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La noche del Océano de María Lorenzo

La noche del Océano de María Lorenzo

María Lorenzo nació en Torrevieja en 1977, doctora en Bellas Artes, enseña animación en la Universidad de Valencia. Destacan sus cortometrajes en ese campo: Retrato de D. (2004), La flor carnivora (2009), El gato baila con su sombra (2012), y La noche del Océano (2014). Un de los picto-gramas de esta última obra adorna este artículo.

Su hermana, Encarnación Lorenzo, responsable del magnífico blog Ateneas (sobre mujeres culturalmente relevantes e injustamente olvidadas), y Tinieblas en el corazón (Pensar la antropología), me pidió un comentario sobre el cortometraje de María, halagándome con la idea de que soy experto en ciencia ficción. Bueno, me gusta la literatura fantástica y la sci-fi, pero tampoco me tengo por un experto en ello, además es discutible que el relato de Robert Barlow pertenezca a ese subgénero, más bien lo encuadraría yo en el más general de literatura fantástica. El conflicto entre lo real y lo fantástico aparecen en el relato y en el corto suavizados, lo que hace que lo imposible acabe resultándonos verosímil, clave esta de toda narración que pretenda absorber al lector o al espectador...

He visto por segunda vez el cortometraje de María Lorenzo. Es una delicia. Poético, melancólico, muy plástico, con esa pincelada tan musical y suelta que para nada olvida su base artesanal y pictórica, que para nada renuncia a mostrarse como artificio, acompañado todo ello por una excelente banda sonora de Armando Bernabeu Lorenzo... 

La noche del océano -el relato de Robert Barlow revisado por Lovecraft- nos habla de la fascinación del Océano, una fascinación en cierta medida autodestructiva, tanática. El Océano es un símbolo también de cierto ensimismamiento morboso, como el de quien queda hipnotizado por el sonido de su pulso o el ritmo de su respiración. En pequeñas dosis, desde luego, tales atenciones concentradas pueden servir para limpiar la mente, para desestresar. Son técnicas que explota la Meditación de estirpe oriental, y es lo que busca el protagonista en la soledad de una casita alquilada en la playa, alejándose así de las preocupaciones cotidianas.
Pero al buen tiempo sucede otro... La obsesión por las profundidades marinas y el impulso irresistible a dejar de ser en ellas o a entregarse a ese misterio tremendo, me trae a la memoria la suicida compulsión que sentía mi apreciadísima e hiperestésica Virginia Woolf, cuya obra más fascinante se titula precisamente Las olas... 
En un momento del relato, el protagonista habla de la mirada del Océano, en otro habla de esa masa inquietante de vida y muerte palpitante, imponente y amedrentadora, como si se tratase de una mente que reflexiona (como en Solaris de Lem). Se mira en él como en un espejo en el que aparecen las sombras ambiguas del origen y del final, del alfa y omega de la vida, al menos tal y como la sentimos y la entendemos ahora, desde nuestro diminuto observatorio terrenal.
Alguna vez oí que la composición química de nuestra sangre recuerda mucho la de ese caldo primordial, la de esa inmensa charca cenagosa en la que se criaron los embriones más simples de la vida organizada, de los que procedemos. ¿Parecida proporción de sales en nuestra sangre a la contenida en los océanos? No sé. Lo cierto es que al océano lo llevamos dentro, es nuestro fondo y tal vez también sea nuestro destino. A fin de cuentas, otros mamíferos han vuelto a él, como el hijo pródigo a la casa del padre.
También he oído que el pulso de la marea, ese ir y venir de las olas, que sirve de apropiado bajo continuo al cortometraje de María, relaja porque nos retrotrae al sonido del pulso de mamá, cuando medrábamos seguros en su vientre, al amparo y abrigo de tantos enemigos externos, por completo libres de dolor y de trabajo.
Las referencias al final de todos nosotros, a la muerte de la especie, al sol que declina, la tierra abandonada y las tinieblas que esperan su turno agazapadas en un rincón siniestro, no es nada esperanzadora, ni siquiera si se entrevé la continuidad de la vida en el útero marino, ese nicho en que todo se inició hace cuatro mil millones de años. Esa inquietud, desde luego, es muy propia del underground neorromántico de Lovecraft.

4 comentarios

Encarna Lorenzo -

Pongo los enlaces, que no han aparecido en el comentario:
https://vimeo.com/113905114 https://vimeo.com/110086080
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10152732992153403.1073742910.317231308402&type=3

Encarna Lorenzo -

La película se encuentra actualmente en período de difusión en festivales, pero se pueden ver dos tráilers de la misma:
Tráiler_1
Tráiler_2
A partir de los más de 3.000 dibujos realizados para el cortometraje, la autora efectuó una selección de fondos y dibujos de animación, que se exhibió en Torrevieja bajo el título La noche del océano: la exposición (febrero de 2015), de la que aquí pueden verse numerosas instantáneas:
Objetivo Torrevieja
Merece la pena ver este material. Gracias , José, por estas reflexiones tan atinadas.

Ángeles Boix -

Un comentario muy acertado y bien elaborado. Además del tratamiento de la luz y las olas que hace María (¡y de todo lo demás!), en la historia que cuenta, a mi me pareció ver las viejas ideas evolucionistas de Anaximandro, de esas partes de seres que salían del mar, y fuera se acoplaban con mayor o menor fortuna. Esta visión enlaza con lo que Vd. ha comentado como el mar como ese trasfondo primigenio del que nunca nos terminamos de desprender.

María Lorenzo -

Muchísimas gracias por tan inspirado comentario. Es como para tomar nota de muchas ideas. Saludos.