EL MANCO DEL UNICORNIO

Sobre la ficción histórica En busca del unicornio, de Juan Eslava Galán
El capitán Juan de Olid, que fue escudero del Condestable Iranzo, acabó cansadísimo, desdentado y manco, manco por causas diferente al cochino motivo de Orencio el guitarrista#mce_temp_url#, pues el de Olid fue enviado como emisario del rey Enrique IV a tierras de negros, por detrás de las tierras de moros, y perdió la extremidad sirviendo a su majestad. Preso al fin del rey de Portugal, se ganó la confianza de sus guardianes contándoles sus aventuras en tierras africanas cuando buscaba el unicornio.
En su arresto portugués, Juan tomó confianza con la tabernera de los soldados, una viuda madura llamada Leonor, la cual, aunque no era ni guapa ni bien configurada por Natura, “andando en su trato luego pareció hermosa”, porque el roce hace el cariño. No importó que la Tabarta, como le llamaban los lusos, tuviese algo de bigote y el rostro estragado por una vida larga y dura, el caso es que fue para Juan de Olid más dulce que la miel porque en aquellos pechos generosos podía consolar las tristezas de los amores perdidos y el recuerdo de los compañeros que el tiempo y sus violencias se habían llevado, y a su calor se dormía cada noche como si fuera niño, y Leonor le consolaba con la ternura de sus manos ásperas del mucho laborar y Juan se las besaba como a señora y dueña, y le hacía requiebros en verso castellano, que mucho gustaba a ella oírlos, y ella decíale otros al capitán español en la suave parla portuguesa “que es sutil como seda en rostro de doncella”.
Esto cuenta Juan Eslava Galán en su novela En busca del unicornio. Y es que la lengua de nuestros vecinos del poniente, la que Fernando Pessoa aquilató con sus desasosiegos líricos y excursos dramáticos, y aún con su ficción de banquero anarquista, debiera ofrecerse en los institutos como segunda lengua, a la par que el gallego y el catalán, desligándonos en lo posible del neocolonialismo anglosajón. Mas el Márketin impera, sirena hechicera del mercado global.
Juan de Olid es capitán de la expedición que el rey Enrique IV manda a África en busca del cuerno del unicornio al que la magia de la época, o la superstición, atribuye virtudes rejuvenecedoras y afrodisíacas formidables. En su relativamente cómodo confinamiento en el castillo de Sagres, Juan se hace el tonto con sus guardas (cosa que sólo pueden hacer voluntariamente los inteligentes), y dichos soldados, para matar el tedio de las horas de vigilancia, animaban al castellano a contar sus aventuras africanas… Habla Juan de Olid, narrador de toda las historia:
“Y lo que más a gusto oían era lo referente a cómo se ayuntan las negras y a qué partes de mujer tienen y a si las dichas partes son más duras y calientes que las de las blancas y al gusto con que se ofrecen a los blancos. Y hacían muchas chanzas sobre esto y uno de nombre Barrionuevo, cabo de ellos, me decía que el día menos pensado iban a botar una galeota y me iban a nombrar almirante de los guardas de Segres [sic] para que los llevara adonde las negras estaban. Y que íbamos a alcanzar fama en la labor de empreñar y repoblar a todas las negras del África”.
Los portugueses llaman a Juan de Olid “el manco de los güesos” porque quiere cumplir su promesa de enterrar los restos del franciscano fray Jordi de Monserrate, compañero sabio de fatigas, que guarda en un saco, en un convento de su orden, como sucederá en La Rábida. Contaría Juan a sus guardas, como había dicho antes (capítulo IX) que “las negras tienen sus partes más prietas y calientes por dentro y les huelen no a pescado pasado, como a las blancas, sino más bien a cecina de carnero rancia”. También reconoce que, en general, “las partes de los negros son más luengas que las de los cristianos y aun que las de los moros”, constatación empírica con la que él y sus compañeros hubieron no poco pesar.
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¡Qué alegría sentí al descubrir el nombre de mi amigo, el profesor y articulista José Luis Buendía López, como prologuista de la edición para EL MUNDO (2001), a la que sólo hay que reprochar la pequeñez de su letra. De su medio paisano (Juan Eslava Galán nació en Arjona, Jaén, en 1948) dice Buendía que “luce el garbo narrativo en vena y lo adoba con una erudición que tira de espaldas”. Se nota que Buendía fue amigo de la buena mesa y castiza culinaria, ¡ay, aquellas comidas que organizaba en la ciudad del Condestable Iranzo con los amigos correctores de los exámenes de Selectidad, allá, por el siglo pasado! A la edición que comento, libre de erratas, sólo hay que reprocharle la pequeñez de su letra,
En busca del unicornio es una amenísima ficción histórica bien ambientada y por tanto verosímil en el mágico siglo XV, ese en el que acaba una época preseuntamente obscura (yo diría nebulosa) y empieza tímida e ilusionadamente otra que llamarán los historiadores Renacimiento. Narra los avatares de un escudero del Condestable de Castilla, próximos a la compleja personalidad del histórico Condestable Miguel Lucas de Iranzo, hombre de origen humilde y amigo íntimo del rey Enrique IV, cuya Crónica del Condestable… (de autor anónimo) es fuente fundamental para entender el reinado del hermanastro (por parte de padre) de Isabel la Católica, así como la vida en la frontera de Jaén, frontera con el Reino musulmán de Granada que desaparecerá en 1492. El Condestable Iranzo fue gobernador de Jaén y dicha crónica se interrumpe abruptamente en la primavera de 1471, quince meses antes del asesinato de Iranzo en 1473.
Juan Eslava utiliza este vacío histórico hasta el viaje de Colón, que salió de Palos el 3 de agosto de 1492, para insertar en él la exótica y pintoresca misión de Juan de Olid. De este modo ‒como dice Buendía‒ traslada la página seca de la historia, que conoce como nadie por razones de su oficio de historiador, al jardín jugoso de la narrativa, que es su pasión. Y eso con una gracia meridional en que lo trágico se salpimenta con humor. Amenidad, ambientación adecuada, verosimilitud, como consecuencia del uso de un español dinámico que conjuga su actualidad con la pátina de oportunos arcaísmos léxicos y sintácticos, todas estas virtudes acreditan justísimo el premio Planeta que obtuvo en 1987 por este bien trabado libro de viajes y aventuras, cargado de emociones por las que el personaje Juan de Olid, que tan próximo acaba por hacérsenos, acaba disuelto como todos nosotros en su devenir biográfico, “solo y sin camino”.
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