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Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki

Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki

 

UN TIPO SINGULAR EN EL OJO DEL HURACÁN 

 

            Avadoro, una historia española (1814) fue la edición más completa que pudo ver su autor antes de suicidarse en su biblioteca (1815). La obra que más tarde se traduciría con el título de Manuscrito encontrado en Zaragoza (Valdemar, Madrid 2002) está constituida por  "jornadas", a la manera de los decamerones y hectamerones antiguos.

            Fue escrita en una época apasionada por la arqueología, la exploración y la reconstitución erudita de civilizaciones exóticas, elaborada por un noble singular, Jan Potocki, testigo originalísimo de la crisis del Ancien Regime. "Viajero infatigable, escritor polimórfico e inquieto, entre ilustrado e iluminado, libertino revolucionario y enciclopedista desencantado, afín a los Ideólogos y rayano en la locura. Es un nómada expatriado, ignorado y malinterpretado como su propio entorno: el conde polaco Jan Potocki" (Domínguez Leiva).

            Jan Potocki nació en 1761, en Pików, Podolia, actual Ucrania, un año después de la publicación del Tristan Shandy de Sterne, en el año de la Nouvelle Héloïse,  tres años antes del Dictionnaire philosophique de Voltaire, así como de la obra fundadora del género gótico, The Castle of Otranto, de Horace Walpole. Empedernido viajero, fundador de la arqueología eslava, se hizo famoso en su patria, Polonia, por haber sido el primero que sobrevoló Varsovia en globo aerostático.

            Polonia era por entonces un país heterogéneo y anacrónico, en el que intentaban convivir polacos, rusos, alemanes, lituanos, judíos y armenios..., católicos, ortodoxos, protestantes y judíos; en que los nobles elegían al rey formando confederaciones rivales, apoyadas por ejércitos extranjeros. Los Potocki se alían con los franceses y los austríacos. En 1767, los rusos invaden el país y, en 1772, se lo reparten con Prusia y Austria.

            Domínguez Leiva (cfr. infra, Bibl.) afirma que para un escritor sepultado por la sombra enorme de su abuelo, Waclaw Potocki, hombre de guerra en la transición cultural del Renacimiento al ocaso del Barroco, la crítica ilustrada a los prejuicios de la vieja nobleza tenía que estar cargada de significaciones psicológicas. Claro, y de contradicciones dolorosas, que acabaron con su vida. La esmerada educación que recibió en Polonia, Lausana y Ginebra (1774-1778) le volvieron apasionado por las ciencias y el cosmopolitismo. Dos años después de su nacimiento hablan en público las cabezas cortadas de Cazotte. En su formación cuentan las novelas libertinas francesas, tanto como los tratados científicos, los opúsculos filosóficos, los panfletos holandeses, las Noches de Young, los Poemas de Ossian y las novelas macabras de Walpole. Por eso es uno de los autores que más lúcidamente sintetizan en su personalidad y su obra todas las tensiones de su siglo y el tránsito crítico de una época a otra, desde el culto a la Razón a la mística del Terror.

            En 1778 se enrola en Viena en el conflicto de sucesión de Baviera, como oficial pro-austríaco. Por esta época se iniciará en la masonería; nada de extraño, teniendo en cuenta que su familia acaudillaba la logia polaca. En el año de la primera edición de la Crítica de la razón pura, 1781, Potocki viaja por primera vez a España.

            Tras una batalla contra el Estado y a favor de la libertad de prensa, montó su propia imprenta. Es posible que después de haber servido en el ejército austro-húngaro como lugarteniente de artillería, en una guarnición próxima a Budapest, y en una expedición de castigo contra Malta y los berberiscos, pasase de Túnez a España, donde todavía reinaba Carlos III, una España que se le debió de antojar tan pintoresca como culturalmente activa. Le atrajo sobre todo Andalucía, que no tardaría en convertirse en meta obligada de los turistas románticos. Visitó Sevilla, Granada, Córdoba… y recorrió -como puede verse en el Manuscrito- los caminos y montañas de Sierra Morena, estudiando de cerca las costumbres gitanas y el calé, de lo que hay huella también en su opereta Les bohémiens d’Andalousie, representada en el castillo de Enrique de Prusia en 1794.

            Se casó con Julia Teresa Lubomirska. Corrieron escandalosos rumores sobre supuestas relaciones de Jan con su suegra, así como con su propia madre y su hermana; relaciones incestuosas y complejas cuya realidad o fantasía haya su eco en el Manuscrito.

            Entre 1785 y 1787 vive en París, donde nace su hijo Alfred. Asiste allí al salón materialista de Mme. Helvetius. Conoce a Volney, ideólogo y mitólogo francés que asocia a Jesucristo con Krishna. Traba amistad con los hermanos Humboldt, el lingüista Guillaume y el biólogo Alexandre. Frecuenta asimismo la extraña secta de la "Confrérie des Lanturlerus", de espiritualidad sincrética, a la que también pertenece el futuro zar Pablo I. Suscribe todas las ideas progresistas de entonces. Efectúa pequeños viajes, visita Inglaterra en pleno escándalo con Vathek. En Spa conoce a la novelista Mme. de Genlis con quien mantendrá una larga correspondencia.

            Diputado de Posnania en la Gran Dieta, surgida del levantamiento contra los rusos, denuncia el peligro reaccionario prusiano e impone el estudio obligatorio de la historia de Oriente en la Comisión de la Educación Nacional. Fue entonces cuando instalará en su casa una imprenta libre, imprimiendo en ella sus Voyages, su Essay sur l’Historie Universelle y un manual de guerra clandestina. Abre un club político, una biblioteca pública, se endeuda y publica un Essay d’Aphorismes sur la Liberté, antes de sobrevolar Varsovia en globo con J. P. Blanchard, pionero de la aviación.

            En 1790 regresa a Francia, es vigilado por espías y se introduce en los círculos jacobinos. Conoce a Condorcet. En 1791 viajó otra vez por España, con mirada de etnólogo y antropólogo, en un viaje documentado de tres meses, camino de Marruecos. Llegó a España con el ministro de Polonia. Y descubrió un país arcaico, un mundo de gitanos nómadas próximo al de los bohemios de su Galitzia natal. Potocki, contemplando en el verano de 1791 cómo los españoles bombardean Tánger, se refugia en el Consulado español, y luego en casa del embajador de Suecia, desde cuya terraza, cubierto con un "enorme sombrero andaluz" contempla el ataque. Una bomba explota cerca y decide pasar a la Península. Con el barón de Rosestein, embajador de Suecia, llega a Cádiz. La misma noche que desembarca asiste a un espectáculo de baile flamenco. Las bailarinas gaditanas le entusiasman, como entusiasmaron a los Césares.

            En Inglaterra lee las tesis contrarrevolucionarias de Burke y se presenta a Gibbons. Entabla amistad con el poeta maldito Coleridge, toxicómano y visionario, así como con Beckford, el autor "decadente" de Vathek, obra maestra de la perversidad, redactada en francés como el Manuscrit y que influirá poderosamente en su pensamiento.

            En 1792 retorna a Polonia, amenazada de desmembramiento. En su castillo pululan los emigrados franceses que pasan el día en fiestas rococó. Potocki pone en escena obritas absurdas (avant la lettre), tituladas Parades, que retoman el tema barroco y calderoniano del teatro en el teatro. Se rodea de siervos estrafalarios, de cosacos y de seres deformes. Todo será una fête galante pero triste, a la manera de los Pierrots de Watteau, de los que Verlaine sacará su "spleen".

            En los años del Terror francés (1793-1796) vive en Alemania. El héroe polaco Kosciusko se rebela y es aplastado por los prusianos y los rusos. Desencantado, el conde escribe Les Bohémiens d’Andalousie, que prefigura rasgos del Manuscrito. Uno de sus personajes, Fernando, es un noble disfrazado de gitano, como el personaje Avadoro, para escapar a la cólera de su padrastro.

            En 1791, después de la muerte de su mujer, el conde se aleja de los prusianos y asiste a la coronación de Pablo I en Moscú. Durante su viaje etnológico por el Cáucaso empieza, en Astrakán, la redacción del Manuscrito, curiosamente situado en España, país sobre el que no escribió ni ensayos históricos ni libros de viajes. Tal vez viviendo entre nómadas caucásicos recordó a los gitanos españoles…

            El Manuscrito procede a la vez del Shauerroman (Shauer: chubasco, horror) de Achim d’Arnim y de la gothic novel de Walpole, así como de la influencia del Candide de Voltaire, a los que habría tal vez que añadir los aquelarres de Goya (1797 es el año de los Caprichos), el libertinaje de Casanova, el iluminismo del conde de Gabbalis, así como las fuentes formales del Decamerón y Gil Blas.  

            De regreso a Podolia, se casa por segunda vez y se consagra a la educación de sus hijos. En 1802 publica su mejor obra de investigación: Histoire primitive des Peuples de la Russie. En 1803 muere su padre en Viena, y Potocki estudia en Italia la cronología del Oriente antiguo. En el año que Napoleón es elegido emperador, publica las diez primeras jornadas del Manuscrit en Petersburgo (1803). Aboga por el ideal paneslavista ruso y propone un proyecto de conquista comercial de Asia a través de Afganistán.

