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SIGNAMENTO

Filosofía general

Semblanza, obra y aforismos de Emilio L. Medina

Semblanza, obra y aforismos de Emilio L. Medina

Emilio López Medina nació en Jódar (Jaén) en febrero de 1946, sobre tierra agreste y dura de Sierra Mágina, fértil en espartales y marco natural de añejos romances medievales, tierra de frontera, sierra grande y mágica en cuyos secretos rincones, altos calares, bosques y despeñaderos, medran –según dicen- más especies de fauna y flora que en todo el Reino Unido.

 Estudió Filosofía en la universidad de Valencia. De sus preocupaciones por la lógica matemática y su incompatibilidad con la lógica dialéctica nació su primer libro Fundamentos de una Lógica Simbólica de la Contradicción (Pentalfa, Oviedo, 1982).

 Emilio ha cultivado también la literatura. Con su drama Faustino obtuvo en 1984 el Segundo Premio “Plaza Mayor” de Teatro de la Casa de España en París. El propio autor define esta obra como “sueño teológico de una noche de difuntos en un solo acto, bastante largo, en el que no hay sexo, pero sí violencia”. Se trata, claro está, de una alegre broma satírica. Faustino, el protagonista, es un opositor que se ha dado a la bebida porque no aprueba las oposiciones. Su novia y sus amigos deciden darle un buen susto en una Noche de Difuntos en que, vestidos de seres sobrenaturales, le someten a juicio sumarísimo. Se trata de un esperpento conceptual concebido para que la sátira y la risa penetren en las ideas aparentemente más profundas y sublimes.

 Cuando leí Faustino, hace ya muchos años, recuerdo que me impresionó mucho la admirable facilidad con que Emilio juega en esta obra con los diversos registros léxicos, desde el sermón vulgar al culto y refinado, con expresiones tradicionales y otras creadas por el propio autor. Y, por debajo del más universal discurso de los lugares comunes de la gran cultura, sentí la castiza sencillez del sabio socarrón, tan fino y escéptico, como el buen pueblo machadiano. Tan bondadoso.

 Sus trabajos más académicos, aparecidos en revistas especializadas alcanzaron su expresión final en la obra: Prima Philosophia Ordine Geometrico Meditata. Elementos de materialismo metafísico (PPU, Barcelona, 1989). Este tratado metafísico (tan original en una época tan poco propicia a ellos) es el resultado de aplicar a los hallazgos elementales de la meditación cartesiana el rigor de la lógica moderna. El resultado es una amplia cadena de deducciones que evocan las maneras de Spinoza –autor este a quien homenagea con su título.

La tesis central de la Prima Philosophia lópezmedinana es que toda realidad puede reducirse a Espacio como principio constitutivo e inmanente, arcano de lo existente:

 «El espacio es, por tanto, una categoría anterior al Tiempo (y a las cosas y los fenómenos). El Tiempo es posterior al Espacio (y a las cosas y fenómenos, puesto que el Tiempo sólo es la percepción del devenir de éstos en el Espacio...). El Tiempo, pues, no es una categoría elemental o fundamental de la Realidad, sino que es una categoría derivada. El Espacio es la categoría primigenia.» (pg. 113).

He tenido el placer de poder discutir con Emilio esta prioridad que le atribuye al espacio sobre el tiempo, y no es cuestión de volver a hacerlo aquí. Sólo diré que el argumento de Emilio se basa sobre todo en que «mientras que el Espacio puede concebirse en sí mismo, en ausencia de seres, el Tiempo no puede concebirse en sí mismo, en ausencia de seres. Se puede pensar un Espacio vacío, pero no un Tiempo vacío» (pg. 112).

Creo que Emilio soslaya que “vacío” es otro nombre del Espacio, la pura abstracción del espacio, o sea, un espacio sin ser. Igual se puede pensar un tiempo ayuno de sucesos (movimientos), una pura presencia eterna, como el Ser de Parménides... En cualquier caso, y aunque pueda no estar de acuerdo con las conclusiones, acepto sin embargo que sean perfectamente legítimas de acuerdo con las tesis racionalistas (cartesianas) de las que Emilio expresamente parte. En este sentido, es posible que la obra bien trabada de Emilio López Medina ponga de manifiesto un desequilibrio materialista del propio dualismo cartesiano, un espacialismo al que estaría abocado per se.

