Cuando Herodes la tierra
Miguel Agudo Orozco es un tipo singular. Construye agudezas con palabras, lo cual es propio de su Género, pero además construye poemas y panfletos con imágenes, letras, palabras, lo cual no va incluido en el nom de famille. No es que piense con palabras; eso lo hacemos todos. No es que hable pronunciando fonemas y escriba escribiendo grafemas; eso es irremediable; sino que piensa lo que piensan las palabras, los sonidos y las letras, como si les diera estatuto de autonomía o vacación.
De su obra literaria sólo conozco su libro Cuando Herodes la Tierra. Muy cuidado, impreso con tipografía Ibarra y cuya cubierta está inspirada en la primera edición de las Gregerías de Ramón Gómez de la Serna. En deuda con las greguerías está, por ejemplo, su poema El Péndulo, que reza así:
El péndulo
dice no
constantemente
al tiempo.
Comparto con Miguel la costumbre de llevar el reloj adelantado. En mi caso cinco minutos. Pero él me ha revelado un posible motivo:
Tengo el reloj adelantado
cinco minutos
para vivir con la esperanza
de un presente mejor.
Miguel piensa –y piensa bien- que nos engañamos para dormir, que no cerramos los ojos, sino que más bien abatimos los párpados. Y que de ese modo perdemos la mirada en nuestra carne. Frotamos la oscuridad como una lámpara maravillosa que nos alumbra sueños. No dice, sin embargo, que esos sueños, demasiadas veces, son sólo pesadillas. Pero pertenece a las prerrogativas del poeta la exaltación del sueño, tanto como la exaltación de la realidad, si no son la misma cosa.
Hay en este libro un recuerdo de amores Más o menos realizados:
Tu recuerdo
salobre
sólo me da
más sed.
Me gustaría transcribir entero el poema que Miguel dedica a la luna, pero me da mucha pereza. A pesar de ser un tema muy manido por poetas y/o lunáticos, nuestro colega sabe encontrar figuras innovadoras: “el iceberg errante aún no deshelado”, “el lunar de lana de una enorme oveja negra”, “la roca iluminada como al final de un túnel”.
Su adicción o profesión filosófica presenta por síntoma su vocación inquisidora: “Si el tiempo todo lo cura, ¿por qué mueren los viejos tan enfermos?”.
Hablando de vocación, alguno de sus poemas la tiene de haiku:
Otoño
La copa
del árbol
derramada
en el charco
El misterio del título nos lo desvela el último de sus poemas. Parece que Herodes no arremetió contra cachorros humanos, sino contra el planeta inocente, y ya nunca heredaremos la tierra.
Sé de buena tinta que está a punto de presentar un nuevo poemario. Estoy en ascuas.
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