueden desde luego interpretarse como advertencias respecto a la pérdida de valor de la condición humana. Las filosofías postmodernas no han hecho -en algunos y famosos casos- sino dotar de aparente justificación al antihumanismo, al desprecio por el sujeto personal. Hombres menguados.

 

 



[1] He leído la traducción de Jaime Bellavista para Minotauro, Buenos Aires, 1971.