BARCAROLA
“Lo que creemos sin confusión alguna
¿nace de nuestra propia confusión?”
F. Arrabal
BARCAROLA Tal vez sea la revista cultural más antigua de la democracia. Fundada en 1979, ha recibido con toda justicia la Medalla al Mérito Cultural de su comunidad, la de Castilla-La Mancha. Tanto su Consejo de Redacción como sus Miembros de Honor son de postín.
Cuando la metrópolis entra en decadencia, Cartago se toma la revancha. La periferia desembarca en el centro de “La Movida”. Los de "La Movida" está colocados. Quiero decir que las provincias toman el relevo creador. Allí, en la periferia, todavía se trabaja, porque hay que ganarse la vida y no reparte “La Corte” su sopa boba, ni el tirano Nerón su pan y circo. Allí, en el medio semi-rural, la gente se educa y trabaja. Dudo que existan en nuestra Piel de Toro otras revistas culturales de la calidad física y metafísica de BARCAROLA.
Los números de noviembre de 2017 (87/88) son un lujo de contenido y presentación: la sección de poesía incluye inéditos de Juan Ramón… “Van los caminos/ del mundo por el cielo”… “Aspirar inmensamente/ la carne en miel de los almendros blancos”. Luis Alberto de Cuenca, sobre un insomnio que se rinde al murmullo de la lluvia otoñal. Javier del Prado, que celebra la palabra contra tanta “filosofía de la nada” y tanta “poética del silencio”, la palabra que, aunque no crea objetos “…inventa el ser/ en su existencia/ fugitiva”. Rubén Martín Díaz recuerda “un bosquecillo a las afueras/ de la ciudad de la infancia”, y Amparo Alfaro proclama el valor de un compromiso “firmado con tinta de alas, / sellado con aroma de cielo./ Eterno”. Ya raro, el compromiso, en los tiempos del poliamor, la promesa que recoja lo andado y abrace el juego del amor. Para Amparo, Verdad es “la paloma que ronda, el corazón que duele”,/ el poema olvidado en un libro en ruinas,/ los párpados caídos en los ojos y el vuelo firme de una mariposa”. A Rosaria Díaz la nostalgia le araña la cara hasta que sangra. De Rafael Camarasa aparecen algunos poemas de Sin noticias en Liliput, poemario ganador del XXXII Certamen de Poesía Barcarola 2017. El poeta reinventa la metáfora usada por Freud para referir al Inconsciente: “Di que eres un témpano que oculta bajo el agua/ las tres cuartas partes de lo que es”.
La sección de narrativa incluye relato de J.J. Armas Marcelo, otro de Roberto Ruiz de Huydobro que resucita a Gregor Samsa, el protagonista de la metamorfosis kafkiana, pero ahora no es el autor quien se convierte en insecto, sino el resto de la humanidad, empezando por su familia. Francisco Javier Parera nos regresa a Estigia.
El número incluye monografía sobre el ubetense Antonio Muñoz Molina y sobre mi tocayo el poeta Gil de Biedma. Pero también –y esto me afecta en lo más hondo- “Nuevas revelaciones sobre Oliva Sabuco y su familia…”, de Aurelio Pretel. Aquí hago una digresión de las que soy adicto…
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El escrito de Pretel es resultado de un meritorio y concienzudo trabajo de investigación documental. El autor desmantela con científicas razones el mito “olivódulo”, “olivófilo” u “olivómano” (este último epíteto es cosecha propia) que se ha venido cociendo durante siglos en torno a la autoría femenina de la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre… (1587), mito del que fue principal iniciador –no lo olvidemos- el propio padre de doña Oliva, o sea, el bachiller Miguel Sabuco.
En efecto, todos los esfuerzos que se han hecho (a veces desde el fanatismo ginecéntrico o “femilisto”) para afianzar la autoría femenina de la originalísima obra de nuestro Renacimiento, más bien han debilitado la hipótesis de que fuese su autora doña Oliva, la chica de Alcaraz, en lugar de fortalecerla. A pesar de la educada crítica que Aurelio Pretel me dedica (gracias le sean dadas por nombrarme y suponerme bien informado), ni he pensado ni pienso tomar partido “hasta mancharme” en esta guerra entre miguelistas y olivistas, o entre miguelófilos y olivófilos. Porque a mí lo que me ha importado siempre de esta extraña y andrógina obra es el contenido, originalísimo y anticipador, así como su lenguaje, particularmente el de su parte castellana. Aunque es evidente que el enigma o la polémica acerca de la autoría añaden interés a su lectura. A este respecto, si Oliva no fue su autora, Miguel se puede consagrar como un profético publicista (el editor portugués de 1622, Fructuoso Lourenço, ya hizo un uso publicitario del sexo de la supuesta autora, señalando a Oliva Sabuco como muerta y calumniada, cuando aún vivía).
De todos modos, y por más que se acumulen documentos en contra. Siempre queda margen para la duda; y duda no es certidumbre. El tono femenino de algunas partes del libro es indudable, así como oscura la intención del padre al poner la obra bajo el nombre de la hija, dedicándola ni más ni menos que al rey de las Españas. Por supuesto, y desde el descubrimiento en 1900 del testamento de Miguel Sabuco por José Marco Hidalgo, documento al que se han sumado luego un puñado más en la misma dirección, es mucho más verosímil que la obra fuese del padre, que no de la hija, sobre todo si es ésta de su puño y letra quien así lo indica. En efecto, don Aurelio, una cosa es la libertad y fantasía del literato (“se non è vero, è ben trovato”), y otra el rigor que debemos exigir al historiador que, como Pretel, debe atenerse y se atiene a lo documentado.