            En 1808, año en que comienza la acción del Manuscrito con el sitio francés de Zaragoza, Potocki se separa de su segunda mujer, y escribe las jornadas 23ª a la 30ª. En 1809 se publican en alemán las Abentheuer in der Sierra Morena. En 1812, su primogénito vive en directo el desastre napoleónico en Rusia. Se retira definitivamente a su propiedad de Uladowka, donde agobiado por las deudas y fracasos editoriales, depresiones y neuralgias, se suicida en su biblioteca, con una bala extraída de la perinola de un azucarero barroco perteneciente a su madre y que antes ha hecho bendecir por su capellán.

            Contemporáneo de Lichtenberg, Potocki redactó su curiosa novela entre 1797 y 1814, después de la gran crisis de la conciencia europea (1680-1715) y antes de las Restauraciones monárquicas contrarrevolucionarias (1815): un Siglo de las Luces que termina en Siglo Iluminado. Hoy nos parece un interlocutor privilegiado del s. XXI.

           

EL MANUSCRITO. UN SUEÑO SECRETO

 

            El Manuscrito es una Summa rococó, laberíntica y enigmática, dotada de un humor muy especial, corrosivo, que incluso anticipa el de Groucho Marx. Pero el juego entre ironía y tragedia es constante, como en Voltaire. Es así una alucinación histórica escrita con alma de volteriano y el síntoma de una civilización aristocrática en crisis, aislada y alienada, marcada por la erosión gradual de las relaciones humanas y por un fetichismo morboso. Cuando escribe el inicio de la obra, la Revolución francesa y el Terror han sellado el fin del Antiguo Régimen y por tanto el ocaso de la cultura aristocrática. Dos años antes, Polonia ha sido desmembrada por tercera vez, tras una sangrienta represión prusiana y rusa. El autor propone una evasión a España y al Mediterráneo como una terapia después de largos años de conmociones sangrientas.

            El Manuscrito se recuperó en los años 90 del siglo XIX, gracias a la primera edición íntegra en francés. Potocki utiliza la distorsión del tiempo para crear un universo entre mimético y simbólico y para proponer una relectura heterodoxa de la Historia Universal, desde el s. XII a C. hasta el año 1808 d. C. Resulta una obra característica del ocaso del Antiguo Régimen, en la tradición de la novela gótica (cuyos tres pilares son el crimen, el sexo y lo sobrenatural) y de las obsesiones sadianas y goyescas. La figura del complot islámico y judío que preside la acción remite a la paranoia finisecular de las sociedades secretas y las relaciones entre el universo potockiano con la masonería. Pero Potocki no es un plagiador, más bien desarticula la ideología gótica y romántica, procurando sobrepasar el empuje del irracionalismo en su propia obra: un carnaval filosófico por el que desfilan los discursos, ideas y contradicciones de la Ilustración, animando el conflicto entre la razón instrumental y el pensamiento talmúdico, anunciando la problemática de la novela moderna y su crítica postmoderna.

            Aunque Radrizzani afirmó que el autor se retrató en clave detrás de algunos personajes, Jan Potocki nunca fue oficial napoleónico ni participó en el sitio de Zaragoza. La ciudad no cumple más función narrativa que albergar el Manuscrit. Tal vez Potocki quiso utilizar su valor simbólico de resistencia antinapoleónica. Por otra parte, la Cábala (comentario infinito de la Torá o el Pentateuco) está asociada a Zaragoza, pues en 1240 nació en esta ciudad Abraham Abufalia, de quien deriva todo el cabalismo español y provenzal. Y en esta ciudad imprimió Bahya ben Asher el primer libro cabalístico de la historia. ¡Y fue la patria de Goya, pintor con el que tanto tiene que ver el mundo imaginario del Manuscrit! A Goya se atribuyó un retrato del conde polaco, y no es imposible que se conociesen.

        El Manuscrito pertenece todavía al XVIII: escenas galantes, gusto por el ocultismo, jovialidad e inteligencia, sobriedad y precisión sin rebabas ni excesos ("elegante sequedad", dice R. Caillois). Pero la obra del conde anticipa el romanticismo, una nueva sensibilidad con estremecimientos inéditos, fascinada por lo horrible y lo macabro.

            En los relatos publicados en San Petersburgo en 1804-1805 se repite siempre una misma historia, los encuentros y amores de un viajero con dos hermanas que lo arrastran a su lecho, solas o con su madre. El carácter de estos encuentros se edulcora en la edición de 1814 (Dix Journées de la vie d’Alphonse van Worden). Después de la orgía, vienen las apariciones, los esqueletos y los castigos sobrenaturales... Los gestos más turbadores son velados, pero no disimulados. Las hermanas son musulmanas, lo que permite añadir las supuestas costumbres de los harenes en los que, según la leyenda occidental (cfr. Fátima Mernissi), ellas encuentran natural repartirse al mismo hombre, al mismo tiempo que se dan placer entre sí. Su verdadera naturaleza se revela poco a poco hasta que aparecen como lo que son: criaturas demoníacas, súcubos o entidades astrológicas vinculadas a la constelación de Géminis.

            El retorno de un mismo acontecimiento en el irreversible tiempo humano es un recurso frecuente en la literatura fantástica. Caillois sin embargo, que es un experto en aquélla, dice no conocer una combinación tan atrevida, deliberada y sistemática de los dos polos de lo admisible: La irrupción de lo insólito absoluto y la repetición de lo único por excelencia, para conducir al colmo del espanto. Se produce lo que no puede ser, un milagro escandaloso y que, además, produce efectos recurrentes. 

           

            ¿Que importancia atribuía el conde a la única obra de ficción que escribió?

            Su compañero Klaproth, que había viajado con Potocki (pronúnciese Pototski), le estaba agradecido, así que dirigió la edición de sus obras eruditas en 1829. Le nombró campeón de la libertad en su juventud ("sectateur de cette liberté, qui est toujous en péril quand on en parle trop"). Y añade que durante un viaje que hizo a Holanda en 1787, durante una revolución popular, la contemplación del furor de las masas disminuyó el entusiasmo del conde por la libertad de los pueblos, y su confianza en la felicidad que ella traería al género humano.

            El Manuscrito, parte casi secreta de su obra, heredero también de las novelas de jinete (Reiterroman), prolonga las fantasías de Cazotte y anuncia los espectros de Hoffmann. Pertenece todavía al XVIII pero anticipa el romanticismo: una nueva sensibilidad con estremecimientos inéditos, fascinada por lo horrible y lo macabro.

            "El texto se hace espejo de un universo de perspectivas múltiples, donde coexisten varios sistemas de valores, conceptos religiosos y filosóficos aparentemente incompatibles. Es la ‘modernidad’ aparente de un texto que, como el Quijote y las grandes novelas del siglo XX, trasciende su época y el género de la novela" (Radriazzani, 1989). Incorpora algunos recursos de Las Mil y una noches. Novela que el autor idolatró, ya que con su mayordomo turco buscó obsesivamente los manuscritos más antiguos de esta obra.

            S. Tarnowski le atribuye la intención principal de desacreditar la noción tradicional del honor y la historia del cristianismo, con los relatos del Judío Errante y el sistema deísta del personaje Velázquez, con una intriga iluminista o masónica como tema principal; y tres temas: el mal, el sexo y lo sobrenatural.

           

 

RECURRENCIAS Y BUCLES. ROCOCÓ Y ROMANTICISMO

 

            El retorno de un mismo acontecimiento en el irreversible tiempo humano es un recurso frecuente en la literatura fantástica. En la obra se produce lo que no puede ser: un milagro escandaloso que, además, produce efectos recurrentes. En la advertencia preliminar, que no apareció en la edición de San Petersburgo, el autor cuenta que siendo oficial de las tropas francesas, durante el sitio de Zaragoza, unos días después de la toma de la ciudad encontró, en una casita apartada que parecía no haber sido visitada por ningún francés, un manuscrito español en el que hablaba de bandoleros, aparecidos y cabalistas (un "roman bizarre").

            Las aventuras de Alfonso encuadran la novela de Avadoro, que ocupa el grueso del Manuscrit y cuya narración sirve a la vez de marco en que se insertan otras muchas, hasta una quíntuple inserción. La narración de Avadoro es una novela dentro de la novela que fue editada de modo independiente en 1813 bajo el título de Avadoro, histoire espagnole. Avadoro narra aventuras fantásticas, picarescas, históricas y eróticas.

            Dentro del marco narrativo del diario de Alfonso se encastra el de Avadoro, en el que se enmarcan las narraciones de Velázquez, las de Torres Rovellas, etc. Se organiza así una maraña de relatos que se encastran entre sí como muñecas rusas o cajas chinas, como piezas de un relato supremo. Se crea de este modo un extrañamiento continuo o un lugar imaginario de errancia utópica. Un arabesco rococó que refleja la simbiosis y la crisis de la jerarquía entre los elementos del conjunto. Pero la fábula puede ser interpretada como un juego de metonimias, en el que, como en un espejo fractal, cada fragmento refleja el conjunto y el conjunto multiplica la misma estructura que cada fragmento. También como una permanente digresión, que remite a un futuro cada vez más lejano e hipotético la resolución de las distintas historias narradas.

