AVENTURA INACABADA
Evelyn Waugh es conocido popularmente como autor de la novela que dio pie a la famosa serie Retorno a Brideshead, que su novela Obra suspendida prefigura. Nació en Londres en 1903 y murió en Somerset en 1966. Fue corresponsal de guerra y se casó dos veces. De su primera mujer –también de nombre Evelyn- se divorció en 1930, el mismo año que se convirtió al catolicismo. Con su segunda mujer, Laura Herbert, tuvo cuatro hijos. Al varón, nacido en 1950, le pusieron Septimus.
De espíritu aventurero, viajó por todo el mundo. Durante la segunda guerra mundial estuvo destinado en Yugoslavia. Su prosa, estilizada y mordaz, juega con una sensibilidad muy particular bajo la capa del humor negro. Retrata a la clase dominante británica, y sus semblanzas, a pesar de su ironía crítica, resultan fascinantes. Reticente con la modernidad, Evelyn Waugh puede ser por ello considerado un referente de la postmodernidad.
Obra suspendida fue escrita en 1939 con un epílogo de 1941, y su traducción fue publicada por Treviana en 2009. Inacabada, ha sido considerada, no obstante, su obra más enigmática. Waugh pensaba que sus dos capítulos conformaban sus mejores páginas. Ignacio Peyró dice que quintaesencian su narrativa: finura satírica, humorismo, soltura, intensidad emocional, rumor de una solemnidad de fondo, destilada belleza de mundos que concluyen...
La inconclusión de la novela tiene un sentido trascendente. Explica su autor en el epílogo:
Nuestra historia, como mi novela, quedó inconclusa, un montón de cuartillas olvidadas en el fondo de un cajón…
¿No son, cualquiera de nuestras vidas, historias inconclusas, relatos sin terminar? Puede que en esta apertura de la biografía moral hallemos –como Kant- razones para la esperanza, como un glorioso fin para una danza, un objetivo trascendente al que apunta la razón universal. Nuestras vidas no serían entonces las estelas en el mar machadianas, sino flechas lanzadas más allá de las nubes, hacia un destino que desconocemos o que solo alcanzamos a vislumbrar.
Describiendo a su padre, pintor extemporáneo, artesano de la copia, el protagonista nos habla del valor defensivo de lo que la gente llama «la frontera de la locura». En la novela no falta un sujeto en el límite abismal de esa frontera delirante: Atwater, el joven conductor que atropella al padre del protagonista y que luego, a pesar de ello, le pide ayuda con una lógica lunática. Acabará prosperando gracias al conflicto bélico. A fin de cuentas, ¿no es la guerra una locura colectiva?
Es paradójico que un escritor exprese amargura y desconfianza hacia el lenguaje, el medio en el que medra y existe. Waugh afirma que ningún provecho aporta depender de la expresión verbal, pues al final nada queda. Cuando se vuelca, no es menos agudo el sufrimiento, y sí más duradero. También sorprende que un converso católico refiera –aun irónicamente- a la posible relación entre masoquismo y virginidad… Todas estas contradicciones dan a su obra un sentido bizarro.
El núcleo de la narración es una platónica relación amorosa entre un escritor maduro y una mujer casada con su mejor amigo, una relación que cristaliza en una amistad con fecha de caducidad. Así describe el protagonista la belleza de su amada:
Este tipo de belleza no dependía de una luz adecuada, ni de un peinado acertado, ni de las ocho horas de sueño profundo, sino de un secreto interior.
Ese secreto puede ser una emoción o un sentimiento que la amada atesora de otro. Un efecto del que no somos causa. En el caso concreto que señala el autor, los celos del marido.
Algunas de las afirmaciones de Waugh resultarían hoy políticamente incorrectas, porque el relativismo antropológico se ha convertido en dogma de fe progresista –valga la contradicción-. Así, señala que «el hombre civilizado» no conoce esas rápidas inflexiones de alegría y tristeza que sufren los salvajes. En 1939 era posible escribir esto sin que a uno le tildasen de etnocéntrico o imperialista.
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