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Sofistas y charlatanes

Sofistas y charlatanes

Los sofistas modernos reducen el pensamiento a un instrumento de la vida. La filosofía a una esclava de las pasiones y de los deseos, aún de los más obscuros deseos; la inteligencia a una sierva de los instintos, incluso de los más bajos instintos.

Relativismo y Escepticismo se han tragado a Criterio. Ya no contamos con regla para distinguir al genio del farsante, al sabio del ocurrente, al erudito del experto en ciencias inútiles y sin objeto. De hecho, la clave de la sofística y de la charlatanería está en la renuncia a todo criterio, incluido el criterio de no contradicción, bajo el "solidario" dictamen de que todas las opiniones valen lo mismo, incluida la opinión, claro, de que ninguna vale nada.

La sofística sólo acabará salvando el criterio del oportunismo político y el sentido de la ocasión oportunista, es decir, la retórica del ombligo: se trata de acumular audiencia, poder y éxito. Se trata de ganar las próximas elecciones. Los charlatanes del ombligo (onfalocracia demagógica) campan por sus respetos. Saben de todo, pero no han tenido tiempo para ocuparse de verdad en nada. Se dispersan. Cotorras del ombligo, del corazón y del c. de la Bernarda, cuyos churretes, pues son churreteros/as, manchan el papel couché y empañan con amenazas e insultos los programas de máxima audiencia, en los que gayos desvergonzados dirigen la orquesta del narcisismo plebeyo. Nietzsche nunca hubiera imaginado que ésta sería en verdad la "gaya ciencia" orquestada por el locuterismo cotidiano: una razón al servicio del glamour o la gloria mundana, instanteneísta, gloria de usar y tirar, o sea, fama efímera, idolatría de masas.

Como en la Atenas de Pericles, la primera generación de sofistas, compuesta por pedagogos eminentes como Protágoras, embajadores agudos como Gorgias, gramáticos sofisticados como Pródico, ha dejado paso a una segunda generación de asesores, consultores, timadores, difamadores, medradores, conjuradores, brujas, chamarileros y parásitos varios, que viven del cuento. La instrumentación de la vanidad del lenguaje se ha transformado en el lenguaje de la vanidad. Pu(r)a cosmética.

Según Platón, a la cosmética y la sofística, Sócrates opuso la ética y la justicia; a la retórica del insulto o el halago, Sócrates opuso la dialéctica racional que busca, entre amigos, el mutuo entendimiento sobre qué conviene saber y, sobre todo, qué conviene hacer con el saber. Pero Sócrates y los sofistas estuvieron más de acuerdo de lo que parece. Tal vez compartieron una concepción materialista y mecanicista de la naturaleza y, desde luego, todos -incluido Platón- creyeron que los seres humanos podíamos educarnos y mejorarnos a través de un uso razonable y educado del lenguaje.

Aprendí a apreciar a los sofistas (a los de primera generación) a partir del estudio de un magnífico libro editado por el Departamento de Historia de la Filosofía de la Universidad de Valencia, bajo la dirección del fallecido (1995) Fernando Montero: Sócrates y los sofistas, escrito por Neus Campillo Iborra y Serafín Vegas González (Valencia 1976).

Todo lo que merece ser conservado en la actualidad: arte, técnica, ciencia, democracia... se lo debemos a los griegos antiguos. Y todo lo que se ha salido de madre y de quicio, incluido el uso del lenguaje, del que abusamos constantemente, requiere una corrección metafísica, incluso una dieta de silencio.

Hoy como entonces, la ética exige que nos opongamos a los deseos de la mayoría para no apartarnos de lo justo. La democracia siempre requiere esta corrección aristocrática (me refiero a una aristocracia del espíritu, claro), esta crítica intelectual, si no quiere volverse tiranía de la canalla y triunfo del sensualismo grosero. Embaucada por publicistas y demagogos, a la canalla le importa un bledo la perfección del alma.  Y Sócrates, ya lo sabemos, no se preocupa por otra cosa ni con tanto afán.

Una generación basta para olvidar la angelical ambición del alma y reventar el ideal aristocrático de la virtud y la excelencia (areté). Restaurar un norte de perfección y justicia para la grey humana llevará todo el tiempo. Por eso Sócrates sigue exhortándonos a que no nos ocupemos tanto del cuerpo y de los bienes, antes que de la perfección de la mente, pues "no sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos" (Apología de Sócrates 29-30).

Resulta muy difícil mantener en escuelas, institutos y universidades, este ideal de educación y cultura, mientras los Media prueban con toda riqueza de detalles lo rentable que resulta la explotación de la vanidad y el vicio, al que se llama "enfermedad" no por piedad o compasión, sino por clínico prurito.

 

 

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