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SIGNAMENTO

SHEREZADE

SHEREZADE

Scheherazade es un inspiradísimo estudio para orquesta escrito por Rimski-Korsakov en 1887-1888, a modo de suite sinfónica con cuatro movimientos: El mar y el barco de Simbad, La fantástica historia del príncipe Kalender, El joven príncipe y la joven princesa, y 4. Fiesta en Bagdad / El mar / El náufrago contra la roca coronada por un guerrero de bronce.

Los cuatro movimientos están estrechamente relacionados como un caleidoscopio de fabulosas imágenes de cuento oriental. Durante esos años, Rimski-Korsakov (1844-1908) compone también su Capricho español y La gran Pascua Rusa.

La historia es mundialmente conocida. El sultán Schalar, tan estúpido y misógino como para estar convencido de la falsedad de todas las mujeres, en los países musulmanes -dice un personanaje de John Huston en su extraña película Beat The Devil ("La burla del diablo") los labios de las mujeres se mueven pero no se escuchan-... el autócrata musulmán ha jurado asesinar o mandar ejecutar a cada una de las esposas de su harén después de gozarlas carnalmente una primera y única noche. Sin embargo, la inteligente y amena Scherezade salva la vida deleitando, intrigando y suspendiendo la atención del tirano con sus relatos, durante mil y una noches.

Solemne, amplia, delicada, majestuosa, fenomenal versión de la Orquesta Sinfónica londinense dirigida por Igor Markevitch y con Erich Gruenberg como violín solista. Tengo una versión más antigua, que heredé y fue regalo, según creo o sueño, de mi tía Maripepa Cordero, de la que recuerdo sus gracias de cuentista y excelente conversadora cada vez que oigo las olas prodigiosas y los pájaros de cuerda ("el ave es tierra y vuela", escribe Aleixandre), expuesto oigo a Rimski con la añoranza de una segunda madre a la que es posible contar lo que no se cuenta a la primera, ante las idas y venidas del lírico y misterioso mar sonoro del compositor ruso.

Asocio aquella imagen bendita y entrañable de mi tía Mari a estos compases, como si mi querida amiga fuese la vela ligera mas redonda del barco de Simbad sobe el mar arábigo, en un clima placentero y algo lánguido, de tarde de verano y té con pastas o, mejor, de café negro, brandy de Jerez y cigarrillo americano, una atmósfera que se desenfrena eventual en fanfarria, en tempestad marina, furioso oleaje de sentimientos cruzados y en naufragio (tal la condición humana que diría Ortega) para volver a refrenarse concentrada y respirable, en bello y dulcísimo tema lírico, arpa amorosa, que adornan arabescos de clarinete y flauta. Ligereza y gracia. Pausada conclusión mientras el fantasma fino de Mari se desvanece, a sombra.

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