¿Cuál debe ser el límite de la libertad del artista? ¿Admite límites lógicos o éticos el arte? No voy a entrar aquí en estos arduos problemas de estética y ética, ni en la controvertida relación entre la ficción y la posverdad, o la ficción y la estética de la mentira (asunto este de referencia en otro artículo del mismo número de BARCAROLA).
Admito que tengo el corazón –como el cantautor andaluz- “partío”. Me mola el cuento de una chica de veinticinco, de la época de Felipe II, en un pueblo serrano de La Mancha, con conocimientos, talento y coraje como para poner patas arriba la tradición médica de su época, anticipando la importancia psicofísica de la inteligencia emocional para la conservación de la salud, o de la educación musical para la formación armónica del espíritu. Los veinticinco años de entonces no son los aniñados de ahora. Y desde luego, no es imposible que una chica de Alcaraz escribiera, o inspirara, parte de esta asombrosa obra. A fin de cuentas, pudo contar con su padre como mentor, y por la rebotica de Miguel en Alcaraz anduvo el primer traductor al español de la Ética para Nicómaco de Aristóteles, el excelente humanista Pedro Simón Abril. Pero el relato de los hechos que pudieron suceder o que nos gustaría que hubieran sucedido, y el que Miguel cuenta en su testamento y doña Oliva misma contó en papeles que firmó, parecen ir cada uno por su lado, como dos cuentos distintos, uno más verosímil y realista, otro más romántico y fantástico.
El relato veraz y objetivo del historiador y el relato simbólico al que llamamos, con desdén injustificado, "mito", cumplen papeles culturales bien distintos. Ni hay que decir que los sueños colectivos, tales son los mitos, tienen más relevancia, más fuerza política, que las verdades históricas, por bien documentadas que éstas estén. Ni hay que decir que los mitos son el motor de cualquier ideología. Y la llamada ideología de género está a la orden del día (es decir que ordena en mayor o menor medida nuestro mundo simbólico). Así que, ¡ojo a los mitos! Porque los hay destructivos y constructivos, edificantes y disolventes. Mi amigo Eduardo Ruiz Jarén (que en paz descanse), estudioso de la Nueva Filosofía como este servidor, hizo un uso muy constructivo del mito de doña Oliva autora de la Nueva Filosofía, animando a sus alumnas a emprender el camino de la ciencia… Su librito, que tuve el honor de prologar, es un buen ejemplo de ello: Oliva Sabuco: filosofía y salud (Madrid 2008). Empresa educativa bien respetable. La cuna del hombre la mecen y la mecerán con cuentos, porque estos nos hablan, más que la ciencia, de lo que fundamentalmente –al menos, según otro sefardita, Benito Spinoza- somos: una madeja de deseos, a veces contradictorios. Uno ama la verdad, pero también ama sus sueños. Y lo peor es que la frontera entre sueños y verdad no está bien trazada. Mucho menos en las ciencias llamadas morales, sociales, del espíritu, o humanas.
Como afirma Pretel al final de su riguroso artículo, el mito literario creado y mantenido durante cuatro siglos, y aún en nuestros días, puede resultar un fenómeno divertido... Pero, más allá de la diversión, también refleja una honda y justificada aspiración del sexo de doña Oliva. Para mí, esa aspiración es tan noble como la misteriosa intención por la que Miguel puso la obra a nombre de su hija, esa jugada del bachiller seguirá tal vez pasmando e intrigando a la posteridad bajo dos nombres vegetales y emblemáticos: Oliva y Sabuco.
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El número de BARCAROLA que comento incluye también un texto de Fernando Arrabal. No soy fan suyo, pero le admiro desde que monté en Villacarrillo El Triciclo con mis alumnos de bachillerato, una muestra excelente de teatro esencial, de "teatro pánico". Su texto será leído con interés por quien quiera aprender algo sobre las barbaridades que se han dicho y hecho por la masturbación (el vicio de Onán), barbaridades no atribuibles sólo a castos ascetas, sino a confesos ateos y revolucionarios ilustrados, incluido mi querido Voltaire, Príncipe de la tolerancia, quien en esto no se mostró precisamente tolerante.
Uno de ellos, el “gilimalvado” fiscal Hébert, denunció cómo “la viuda Capeta (María Antonieta), yegua lúbrica y nueva Agripina, inició a su propio hijo a la práctica de esta atrocidad animal que espanta por su horror”. Aún en 1974, la Enciclopaedia Britannica definía el onanismo como “very great crime”.
Como traducciones inéditas, BARCAROLA incluye una de Salvatore Quasimodo y algunos fragmentos de Flennery O’Connor. Teatro, Efemérides, Entrevista, son otras secciones. Hasta un espacio para el Haiku. Acaba el número con un perfil del artista filopostista Antonio Beneyto… “hacia territorios inexplorados donde la soledad no existe, diluida en el vértigo de la escritura”.
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