            El marco que da sentido a todos los relatos es la iniciación de Alfonso, que supone el eco de antiguos exempla medievales de relaciones sexuales mortíferas con súcubos e íncubos. Las recurrencias forman bucles extraños: unas narraciones se autentifican por otras. Ciertos narradores intervienen como personajes de relatos de otros narradores (17 masculinos y 8 femeninos). Las coincidencias aparecen como en la filosofía surrealista con un sentido íntimo y providencial, reiteradas, maniáticas, circulares, próximas al universo freudiano de la neurosis o del mundo de los rituales.

            Buscando antecedentes hispanos, Busqueros alude al Buscón (1626) y Camille de Tormes al Lazarillo. La onomástica potockiana multiplica las raíces de base "mor", aludiendo al origen musulmán converso de los personajes y sugiriendo una relación secreta con los Gomélez: Moro, Moreno, Maura, etc. Como en la tradición talmúdica, la variación paragramática o anagramática de un mismo nombre teje así combinaciones y permutaciones de una misma esencia. Las letras parecen atravesar el tiempo con su permanencia.

 

 

            Alfonso, el narrador del pretendido manuscrito es proclamado gobernador de Zaragoza en 1761, el texto retranscribe un diario, jornada a jornada, del año 1739, y es encontrado por otro narrador, un oficial francés, en 1809. Alfonso es uno de los tres pilares de la obra, junto a Avadoro y Velázquez. Alfonso acepta pasivamente la decadencia del ideal heroico, en un mundo en que las guerras se hacen ya a impulsos de banqueros y opinión pública.

            En la novela, la sociedad mundana de la época rococó se oculta bajo las máscaras de judíos, musulmanes y gitanos de opereta, en festejos dementes. El Manuscrit refiere a un grupo social, el aristocrático, que es a la vez el medio existencial y público soñado de la obra potockiana. Tal vez Potocki imaginó el Manuscrit como una gigantesca escenificación rococó en la que Alfonso, el soberano, es conducido a un ingenioso jardín con ermitaños, patíbulos, castillos evanescentes, subterráneos, huríes orientales, salvajes amerindios, actores disfrazados de seres demoníacos, de judíos errantes y de bellas "historias trágicas" próximas a la ópera, en alternancia con pasatiempos bufos. Está muy presente la tradición rococó de la "Commedia dell’arte", con su estereotipación de los personajes, como las marionetas que maneja Voltaire en sus cuentos. Voltaire no entra en la interioridad de sus personajes, sólo refleja su conducta según el método empirista. También Potocki rechaza dotar a sus personajes de interioridad. Pero no son del todo fantoches: Voltaire y Potocki son agudos observadores de la humanidad y con un solo gesto o palabra reflejan estados psicológicos profundos.

            Potocki propone así una fantasía escapista, un retorno nostálgico a la atmósfera festiva de la cultura rococó, con efectos contrapuntísticos, evocadores de la música de la época (Haydn y Mozart). El estilo del Manuscrito es de una sequedad elegante, sobrio y preciso, muy típico del siglo XVIII, aunque otros aspectos apunten hacia el romanticismo, "style coupé" del siglo XVIII, con articulación sincopada, típica del rococó, estilo de la "mis en question", del distanciamiento irónico.

            El rococó representa una ruptura respecto a la lógica, el racionalismo y el cartesianismo, hacia un escepticismo sofisticado. Busca sus ideales en mundos exóticos, en el "noble salvaje" o en el mundo chino, como un eco del empirismo sensualista de Locke y sus seguidores. Tras el desmantelamiento del teocentrismo medieval, al antropocentrismo renacentista también entra en crisis, la metafísica en descrédito y los axiomas racionalistas son abandonados a favor de los fenómenos captados por los sentidos, originando así un realismo cínico y un hedonismo estético.

            La prosodia de Potocki es siempre la misma y un único modelo de frase y estilo unifica la novela. La frase  potockiana es predominantemente racionalista, analítica, de ascendencia volteriana, breve a fuerza de eliminar connotaciones emocionales, acerada e irónica, marcada por la abstracción. Predominan los nombres y adjetivos abstractos. No hay efusiones líricas. Potocki suprime numerosas transiciones, fragmentando el periodo clásico. Ensambla sus frases sin insistir en los engarces, consiguiendo una gran sutilidad nerviosa y vertiginosos cambios de ritmo.

 

            Potocki pinta y rechaza la subjetividad romántica. El Romanticismo insiste en resimbolizar el mundo, mientras Potocki insiste en explorar la reificación y miseria del hombre-cosa, sin acceder a ninguna trascendencia liberadora.

            Por otra parte, no sabemos nada del aspecto físico de Alfonso, Avadoro o Velázquez. La descripción de la vestimenta motiva a veces largos párrafos (como en los libros de viajes de Madame d’Aulnoy). Según el modelo del "cuento oriental" libertino, cumple una función de encanto erótico, propia del espacio del tocador (boudoir), fundamental en la producción novelesca del XVIII o en la Historia de mi Vida de G. Casanova.

            La declaración racionalista de principios contrasta con la fertilidad alegórica de la fantasía y del arabesco. El conde esgrime en la ficción la prosa de los philosophes, que contrasta con la vertiginosa estructura temporal de la obra, del mismo modo que la concisión de la prosa volteriana lo hace con su estructura rococó.

 

EROTISMO GOYESCO. SEXUALIDAD ENMARAÑADA

 

            Entre sensualismo libertino y organicismo romántico, frente a la estructura paranoica del erotismo gótico o la desolacion del goyesco, Potocki ofrece una visión caleidoscópica del erotismo del XVIII, el voyerismo asociado a la lectura, el relativismo orientalista, la lógica iniciática, la aritmética de la repetición y la combinación. Oponiéndose a la trascendencia del amor romántico, juega con los límites de un Eros libertino, la figura redentora es la hija de Alfonso y la propia obra.

            La iniciación sexual de Pedro Velázquez, contada en clave geométrica, jornada 25ª: "Las dos compañeras de mi lecho [se refiere a su tía Antonia con su doncella Marica] me estrecharon con tanta fuerza entre sus brazos que me pareció imposible librarme de ellas. Además, ni siquiera lo deseaba, porque de repente sentí nacer en mí sensaciones desconocidas e incluso inapreciables. Un sentido nuevo se formaba por toda la superficie de mi cuerpo, y sobre todo en los puntos en que tocaba con las dos mujeres, lo cual me recordó algunas propiedades de las curvas osculatrices. Quería darme a mí mismo razón de lo que sentía, pero mi cabeza ya no podía percibir el hilo de ninguna idea. Al fin, mis sensaciones se desarrollaron en una serie ascendente hacia el infinito..."

            Pero el desencanto erótico se presenta como frustración de un erotismo que no alcanza la trascendencia y que no cumple lo que ansía. Tras la desmesura de la evasión, el hecho de no poder alcanzar la totalidad de ser revela la condena de ser; por eso el yo sale de viaje buscando más Yo en los Otros, la "excedance" (E. Lévinas) de la propia imaginación se expone en un excentrismo exótico. El incesto y la androginia operarían luego como ficciones de regreso a la unión inicial de partida, tras el fracaso de la promesa evasiva del placer sexual.

 

 

            El primer fundador de la estirpe de los Gomélez, a la que pertenecen las bellas musulmanas y el rubio oficial valón Alfonso, fue Massud ben Taher, hermano de Yusuf ben Taher. Según la edición española del Manuscrito de Mauro Armiño se trata de Tarik (¿Massud o Yusuf?), el jefe militar bereber que desembarcó en Gibraltar (Gebal-Taher), llamado por contrincantes del rey Rodrigo. Caído en desgracia, se refugia con los suyos en las Alpujarras, que Emina describe como una prolongación de Sierra Morena, "cadena que separa el reino de Granada del reino de Valencia". Los visigodos no habrían tenido tiempo de entrar en las Alpujarras, de modo que sus altos valles estarían habitados por un antiguo pueblo, los túrdulos, ni cristianos ni musulmanes, tribu de origen fenicio no invadida por los visigodos. Massud aprendió su lengua y los convirtió al islam, mezclando a su gente con ellos por medio de matrimonios mixtos. Descubre un tesoro en las Alpujarras y decide implantar la dinastía Alí en el mundo. Tras 806 años, un iniciado llamado Bellah asesina al jefe Sefí, quien quería vender el secreto del tesoro subterráneo a Carlos V. Bellah crea un sistema complejo de iniciación para evitar futuras traiciones. Dos siglos más tarde el jefe Massoud sobrevive a una epidemia de peste que diezma a los habitantes del laberinto subterráneo y descubre el tesoro de Massún. Con la ayuda de Avadoro, un pícaro convertido en importante diplomático durante la guerra de Sucesión española y decepcionado del mundo, organiza un plan para iniciar en los secretos a la secta a los descendientes de la rama cristiana del clan Gomélez. Treinta años después, el guarda valón Alfonso van Worden (hijo de una Gomélez, una de las ramas de los Abencerrajes de Granada) y el geómetra Pedro Velázquez, ambos traumatizados por la educación recibida, son atraídos hacia las Alpujarras, donde son sometidos a la iniciación esotérica del jeque Massoud. Alfonso es seducido por dos primas suyas de la rama Gomélez, drogado y conducido hasta el patíbulo de los bandidos Zoto. El jeque Masoud, disfrazado de ermitaño, finge exorcizar a un saltinbanqui que asegura haber tenido relaciones con súcubos. El Gran Inquisidor, también un agente de los Gomélez, pone a prueba a Alfonso antes de permitir que lo libere el bandido Zoto, quien le narra su historia. Alfonso se acuesta nuevamente con sus primas y vuelve a ser drogado y conducido al patíbulo, donde encuentra al cabalista Pedro Uzeda, también de los Gomélez, quien le lleva a su castillo y le lee historias terroríficas. Alfonso se entretiene con los relatos de Avadoro, jefe de un campamento de gitanos, donde Alfonso pasa cuarenta y nueve jornadas, tras las que es presentado al jeque Massoud, quien le desvela la historia de su clan y la iniciación que acaba de vivir. El jeque dinamita la caverna del tesoro y da por imposible el sueño de los Gomélez al descubrir que no es ilimitado. Los distintos clanes se distribuyen los restos y Alfonso hace carrera militar con la parte del tesoro que le toca. Su hija, fruto de la unión con la prima Zibedea, princesa de Orán, se casa con el hijo de Velázquez. Alfonso es nombrado gobernador de Zaragoza y redacta en español un manuscrito de sus aventuras, que encuentra cuarenta años más tarde, en 1808, un oficial francés, quien es apresado por un capitán español descendiente del clan Gomélez, quien le traduce el texto al francés.

