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SIGNAMENTO

HONEGGER

HONEGGER

He dejado que el azar decida qué escucho hoy por la mañana en mi venerable tocadiscos, el que nos regaló mi padre y que he conseguido restaurar para disfrutar de mi nutrida colección de vinilos en el campo.

Azar ha decidido bien, Casualidad ha guiado mi dedo hacia un encuentro favorable, y he sacado el disco que ilumina esta entrada. Digamos que he hallado cierta armonía entre mi estado anímico y el que promueven las dos sinfonías de Honegger, agitación primero y luego idílica serenidad campestre.

Arthur Honegger (1892-1955) fue compositor suizo de cultura francesa que se adaptó, ya lejos de romanticismo y misticismo, a las polimorfías y atrevimientos sonoros de las vanguardias modernas, pero sin exagerar la nota obscura ni caer en lo horrísono e inarmónico.  Afín al grupo parisimo de Los Seis, meditativo, filosófico, es un creador original y sensible que quiso acercar el milagro de la música de calidad al aficionado medio. No desdeñó componer para la escena, la radio y el cine. Inventó  oratorios con letras de poetas contemporáneos; Cocteau, Valery, Claudel... Y cinco sinfonías en que muestra su respeto por la tradición del barroco y el primer clasicismo.

La primera de sus sinfonías le fue encargada por el director de la Orquesta de Boston Serge Koussertzky, a un Honegger de 38 años. Encontramos en ella el eco tumultuoso y violento de composiciones anteriores, Pacific y Rugby. A la atonalidad del primer movimiento se suman la expresividad melodiosa del segundo y el aire juvenil del tercero (presto).

La Sinfonía número cuatro para orquesta de cámara (1946), subtitulada Delicias Basilienses, es un agradable divertimento que contrasta con el dramatismo trágico de las sinfonías precedentes. La segunda refleja la atmósfera sombría de la segunda guerra mundial, la tecera, Litúrgica (1946) protesta patéticamente contra la guerra. La Cuarta se inspira en la naturaleza de los alrededores de Basilea y sublima una vieja canción suiza carnavalesca. 

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