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SIGNAMENTO

MUNDOCHENTA

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Por segunda vez me ha sorprendido y entretenido Jesús Zamora Bonilla con su arte novelístico. Digo por segunda vez, aunque el autor ya ha escrito tres novelas y otros tantos ensayos. La primera, Regalo de Reyes, mereció una crítica en Signamento. He leído la primera y la tercera de sus fábulas: Nosotros, los octogésimos (Amazon, 2020).

Doctor en Filosofía y Ciencias económicas, Decano de la Facultad de filosofía de la UNED, epistemólogo de profesión, sobresaliente tuitero y bloguista, con sus novelas Errar es de ángeles (2018) y Nosotros, los octogésimos, Jesús Zamora Bonilla (Madrid, 1963) culmina una trilogía en la que dice haber parodiado con humor y amabilidad la religión como obstáculo para el desarrollo científico y el conocimiento histórico.

No obstante, en Nosotros los octogésimos, objeto de esta crítica, no le queda más remedio al autor que reconocer que bajo la fantasía del mito siempre se esconde, a la vez que se conserva, alguna verdad fundamental relativa a los orígenes y las intenciones fundacionales de una cultura, así como al bien y al mal, que tan mezclados andan en la selva de lo natural. En este caso, el misterio se oculta en la genética de las bacterias intestinales de los octogésimos, presentes en las sacrosantas heces de los habitantes de Mundochenta, un planeta habitable en la galaxia enana del Boyero.

Sin embargo, dudo que la parodia de la religión, que tan hábilmente y con tan económicos recursos levanta Zamora Bonilla en esta novela, le resulte amable a un espíritu auténticamente religioso. La escatología de la todopoderosa Iglesia de Mundochenta no es precisamente la del final de los tiempos de san Juan, ni la de la apocatástasis de Orígenes ni la de la Ciudad de Dios de san Agustín, y resulta, por decirlo suavemente, mucho menos celeste y más olorosa. Eso sí, la jerarquía de Mundochenta dispone de una autoridad y poder político y terrenal parangonables al que ostentaban nuestros papas al final de la Edad Media y principios de la Moderna, en disputa y articulación con el poder del Imperio, dificultando el desarrollo del conocimiento científico a base de escrúpulos fideístas y fanatismos dogmáticos, lo cual no hace nada de gracia a sus protagonistas: un erudito antropólogo con conexiones revolucionarias y su afectísima e inteligente hija bióloga.

Mejor que por el humor, envidio al novelista por la extraordinaria habilidad y sencillez con que urde tramas y personajes. En Nosotros, los octogésimos, mezcla con una soltura notable la especulación científica, a la que soy tan adicto (en su muy actual directorio de ingeniería genética), con la trama de una novela policíaca a raíz del supuesto suicidio de una jovencita, hija díscola de los malvados optimates de Mundochenta. El autor sabe dosificar la información en un ágil ir y volver por la línea temporal suministrando al lector la información suficiente para mantener en suspense su atención.

La novela también debe su excelencia a lo que no hace, abusar del verde del sexo o del rojo de la sangre, o del maniqueísmo, aun usando de héroes y villanos. Emplea el novelista un lenguaje culto pero sencillo, sobrio, sin aventuras deconstructivas ni pretensión de originalidad estilística, lo que hace su obra fácil y amena; desde el principio al fin la narración discurre serena como río en el cauce amplio de su valle.

Hay que agradecer la urgencia con que Zamora Bonilla la ha rematado para ofrecerla generosamente y gratis en digital durante el confinamiento por pandemia, pero, precisamente por su calidad, hubiera merecido y todavía merece un repaso cuidadoso que permita a su autor salvaguardarla de la maldición multiplicadora del impreso, es decir, de algunos lapsos remediables que en nada ofenden su correcta ortografía, pero que capto sin remedio, seguro que por prurito crónico de antiguo profe de Lengua. ¡Cuidado! Promete continuación.

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