            El narrador es Alfonso van Worden quien es seducido en Venta Quemada (a media jornada del cadalso donde penden los ahorcados) en 1737 por "dos damas cuya tez de lirio y rosas contrastaba perfectamente con el ébano de sus doncellas", extrañas musulmanas que aseguran ser familiares suyos.

            El final no es sino una ruina romántica, un final grandilocuente y operístico, pesimista. el mundo de los Gomélez se destruye irremisiblemente, el libro de Alfonso, también, no es más que una ruina, el resto de una civilización oculta que se extingue, como las que Potocki visita en sus viajes por el Caúcaso. La mina de oro se agota, en un símbolo dramático de involución y empobrecimiento espiritual, debido a la perversión materialista del ideal alquímico. El siglo XVIII rinde auténtico culto a las ruinas "La ruina es una elección imposible entre natura y cultura, libertad y determinismo, energía y orden, historia y memoria, totalidad y fragmento, fin y comienzo" (Le Brun, 1987). Ante la irrupción de los “Grandes Relatos” de la modernidad (Kant, Hegel, Marx), monumentales y neoclásicos, el Manuscrito se yergue como una ruina entrañable y una construcción invisible, con su interminable ambiente de derrumbe.

 

 

FILOSOFÍA (Carnaval filosófico o Commedia dell’arte filosófica. )

 

            Para M. Skrzypek, Potocki era un filósofo y su novela esconde un sistema de filosofía que el autor transmite subliminalmente: el materialista de los ideólogos franceses[1]. El misterio sólo representa para los autores libertinos un enigma indescifrable: viven al margen de la religión, ni dentro ni fuera.

            Para Domínguez Leiva lo que nos ofrece Potocki es una “polifonía dialógica”. El autor no privilegia ninguna doctrina o teoría en su novela, al contrario que el perverso marqués. Cada idea encuentra su parodia. La poesía de la obra resulta de todo lo ambiguo, vago, impreciso y doble. Como los cuentos volterianos, el Manuscrito es también literatura de evasión y catarsis, un engranaje que permite al autor superar sus decepciones. Potocki deconstruye todos los géneros que usa -novela gótica, libertina, picaresca, filosófica-, privilegia la ironía escéptica a medio camino de Voltaire y Hume, lo cual le distingue claramente de los Ideólogos.

            Presenta bajo un ángulo novedoso los debates filosóficos de la época. El marqués de Sade fue el primero en utilizar la etiqueta de "roman philosophique" y reconoció como maestro suyo a su fundador, el abate Prévost. La intención filosófica preside las novelas de Las Luces: Candide, La Nouvelle Heloïse, Jacques le Fataliste o Les liaisons dangereuses. Entre la ironía dieciochesca y el espiritualismo romántico. Racionalidad desencantada, nostálgica de los misterios de la imaginación.

            Potocki, que tenía una buena formación matemática, aboga por la complejidad, reflejo del intrincado mundo histórico, a la vez que forma superior de la inteligencia. Velázquez, el matemático despistado, representa un diálogo clásico entre la razón y la sinrazón y expresa gran parte de la carga filosófica de la obra.

            En 1918 T. Sinko dedicó un libro al contenido filosófico de la novela, titulado Histoire de la religion et la philosophie dans le roman de Jan Potocki. Potocki aparece como un deísta defensor acérrimo de las Luces. Investigó las fuentes filosóficas del Manuscrit: la Hermética griega, Filón, Filóstrato, filósofos modernos: Herbert de Cherbury, Blount, Toland, Voltaire, Helvétius, La Mettrie o Volney. Relatos insertos como la Historia de Menipea y la discusión que sigue expresan una crítica del cristianismo: rechazo del alma sobrenatural y de la concepción monista del humano, cuyos pensamientos tienen su origen en las impresiones sensoriales. Toda la crítica polaca posterior ha aceptado las tesis de Sinko.

            Pero también se puede leer el relato marco del Manuscrito como un "Bildungsroman" filosófico en el que Alfonso van Worden representa el sistema cristiano puesto en cuestión por las Luces, encarnadas en la obra por la figura del Sabio Mahometano, el jeque de los Gomélez. Alfonso es un personaje tentado y refleja el pasmo de la moral heroica y cristiana, en crisis, ante el desafío de las Luces.

            La mezcla de erotismo, exotismo y crueldad, resultan tan modernas que W. Haas adapta en el año 1964 el Manuscrit al cine, con una iconografía surrealista que hizo del film una cinta mítica y una obra de culto, aclamada por la crítica. La idea de un despertar bajo el patíbulo, que parece sacada de un episodio de Jacques le Fataliste de Diderot, resulta muy sugestiva, incluso filosóficamente.

            Los personajes de Potocki son hombres-relato, hombres-discurso; la falta de  profundidad psicológica se compensa así con un verdadero calado metafísico. Así, por ejemplo, Velázquez es el emblema del racionalismo, y debe contemplar amargamente cómo, después de seguir las huellas de Locke y de Newton y haber alcanzado los últimos límites de la inteligencia humana, asegurando incluso los principios de uno y los cálculos del otro en el abismo de la metafísica, sólo ha logrado figurar en el número de los locos, ante los moros nómadas de los alrededores de Ceuta, con lo que rompe todas sus tablillas de cálculo diferencial e integraciones para marcarse unos pasos de zarabanda…

            La cuestión del punto de vista de la narración es fundamental en la obra. El polaco es de los primeros autores que intenta obtener un efecto fantástico por este conflicto de perspectivas y focalizaciones. Pero su perspectivismo va más allá del juego fantástico, tocando temas como el voyeurismo, como cuando la orgía de Thivaut es narrada desde otra óptica por Orlandine. Un mismo acontecimiento aparece a veces desde tres puntos de vista distintos. Esta repetición tal vez tenga connotaciones cabalísticas, pero sobre todo confieren a la obra una dimensión irónica. Ironismo, ludismo... "Potocki parece invitar al lector a participar en un juego complejo".

            Todos los narradores del ciclo de la Venta Quemada (probablemente origen del pueblo que hoy se llama Aldea Quemada) se han drogado con el vino de Alicante que altera su percepción y les hace olvidar lo ocurrido. Cada narración resulta defectuosa y solicita otra que llene su vacío, como en la tradición cabalística que se perpetúa, a través de filosofías judías, hasta el deconstruccionismo derridiano. La pérdida de sentido impone un reinicio. El Talmud distingue cuatro niveles de lectura Pchat (sentido literal), Rémèz (sentido alusivo), Drach (sentido solicitado) y Sod (sentido escondido o secreto). La obra de P se inscribe en el conflicto de interpretaciones que anima el Talmud, referencia latente en toda la novela y que explica su vitalidad en el debate hermenéutico postmoderno. Para responder a su solicitación infinita es necesaria una crítica plural y contrastada.

            El análisis de lo que le dicen confronta a menudo a Alfonso Van Worden a una duda irreductible que se convierte en desconfianza hermenéutica. Hay una sospecha o desconfianza continua en el tejido de las locuciones. El pensamiento descubre cuanto encubre. Potocki se adelanta así a Nietzsche. Y la hipertextualidad potockiana anuncia directamente el mundo cibernético de Internet. El Manuscrito resulta ser así un auténtico clásico postmoderno.

            El enciclopedismo del personaje Diego Hervás recuerda en más de un detalle a Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), admirador de Genovesi, Locke y Malebranche, pero también acorde con Descartes en la aplicación de la duda. La Historia de la vida del hombre, enciclopedia publicada entre 1789 y 1799, fundamenta un canon del conocimiento en la órbita de Bacon.

