Con el aire que viene del desierto
Plinio dice que los etíopes se sustentaban sobre todo de langostas. En muchas mesas reales estos ortópteos constituyeron un manjar apreciado. La Biblia recomienda comerla. Los evangelistas Mateo y Marcos afirman que Juan el Bautista se alimentaba de miel silvestre y de langostas. Los chapulines –saltamontes- se comen en los estados del sureste y centro de México, y su sabor, mezcla de hierbas, chicharrón y camarón, no defrauda a quienes los prueban. A la langosta peregrina se la conoce como crevettes du Sahara, "camarones del desierto".
En fin, un argumento más, a favor de la increíble biodiversidad de la Tierra y la indudable multiplicidad de culturas humanas: lo que ha sido fuente de proteínas para unos, ha resultado una maldición divina para otros.
Sobre este asunto, Manuel Ramírez Muñoz publicó en 2007 un libro muy bien editado por la Universidad y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria: Con el aire que viene del desierto. Canarias y las plagas de langosta peregrina.
Su autor, en una cariñosa dedicatoria, me animaba a conocer, gracias a su obra, un poco de la historia de nuestra mayor región ultraperiférica. En efecto, en su libro se explica como la economía canaria, -antes de estar montada sobre el turismo, claro- se caracterizaba por una extraordinaria fragilidad ante dos enemigos feroces y a veces en temible maridaje: la sequía y la langosta.
Que la langosta, el “Cigarrón de Berbería” ha sido una antigua amenaza, y no sólo en Canarias, sino también en las zonas más secas de la vertiente mediterránea de iberia, lo muestra la definición que ofrece Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana (1611). Define allí la langosta como “animalejo infecto y por mal nuestro conocido, según el daño que hace en los frutos de la tierra (…) plaga y aÇote de Dios por los pecados de los hombres”, definición que suaviza el diccionario actual de la RAE: “insecto ortóptero de la familia de los acrídidos (…) fitófago, y en ciertas circunstancias se multiplica extraordinariamente, formando espesas nubes que arrasan comarcas enteras”.
La especie causante de las invasiones más importantes en las regiones peninsulares no es la langosta peregrina (Schistocerca gregaria), sino las que unos autores llaman dociostaurus maroccanus y otros Stauronotus maroccanus. La que ilustra este artículo es una especie, casi doméstica, fotografiada en la Loma de Úbeda. La cifras de la langosta peregrina cuando se agrega son espectaculares: la nube viviente, el enjambre, puede contar con 40.000 millones de individuos, un peso de 80.000 toneladas, superando los 1000 kms cuadrados.
El libro de Manuel Ramírez explica, con erudito fundamento de historiador avezado, como los canarios intentaron atajar este plaga con ruido, con humo, con gasolina, con rezos, y hasta de qué modo hoy se combate y previene esta constante amenaza.
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