Manirrotismo cósmico
Despilfarro de estrellas
Manuel Fdez. de Liencres. Apuntes para un mejor desconocimiento del Hombre, Úbeda, 2010
La creación, o la evolución, o ambos acontecimientos y procesos, son poco, nada económicos. Para los cosmólogos científicos viene a ser una especie de paradoja, relacionada con las leyes de la termodinámica: ¿por qué ese derroche de energía en producir diversidad, diferenciación, complejidad creciente? ¿Por qué un universo frío y caliente, cuando sería más económico que fuese tibio?
Explique usted, si puede, desde una perspectiva técnico-funcional la cola del pavo real, el cuerno del rinoceronte, el cascabel de la serpiente, la conciencia del ser humano, el arte del Greco, la mancha azul-cielo caudal de la Satyrium spini de la foto.
Y vayámonos al mundo de la cultura, enraizado -no lo olvidemos- en nuestra propia naturaleza, complementario de ella... ¿Para qué sirven hoy las sinfonías de Beethoven?
Bueno, responderá el lector, para que ofrezcan al oído un vibrante, armónico, melodioso espectáculo... A eso voy, que el universo parece organizarse también, como percibió Nietzsche, como una función dramática, unas veces cómica, otras trájica, como un espectáculo.
¿Qué espectador tan inmenso pudo ofrecerse un espectáculo tan vasto como inhumano? Nace una supernova. Aplauso. Explota una supernova. Aplauso. Espectador o espectadores tan imperfectos -los que supuso Nietzsche- que no sólo gozan creando o viendo crecer, sino también borrando de la existencia o viendo cómo las estructuras hermosas se derrumban.
No sólo nosotros estamos aquejados de una tendencia perversa al despilfarro, al manirrotismo, también la vida en particular, y el universo en general. ¿A qué si no esas aparatosas corolas de las flores, concebidas algunas como un teatro para los insectos polinizadores? ¿y esos dibujos y metalizados de los insectos? La evolución, ¿actuando con intenciones de orfebre? El creador, ¿metido a dibujante? Un equiseto puede reproducirse perfectamente sin hojas y sin flores, por esporas, y ahí los tienes, desde el tiempo de los dinosaurios y desde antes, medrando en las humedades. Tanto alarde de pétalos de rosa o de dalia cuesta lo suyo.
Hoy mismo padecemos una crisis provocada por nuestro manirrotismo, porque -como decía mi abuelo- hemos estirado los pies más allá de lo que puede cubrir la manta, ¡y nos hemos quedado hasta con el culo al aire! Entre la avaricia de los bancos, la avaricia de los constructores, la pretensión gastona del público en general, nunca satisfecho con lo que tiene, y la temeridad de unos y otros, hemos gastado lo que no teníamos y muchos ya no pueden pagar lo que le adeudan a otros, que le adeudan a otros, y no sabemos cuando tocaremos el fondo mendaz de lo que se debe.
Y ahí tienes, pisos que no necesitamos, coches que no son necesarios, potingues venenosos y superfluos, animales de compañía que se comen al niño acompañante, lujos inútiles y hasta peligrosos.
El filósofo Manuel Fdez. de Liencres, en sus sugestivos Apuntes para un mejor desconocimiento del Hombre (Úbeda, 2010), eleva a la categoría de teoría cosmológica esta tendencia vital y antropológica y acuña para ello la poética expresión: "Despilfarro de estrellas": "Porque hemos observado sin gran esfuerzo que en el Universo material y en el Mundo biológico reina la abundancia, la profusión, la prodigalidad, el despilfarro en suma. Hay millones de galaxias, de sistemas solares, de estrellas, de satélites. Y para engendrar un solo bicho o una sola planta se desperdician cientos de miles de semillas, de simientes... ¿A qué viene tanto manirrotismo?" -se pregunta el filósofo.
M. Fernández de Liencres propone una hipótesis a modo de explicación: La hipótesis de la imperfección creadora. A nuestro pensador le parece evidente que si el mundo se mueve y los seres que en él habitan aspiran y expiran es porque el mundo, o al menos nuestro mundo, está fundamentalmente desequilibrado. En efecto, un objeto en perfecto equilibrio -como el huevo macizo de Parménides- no se movería jamás. Incluso la ciudad, la gran ciudad, fabricada a la medida del hombre para poder satisfacer sus menores caprichos, padece de desequilibrio, pues no puede vivir de sus propias fuerzas y está obligada a depender de la no-ciudad, del campo, más cercano a la Naturaleza.
Precisamente porque todo surge del Desequilibrio Creador, nuestro universo no es nada lógico, aunque sus entes se ajusten al llamado por Fdez. Liencres Principio de Complementariedad, según el cual, las partes de un objeto, sea el que fuere, son distintas pero complementarias, "no son anárquicas ni independientes sino que se necesitan unas a otras para ser un objetivo".
El título de la obra es ambiguo, porque el autor no pretende que ampliemos nuestra ignorancia sobre el hombre, sólo que la mejoremos. Esto es, aún aceptando que el ser humano es la cosa más paradójica y extraña del mundo, una cosa que -citando a Teresa de Jesús- no puede estar siempre en un mismo ser, al reflexionar sobre el ser humano nuestra incomprensión sobre lo que somos puede hacerse algo más lúcida: "cuando se escribe sobre lo que no se entiende queda siempre la sensación de haber aprendido algo" (pg. 46).
En cualquier caso, el ser humano se proyecta desde su base física y animal más allá de sí mismo. Apoya esto el dictamen humanista de Juan de la Cruz: "Un solo pensamiento del Hombre vale más que todo el Universo". Parece ser que, a pesar de la estructura "psicofantástica" de nuestra mente, "habría que defender al Hombre y reconocer su valentía ante la tragedia y sus duros esfuerzos para idealizar la Realidad y para trascender lo que no es otra cosa que un galimatías físico-matemático".
Estos Apuntes, que no aspiran a ser sino ocurrencias de alguien -y esto lo digo yo- que ha vivido, pensado, pintando y reflexionado mucho, terminan con esta conclusión:
"El Universo, la Realidad, la Vida, el Hombre, son incomprensibles. El Universo, la Realidad, la Vida, el Hombre, no tienen por qué ser comprendidos. Vivamos y dejemos vivir en paz. Y esperemos. ESPEREMOS"
Y como colofón, un soneto que parece contradecir esta última razón de esperanza, y que termina con este bonito terceto:
Y pues que la razón ya se reclina
pediré para mi alma desmandada
muerte en el pico de una golondrina
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José Biedma -