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SIGNAMENTO

LA FILOSOFÍA DE POE

LA FILOSOFÍA DE POE

Cayetano Aranda conoce el incontestable vínculo entre Filosofía y Arte o, como él dice: “el profundo parentesco entre experiencia literaria y pensamiento moderno, entre filosofía y literatura”. Un matrimonio fértil, aunque no siempre bien avenido. De hecho, en nuestra época, la Lógica filosófica engaña a su novio de toda la vida, Arte, con una madura engreída: Matemática, señora aparentemente gélida, pero muy intuitiva y segura de sí misma. El mismo Poe reflexionó con justeza (en La carta robada) sobre los límites del pensar matemático: “Los axiomas matemáticos no son axiomas de validez general…”.

Pura Filosofía nació de los versos de Parménides, ¿por qué no iba también a anidar como un cuervo azabache en los versos de Edgardo Allan Poe? De hecho, el poeta y también filósofo Paul Valéry considera a Poe inventor de varios géneros: el cuento científico, el poema cosmogónico moderno, la novela policíaca…; así como el introductor de estados morbosos en la literatura. Y esa obsesión de Filosofía por Ser, ¿acaso no es un morbo específico de cerebros hiperfetados?

Por supuesto que es precursor de la mal llamada “Ciencia ficción”, que más bien debería llamarse en castellano Ficción científica, y es indudable el vínculo de Poe con la literatura gótica inglesa, pero a pesar de ello tiene razón Cayetano cuando, insistiendo en el difícil encasillamiento de la obra poeana en el género de Literatura Fantástica, género repleto de vampiros, duendes y hadas…, insinúa que todo gran autor crea su propio género. “Sostengo que la teoría de los géneros literarios…, se pierde y extravía en el caso de Poe”. Es ciertamente un caso extraordinario y, por lo mismo, clásico, pero la Teoría Literaria tiene la obligación y la necesidad de comparar y asociar lo similar a lo fantástico, aunque se matice unas veces en alegórico, otras en maravilloso, o se llame cuento de terror o narración de lo siniestro, etc., so pena de acabar en la verdad de Perogrullo: “Poe es Poe”. Sin cajones de sastre y categorías –ya lo vio Kant- no hay ciencia que valga.

A este respecto, compruebo que en su excelente Antología de la literatura fantástica (Edhasa, Barcelona 1991), J. L. Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo incluyen un relato de Poe: La verdad sobre el caso de M. Valdemar. No es para menos. ¡Ah! El mundo y la razón ya son de por sí fantásticos, misteriosos. Esto último, tras ensayar inútilmente reducir todo a hechos probados, lo reconoció incluso el gran asceta del siglo XX, Ludwig Wittgenstein… Los cuentos de Poe se recogen a veces en inglés bajo el título Weird Tales, o sea, Cuentos de lo extraño, aunque también vale la traducción de weird por bizarro, sobrenatural, raro (queer, término de moda para definir por ejemplo una sexualidad ambigua, que renuncia a las etiquetas). David Roas explica en su ensayo Tras los límites de lo real, cómo tras el desencantamiento burgúes e ilustrado del mundo, el sentido de lo fantástico y sobrenatural se refugió en la literatura. 

Estas y otras ideas las recoge o me las sugiere Cayetano Aranda Torres en su exhaustivo estudio sobre Poe: Una lectura filosófica de E. A. Poe (Editorial Círculo Rojo, 2015). Como ahí se dice, Poe desde luego fue algo más que un fiel heredero de la tradición romántica europea. Fue también –como reconoció sobre todo Baudelaire- el precursor de una nueva estética de la que yo mamé muy joven..., ¡fue el traducido autor de mi primer libro, el primero que compré con mis dineros allá por mis soñadoras soledades de adolescente!: Las aventuras de Arthur Gordon Pym...

Poe, por asignarle una primera excelencia solidaria, reconoció –como Ambrosio Bierce, otro norteamericano literariamente "maldito"- quienes iban a ser las víctimas de una sociedad que todo lo sacrificará en aras del triunfo económico, a la vez que cantaba la crónica de su propia autodestrucción vital, más como “apocalíptico” que como “integrado” en el nuevo orden.

