ALGUIÉN HABLÓ DE NOSOTROS
Moralizar con gracia y sin acritud no es fácil. Irene Vallejo lo consigue en su excelente colección de ensayitos Alguien habló de nosotros (Contraseña, Zaragoza 2017). Esta jovencísima escritora (Zaragoza, 1979), doctora en filología clásica, logra un discurso culto y edificante, bienhumorado y preciso, exento de pedantería. Profesa la "Filología" en el sentido más noble y romántico del término, como un humanismo intemporal pero bien nutrido de pensares, historias y lenguas, mostrando cómo nuestros miedos y esperanzas relucen en el uso que damos a ciertas palabras o en el modo en que ellas han vivido y evolucionado para servir a nuestro afán desesperado de comunicación.
Bien cimentada por la cultura clásica eleva a sus sabios, sus mitos, sus héroes trágicos y sus anécdotas, a la categoría de ejemplos éticos, útiles guías para una vida digna, libre, sana y jovial, actualizándolos, devolviéndoles la palabra porque “hablan de nosotros”, murmuran el tesoro de sus experiencias a nuestro atribulado y distraído magín, como presencias reales que nos devuelven el sentido de la vida civilizada y de su bien común.
Si yo todavía ejerciera como profe de filosofía, creo que emplearía con provecho este librito, mucho más denso y profundo de lo que aparenta en una ligera lectura, como valiosa Introducción a la filosofía perenne o como un manual óptimo para la Educación de la ciudadanía, porque enseña deleitando y dando qué pensar, para usar la razón en conversación amistosa, en lugar –como ella misma dice- de empeñarnos en poseerla, polemizando, quejándonos o armando bronca.
Sin caer en el extremo conceptista de su paisano Gracián, la prosa de Irene es de una sobriedad y economía admirables, muy propia de la mejor tradición gnómica, pues aúna claridad expresiva y profundidad conceptual. Orilla a veces la prosa poética y sin caer en el ripio ofrece curiosas aliteraciones como colofón de cada articulillo y panacea para la memoria, o como ingeniosos juegos de palabras y sabrosas sinopsis:
“Nos toca elegir entre solidaridad o soledad”, “fastos nefastos”, “la comida alimenta la comedia”, “el dulce señuelo de los sueños”, “la mirada se posa y por fin reposa”, “nunca deberíamos confundir amar con amarrar”, “Amor: ciencia de la inocencia”, “las palabras son valiosas si son valerosas”, “nada hay mudo en el mundo”. Orfeo perdió a Euridice en los infiernos porque el amante “miró atrás”, Eróstrato buscó “la fama por el camino de la infamia”. Caudales, que quiso presumir de mujer exhibiéndola desnuda, “perdió el poder por no tener pudor”. Y, recordando el nudo gordiano que Alejandro cortó con su espada, se afirma con rotundidad: “Dar un tajo puede ser un atajo”.
No desdeña ni la duda metódica ni el preguntar socrático ni las estimulantes paradojas que tanto gustaban a los estoicos, como esta en que oigo ecos de Cernuda: “Nunca somos más libres que cuando decidimos a quien nos encadenamos”, y eso en constante actitud asertiva: “Si vemos sombras es porque alguna luz brilla cerca”. “Todos somos únicos, y eso es precisamente lo que tenemos en común”.
La conexión con el mundo antiguo, o bíblico, y el acervo de su sabiduría proverbial está humorística e irónicamente garantizada, a fin de cuentas, y hasta que llegue el transhumano, el Superhombre o la Supermujer, la naturaleza humana conservará sus constantes emocionales y sus principales desvaríos desde la cromañona que nos parió. ¡Ojo!, que también “en la antigua Grecia las competencias divinas estaban muy bien transferidas”.
La crítica al abigarrado mundo tecnológico de la Aldea global se mantiene equilibrada entre la integración y el apocalipsis, ese mundo de las redes, de prisas, ruidos y consumo compulsivo que parece favorecer todo lo privado, menos la vida privada. Ni desdeña Irene Vallejo la definición del "populismo" reconocimiento sus orígenes romanos, o defender la fragilidad de la democracia, o examinar el “efecto google” de relajación memorística, pues recordamos mejor dónde encontrar un dato que el mismo dato, crítica esta que actualiza la de Platón a la escritura: “monumento del saber”, más que saber propio.
Todos los grandes temas de la filosofía práctica, y sus mejores mentores, incluido Lao Tsé, desfilan por el libro en estas amenas y nutritivas píldoras de sabiduría cosmopolita, tan recomendables para una formación libre del espíritu libre, que no desdeña las humanidades, porque “si disminuye entre los ciudadanos el interés por cuestionar, lo sustituyen intereses cuestionables” y porque “sólo nos protegemos si nos entretejemos”. Ese "entretejerse" ampara y contiene el hacer nuestras todas las edades gracias a la lectura de los clásicos. Como se está viendo.
La edición, impecable.
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