 De 1997 es su tesis doctoral: El sistema filosófico de Balmes (Oikos-tau, Barcelona, 1997), en que describe la metafísica de este admirable y olvidado filósofo, con gran claridad y rigor, como un intento de Filosofía Realista.

 «Balmes asume plenamente que una filosofía realista, después de la aparición del idealismo psicológico y sobre todo del kantismo, no puede serlo ya al viejo estilo de la Escolástica y ni siquiera de Descartes, sino que ha de renovar y variar sus presupuestos, aceptando la carga que corresponde al sujeto en el proceso del conocer» (pg. 23).

 Desde el punto de vista lópezmedinano:

«El Espacio-Extensión es el campo donde se dirime la Filosofía o, en otras palabras, el punto de inflexión que marcaría un tipo u otro de filosofía. De manera que... la batalla de Balmes contra el idealismo de Kant va a librarse donde lógicamente sólo podría ser librada: en el problema del Espacio» (pg. 26).

 El trabajo de Emilio salda una deuda que la historiografía española reciente ha contraído con este gran pensador -tan injustamente olvidado en nuestros programas académicos-, al que Tierno Galván consideró introductor de la metodología de la duda en el pensamiento español, y Menéndez Pelayo definió como el verdadero introductor de la filosofía moderna en España. Emilio salva el equívoco de la descalificación de Balmes como un mero y tardío escolástico: “simplemente hace una filosofía cristiana nueva, asumiendo los planteamientos modernos”... “llega incluso a criticar muchos presupuestos de Kant (por ejemplo, las Categorías) por su analogía o su inspiración en la filosofía escolástica (en el caso ejemplificado de las Categorías, como inspiradas en el Entendimiento Agente, respecto del cual éstas no serían, según el filósofo catalán, más que un sustitutivo de la función de mediación que el Entendimiento Agente cumpliría en el proceso del conocer, mediación que tanto en un caso como en otro, sería una creación filosófica absolutamente superflua y, como tal, ficticia...» (pgs. 28-30).

En los aspectos filosóficos clásicos, el pensamiento de Balmes –a juicio de nuestro acreditado intérprete- no tiene nada de conservador, su realismo metacrítico fue acusado de afrancesado por el integrismo católico español y de conservador por los sectores revolucionarios, lo que prueba el talante moderado y conciliador de Balmes.

«Siquiera fuese por el intento de pretender levantar una réplica a la Crítica de la Razón Pura, y más en 1845, a los cuarenta y un años de la muerte de Kant, ya sería digna de consideración esta filosofía» (pg.32).

 Tras ocuparse de Balmes, nuestro amigo ha publicado una extraordinaria colección de aforismos, género que ha cultivado desde antiguo: Pensamientos del que está de visita (BAAL, Cádiz, 2000).

 A continuación, ofrecemos al atento lector de Signamento una selección de los mismos:

 I. El hombre que nace y siente

 -Con el nacimiento, la materia organizada se convierte en devoradora de vida.

 -Sólo las mujeres saben el último saber: que la verdad no es siempre belleza, pero que la belleza es siempre la verdad.

 -Quizás el amor hacia una persona en su primera etapa no sea más que la intuición del placer que puede proporcionarnos. En su segunda, la identificación del placer que proporciona. Y en su tercera, si la hubiere, un agradecimiento por la amistad proporcionada en todo ello.

 -A mayor amor de sí mismo, menos necesidad de alguien.

 -Un gran amor suele acabar en muerte súbita. El pequeño amor no se extingue ni por agotamiento.

 -En el odio, el hombre engendra sobre todo violencia; la mujer, creatividad.

 -¡Hacer el coito con una mujer tan respetable y seria como su señora! ¿Habráse visto mayor aberración? Es usted un degenerado.

 -El matrimonio, la lucha diaria por proveer y levantar la casa y la familia, la convivencia forzada, continua y rutinaria es hasta tal punto determinantemente nefasta, que te impide ver qué maravillosa persona es tu esposa.

-La felicidad es tan difícil, que nos conformamos con su esperanza. La felicidad es la promesa de la felicidad.

