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SIGNAMENTO

Las flores de Baudelaire

Las flores de Baudelaire

"Il est des parfums frais comme des chairs d'enfants,/ Doux comme les hautbois, verts comme les prairies,/ - Et d'autres, corrompus, riches et triomphants,// Ayant l'expansion des choses infinies,/ Comme l'ambre, le musc, le benjoin et l'encens,/ Qui chantent les transports de l'esprit et des sens"

                      Charles Baudelaire

Amena, austera, cosmopolita, nada maniquea, ambientada en el Bilbao de 1917, al socaire de la guerra mundial de las trincheras, Las flores de Baudelaire -novela de Gonzalo Garrido- no se cae de las manos. Avalada por Eduardo Mendoza, prevalece en ella el interés social, histórico y psicológico, sobre las florituras de estilo; y la trama policíaca -de aires "negros" y melancólicos- sobre cualquier prurito poético.

Celebro la defensa intempestiva del toreo, una de las aficiones del protagonista, el fotógrafo e investigador privado Alfredo Maldonado, agnóstico y krausista, distanciado física y moralmente de su mujer, intolerante y pacata. Nuestro héroe -que cuenta la historia en primera persona- entiende la tauromaquia como arte en movimiento y como una disciplina artística en la que la inteligencia y la fuerza se enlazan en un baile de poder y de sumisión hasta la muerte.

Resultan pertinentes y ajustadas las alusiones a la idiosincrasia nacional, a esa que –desdichadamente- no pasa de moda, cuando describe el carácter de uno de los personajes honestos de la novela, el policía Rincón: “Poseía ese sentimiento tan hispano de insolidaridad, de incapacidad de sumar esfuerzos en busca de un objetivo común beneficioso para todos. Prefería mil veces el fracaso al éxito compartido”. Así como la breve disección de uno de los problemas históricos del país vasco, tal vez una de las claves para comprender sus trágicos avatares recientes, pues aquellos polvos trajeron estos lodos:

 “En el País Vasco, la ciudad y el campo se habían enfrentado desde antiguo. La gente rural se sentía agredida por las ideas liberales de los burgueses y por su estilo de vida ostentoso. Y éstos despreciaban la rusticidad de aquéllos y las limitaciones que ponían al crecimiento de la ciudad y al comercio, principal fuente de riqueza. Intereses contrapuestos estaban en liza. Eran dos mundos dándose la espalda que habían sembrado una cultura de incomprensión y rechazo y a los que únicamente los unía su extremado catolicismo.

El desprecio había originado las guerras carlistas y el abandono del vascuence por la burguesía como idioma de relación social, que había acogido al castellano por culto y refinado. Al poco, surgieron movimientos políticos de índole nacionalista, que defendían las ideas conservadoras del campo, contra las corrientes liberalizadoras de la ciudad, y que crecieron en tamaño y fuerza.

Esta fragmentación, alentada por unos y otros, había provocado la radicalización de las posiciones. Cada parte tenía su grupo de adeptos, con su simbología, su lengua y sus valores morales. Eran grupos banderizos, cerrados, compactos, en donde las adhesiones eran totales y las ambigüedades se consideraban traiciones. En tierra de nadie quedaba una parte de la sociedad, indiferente a esas controversias y que deseaba una convivencia pacífica y centrada en sus quehaceres diarios y en la satisfacción de sus necesidades básicas”.

 No falta en la novela una alusión a la financiación extranjera, británica, del movimiento sabiniano.

 “Muchas potencias estaban deseando que España hundiese sus rodillas ante la emergencia de nuevos imperios. Nada mejor para ello que el fomento de la secesión. Inglaterra ya había tenido una buena experiencia con Portugal, a la que había alimentado durante siglos, y Alemania lo estaba intentando en Irlanda apoyando la revuelta de los católicos…”.

 Divide y vencerás.

 La España que rememora Gonzalo Garrido ha dejado en manos de otros países el desarrollo tecnológico (recordemos el “¡que inventen ellos!” unamuniano) y debe comprar la tecnología fuera. Esa dependencia es la ocasión que aprovecha Klaus Krüger, un austriaco, para introducir en Bilbao los nuevos procesos fabriles y convertirse en un empresario todopoderoso, ayudado por el papanatismo que nos caracteriza, pues los empresarios y políticos locales creían, por principio, que todo lo de fuera era mejor que lo de dentro. El asesinato de su nieta, una disminuida psíquica, es el "caso" que pone en marcha la investigación. 

Como sigue sucediendo en gran medida hoy, los partidos políticos eran  más bien un teatro que encubría y disimulaba la vieja y endogámica “microfísica del poder” –por usar una expresión foucaultiana-: el caciquismo, el compadreo, el amiguismo, el nepotismo, el clientelismo… Incluso las cualificaciones profesionales valen menos que estas decisivas acreditaciones de ser el sobrino del fulanico o el cuñado de menganico:

 “Si alguien deseaba trabajar, al margen de sus cualificaciones, debía buscar unos padrinos que lo bendijesen y negociasen su entrada en el mundo laboral”

 “Estos abusos estaban cambiando con la venida de los nuevos aires democráticos que resquebrajaban la armonía de poder que detentaba la clase dirigente y los obligaba, en contra de sus hábitos anteriores, a disimularse en partidos de nuevo cuño. La llegada del socialismo con su marchamo marxista, junto con un nacionalismo envalentonado y un republicanismo anticlerical, empezaban a dejar huella en las tranquilas aguas de la Restauración”

 Y como ha sucedido tantas veces en la historia: “Los problemas de España no habían sido resueltos, sino aplazados”… Los poderosos usaban los nuevos partidos para seguir ostentando el poder personal, sin interés democrático alguno “aunque, con sabiduría de generaciones, eran conscientes de la necesidad de adecuarse a las últimas tendencias y de legitimar sus comportamientos caciquiles por medio de la democracia formal”. En este contexto, la política no es más que la vía más lógica para trepar más rápido, ganar dinero fácil, adquirir protagonismo, subir por la escalera de las vanidades…

En cierto sentido, el mundo descrito por Gonzalo Garrido como marco de su historia policíaca se parece demasiado al presente, incluso incurre en algún anacronismo. No creo, por ejemplo, que existiese la carrera de “económicas” a principios del XX; si acaso, la de “profesor mercantil”.

En mitad de una investigación que va ganando interés a medida que se complica, tampoco faltan alusiones al estado de la enseñanza superior, donde el infértil quijotismo teórico se da la mano con las viejas actitudes despóticas, medievales, en una Universidad de Deusto controlada por la Compañía de Jesús.

Este comentario se mantiene en los márgenes. Del asesinato de la niña y de su resolución por parte del curioso fotógrafo Alfredo Maldonado no hablaré, para no fastidiarle la intriga, ágil y cinematográfica -a la que no falta cierto aliciente sentimental- al posible lector. 

 


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