Crítica de la apariencia
EL SUJETO DESENGAÑADO DE GRACIÁN
En 2001 se cumplió el cuarto centenario del nacimiento de Baltasar Gracián (muerto en Tarazona en 1658). En conmemoración de dicho evento, el Centro Mediterráneo de la Universidad de Granada dedicó un curso de verano al ingenioso aragonés (decir en este caso "ingenioso" es más y menos de lo que se suele), bajo el rótulo de "El mundo de Gracián". Con la intención de escribir una comunicación para dicho curso, desempolvé las obras de Gracián que poseo. Son buenas ediciones, aun incompletas. Aproveché para leer una bonita monografía que os comento:
Gracián: Vida, estilo y reflexión. Jorge M. Ayala, con prólogo de Ceferino Peralta, editorial Cincel, Madrid, 1987.
Se trata de una obra pedagógica, que incluye cuadros cronológicos, imágenes, selección de textos y un útil glosario. Dedica un capítulo a la relación de Gracián con el Barroco (la cultura del engaño y del desengaño) en el que recoge el siguiente soneto de Bartolomé Leonardo de Argensola:
Yo os quiero confesar, don Juan primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así la Naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!
A parte de estas joyas, en el librito de Ayala podrá encontrar el atento lector una buena y actualizada sinopsis de la vida de Gracián y una relación completa de sus obras. Las distinciones son precisas. Por ejemplo, la importante y muy gracianesca entre genio e ingenio. Genio son las aptitudes naturales, heredadas genéticamente (biotipo y temperamento, diríamos hoy); mientras que ingenio es una cualidad intelectual que perfecciona al hombre ayudándole en el conocimiento de la verdad, en la producción de la belleza y en el buen comportamiento. El genio y la figura… hasta la sepultura, pero el ingenio es susceptible de cultivo y maduración. Juicio e ingenio son las dos facultades universales del entendimiento: el juicio busca la verdad, el ingenio lo hace a través de la belleza.
"No se contenta el ingenio con la verdad, como el juicio, sino que aspira a la hermosura" (Gracián, Agudeza y arte de ingenio, II). La "flamante teoría" del ingenio se apoya en una visión de la realidad típicamente barroca: contra el testimonio de los sentidos que nos informan del mundo como un caos, el entendimiento ingenioso descubre la existencia de un tejido de correspondencias, semejanzas y desemejanzas, entre los objetos, que hacen de éste una realidad maravillosa y sugestiva.
He tenido estos días también a la vista el libro de José Antonio Maravall. La cultura del barroco, Ariel, Madrid, 1980. En el que se cita:
"Todo el universo es una universal variedad, que al cabo viene a ser armonía" (El discreto, VI).
Particularmente, he trabajado del libro de Maravall el capítulo 6: "Imagen del mundo y del hombre". Me ha parecido muy perspicaz la observación psicológica de que la cultura del barroco es efecto del choque de las recrecidas pretensiones del Renacimiento con la rebaja de los grandes desastres del seiscientos: guerras internacionales, pestes, quiebras, desconcierto...
Maravall recoge una interesante observación de Carlyle (Sartor resartur): La felicidad es el cociente que resulta de dividir el logro por la aspiración. Si, pues, las aspiraciones del Renacimiento eran desmedidas y se alargan literalmente con el Manierismo, el Barroco tiende al pesimismo. El malestar procede -explica Maravall- de una desorbitada expansión de las aspiraciones.
El pesimismo de Gracián -a pesar de la gracia que hizo a Schopenhauer y a su epígono, el gran sofista bigotudo- no tiene nada que ver con el tragicismo vitalista de Nietzsche. Si se puede hablar del mundo al revés es porque el mundo tiene un derecho, una forma correcta de ser. Gracián es un moralista neto, menos dubitativo que Descartes, y expone -como Descartes- una moral acomodaticia de fondo discrepante, pero humanista, más bien que conservadora.
El hombre, convertido en Persona, es el perplejo peregrino de un mundo-laberinto, de un mundo-mesón, de un mundo-teatro, de un mundo-posada...
Más que el aprecio del mundo, el Barroco apunta hacia una desvalorización del mundo, todo apariencia y engaño... No obstante, Gracián podría haber hecho suya seguramente la famosa frase de Gransci: "pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad". La mente barroca afirma una última concordancia. Mediante un adecuado ajuste a los aspectos pesimistas, se pueden obtener resultados favorables en la práctica. La "tan plausible armonía" -dice Gracián- "se concierta de desconciertos" (El Criticón, I, iii).
