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SIGNAMENTO

Propuesta romántica vs. desublimación indecente

Propuesta romántica vs. desublimación indecente

A la luz crepuscular de la música de Rachmaninoff

La penúltima reacción contra los excesos racionalistas de la modernidad fue el romanticismo. Aunque el empuje de aquella tormenta también estuvo transido del pretencioso egotismo del “yo pienso”, que aspira a reducir el ser a su representación subjetiva, sus manifestaciones más ricas y tardías, Nietzsche o Rachmaninoff, expresan, por un lado, la belleza de mundos aristocráticos que se agotan y, por otro, valores clásicos y, por tanto, perennes y restaurables.

Conmovedoras melodías, verbigracia, aportan su sentido principal a la música romántica. Esas “historias” sentimentales, inefables pero comunicadas, serán explotadas luego, sin refinamiento ni virtuosismo, por las baladas comerciales, o se disiparán, machacadas por las aventuras matemáticas, el énfasis rítmico, o la búsqueda de novedades cromáticas de la horrísona música à la page, tan pedante y vacía como un poliedro de hielo vestido de chaqué.

Con Rachmaninoff, la crítica se equivocó al reprocharle su “retraso” estético o técnico; ¡como si el arte fuera una especie de competición de innovaciones y/o extravagancias! El buen arte no tiene por qué darse prisa, pues apunta a lo eterno. Artistas como Mendelssohn o Rachmaninoff se hubieran podido solidarizar hoy con la estadounidense “Fundación por un largo ahora” (Long Now Foundation) o con la austriaca Sociedad por la Desaceleración del Tiempo o, en general, con el Movimiento Slow que desafía el culto a la velocidad, ese que ha convertido a la Fórmula Uno en un paradigma de los tiempos que corren y a la culinaria en el arte ejemplar, productor de innovaciones tan efímeras y etéreas como devorables.

Con Rachmaninoff, como con la película Doctor Zhivago, la crítica se equivocó y el público acertó. El tiempo es un testigo insobornable, y los conciertos del ruso son interpretados, grabados y aplaudidos globalmente.

Restaurar cierto romanticismo en educación puede que no nos libre de la crisis de ideales e ilusiones creadoras que padecemos, ni nos salve del tráfico de armas, el desequilibrio internacional o el cambio climático. Pero puede servir como paliativo fuerte contra el desinterés, como terapia contra la depresión y la apatía, que tan fácilmente aqueja a nuestros jóvenes. No porque la elevación romántica permita eliminar sus causas, sino porque puede contribuir a paliar o transformar creativamente sus efectos mediante la sublimación.

Marcuse habló de la desublimación represiva que imponen las sociedades consumistas a sus “hombres y mujeres unilaterales”, a fin de convertir y resolver pronto todo deseo en acción consumidora. Los deseos rinden, pero no crecen ni se enriquecen imaginativamente, en una sociedad mediática que los crea industrialmente a la vez que los satisface masivamente. Parodiando el título de la comedia...

“Por qué llamarle amor (sublimación inmaterial) si su génesis material está en el sexo (materia consumible)”.

Ni se compra ni se vende el cariño verdadero, pero el sexo sí. De ahí que acabe imponiéndose la instrucción sexual, en lugar de la sublimación sentimental. Culturalmente, sin embargo, lo importante no es el sexo, que practican mejor las ratas (y con probada eficacia reproductiva, por cierto), sino lo que hacemos sublimando el sexo, en su simbólica ideal y civilizatoria. Lo eterno es su soneto de amor, las médulas que gloriosamente ardieron en él, son esas las que tendrán sentido, las del polvo enamorado, y no las del polvo real que echase Quevedo, si es el que el pobre lo echó: "Polvo eres...".

Todo esto lo he pensado después de que se me saltasen las lágrimas con dos de los temas melódicos del Segundo Concierto para Piano de Rachmaninoff (1901), que sigue siendo su obra más popular, y que no oía desde hace años, antes de una larga convalescencia que me ha tenido alejado de las órficas sublimidades de la buena música, divino lenguaje. El autor lo compuso tras una grave depresión que le tuvo inactivo. Es un maravilloso ejercicio de sublimación que toca y deshace las defensas de cualquier corazón sensible. Sublimar la tristeza o la melancolía, la frustración, el dolor o la soledad, es uno de los caminos más nobles para superar sus consecuencias paralizantes o funestas.  

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