            Nos hallamos ante una verdadera tragedia del saber. Todos los personajes se quejan de verse superados por las brechas de lo que saben: "Nous ne connaissons pas bien la nature des démons, parce que dans notre science, comme dans toutes les autres, on ne peut pas tout savoir" (Manuscrit trouvé à Saragosse, 104, primera edición integral elaborada por René Radrizani, Paris, J. Corti, 1989, pg.104). Hay en ello también la huella de la errancia de un sentido nunca pleno, paralelo al resultado de las historias quebradas y enlazadas, pues ningún relato es el Relato, como ningún libro es el Libro (Domínguez Leiva).

            Schopenhauer, influido por los estudios orientalistas, retomará la idea hindú del Eterno Retorno poco después de la publicación del Manuscrit. Para el racionalista Potocki, el onirismo, como la locura, seguían siendo el Otro inimaginable de la Razón, una interrupción, una ausencia y un silencio. El siglo de las Luces tiene un temor específico a la locura, signo de la precariedad de una Razón que puede derrumbarse en cualquier momento, o cuyo sueño produce monstruos, como en la sentencia de Iriarte tomada por Goya. Potocki era demasiado volteriano y racionalista para arrojarse al anverso de la razón. Se contentó con pasearse por sus meandros limítrofes.

            Frente al romanticismo que buscará en la noche sus metáforas predilectas (Himnos a la Noche, de Novalis), los ideólogos intentan recrear las ciencias humanas: sueño racionalista de "deshumanización del hombre", reducido a abstracciones matemáticas, como un resorte del Gran Engranaje, pues según el Descartes de la segunda Meditation, la única idea clara que concibe el cogito respecto de las cosas corpóreas es su extensión (étendue), esencia de la materia. De ahí la exploración racional y naturalista de los espacios domésticos, "d’après nature" (v. la pintura de Fielding, Hogarth, Chardin, quines buscan representar la materialidad de las cosas, sin adjetivación, su estricta presencia).

            Pero Potocki logra conciliar el mecanicismo de la razón instrumental con otro modo de pensamiento y otra forma de raciocinio. En el Manuscrito el espacio cartesiano se torna laberíntico y sobrenatural. Del espacio newtoniano y racional al espacio de los ocultistas, mimético y simbólico (cfr. Böhme, o Boehme, Goethe, Blake): geometría divina, criptograma de Dios que niega la separación entre el espacio exterior y el interior, entre el mundo y el Yo. Escaleras, laberintos, fortalezas, elementos y formas son signos de una realidad espiritual escondida debajo de la materia. Potocki, iniciado en el ocultismo, se muestra sensible a ciertas teorías paradójicas, desde Berkeley hasta el Mundus subterraneus de Kircher (1678). Lo “pintoresco” se convierte así en un espacio simbólico de lugares y paisajes que recuerdan a la imaginación las descripciones de poemas y novelas (Dictionnaire de l’Academie). A la par, es espacio sublime (Addison, Pleasures of Imagination, inspirado en Sobre lo sublime de Longino, del I a. C.). El espacio sublime es el espacio infinito, productor de admiración y temor en el individuo, como en la pintura de G. Friedrich, hasta lo sublime de las tinieblas (Piranesi, Carceri d’invenzione).

            El Gran Engranaje de Newton se ve concretizado arquitectónicamente en una obra aterradora y visionaria de Boullé, el Cenotafio de Newton (1784), utopía de una razón deshumanizante. Otro espacio utópico de la época es el Panopticon de Bentham. La masonería sacraliza la Arquitectura durante todo el siglo, conserva el vocabulario y los emblemas de las míticas cofradías esotéricas de constructores medievales, representando a Dios como el Gran Arquitecto del Universo. Pero no se puede reducir el Manuscrito a un esquema puramente masónico. Potocki y su familia pertenecieron al Gran Oriente polaco, de tendencia racionalista y deísta, opuesta al iluminismo místico de las logias egipcias de Cagliostro. La masonería resucita los misterios egipto-helenísticos, imitando a  los humanistas neoplatónicos que renovaron su saber gracias a la tradición hermética.

            Fichte afirma en la Doctrina de la ciencia, tres años antes de la redacción del Manuscrito, un idealismo subjetivo en el que el mundo y el espacio son la apariencia producida por el Yo absoluto, obligado a limitarse y darse un objeto para tomar conciencia de sí mismo. Los poetas románticos aniquilan el universo newtoniano, para ellos el mundo es un todo orgánico, energía dinámica, amor y presencia de la divinidad. El universo de Potocki resulta diametralmente opuesto a estas corrientes filosóficas y estéticas que gestan el pensamiento del XIX. El Hombre-cosa no puede acceder a la resimbolización y rehumanizacion del mundo.

            Potocki sólo es sensible a las categorías primarias de Locke, desdeña por completo los colores, los olores y los sabores: le importa la solidez, la extensión, la forma, el número, el movimiento o el reposo para describir lo real espacialmente. Le interesan los “espacios de la subversión”: castillos góticos, laberintos subterráneos, tierra baldía (terre gaste), cárceles inquisitoriales, ciudades malditas, minas de oro, locus amoenus erótico de la caverna, mausoleos. Potocki se ríe de todos los valores mientras muestra una verdadera fascinación por la cultura material y una cosificación económica del mundo. El espacio de la alcoba libertina es una caverna, como en los cuadros enigmáticos del primer Goya. Todos los lugares se comunican entre sí.

            El empirismo tampoco desdeñó la analogía del hombre-máquina: resemblance, contiguity and causation: leyes de asociación de ideas de Hume, inspiradas por la ley de la gravitación de Newton. Los Ideólogos finiseculares radicalizan el breviario empirista. Herbart se propone matematizar la psicología. Cabanis: "le cerveau sécrète la pensée comme le foie sécrète la bile"... "je sens, je suis". Obsesión frenológica de Gall. Este reduccionismo racionalista, materialista y censista, está presente en el Manuscrito, reacio a la revolución rusoniana. Pues Rousseau añadió al reduccionismo racionalista "l’historien du coeur humain", la historia del espíritu, abriendo las puertas tanto al Idealismo alemán como al Romanticismo estético. Kant opondrá la Vernunft, la intuición trascendental, los  a-priori categóricos. Se afirmará el poder de la Razón pura, del Sujeto (Fichte), del reino interior de la verdad. Paralelamente, los románticos afirmarán una psicología voluntarista, holista, vitalista y organicista, exaltando los poderes inconscientes del Yo, llevando el asociacionismo de Hartley hasta los umbrales del psicoanálisis. Los románticos exploran antiguos y nuevos métodos: el onirismo, la religión, la contemplación de la Naturaleza, el éxtasis demiúrgico, el satanismo, la perversión sexual o las sustancias psicotrópicas. La psicología sigue viviendo hoy de las fulgurantes iluminaciones románticas.

            ¿Mauvaise foi en Potocki al ocultar y rechazar a las clases dominadas? ¿Evasión de la realidad social inmediata por parte de una clase social anacrónica? ¿Es la novela gótica conservadora, antirrevolucionaria? El relativismo moral y filosófico del Manuscrit tal vez se inscriba en la tradición de las grandes novelas satíricas, de las obras que muestran a las claras las contradicciones del corazón humano: "C’est là la grande énigme du coeur humain, que personne ne fait ce qu’il doit faire. Tel ne voit de bonheur que dans le mariage, passe sa vie à faire un choix et meurt célibataire". 

 

 

PSICOANÁLISIS Y RELIGIÓN

 

            Philip K. Dick retomará el tema de la función irreal de la conciencia. Merleau-Ponty: "lo que protege al hombre del delirio de y de la alucinación es la estructura de su espacio". Alterándolo, Potocki nos introduce en un espacio laberíntico cercano a las patologías del sentimiento de la realidad de los psicoasténicos, quienes experimentan sentimientos de desorientación y creen que las cosas y los lugares desaparecen, o de los esquizofrénicos, para quienes el espacio mismo está desestructurado y dislocado como la realidad propia. Sabemos que el conde polaco sufría ataques neurálgicos agudos.

            El laberinto estructura también la narración. Su función cabalística, retomada por los alquimistas, se atribuye al rey Salomón. Se busca una guía para conseguir el Opus Magnum, símbolo de muerte y resurrección espiritual. Los masones retomaron la iconografía laberíntica y la plasmaron en las catedrales góticas europeas, logia invisible como la del célebre laberinto de Leonardo. La espiral es también imagen humana del infinito. El centro del laberinto está siempre en blanco.

            Potocki se opone tanto a la teodicea barroca como a la rebelión luciferina de los románticos. Su obra se inscribe en la transición del escepticismo ilustrado al irracionalismo romántico. Potocki fue un historiador de las religiones. "Las religiones están sometidas a una fuerza lenta y continua que tiende incesantemente a cambiar su forma y su naturaleza, y por eso al cabo de varios siglos resulta que una religión que se cree siempre idéntica termina ofreciendo sin embargo a la creencia de los hombres otras opiniones: alegorías cuyo sentido ya no se capta, o dogmas en los que sólo se cree a medias" (J 33ª pg, 563).