Escritor vigoroso y profundo, Poe nos pinta el devenir de seres singulares (omnia praeclara rara!), fantasmas de la melancolía, en historias con un fin sorprendente que cuestiona el orden natural del mundo, y Cayetano le supone –al menos en cierto sentido- legítimo heredero tanto de la catarsis aristotélica como de la sublimidad idealista. Maestro de lo siniestro (en griego, deinón), del espanto terrible que provoca que lo amistoso se vuelva enemigo, que lo familiar extrañe, que lo querido se vuelva odioso, la magia de Poe está precisamente en ese volver verosímil lo increíble, en ese convertir lo fantástico en real y lo imaginario en cotidiano. Su arte desarma nuestros mecanismos de defensa contra lo irracional, igual que el cuervo posa su recalcitrante Nevermore! sobre la cabeza de la diosa de la moderación y la prudencia: Sagrada Virgen Atenea.

Sí, ciertamente la escritura resultó, para esta alma atormentada y lúcida, poderosa expresión de un síndrome de melancolía, angustia y desesperación, un conjuro contra los propios demonios, una estrategia para no dimitir del deseo, un resucitar en el pensamiento de (genitivo subjetivo y objetivo) la amada muerta. Poe fundó una estética de la ausencia, de lo perdido que nunca retorna, de lo humano que ya no es sino resto mortal emparedado, dentro de una mazmorra o de un féretro y, en fin, una poética de la incertidumbre, de nuestra problemática conciliación con la muerte. Y Cayetano se empeña con razonables motivos en demostrar que fue también un filósofo “en grado sumo”.

Su narrativa se ocupa de fenómenos que escapan al conocimiento metódico de la ciencia normal, pero sin recurrir a procedimientos místicos ni taumatúrgicos, sin renunciar al racionalismo hasta allí donde la razón ya no tiene nada que hacer, hasta su límite explicativo, o hasta el reconocimiento de que las abstracciones resultan impotentes para afrontar el misterio de la realidad, su diversidad incoherente, pues coherente del todo sólo es la identidad del Uno con el Uno, como intuyó Plotino. Se trata de una original simbiosis entre lo misterioso y el imperativo ilustrado de dar cuenta y razón de ello, aun desde el sentido común. Aunque la voluntad quiera reducir las cualidades a objetos, el entendimiento es sensible a efectos sutiles e inmateriales; tales son las Ideas, entre las cuales Belleza ocupa un lugar privilegiado. Todo el romanticismo tardío (incluyo a Nietzsche) es un esteticismo, una exaltación de ese esplendor que no sólo encontramos en el Cielo, sino, muchas veces, y por desgracia ética que no estética, en las simas profundas del Océano o en los calabozos del Infierno. Aunque la construyamos con el intelecto, la belleza no es un mero invento, sino un efecto real del dinamismo cognoscitivo, un efecto tanto de lo terrible como de lo hermoso. “¡Espíritu que moras allí donde,/ en el profundo cielo/ …lo terrible y hermoso / en belleza compiten!”, escribe Poe.

Cayetano desmenuza la cosmogonía poética de Poe, tan cercana en muchos aspectos a la metafísica de los presocráticos, o a la interpretación que hemos venido haciendo de ella desde el romanticismo tardío, con ese descubrimiento de la máxima consistencia del origen, del poder absoluto del arcano primigenio (arjé, αρχή), con la tensión natural que impone hacia la simetría, la vuelta originaria y circular al uno indiferenciado… Si la vida -como suponía H. Spencer- es un proceso de diversificación creciente, de lo simple a lo complejo, de lo homogéneo a lo heterogéneo, la muerte es un proceso inverso, una gravitación que fuerza a lo diverso a sucumbir y retornar a lo primitivo-primordial, a ese unus que reúne lo versum: la unidad de la diversidad.

Los admiradores y fans de Poe encontrarán en esta obra un tapiz finamente elaborado con los grandes temas de la literatura del bostoniano: la extraña y entraña de la belleza femenina, la excentricidad romántica, su morbosa o tétrica nocturnidad, el sublime regusto del horror, la penumbra que invita a la reflexión, la analogía –tan amada por los surrealistas- entre lo material y lo inmaterial, lo físico y lo metafísico y, en fin, la domesticación artística y sublime de lo bizarro, lo terrible, lo espantoso, lo siniestro...

La obra incluye sendas versiones de un cuento de Poe y su famoso poema El cuervo, un capítulo de su relación con el cine y una cuidada bibliografía. 

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