El amor loco
“No niego que el amor no ande en discusiones con la vida. Digo que debe vencer y por eso debe elevarse a tal consciencia poética de sí mismo, que todo lo que encuentre necesariamente hostil se funda en la hoguera de su propia gloria”
André Breton. El amor loco, VII
El centro asociado “Andrés de Vandelvira” de la UNED (Úbeda-Jaén) ha publicado mi traducción de L’amour fou de André Breton (1937) como homenaje póstumo al profesor Luis María Diosdado, que puso exquisito y tenaz cuidado en corregírmela.
La obra, publicada en 1937, pertenece a un género inclasificable, pues mezcla sin solución de continuidad autobiografía, poesía, estética, crítica, crónica histórica, epistemología, psicoanálisis, filosofía, mántica…, y concluye con una emocionada epístola que Breton destina al porvenir de su hija Alba.
Después del ateísmo filantrópico del XIX, asumiéndolo, y en medio del nihilismo materialista e inhumano del XX, con el que discute, el gran líder del surrealismo hizo un meritorio esfuerzo por devolver al mundo su encanto, entre dos guerras mundiales, buceando en los misterios psicofísicos del deseo, en los anhelos del cuerpo pero también en las infinitas aspiraciones del espíritu; nadando desnudo en la belleza convulsa de la naturaleza, en las frías aristas del cristal o en el secreto escondido en los capullos de la vida, en el corazón de las plantas, y recogidos y expresados también en las vanguardias del arte.
Comienza proponiendo un concepto convulsivo de belleza: erótica-velada, estallante-fija, mágica-circunstancial. Breton busca una síntesis entre la mística romántica del amor y su negación. Defiende el amor personal, monógamo, refutando a quienes en nombre del marxismo, tergiversándolo, proponen su asilvestramiento.
A fines de los años veinte, los jóvenes de París aplaudían su intención de enriquecer la sensibilidad y el conocimiento con una nueva poética que tenía mucho de liturgia esotérica. Y en mitad de los dos nuevos monstruos que crecían a diestro y siniestro, fascismo y comunismo, Breton mantuvo una actitud irreductible, reconociendo no obstante la necesidad de reformas sociales y solidarizándose sobre todo con la defensa de la libertad.
En L’amour fou he encontrado una firme reivindicación de la imaginación al lado de una capacidad para el análisis racional en la línea de la mejor tradición cartesiana. La imaginación es el sentido de lo maravilloso que no sólo está en el origen de la poesía, sino también en la raíz misma de toda filosofía y toda ciencia. Frente a la sordidez del realismo, el surrealismo supuso una estética alternativa, capaz de sublimar y hallar belleza en nombre del poder incontestable y misterioso del deseo.
En la obra se escruta el sentido de los hallazgos aparentemente fortuitos, de objetos que cobran un sentido especial para el artista, o se explora el valor de los encuentros cruciales, tras esas esperas iluminadas por "la canción de centinela" del poeta: esos trueques misteriosos entre lo corporal y lo mental, lo físico y lo metafísico, el azar y la necesidad.
Alude a lo que revela la emoción, ya que la emoción especial de cada encuentro significativo nos informa –según Breton- de un aspecto esencial de nuestra existencia. En este sentido, en el corazón de la obra nos describe su encuentro con Jacqueline Lamba que tuvo lugar el 29 de mayo de 1934. De esa felicísima unión nacería Alba a finales de 1935, a la que dedica la conmovedora carta del último capítulo del libro.
Para el lector español la obra tiene un valor añadido, al incluir el viaje que realizó con su amor a Tenerife, la extraordinaria descripción de su paisaje y su extraña y exótica vegetación, que representa para el poeta un paradigma de lo que busca como belleza.
También hay lugar para "el mal rollo" conyugal, que en el capítulo VI Breton asocia a las “malas vibraciones” que contagian a los amantes, como las inquietantes sombras de un delirio criminal que subsisten en un fuerte, un viejo caserón y una playa inhóspita, a causa de un antiguo uxoricidio, cuyos motivos psicológicos y detalles el autor nos despeja.
Los amantes del arte descubrirán en las páginas de El amor loco la gestación de una obra muy celebrada de Giacometti, y agudas alusiones a Lautréamont, Valéry, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé…, a la pintura de Gustav Moreau, Picasso, Arp, Dalí…, o a las ocurrencias de Max Ernst. El librillo está ilustrado con fotografías de Man Ray o Bassaï, escogidas por el propio autor.
Obra sugerente, valiente, alucinante, compleja y singular, cuya portada ilustra un enigmático cuadro de René Magritte, Le Domaine enchanté, como símbolo del eterno femenino, esa diosa ideal y amada sobrenatural que constituye el norte del artista, que lo espera todo del amor.
Acompaño esta edición de El amor loco (Úbeda, 2016) de seis breves comentarios que aspiran a situar la obra en su contexto, aclarando y profundizando su contenido, del cual señalo como principal esta llamada enérgica a la espera del amor:
“Los hombres desesperan estúpidamente del amor –también yo he desesperado-, viven esclavizados por esta idea de que el amor está siempre detrás de ellos, nunca delante: en los siglos pasados, en la mentira olvidada a los veinte años. Aceptan y sobretodo se resignan a admitir que el amor no sea para ellos, con su cortejo de claridades, esa mirada sobre el mundo que está hecha con todos los ojos de los adivinos. Cojean con recuerdos falaces en los que llegan a prestar oídos al origen de una caída inmemorial, para no sentirse demasiado culpables. Sin embargo, para cada uno la promesa de cualquier hora futura contiene todo el secreto de la vida, con el poderío de revelarse un día ocasionalmente en cualquier otro ser” (El amor loco, IV).
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