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SIGNAMENTO

BOB DYLAN

BOB DYLAN

Jaime era mayor que nosotros y fue él quien nos introdujo en las excelencias, denuncias y misterios de las canciones de Bob Dylan. Pinchábamos discos sencillos en la máquina del bar Tera, que contaba con veladores de mármol y camarero con chaquetilla blanca.

Algún crítico de Dylan hizo de él una estrella rara, de las que brillan con luz propia. Razón tenía. Es un gran poeta, un rapsoda popular a la antigua, que recita cantando sus versos, que empezaron sabiendo a Lejano Oeste y prado irlandés para acabar en liturgia venerable.

Robert Allen Zimmerman nació en Duluth, Minesota, un 24 de mayo de 1941. Sus abuelos paternos eran emigranes judeo-ucranianos y los maternos judíos lituanos. Todos ellos llegaron a América a principios del siglo XX. Los primeros huyendo de una persecución antisemita.

De la inspirada protesta social de Blowin’in the wind a los influyentes álbumes Bringing It All Back Home (1965) y Highway 61 Revisited, en que Dylan fusiona el folk con el rock y el pop...; acústico y también eléctrico, saca partido como nadie de su armónica y toma también del jazz y del blue...

Será contracultural e instruido a su manera, para procesarse cosmopolita como cultura consolidada y multipremiada. Sus letras abarcan una increíble variedad de temas: desde el político, amoroso y humorístico, a lo filosófico y religioso en una gira interminable, desde la protesta al humor surreal y la metafísica bíblica (Never Ending Tour).

Icono de los sesenta junto con Joan Baez que le protegió y amó. Ambos cantaron y protestaron juntos como figuras emblemáticas del Movimiento pro derechos civiles de los años sesenta. Otros muchos músicos han triunfado versionando sus canciones y poemas, cuyos versos Dylan parece escupirte con su voz de barítono dramático, nasal, áspera, inconfundible, que pone siempre el acento en la última vocal que alarga como una llamada cortijera.

Sería a principios de los ochenta cuando compré una edición bilingüe de los poemas de Dylan. Espigándolos, me convencí de que la traducción de la lírica es imposible. Sólo cabe cierta recreación, como la que intentó García Calvo con los sonetos de Shakespeare. Si los "monumentos" o "estatuas" de la escritura ya suponen una pérdida con respecto a la canción en vivo y en directo -como dejó escrito Platón en el Fedro-, en la traducción se pierde más aún: la música del significante, ese sentido inefable que pervive en fonemas y secuencias sonoras como mímesis y gemido, eco o risotada...

No me sorprendió que se le concediera el Nobel en 2016. Su influencia ha sido universal, inmensa. Sus canciones no se pasan ni pudren como la fruta de moda, y animan a despertar, también a bailar, a mover y correrse en el mejor de los sentidos.

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