Indiscreta
Uno se da cuenta viendo cine antiguo, tan antiguo como uno mismo, de los cambios sociales, sobre todo si atiende a los pequeños detalles. Por ejemplo, uno se percata de lo que ha avanzado el socialismo en Occidente desde la película de Stanley Donen, Indiscreta (1958), si repara en la indiferencia, o desvergüenza, con que Ingrid Bergman acepta el servilismo de los criados, mientras se enamora de un diplomático experto en finanzas (Cary Grant).
La clase alta era entonces una verdadera aristocracia que saboreaba muy hedonistamente el bienestar de la postguerra, quiero decir que no imitaba a las masas ni se calzaba vaqueros, presumía de gustos sofisticados, y seguramente servía de espejo en el que se miraban las clases bajas ascendentes o los sectores sociales emergentes. Clubes selectos y un Rolls Royce siguiendo discretamente a los novios, mientras deambulan por Londres... en el lujoso apartamento de ella, Picasso al fondo.
Por lo demás, lo de siempre, lo del género, él intenta burlarla, pero ella acaba conquistándolo, sometiéndolo, domesticándolo.
La película es todavía deudora del teatro, del buen teatro. De hecho, procede de una obra del dramaturgo Norman Krasna que él mismo, oscarizado, adaptó al cine, y en este sentido no es más que "un ejercicio de estilo", un entretenimiento elegante y algo melancólico, perfecto para el lucimiento de dos actores en la plenitud de su madurez artística y personal.
Y los actores hacen un poco de sí mismos. Anna Kalman es una actriz solitaria y desencantada del amor, y Phillip Adams (Cary Grant) un donjuan rico y mujeriego, que goza de las mujeres más hermosas, evadiendo compromisos de estabilidad matrimonial, mediante el subterfugio de decir que es casado y que su mujer no le concede el divorcio por motivos religiosos. Ambos están en plena madurez, Cary Grant despliega toda su elegancia y parte de su vis cómica, sobre todo en la escena del baile escocés de la rueda, y la belleza de la Bergman, la dulzura de su sonrisa, quitan el sentío.Los diálogos son tan sutiles y el amor que sienten el uno por el otro es tan romántico y caballeresco, que la generación joven -adiestrada en desublimar el amor en sexo- tendrá serias dificultades para entenderlos. Aquel era un mundo de salas de fiestas y no de discotecas, de restaurantes exquisitos y no de hamburgueserías. Y todavía los hijos de los ricos no se disfrazaban de pordioseros, las clases cultivadas se enorgullecían de serlo y no disimulaban ni su buen gusto ni su cultez. Todavía el animalismo no había acabado con los abrigos de pieles.
No he logrado enterarme del por qué del título, Indiscreet, pues la Anna Kalman a la que interpreta la Bergman tiene poco o nada de indiscreta... Tal vez indiscreto sea el espectador que quiere ver más de lo que ve. Y se queda con las ganas.
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