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SIGNAMENTO

JOAQUÍN TURINA

JOAQUÍN TURINA

Ciento veinte composiciones debemos a este sevillano que supo elevar los sones populares de su tierra y sublimarlos con inspiración universal y cosmopolita. Su música estuvo "a la altura de su tiempo" (elogio orteguiano), a la altura de la música de Grieg, de Dvorak, de Bizet o de Elgar. 

Su lenguaje, no obstante, es personal, distinguido. JOAQUÍN TURINA (1882-1949) estudió en Sevilla y luego cultivó el piano en Madrid con José Tragó. Como su amigo Falla, marchó a París en 1905, donde vivirá casi nueve años. Allí perfecciona su virtuosismo y estudia composición con Vincent d’Indy, conoce a Albéniz y a los artistas franceses más destacados: Debussy, Ravel, etc.

Se encarrila hacia el "romanticismo nacionalista". Con la primera guerra mundial se establece en Madrid. En la distancia, parece dedicar nostálgico su obra a la Sevilla natal: "Sinfonía sevillana", "Rincones sevillanos", "Danzas fantásticas", la "Procesión del Rocío" y, en recuerdo de su residencia de verano: "Rincones de Sanlúcar" o "El poema de una sanluqueña", fantasía para violín y piano con que concluye el disco cuya carátula adorna esta entrada.

Prepondera en su música la vena lírica, a veces muy instrospectiva, colorista, cristalina, refrescante, como una fuente en pleno y luminoso estío. Se ha escrito que Turina introduce en la base del sinfonismo germánico las raíces del folclore andaluz. Su expresividad aparece envuelta en una atmósfera cálida, sentimental, dionisíaca.

Además de compositor e intérprete fue también director orquestal, crítico y publicista. Contribuyó a la musicología con su Enciclopedia Abreviada de la Música (1917) en un país en que la cultura musical brillaba por su ausencia, esta obfra se convirtió en guía imprescindible para creadores más jóvenes.

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