 -Los placeres de la vida son el vino de los condenados a muerte.

 -Cada hombre, en el aspecto emocional, es un ser atado a un recuerdo.

 II. El hombre que comprende y ríe

 -La persona verdaderamente inteligente busca y comprende en las mismas cosas que quiere saber. Los demás preguntan respuestas.

 -Hay dos mentalidades o naturalezas intelectuales: Aquella a la que todo le parece normal y aquella a la que todo le parece anormal y sorprendente (incluso el milagro de vivir más de dos días). Esperad algo sólo de esta última.

 -La imaginación es el comienzo de la verdad porque es el principio de la explicación. Es el comienzo del progreso porque es el principio de lo posible.

 -Hasta las más sesudas obras filosóficas pueden confundir las ganas con la realidad: por ejemplo, la obra completa de aquél famoso francés-ginebrino que establecía que el hombre es bueno por naturaleza. La razón del motivo no es el motivo de la razón.

 -La persona superficial es un elemento necesario. Es el que dota a las ideas de superficie, es decir, de visibilidad. Por ello no estoy en contra de las obras de divulgación. Es más: creo que las verdaderas bases de las teorías, paradójicamente, se exponen en las obras de divulgación, porque en ellas hay que explicar las razones desnudadas de los “sobrepuestos” metalenguajes científicos sobre las que se elevan. En las obras de divulgación hay que volver a las preguntas primeras.

 -Lo malo es que hay tontos que estudian mucho. La mezcla, entonces, puede ser explosiva, pues en esta vida no hay nada más nefasto que un tonto con ideas. Y ello porque estos idiotas cultos y locuaces pueden presentar sus idioteces muy cultamente y envueltas en un atractivo y elocuente embalaje verbal: los más infelices son los inteligentes incultos o con dificultades de expresión, pues apenas podrán comunicar su razón o, al menos, atraer hacia ella. ¡Dios mío, líbranos de los tontos que saben mucho!

 -Con la ciencia, cada descubrimiento se torna en un nuevo nacimiento de las cosas. Pero ahora esta ciencia pone tales nacimientos al servicio del poder mercantil y sus ventas, y el científico es sólo alguien que investiga para una empresa... Ciencia, <em>ancilla negotii</em>.

 -Big-bang, agujeros negros, cuerdas espaciotemporales, paso a otros mundos por túneles cósmicos... Esta ciencia actual, tan modernísima, se está poniendo tan fantástica en la explicación del mundo, que ha conseguido que, comparativamente, sea menos fantástico creer en la existencia de Dios.

 -Cada época descubre un matiz del hombre, de la vida o de la naturaleza y lo enfatiza hasta convertirlo en básico.

 -Ciencia. El arte de dar una ley a la causalidad

 -Superstición. El arte de dar una ley a la casualidad.

 -La filosofía es la ciencia que no quiere renunciar a ser arte.

 -Todo un conjunto de errores reunidos, coordinados y coherentemente expuestos, constituyen un sistema filosófico. Parodiando a Joubert, podríamos decir que todos los errores serían buenos de decir si se dijeran juntos (o al menos habríamos montado un grandioso espectáculo).

 -Al final, la ciencia termina rapiñando la Naturaleza. Por lo menos, la Filosofía la deja como estaba.

 -Las verdades están obligadas a no perder su carácter ilusionante, porque nosotros estamos obligados a no perder la esperanza. Son ilusiones obligatorias.

 -Si la verdad está desnuda, con las paradojas ejercita la danza de los siete velos.

 -Nuestra época es tal que el grado máximo de sabiduría consiste, no como otrora en saber, sino en no dejarse convencer.

 -La última ilusión es creer que los demás están perdidos. Es la ilusión definitiva del fanático.

 -Cuando la pasión vocifera, la lógica queda afónica de miedo..., pero entonces se levanta el sastrecillo valiente del humor.

 -Cuando nos reímos de algo, ese algo queda por debajo de nosotros. Por ende, si nos reímos de nosotros mismos, nos superamos.

 -El sentido del humor no es tanto una capacidad, cuanto una predisposición intelectual (y por tanto, adquirible por el ejercicio de la voluntad). Una predisposición a ver el lado serio, triste y contradictorio de las cosas.