Empieza a tomar cuerpo la idea de que el microcosmos del ser humano es una lucha incensante, un universo dinámico: el hombre es un ser agónico, interior y exteriormente. Un siglo de guerras pone de moda el tópico de la Asinaria de Plauto, que explotó Hobbes: ’homo homini lupus’, el hombre es un lobo para el hombre. En el año mismo en que se publica el Leviathan (1651) aparece la primera parte de El Criticón, obra en la que Gracián afirma que, entre los hombres, "cada uno es un lobo para el otro, si ya no es peor el ser hombre" (I, iv).
El hombre no es bueno por naturaleza, ni la naturaleza es buena por sí misma. Hace personas la cultura y el artificio; ennoblece la selva en jardín. Hay en nosotros una "siniestra inclinación" (El Criticón, I, v), una "depravada propensión al mal". Nuestra condición natural es el engaño. El fruto de la Razón es el desengaño. Desilusión es un nombre de la Sabiduría.
Sin embargo, el sujeto gracianesco está más próximo al "sujeto ensalzado" de Descartes, que al "sujeto humillado" de Nietzsche (las expresiones entrecomilladas son de Ricoeur). En la crisi nona de El Criticón: "Moral anatomía del Hombre", se pone de manifiesto la fundamental ambigüedad del humán:
"Ninguna de todas las cosas criadas yerra su fin, sino el hombre; él sólo desatina, ocasionándole este achaque la misma nobleza de su albedrío". "Entre todas las maravillas... el mismo hombre fue la mayor de todas"... "El es la criatura más noble de cuantas vemos, monarca en este gran palacio del mundo, con posesión de la tierra y con expectativa del cielo, criado de Dios, por Dios y para Dios".
Nietzsche nunca asumió con tolerancia y caridad, como hubiera hecho un católico, aquella verdad de la que Montaigne hizo sentencia: "notre être est cimenté de qualités maladives". (Essais, III, i). El hombre es un ser en lucha contra sí mismo. Es cuesta arriba la virtud, mientras que todas las pasiones y vicios hacen caudillo de sí al deleite.
Maravall habla del hombre del Barroco como de un "hombre en acecho", "siempre alerta entre enemigos", y el peor de los enemigos, lo llevamos dentro. Descartes hizo por ello divisa de la cautela: "Avanzo ocultándome". Montaigne del escepticismo. Otros de la desconfianza, Gracián del desengaño...
Los europeos demostraron en el seiscientos una extrema capacidad para la crueldad, la violencia, la truculencia sangrienta. Si los españoles fuimos en ello campeones, no fuimos desde luego los únicos contendientes en ese circo tremendo, por mucho que insistiera en ello la “leyenda negra”. El arte macabro fue común en el Barroco de la Contrarreforma en gran parte de Europa.
El absolutismo, para conservar atemorizadas a las gentes y aglutinarlas eficazmente en su régimen, hizo pedagogía de la violencia. Esa pedagogía ha subsistido en España hasta hace dos días. Las procesiones con frailes cubiertos de ceniza y cilicios, con calaveras y cruces en las manos, con coronas de abrojos, vertiendo sangre, con sogas y cadenas a los cuellos, con grillos en los pies, hiriéndose los pechos con piedras, así como las corridas de toros, forman parte de esta pedagogía de la violencia... La corte admira -según testimonio de los cronistas de la época- estos ejemplos de "ternura, lágrimas y devoción".
Esta sentimentalidad trágica trascenderá al romanticismo, si bien ya mucho menos crédula. A los sentimientos se les asigna una gran tarea publicitaria, son motivos que exacerban el interés por lo numinoso, lo enigmático, lo sobrenatural, la contemplación morbosa de la muerte... Quevedo: "conmigo llevo la tierra y la muerte". En muchas de estas expresiones -es curioso- el dogma cristiano de la resurrección no queda demasiado bien parado.
No obstante, en esta época se irá construyendo una visión de la historia en avance, una "conciencia porvenirista" que alcanzará su consagración en el mito o idea ilustrada del progreso.
No creo que fuera posible explotar hemenéuticamente la tesis de K. Heger, de un "pensamiento mercantil" en Gracián, reflejado en el sentido que cobran en él conceptos como "valor, estimación, aprecio, provecho, utilidad"... El pragmatismo de Gracián no es de ningún modo mercantilista, sino prudencial, senequista, aristocrático, estoico.
Al final he convertido una nota bibliográfica en algo así como el borrador de una comunicación sobre Gracián. ..
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