            Denuncia la ilusión infantil de la oscuridad: "Tot había envuelto sus ideas en una metafísica muy oscura, pero que por eso parecía mucho más sublime". Cristo es un personaje más en el Manuscrit. El Valle de los Hermanos podría ser una alusión a la Logia de los Tres Hermanos, a la que pertenecían varios miembros de la familia Potocki. La Venta es el nombre con el que designaban los Carboneros su Logia y el lugar donde se reunían era conocido como El Valle. Los Carboneros se llamaban a veces Primos. Ante la Venta hay un tronco para limosnas y precisamente la caridad era una de las actividades principales de las logias... El propio patíbulo alude a ceremonias masónicas que se celebraban al lado de las columnas, donde estaban escritas las letras J y B, que, leídas en clave masónica dan el nombre GIBET, o patíbulo. Para los verdaderos masones las riquezas son vanas quimeras. Así se explicaría la destrucción final del tesoro y la pasiva actitud de Alfonso. El Manuscrito puede interpretarse como un "roman à clef" esotérico, pero el desencanto de Potocki contamina igualmente este simbolismo haciendo que juegue con el pastiche masónico, o el esoterismo judío, como juegos, dos discursos más entre todos los discursos de su época, testimoniando las contradicciones de una civilización que agoniza.

            La reflexión sobre la religión preside toda la obra hasta que Velázquez la teoriza en su célebre discurso. Redacta la obra en el momento en que se publican Les Ruines de Volney, "verdadero testamento del siglo XVIII en materia de religión", y tal vez en respuesta al resurgir del cristianismo que siguió a la publicación del Génie du Christianismo de Chateaubriand. Las figuras del sabio egipcio (Keremón) y del sabio mahometano (el jeque) relativizan la ideología cristiana, la ecuación entre religión y moral, así como la idea de la religión revelada. Para Keremón incluso el platonismo deriva de los misterios egipcios, según la tesis que retomó el historiador E. Dodds: "Platón, que había pasado dieciocho años en Egipto, llevó a los Griegos la doctrina del verbo, lo que le valió el sobrenombre de 'divino'. Keremón pretendía que todo eso no estaba completamente en el espíritu de la antigua religión egipcia, que ella había cambiado, y que toda religión debía cambiar".

            Como volteriano y deísta, a las paradojas de las religiones reveladas, Potocki opone la idea de una religión natural, basada en el razonamiento universal y fuente de unión solidaria entre los hombres. Para Velázquez, filosofía y teología son líneas asíndotas, se aproximan pero no se encuentran. La existencia de Dios se afirma y acepta desde la impronta o huella que el hombre ha guardado de él en la conciencia. Se admite un trasfondo de las religiones, cuyo fundamento es esa huella indeleble. Este razonamiento está inspirado en la Profesion de foi du vicaire saboyard. Para Velázquez la ciencia conduce hacia la afirmación de la religión. “Si tout dans ce monde a un but bien marqué, la conscience ne peut avoir été donnée a l’hombre pour rien“.. Potocki reduce al absurdo tanto el sistema mecánico y empirista como las religiones basadas en supuestos étnicos. Ilustra los límites de la razón: "Nous sommes des aveugles qui touchons à quelques bornes et savons le bout de quelques rues, mais il ne faut pas nous demander le plan entier de la ville"... Ridiculiza tanto el racionalismo eurocéntrico como el teocentrismo islámico.

            Velázquez anima la materia con pulsiones y afirma, adelantándose al psicologísmo y al existencialismo, que "la voluntad precede al pensamiento, y es resultado inmediato de la necesidad o de la pena" (Schopenhauer y Nietzsche). Adelantándose a su tiempo, este personaje aplica en 1739 las matemáticas a los problemas morales y psicológicos como propondrán a fines de siglo los ideólogos G. Cabanis, Destutt de Tracy, Maine de Biran o C. F. Volney. A Volney le conoció Potocki personalmente en el salón de Mme. Helvétius.

            Ya hemos aludido al personaje de Diego Hervás, inspirado en la figura de su contemporáneo Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), quien escribió una enciclopedia: Historia de la vida del hombre (1789-9) en siete volúmenes, y fue el creador de la filología comparada. De la teología, Hervás salta a la ciencia de los sueños, asociando así las quimeras metafísicas con este fenómeno psíquico. El hombre más materialista y desesperado del universerso potockiano grita antes de morir: "¡O Dios, si hay uno, ten piedad de mi alma, si tengo una!". La ironía triste del Manuscrito muestra el patetismo de las trampas racionales frente a los misterios inexplicados e inexplicables de la condición humana.

            El punto culminante del relativismo moral en la novela es la figura sadiana de Belial de Gehena, el personaje más diabólico del Manuscrito. Su parábola volteriana simboliza toda la novela: "Des insectes très petits rampaient sur le sommet de hautes herbes. L’un d’eux dit aux autres. Voyez ce tigre couché près de nous; c’est le plus doux des animaux, jamais il ne nous a fait de mal. Le mouton, au contraire, est un animal féroce; s’il en venait un, ils nous dévorait avec l’herbe qui nous sert d’asile; mais le tigre est juste, el nous vengerait".

          El perspectivismo que estructura la novela queda plasmado en este escepticismo irreductible: "Vous pouvez en conclure que toutes les idées du juste et de l’injuste, du bien et du mal, sont relatives et nullement absolues ou générales".

         Si a Potocki le obsesionan las perversiones no es por una mística del materialismo como en Sade, o por provocacion byroniana, sino por relativismo cultural.

            El M puede leerse como la soledad del hombre-cosa encerrado en el laberinto de una razón instrumentalizada y reductora, de ahí el desencanto frente a toda trascendencia y la impotencia de resimbolizar el mundo como hacen los románticos. Explica así negativamente la lógica profunda de la reacción romántica, que quiso salir del laberinto potockiano.

            En el Manuscrit hay una voluntad aristocráticamente orientada a lo oscuro y opuesta de algún modo a la claridad de las Luces... un desvío de la causalidad empírica y de la historia. El terror sublime y gótico funciona como un encubrimiento antiintelectualista, como una mistificación ideológica de las clases dominantes.

            Cien años antes de Frazer, la escuela de mitología comparada a la que Potocki pertenece había ya entendido la lógica histórica de las religiones y sus leyes implícitas: "Comme je vous l’ai dit: les religions changent comme tout dans ce monde". En esto mantiene posiciones próximas a las de los ideólogos del XVIII y contrarias al revival reaccionario del Génie du Christianisme. El Manuscrito responde contra el romanticismo ultra. Sin embargo, su autor defiende el cristianismo a su manera, una de las proezas del Manuscrito, por ejemplo, es la reescritura de la escena de Jesús en el templo vista a través del narrador, el Judío Errante.

 

 

UN POLACO AFRANCESADO Y SU VISIÓN DE ESPAÑA

 

            Potocki decide escribir en francés, lo que tal vez explica cierta pobreza lingüística del Manuscrit, como sus contemporáneos W. Beckford o G. Casanova. El francés funcionaba entonces como lengua de la diplomacia y la civilización europeas del siglo XVIII,. En la Europa de las Luces, el francés sustituyó al latín como lengua de civilización, el francés rejuvenecía el escolasticismo latino y se mostraba claro, seguro y vivo. Reflejar un mundo imaginario eslavo y barroco en el lenguaje del clasicismo francés supone en sí un proyecto complejo y dialéctico significativo... La tensión de la prosa de Potocki procede precisamente del contraste entre su impecable lógica formal y las paradojas y ambigüedades conceptuales que solapa, llevando  hasta el límite el contraste entre un francés racionalizante y la construcción de un referente laberíntico y engañoso.

 

            La visión del Manuscrito defiende el mosaico étnico y cultural español, oponiéndose tanto a la hispanofobia ilustrada como a la hispanomanía romántica. La única alusión a la patria natal del escritor aparece en la comparación entre los vampiros polacos y los españoles. Los de España son espíritus inmundos que animan el primer cuerpo que encuentran, dándole toda clase de formas.

            ¿Por qué un conde polaco escribe una documentada y extensa novela sobre un país como España que ha visitado durante poco tiempo (un solo y breve viaje), cuya historia apenas guarda relación con su vida?

            Potocki refleja la mutación del Estado Español entre 1650 y 1730, el cambio de dinastía en España, o sea, desde el reinado de Felipe IV y el conde duque de Olivares (1621-1665) hasta el de Felipe V (1700-1746) tras la guerra de Sucesión, con la reestructuración burocrática de cargos, la nueva dependencia de la nobleza respecto del absoluto poder real. Retrata sobre todo a la nobleza en crisis. Los burgueses se hacen fuertes. Describe cómo, incapaces de seguirles en el lujo, los nobles venidos a menos les desprecian y ridiculizan. Los ideales de la nobleza patriarcal, heroica, guerrera o conquistadora, son sistemáticamente puestos en ridículo, sobre todo a través de las obsesiones del padre de Alfonso, auténtico psicópata del florete. Los cargos y títulos ya no significan nada.