 -Las ideas son como los vientos. Llegan, te acarician –a veces te azotan- y, si no las embotellas en el momento, se escapan.

 -A veces con un pensamiento, con una frase, el día queda redimido.

 -Sobre el hombre no pueden hacerse teorías universales, sólo pueden hacerse aforismos.

 III. Elementos para una etología

 -Llegas a este mundo y te encuentras objetos y personas. Algunos eligen lo más fácil: amar los objetos.

 -Si desde la noche de los tiempos se está pidiendo amor al prójimo, ¿no será porque la forma natural de empatía con el prójimo no es el amor?

 -Cada hombre ve en el otro un saboteador de su persona.

 -El hombre es de naturaleza egoísta en todo tiempo, lugar y ocasión, excepto en una: cuando tiene necesidad de afecto. Y ello sólo porque otra persona puede proporcionárselo.

 -Más hermoso y satisfactorio que acumular poder es ser querido. ¿O tal vez quién busca poder busca sólo ser admirado como satisfacción perversa de no ser querido?... El éxito suele convertirse en un sustitutivo de la felicidad.

 -Principio del ambicioso: Lo demasiado de una cosa es la falta de alguna otra cosa.

 -Principio del virtuoso: Lo demasiado de una cosa es la falta en alguna otra cosa.

 -Primeramente, la cuestión estuvo en ser o no ser, eso fue en los tiempos de Shakespeare. Más tarde en tener o no tener, eso fue en los tiempos de Balzac. Después, hasta la invención de la tele, en estar o no estar. A partir de aquí, en aparecer o no aparecer (en ella).

 -El hombre que piensa que el destino no le gobierna hace que el destino no le gobierne.

 -Lo peor de todo es que la sociedad actual tienta al individuo con la perfección –el cuerpo perfecto, la salud, la educación y el trabajo perfectos- y le obliga, cuando no a serlo, a creerse perfecto o, en su defecto, despreciable.

 -El destino son nuestros deseos.

 -Para agradar, olvida tu sinceridad.

 -Parece que no, pero la honradez es, a la larga, el presupuesto de cualquier poder.

 -Cada día hay que regresar inocente a nuestra casa.

 -Una vez satisfecho el vientre y el bajo vientre, la siguiente pasión a satisfacer es la vanidad, que es la reina a la sombra de todas. (Eso si el sexo, en todo aquello que no sea descarga hormonal, no es también vanidad). E incluso, Her Nietzsche, la voluntad de poder tal vez no sea más que la voluntad de la vanidad –en sus formas más instintivas, más primitivas, más rudimentarias-. Los romanos, encarnación de la voluntad de poder, ponían un esclavo que iba recitándole al general triunfante: “Recuerda que sólo eres un hombre”.

 -Lo que menos perdona el hombre, menos incluso que el dolor físico o la esclavitud, es el desprecio y la humillación. Es más: El hombre olvida antes los amores habidos que las humillaciones recibidas.

 -Si Jesucristo no logró hacernos mejores, intentarlo los políticos (y los pedagogos) es una presunción que, más allá de la soberbia, raya no ya en la rebeldía teológica, sino en la tontería teológica.

 -Lo que a veces parece maldad no es más que pura incapacidad.

 -Se dice muchas veces del hombre que es un animal racional para contraponerlo a la bestia, cuando lo único que garantiza la expresión es que podría tratarse de un animal de bestialidad racional.

 -El ruido de sables frente al silencio de las vaginas. El estruendo de la destrucción frente al fru-frú de la creación...

 -El hombre, ese exterminador de todo lo que ve, de todo lo que bulle, os hablará, no obstante, de futuro.

 -La guerra más importante, aunque silenciosa, de la Humanidad es la que se libra entre los libros. ¡Qué grandioso espectáculo el gigantesco y universal fragor de las ideas!

 -El ejército invade; las costumbres, que van a su retaguardia, ocupan. El cañón vence, el canon conquista.

 -Los hombres son débiles, no tanto porque tengan un precio, cuanto porque tienen un temor. A un hombre íntegro se le podría destruir por ese su pequeño temor particular.

 -La justicia no puede reflejar plenamente la moral porque, por naturaleza, entiende más de derechos que de <em>deberes</em>.

