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AL REVÉS. J.-K. Huysmans y la Red (WWW)

AL REVÉS. J.-K. Huysmans y la Red (WWW)

La cacharrería de consumo en que se está deshaciendo poco a poco  el prodigioso impulso mecánico que infló la guerra, las tres grandes guerras, facilita el escape, la fuga del alma. La técnica se ha impuesto  sobre el arte, pero cumple más o menos parecida función mental: el artificio nos sigue ofreciendo un derivativo al hastío. Es el  mismo plan de evasión a paraísos perdidos que concibieron muchos artistas en el final del siglo anterior, incapaces de sufrir por más tiempo la chabacanería de la época: el pesado fardo de la conciencia, la vulgaridad de lo real, la banalidad del mal. Parecida fuga hacia espacios virtuales y tiempos imaginarios, favorecida por la absenta, el opio, los ansiolíticos o el ciberespacio, los videojuegos, los comecocos o las redes sociales.

J.‑K. Huysmans perfiló a la perfección ese movimiento en su depravada y exquisita novela de 1884. En Al revés, Jean des Esseintes, el refinado, sifilítico y aristocrático libertino, impotente ya para disiparse entre los vicios capitales reales, decide intelectualizar la voluptuosidad y refugiarse en excéntri­cas utopías y eternidades estéticas: en el hieratismo místico y sádico de Gustave Moreau o en las visiones simbolistas  de Odilon Redon, en el reino sutil de las fragancias paganas, de las flores exóticas -flores del mal bodelerianas- y en la litera­tura religiosa de la Decadencia, como un gusano lúcido recogido en su crisálida y con la mirada vuelta hacia el sinuoso vuelo de la mariposa del alma, esa flor efímera que enraíza en las entretelas del corazón y despega hacia paraísos artificiales.

Con una conexión wifi a la Red de redes (Magna Malla Mundial) y una tableta o un smartphone a mano, aislarse y explorar los confines del cielo y del infierno le hubiera salido a Des Essein­tes menos costoso y bastante más cómodo. El mundo al revés se ofrece en la pura virtualidad etérea de las sombras, en el cósmico espejo infográfico. La Metafísica invisible de la Tecnología ha sustituido en el último "fin du siècle" a la gran Metafísica del Arte romántica del XIX, como un vasto conjuro contra el "spleen"; una metafísica que va impregnándolo todo con su inmensa telaraña que cubre el mundo de hilos: autovías, caminos, veredas y trampas invisibles. La misma estructura de nuestra conciencia será remodelada para consonar con la de los nuevos medios de telecomunicación, porque siempre acabamos convirtiéndonos en lo que hemos creado.

Los cambios en la tecnología de la comunicación producen tres tipos de efectos: a) modifican la estructura de los intereses  (las cosas en las que se piensa), b) el carácter de los símbolos  (las cosas con las que se piensa), y c) la naturaleza de la comuni­dad (la zona en que se desarrollan los pensamientos).

La máquina es algo más que las ideas con que fue construida. Una vez en funcionamiento, descubriremos con sorpresa u horror que tiene ideas propias; que es capaz de modificar nuestros hábitos y cambiar  nuestra manera de ser. ¿Fue el capitalismo el que produjo el reloj o fue el reloj mecánico el que produjo esa nueva economía que transforma el tiempo en oro?  

Abandonad toda esperanza; no hay retorno, ni escape de la Red. Hace mucho tiempo  que la Naturaleza dejó de ser nuestro nicho "natural". Hemos  construido nuestro propio medio, nuestro paraíso y nuestro infierno. Nuestras enfermedades epocales no son ya ataques del medio natural, sino del hábitat tecnológico en que bullimos incómodos. Hace tiempo, Ernesto Sábato escribía en Hombres y engrana­jes: "No es nada difícil que enfermedades modernas como el cáncer sean esencialmente debidas al desequilibrio que la técnica y la sociedad moderna han producido entre el hombre y su medio". Tampoco hay que entonar salmodias apocalípticas por ello; siempre  hemos existido en crisis, a pique de desaparecer, al borde mismo de la nada (nuestro gran invento), al límite de la naturaleza y al margen de la Providencia y el Azar, no menos misteriosa la una que el otro. La enfermedad misma  es un poderoso acicate. El dolor produce conciencia; la concien­cia, lucidez; mientras que la seguridad y el placer embotan los  sentidos; a fin de cuentas, puede haber tanta sabiduría en el dolor como en el placer...

Sé muy bien que los nuevos medios admiten un uso constructivo y útil y pueden proveer deliciosas y legítimas satisfacciones. Pero también van a multiplicar de forma inaudita, e inédita hasta ayer mismo, la cantidad de nuevos fastidios producidos por el poder despiadado de las pequeñas contrariedades, que son incluso más desastrosas para los caracteres bien templados que las grandes.

Escribir en un ordenador es como hacer signos matemáticos en la arena o escribir en el aire. A través de las infovías telefónicas puedes conectar con todos, pero, para todos, tu entidad no es superior a la de una mota de polvo en un rayo de luz. Ni siquiera tienes ya cuerpo: únicamente nombre de usuario y clave. ¡Ojo con tocar la tecla que no debes, o se te puede ir al diablo todo el  trabajo y hasta tu identidad cibernética! El Maligno tiene por supuesto acceso a todos los circuitos, directorios y archivos, como Dios. Conoce tus más secretas intenciones.

Es curioso que una red nacida para la telecomunicación de secretos oficiales y oficiosos acabe convertida también en pista de circo y salón de bellezas alquiladas, pero ese parece haber sido, sin solución, el porvenir de los códigos elitistas: extrin­fugarse y adocenarse. En las nuevas redes se reproducen y multi­plican todos los géneros de peces y todas las especies de basura,  sin riesgos, sin carne, sin espinas, inodoros e insípidos, puros como imágenes cristalinas, irreales como espíritus luminosos: mariposas de diseño, almas virtuales atrapadas en una vasta Red.

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