            La corrupción del clero, clase pasiva, aparece generalizada. Potocki asume los principios utilitarios de la clase emergente, se ocupa de pequeños artesanos como el armero Zoto, quien trata de mantener el lujo de su mujer, émula de su hermana que ha casado con un rico mercader de aceite. En general, sus personajes reniegan de la clase baja, clase que utiliza el sexo como estrategia de ascensión social. En pleno periodo postrevolucionario, la existencia del proletariado es considerada como una bajeza... De ahí el absurdo sistema de valores de Avadoro, quien, por pundonor, prefiere mendigar a ser comerciante. En el Manuscrito apenas hay espacio para el tercer estado. El universo de Potocki, a modo de torre ebúrnea, es el universo de las clase dominante. La evocación de sociotipos como los marineros mediterráneos, los corsarios malteses o los labriegos murcianos, es pintoresca y rápida. Las clases obreras entran en la novela a través del estereotipo del bandido y el pícaro. Avadoro es una especie de pícaro delectante, hijo de un burgués excéntrico que lo mete en un colegio de curas del que escapa, para volversde mendigo, diplomático y, por fin, jefe de una banda de gitanos (v. cómo los gitanos fueron perseguidos durante todo el siglo en el manual de Gonzalo Anes).

            El ocultamiento ideológico de los que verdaderamente trabajan es el aspecto más falso de la obra. Potocki se refugia en un Antiguo Régimen de opereta, donde las masas revolucionarias no existen, nadie muere de hambre y los bandidos son agentes de una rica secta musulmana que entretiene a un joven aristócrata. Los conflictos entre personajes reflejan los vaivenes anímicos de una clase en proceso de transformación y que sacrifica sus valores seculares para adaptarse a los tiempos y seguir en el poder.

            Sin embargo, el interés de Potocki por la historia de España es profundo, por su analogía con la historia de su patria. "A la muerte de Carlos II, España entra en una crisis que Polonia conocerá durante todo el siglo XVIII hasta su desaparición: clanes aristocráticos opuestos y apoyados por potencias extranjeras" (Triaire, 1991). Durante la guerra de Sucesión, narrada en el Manuscrit, se oponen los partidarios del Emperador (Castelli, Toledo, las duquesas de Ávila y de Sidonia) y los aliados del rey de Francia (el duque de Arcos, marqués de Medina, Busqueros, Uscariz), como se oponían en Polonia las facciones pro-prusianas y rusas dos años antes del inicio de la redacción del Manuscrito.

            El periodo de la historia del Manuscrito corresponde grosso modo a la decadencia española y al auge del imperialismo francés. Pero Potocki enmarca el oasis narrativo de la iniciación erótico-filosófica en Sierra Morena, entre la guerra de Portugal del padre de Van Worden (1640) que describe con todo lujo de detalles, la guerra de Sucesión española de Avadoro (1702-1713) y la contienda de Alfonso en el conflicto dinástico austríaco (1748). Incluso toma partido en las revueltas indígenas de América, como la de Tupac Amaru, las tensiones pre-independentistas a través de Alonso Torres, que desarticula el dramatismo real de la represión española.

            El mundo fabuloso que crea Potocki en su extraño "Decamerón" refleja la historia profunda de la España de la época, donde el dinero y la economía juegan un papel de primer plano. Potocki retrata la casa de comercio de Moro, afincada en Cádiz, que había desplazado a Sevilla en el comercio de Indias, los mecanismos del capitalismo comercial de la época, la España afrancesada... incluso categorías claves del orden sexual como el embebecido, el cortejo o la serenata; oficios y tipos sociales, incluyendo la caricatura en el caso de Cabrónez,

el bandidaje andaluz (Testalunga), las instituciones influyentes como el Consejo de Castilla, la Audiencia, las órdenes militares (Calatrava), clericales, el Santo Oficio. El Madrid picaresco de la Plaza del Sol, la Cebada, San Roque, las geografías del crimen tan bien como las rutas de Sierra Morena o Sicilia.

            España era perfecta para ilustrar una reacción antimoderna: no conocía la revolución industrial. Y, en la montaña (Las Alpujarras, Sierra Morena), pervive el antiguo subconsciente cultural precristiano. Y preestatal. Lo que Potocki nos describe con las historias de Zoto es el nacimiento de la mafia siciliana y calabresa. Nos contagia así su propia fascinación literaria y etnográfica por los espacios criminales y la emblemática de los marginados de la historia de España: judíos, conversos, cabalistas, moriscos resistentes, bohemios nómadas, sociedades secretas, masonería, el Judío Errante.

            Frente al mito nacionalista hispano (el origen godo), Potocki presenta una España compuesta por etnias y colectivos marginados y heterodoxos, remontándose incluso a Tartessos en las primeras páginas. Los misteriosos túrdulos perdieron sus antiguos libros hasta que fueron cristianizados. Con estos parias entran en contacto otros parias, el grupo chiíta de Massud ben Taher, caído en desgracia ante Omeyas y Abasides. La familia Gomélez tomará su nombre del lenguaje túrdulo: "Gomélez" significa la Montaña.

            En la Francia del XVIII la hispanofobia era general, la idea de España funcionaba como estereotipo del fanatismo intolerante, de la crueldad oscurantista, supersticiosa, dominada por un clero omnipotente. Para Montesquieu, España representa en el Esprit des Lois (XIX, X) un país en el que "las pasiones multiplican los delitos". Estas opiniones se radicalizaron con el proceso de 1778 contra el ministro de Carlos III Pablo de Olavide, masón perseguido por la Inquisición, y cuya labor fue tan importante en la repoblación de una parte de Sierra Morena. Pero Potocki sólo juega con los símbolos, no encuentra en el ocultismo un potente aliado para una cosmovisión idealista y romántica.

            La naturaleza de Sierra Morena se convierte en el escenario de una ópera, un espacio gótico o un “jardin romanesque”, como los definidos en la Théorie des Jardins de la Nature de Morel, donde recomienda crear un desierto árido, suspender rocas aterradoras y levantar ruinas sublimes que permitan al feliz propietario impresionar a sus visitantes y encantarles... Son los jardines del Palacio de los arzobispos de Salzburgo. El rococó llevó hasta sus últimas consecuencias estor retorcimientos escenográficos: Mr. Hamilton buscaba para su gruta de Pain’s Hill a alguien dispuesto a no cortarse el pelo, la barba ni las uñas, durante siete años y a permanecer en silencio por la suma de setecietas libras, incorporando así la escultura viviente de un eremita a su magnífico jardín.

 

            Había otras visiones de España que Potocki explota literariamente.

            La imagen de España en la literatura francesa, según I. Herrero y L. Vázquez, "Le portrait de la nation espagnole", in Studies on Voltaire, 303, (1992), 278-288:

 

            1. Para ciertos antiilustrados, España es un cordón sanitario contra la impiedad, el afeminamiento y el libertinaje. En el siglo XVIII, muchas libertinas fueron en femenino lo que Sade y Casanova, pero no se atrevieron a exponer sus aventuras reales o imaginarias por escrito. Una de las demi-mondaines más perversas fue Claudine de Tencink, pero escribió novelas sentimentales... Felicité de Choiseul-Meuse se jactó de ser la autora de Julie, ou j’ai sauvé ma rose (1807), en la que aparece uno de los raros manifiestos lésbicos de la época.

            2. España galante de fiestas, corridas, chichisveos y serenatas nocturnas.

            3. Imagen de los conquistadores y el mundo imaginario de la Nueva España.

            4. España como lugar de viajes y aventuras picarescas, especialmente a partir de la reedición de Gil Blas (1784) y sus famosas posadas (auberges espagnoles).

 

            El español vive dividido entre el placer refinado y la crueldad supersticiosa: Eros y Tanatos. Este marco ofrece un perfecto escenario para la representación del contexto de crisis de la Ilustración, un terreno privilegiado de ensoñación fantástica. El Diable Amoureux de Cozotte anuncia el interés novelesco por una España fantástica, inspirada por fuentes españolas, como El diablo cojuelo de Vélez de Guevara. En el Diable la acción se traslada, como el en Manuscrito, del reino de Nápoles al misterioso "château de Maravillas", situado en Extremadura, inaugurando una geografía fantástica que influirá en Sade: Rodrigue ou la Tour enchantée. España es referencia obligada para la novela gótica inglesa. En The Monk, del joven M. G. Lewis ya están presentes personajes pseudohistóricos como los Medinacelli y elementos culturales como el peregrinaje a Santiago y un universo diegético que retomará Potocki: el Prado, Murcia, Córdoba, los Capuchinos, Santa Clara... España se ha convertido en un frenético "paisaje mental" de sexo, violencia y sobrenaturalismo. El Diablo de El Monje se lleva a Ambrosio, volando, hasta Sierra Morena, donde le anuncia, antes de arrojarlo al abismo, que Antonio, con cuyo cadáver intentó copular, era su hermana. Exotismo de España: el oriente del Occidente. El Manuscrit, con su lectura heterodoxa de la Historia de España, anuncia la fascinación irracionalista de la generación romántica francesa de 1820.

La venta abandonada es un símbolo exótico y escapista del ser interior, un refugio psíquico abandonado y expoliado. El Manuscrito es así una obra bizarra, de la lejanía, escrita en Rusia por un polaco, evoca la belleza y el interés que tuvo un mundo en trance de desaparecer.