 -Hay personas tan ligeras de cascos y tan frívolas que creen tener más virtudes que defectos.

 -Si alguna ventaja tiene la miseria es que suprime la creencia en los valores, sobre todo en los superfluos.

 -He aquí que el hombre, que vence todas sus necesidades (el hambre, la ignorancia, la enfermedad...), cada vez puede menos con una: la necesidad de diversión.

 -El problema de la economía es que se olvida de que ésta no es sólo una cuestión de dinero y bienes, no es una ciencia físico-matemática, sino, antes, de hombres: es una ciencia humana. Por ello, “cuanto más contamos, peor contamos, puesto que no contamos todo” (A. Sauvy).

 -Se tiende al lujo y al consumo para suplir la falta de imaginación. Sólo quien tiene imaginación puede vivir austeramente.

 -Llamamiento al hombre moderno: Alimente su espíritu. No se preocupe: el espíritu no engorda.

 -Uno de los milagros que más me maravilla de la vida moderna es que, a pesar de tener la barriga llena, la gente es disciplinada. Y es que la filosofía que ha asumido plenamente nuestra sociedad es la de llegar al máximo de bestialidad sin romper el orden público.

 -Adorar los bienes materiales es una cuestión indispensable para seguir trabajando. Y seguir trabajando es una cuestión indispensable para producir bienes materiales que adorar.

 -Si en algunos países se da una competencia feroz en el trabajo y los negocios, en otros se da una <em>incompetencia feroz</em>.

 -La mejor caridad es la calidad.

 -Ecologismo: Hasta ahora lo civilizado se caracterizaba por la capacidad de generar artificiosidad. Ahora por la capacidad de generar naturaleza. (Siempre la sombra de Rousseau).

 -En realidad, lo que tratan de conseguir las buenas formas es la negación de la naturaleza. Lo cual demuestra que, en cuanto que casi todo el mundo está de acuerdo en ellas, casi todo el mundo está de acuerdo en que la naturaleza debe ser negada.

 -La cara más terrible del hoy es el ayer por el que ha llegado a ser: la Historia.

 -Si no tienen una música superior a la de Mozart, me importa un pito cualquier civilización extraterrestre. Bueno..., me lo pensaría si tuvieran mejor medicina. Pero en cuestión de cacharros, coches y otros objetos, lo tengo muy claro: que se los metan en el culo (si lo hubieren y les cupieren)... Las cosas me interesan como si ya estuviese muerto: es decir nada. Sólo cuando empiezan a molestarme, empiezan a importarme.

 -Después de oír a Bach y comparar, se abre ante mí la evidencia de cuánto hemos perdido, de cuánto ha perdido la Humanidad y la cultura. ¿Cómo se puede decir que progresamos? Progresarán las máquinas, como acabamos de decir, pero no el Hombre. Y la Música es su constatación más expresiva.

-De todos modos, el impulso mayor que puede recibir el progreso de una sociedad es el de aquel instinto de los padres de que sus hijos sean mejores que ellos.

IV. ...Pero la creación

 -Los hombres realistas no tienen más que un mundo, los hombres idealistas tienen dos, pero los creadores tienen todos los mundos que quieran.

-“La Música ofrece a las pasiones la posibilidad de gozar de sí mismas”. Más que un medio de masturbación espiritual, como insinúa Nietzsche, la Música ofrece a los sentimientos y pasiones individuales la ocasión de afirmarlos como Verdad, como Absoluto.

-Una obra de arte es una inexactitud tratada con métodos exactos o armónicos. Es decir, una idealidad.

-Por lo menos hay que tener el buen gusto de desear el buen gusto.

V. El hombre solo

 -Decididamente, lo mejor no llega sin esfuerzo; pero lo peor, aun sin esfuerzo.

 -Mientras no se confíe un secreto, el amor y la amistad se mantienen verdes.

 -Se es siempre un niño para alguien.

 -El llanto es el vómito de la psique.

 -Los idiotas comprenden el placer, pero no alcanzan a identificar el dolor ajeno.

 -Se puede amar al prójimo y no querer tenerlo al lado.

 -El hábito es la transformación de lo ocasional en permanente y estable.

 -Inicialmente se hace una cosa por necesidad, enseguida por deber, luego por costumbre, y finalmente por gusto.

 -El hábito es una segunda naturaleza que tiene como objeto maniatar y ponerle bridas a la primera, y evitar que se desboque. Con el hábito, la voluntad ha sido vencida por la inteligencia. La inteligencia ha inventado una estrategia para llegar a la resolución de problemas y ha logrado poner la voluntad, y hasta el mismo cuerpo, a su servicio.

 -Antes por los salteadores, ahora por los accidentes de tráfico, el viajar siempre es igual. ¿Por qué, si no, nos desean un buen viaje? Porque a priori se supone que es algo peligroso y una tortura. Antes los hombres arriesgaban sus vidas sólo en ocasiones insoslayables e importantes (en una guerra, por ejemplo), ahora por huir (de sí).

 -Soy muy ambicioso: quiero la rutina, quiero la normalidad.

 -La juventud es la edad en que se exige cuentas a la vida de todo lo que nos debe. La madurez es la edad en que se sabe cuánto le debemos a la vida.

 -En nuestra vida real, el texto que uno se aprende o se promete seguir acaba siempre por desaparecer bajo la interpretación.

 VI. El hombre y la muerte

 -La desgracia viene tan a punto, puedes esperarla con tanta seguridad, que no merece la pena ni esperarla. El pesimismo es el optimismo de la sabiduría.

 -Nuestro cuerpo es una bomba que en cualquier instante puede estallar. Un monstruo dormido que puede despertar rugiendo en cualquier momento y que se devorará a sí mismo. Vivir es servir a un cuerpo enfermo o amenazado.

 -Antes el hombre se enfrentaba a las guerras, a la degollina, a la esclavitud, al pillaje... Ahora se enfrenta a los análisis de orina.

 -El enamorado y el enfermo creen todo lo que necesitan creer.

 -La mejor relación que puedes tener con tu cuerpo, como enemigo que es, está en no notarlo, que no se acuerde de ti.

 -Que el dolor sea un bien, un motivo de purificación y perfección ante Dios, eso no se lo cree ni Dios... Pero ¿cómo es posible tener ese concepto, no ya de Dios, sino de cualquier ser?

 -Pensar que Dios existe es de tontos. Pensar que Dios no existe es de idiotas.

 -Yo, por mi parte, hoy creo en Dios; mañana no sé.

 -A pesar de todo, parece como si Dios no se defendiera de las críticas. Parece como indefenso.

 -Las religiones son las gestoras del miedo, y los sacerdotes sus administradores.

 -Algo que no existe, algo que no es mientras se vive, la muerte, la no vida, es curiosamente lo que condiciona absolutamente nuestra vida.

 -La muerte de un individuo es, para la Naturaleza, un detalle insignificante; para el individuo es la muerte de toda la Naturaleza.

 -Es demasiado fácil amar al muerto.

 -Los templos son los mayores monumentos elevados a nuestra ignorancia sobre el mundo.

 -Aquí está el cementerio... El cementerio, esa réplica a la ciudad a la que se adjunta, esperando paciente y silenciosamente la mudanza del personal que está de visita en la ciudad, que está de visita en la Vida.

Y hasta aquí, los aforismos de EMILIO LÓPEZ MEDINA

Presentación y selección de José Biedma para Opinatio/Tabularium (lamentablemente desaparecida de la Red), levemente corregida para Signamento. Úbeda, Octubre de 2002/ julio 2011.

Post datum

Hace poco, Emilio ha escrito un libro de aforismos sore EL DOLOR, al que seguirán otros seis, como siete bestias, publicados por Octaedro.

 

Keyserling: el arte de filosofar

Keyserling: el arte de filosofar

A pesar de la gran popularidad que su obra y personalidad alcanzó en España, donde sin duda fue tenido muy en cuenta por Ortega, o en Argentina y en Méjico, la filosofía del conde lituano-alemán Herman Graf Keyserling ha sido casi olvidada.

Una noche de insomnio me puse a releer mis notas sobre Keyserling (Könno 1880-Innsbruck 1946), tomadas de La angustia del mundo. Esta obrita no aparece en el elenco que ofrece mi Larousse. La leí de prestado, tal vez de la biblioteca municipal, creo que pertenecía a la famosa colección Austral.