      La apariencia uniforme, monoétnica y católica, encubre un mundo subterráneo que Potocki destapa, y que incluso está amparado por un régimen represivo pero cómplice. Se puede decir que deconstruye la identidad hispánica. ¿Cómo conocía tan bien España? A través de los Libros de Viajes y bibliografía diplomática, a través de la literatura picaresca española. que hacía furor en el resto de Europa. España ofrecía un marco ideal para la transposición de la novela gótica por la crueldad y el horror que el imaginario francés de la guerra de la independencia (el Vietnam de la época) le atribuían. Caro Baroja consideró la España de Potocki como una tendenciosa fantasía, el mundo que retrata sería la leyenda de la España pícara y violenta de 1590 a 1660. En efecto, en la década de 1780 a 1790 sólo se quemó en Sevilla a una bruja, pero el mundillo de Carlos IV era reacio a tomar en serio las viejas tradiciones esotéricas. El mundo mágico que explota Potocki interesó más en el XVI y XVII que en el XVIII. Sin embargo, hemos de reconocer que la España de Potocki es bastante más compleja que la de los ilustrados y románticos.

           

 

TEMPORALIDAD Y FICCIÓN. MÁRGENES DE LA HISTORIA

 

            Podemos advertir en el proyecto potockiano un ansia de totalizar los conocimientos históricos sobre la evolución de las civilizaciones. Mezcla, antes que W. Scott, personajes ficticios con históricos, monarcas, ministros, cortesanos, embajadores, militares, o construye personajes de ficción sobre personajes reales, como sucede con la historia del personaje Hervás y los trabajos del erudito jesuita Lorenzo Hervás y Panduro. Potocki fue un historiador apasionado del Antiguo Testamento y, como tal, refleja la crisis de la Historia Sagrada, producida por el descubrimiento de la cultura egipcia. Si los judíos vivieron mucho tiempo bajo la dominación de los egipcios, tuvieron que estar influidos por una civilización superior en sabiduría, lo que implica que el Pueblo Elegido tuvo que ser tributario de una Ley no revelada, copiada de los egipcios. Potocki refleja esta crisis en la historia del J Errante (Asuero), central en la novela.

            El Judío Errante es una alegoría de lo absurdo de la Historia humana cuando ésta da la espalda a la Trascendencia, justificada filosóficamente por el materialista Velázquez, en alternancia con la enunciación narrativa del Judío. La versión más antigua de esta leyenda la encontramos en una crónica boloñesa en la que se relatan acontecimientos hasta el 1228. Unos peregrinos que regresaban de Tierra Santa el año 1223 habían visto en Armenia a un judío que sería el mismo que, yendo Jesús con la cruz a cuestas, le pegó para que fuera más deprisa. Hacia 1650 se difunde por toda Europa una extensa biografía, Histoire admirable du juif errant.

           

            En paralelo con la familia Uzeda, emblema de la tradición judía, el otro protagonista colectivo es el Islam, representado por la familia Gomélez y que se fusiona con la Uzeda, aludiendo así a la idea de una raza humana común, defendida filosóficamente por Las Luces.

            No obstante, el Manuscrit produce una visión de la historia universal que sustituye la canónica. Los protagonistas pertenecen a dos comunidades excluidas: judíos y musulmanes. Por supuesto, no hay ninguna sublimación de las mismas. Los Gomélez tienen la intención fanática de hacer triunfar la secta de Alí y de los judíos, Potocki cuenta historias como ésta: "Como buen judío, Herodes , le arrendó a Cleopatra las provincias que ésta le había arrebatado" (J 22ª).

            Potocki fue un apasionado del judaísmo y del análisis de las relaciones entre el judaísmo y las filosofías orientales. La vida cultural polaca estaba viviendo el debate entre hassidismo y Haskala o Luces judaicas, opuestas al oscurantismo místico del primero, influenciado por la cábala. Los judíos polacos eran sefarditas y ejercieron un papel determinante en la vida intelectual de Polonia. Podolia era una región eminentemente judía, donde vivía Rabbi Nahman (1772-1811), una leyenda del hassidismo.

            Potocki parece plantearse la posibilidad de una racionalización exhaustiva de la historia. Velázquez habla del proyecto de su padre (J 22ª) de aplicar el cálculo al estudio de la historia "para determinar qué proporción y qué relación de probabilidad había entre lo ocurrido y lo que hubiera podido ocurrir... creía que podía representarse las acciones humanas mediante figuras de geometría". Las decisiones se pueden inferir mediante cálculo diferencial a partir de los impulsos implicados en el comportamiento, por ejemplo, y en el caso de Marco Antonio, entre la fuerza de su ambición y la fuerza de su amor por Cleopatra. Mientras su tía le tira los tejos, Velázquez alucina pensando en "la posibilidad de aplicar el cálculo al sistema entero de la naturaleza" (24ª).

            La creencia básica de la Ilustración, la secularización de la divina providencia en progreso histórico y emancipación racional parece hacer aquí aguas, frente a la visión de la historia como pesadilla, como sucesión de acontencimientos que arrastran a los personajes, quienes carecen de control sobre ellos. Potocki es pesimista: la historia aparece como entramado absurdo de crímenes e intrigas, justificados con supersticiones que manipulan los poderosos. Ni siquiera es posible retirarse de ella para cultivar el propio espíritu o la propia huerta, como en el Cándido de Voltaire. Si lo haces, te despojan. Eso sucedió al buen judío Isquías, abuelo del Judío Errante, y exclama... : "en este mundo hay que ser martillo o yunque, golpear o ser golpeado". Los personajes muestran la crisis de ideales y valores decepcionantes y engañosos. La condensación lógica y rítmica produce con su concesión escueta un efecto voltairiano de cruel futilidad, de total desencanto.

            Potocki analiza fríamente la decadencia romana, igual que Gibbons lo hacía también en ese momento. Aunque se hace eco de la egiptomanía abierta por la invasión napoleónica de Egipto en 1798 ("Platón, que pasó dieciocho años en Egipto, llevó a Grecia la doctrina del verbo, lo cual le valió de parte de los griegos el apodo de "divino"" J 36ª, 619), el revival romano de la Revolución y el Imperio de Napoleón ofrecen su lado más oscuro. Y así, en su visión de la temporalidad propiamente humana se mezclan la melancolía y el escepticismo, una erotología triste con un sobrenaturalismo desencantado.  

 

 

Bibliografía

 

Jan Potocki. Manuscrit trouve à Saragosse, texte établi et présenté par Roger Caillois

Gallimard, Paris, 1958

Jan Potocki. Manuscrito encontrado en Zaragoza, prólogo de Julio Caro Baroja, trad. y nota bibliográfica de José Luis Cano, Madrid, Alianza Editorial, 1970.

Jan Potocki. Manuscrito encontrado en Zaragoza. El club Diógenes, Valdemar, trad., prólogo y notas de Mauro Armiño, Valdemar, 2002.

Antonio Domínguez Leiva. El laberinto imaginario de Jan Potocki. Manuscrito encontrado en Zaragoza (Estudio crítico). UNED ediciones, Madrid, 2000.



[1] Según el dicc. de Louis-Marie Morfaux el término "ideología" fue creado por Destutt de Tracy (1796) para evitar el término psicología (ciencia del alma) y designar la ciencia de las ideas. Filósofos de su escuela fueron Cabanis (1757-1808), Laromiguière, Volney, llamados ideólogos. Potocki conoció a Volney en París (1785-1787), entonces frecuentó el salón de Mame Helvetius (materialismo polémico y radical) y la extraña secta de la "Confrérie des Lantrurlerus", de espiritualidad sincrética. Destutt de Tracy publicó en 1801 el primer volumen de sus Éléments d’idéologie. Los ideólogos fueron los herederos directos del espíritu de la Ilustración y, sobre todo, del influjo de Condillac (1715-1780). Se hicieron sospechosos a Napoleón. Les molestó en especial que restaurase la religión. Por su parte, el emperador llegó a atribuir a su "oscura metafísica" todos los males de Francia, haciéndolos responsables en 1812 de una conspiración contra él. De Tracy, muy apreciado por Thomas Jefferson, con quien sostuvo correspondencia desde 1806 a 1826 publicó en 1818 un Tratado de Economía Política. Los ideólogos ayudaron a Maine de Biran (1766-1824) a desembarazarse del empirismo de Locke y Condillac.

2 comentarios

José Biedma -

Estimado Enrique: Siento haber tardado doce años en responder al comentario. No tenía noticia de su existencia. Al parecer no hay evidencias ni a favor ni en contra de que Pablo Olavide fuese masón. Suponto que mi afirmación procede de algún comentario de la bibliografía que consulté para la elaboración del ensayo. Si bien entre las acusaciones hechas por los inquisidores contra Olavide figura la de "Mezclar en los sagrados ritos de la Misa, otros" (Marcelin Defourneaux.. *Pablo de Olavide el Afrancesado*, Sevilla 1990, pg. 264). Me ha entrado curiosidad, así que investigaré de dónde salió la afirmación de la masonería del ilustre limeño.

enrique -

en este articulo sobre "El manuscrito encontrado en Zaragoza", dice usted que pablo de Olavide era masón.
Soy un estudioso de la figura de Olavide, incluso estoy escribiendo su biografía novelada. iempre he intuido que don Pablo podría haber sido masón, pero no he encontrado ninguna referencia que así me lo confirmara, ¿la tiene usted u otra persona que pueda leer este comentario?
Gracias y un cordial saludo