Me he encontrado con jugosas frases en torno al Sentido (Sinn), ámbito que el filósofo contrapone al fenoménico, objeto de la ciencia y la técnica.

¿Paráfrasis?, ¿citas?, ¿síntesis personales? Las pongo en la Red por si incitan a alguna reflexión o comentario:

 - El sentido es algo cambiante y mecánicamente imperceptible, como la expresión de un rostro o la ejecución de un músico...

 - El valor espiritual de un discurso  no depende sólo de la corrección lógica, sino también del arte, que sabe hacer convergir todos los medios de expresión disponibles hacia la evocación del sentido viviente, que es una meta tanto más inaccesible a toda expresión convencional cuanto aquél [el sentido viviente] es más vivo, vasto y profundo.

Keiserling, casado con Goedela von Bismarck, fue un extraordinario viajero, uno de sus libros más leídos fue precisamente Diario de viaje de un filósofo (1919). Cosmopolita, viajó mucho por Oriente pero también por América. Su nombre -me enteré por la Internet- aparece en la letra de un tango. Fue amigo y admirador de Tagore, y el aprecio fue recíproco. En Buenos Aires se dejó deslumbrar por Victoria Ocampo, a la que "tiró los tejos". Ella le rechazó con elegancia. 

K. pensaba que el único tema filosófico es el de las relaciones del espíritu con la naturaleza, o del mundo con Dios. Para K., filosofar es un auténtico arte. El pensamiento trabaja con las leyes del pensamiento y los datos científicos, exactamente como el músico con los sonidos.

A pesar de su europeísmo, Keyserling estaba convencido de que la cultura del futuro uniría los aspectos técnológicos y dominadores de la cultura occidental con los aspectos místicos y espirituales dominantes en la cultura oriental, en un fondo común.

Emparentada con la filosofía vitalista de Nietzsche y Spengler, con el espiritualismo de Schelling, el intuicionismo de Bergson, el historicismo de Dilthey o el ingenio analítico de Simmel, su prosa clara es expresión de una filosofía antiacadémica, antiintelectualista. Aunque algunos críticos le consideren un autor "mesiánico" y algo ególatra, sus fuentes últimas son el magisterio nada despreciable de Platón y Kant.

Expulsado de estonia por los bolcheviques, Fundó una Schule der Weisheit, una "Escuela de sabiduría", en Darmstadt, bajo el mecenazgo del gran duque de Hesse (1920), escuela que luego fue cerrada por el régimen nazi.

Keyserling apela a la fuerza del sentimiento, pero conserva los valores espirituales, amenazados por la civilización mecánica y la cultura de masas.

Viajó por España, donde impartió conferencias en 1926 (en la Residencia de Estudiantes) y en 1930. Consideró a España una "virgen prometedora", más africana que europea, pero, por eso mismo, España es reservorio de valores que en el norte se han perdido, y esperanza restauradora del pueblo europeo. Hernán Cortés, Torquemada o Felipe II le parecen al lituano tipos genuinamente africanos. Caracteriza al pueblo español como dinámico, intrépido e idealista.

 

Manirrotismo cósmico

Manirrotismo cósmico

Despilfarro de estrellas
Manuel Fdez. de Liencres. Apuntes para un mejor desconocimiento del Hombre, Úbeda, 2010

La creación, o la evolución, o ambos acontecimientos y procesos, son poco, nada económicos. Para los cosmólogos científicos viene a ser una especie de paradoja, relacionada con las leyes de la termodinámica: ¿por qué ese derroche de energía en producir diversidad, diferenciación, complejidad creciente? ¿Por qué un universo frío y caliente, cuando sería más económico que fuese tibio?

Explique usted, si puede, desde una perspectiva técnico-funcional la cola del pavo real, el cuerno del rinoceronte, el cascabel de la serpiente, la conciencia del ser humano, el arte del Greco, la mancha azul-cielo caudal de la Satyrium spini de la foto.

Y vayámonos al mundo de la cultura, enraizado -no lo olvidemos- en nuestra propia naturaleza, complementario de ella... ¿Para qué sirven hoy las sinfonías de Beethoven?

Bueno, responderá el lector, para que ofrezcan al oído un vibrante, armónico, melodioso espectáculo... A eso voy, que el universo parece organizarse también, como percibió Nietzsche, como una función dramática, unas veces cómica, otras trájica, como un espectáculo.

¿Qué espectador tan inmenso pudo ofrecerse un espectáculo tan vasto como inhumano? Nace una supernova. Aplauso. Explota una supernova. Aplauso. Espectador o espectadores tan imperfectos -los que supuso Nietzsche- que no sólo gozan creando o viendo crecer, sino también borrando de la existencia o viendo cómo las estructuras hermosas se derrumban.
No sólo nosotros estamos aquejados de una tendencia perversa al despilfarro, al manirrotismo, también la vida en particular, y el universo en general. ¿A qué si no esas aparatosas corolas de las flores, concebidas algunas como un teatro para los insectos polinizadores? ¿y esos dibujos y metalizados de los insectos? La evolución, ¿actuando con intenciones de orfebre? El creador, ¿metido a dibujante? Un equiseto puede reproducirse perfectamente sin hojas y sin flores, por esporas, y ahí los tienes, desde el tiempo de los dinosaurios y desde antes, medrando en las humedades. Tanto alarde de pétalos de rosa o de dalia cuesta lo suyo.

Hoy mismo padecemos una crisis provocada por nuestro manirrotismo, porque -como decía mi abuelo- hemos estirado los pies más allá de lo que puede cubrir la manta, ¡y nos hemos quedado hasta con el culo al aire! Entre la avaricia de los bancos, la avaricia de los constructores, la pretensión gastona del público en general, nunca satisfecho con lo que tiene, y la temeridad de unos y otros, hemos gastado lo que no teníamos y muchos ya no pueden pagar lo que le adeudan a otros, que le adeudan a otros, y no sabemos cuando tocaremos el fondo mendaz de lo que se debe.

Y ahí tienes, pisos que no necesitamos, coches que no son necesarios, potingues venenosos y superfluos, animales de compañía que se comen al niño acompañante, lujos inútiles y hasta peligrosos.

El filósofo Manuel Fdez. de Liencres, en sus sugestivos Apuntes para un mejor desconocimiento del Hombre (Úbeda, 2010), eleva a la categoría de teoría cosmológica esta tendencia vital y antropológica y acuña para ello la poética expresión: "Despilfarro de estrellas": "Porque hemos observado sin gran esfuerzo que en el Universo material y en el Mundo biológico reina la abundancia, la profusión, la prodigalidad, el despilfarro en suma. Hay millones de galaxias, de sistemas solares, de estrellas, de satélites. Y para engendrar un solo bicho o una sola planta se desperdician cientos de miles de semillas, de simientes... ¿A qué viene tanto manirrotismo?" -se pregunta el filósofo.

M. Fernández de Liencres propone una hipótesis a modo de explicación: La hipótesis de la imperfección creadora. A nuestro pensador le parece evidente que si el mundo se mueve y los seres que en él habitan aspiran y expiran es porque el mundo, o al menos nuestro mundo, está fundamentalmente desequilibrado. En efecto, un objeto en perfecto equilibrio -como el huevo macizo de Parménides- no se movería jamás. Incluso la ciudad, la gran ciudad, fabricada a la medida del hombre para poder satisfacer sus menores caprichos, padece de desequilibrio, pues no puede vivir de sus propias fuerzas y está obligada a depender de la no-ciudad, del campo, más cercano a la Naturaleza.

Precisamente porque todo surge del Desequilibrio Creador, nuestro universo no es nada lógico, aunque sus entes se ajusten al llamado por Fdez. Liencres Principio de Complementariedad, según el cual, las partes de un objeto, sea el que fuere, son distintas pero complementarias, "no son anárquicas ni independientes sino que se necesitan unas a otras para ser un objetivo".

El título de la obra es ambiguo, porque el autor no pretende que ampliemos nuestra ignorancia sobre el hombre, sólo que la mejoremos. Esto es, aún aceptando que el ser humano es la cosa más paradójica y extraña del mundo, una cosa que -citando a Teresa de Jesús- no puede estar siempre en un mismo ser, al reflexionar sobre el ser humano nuestra incomprensión sobre lo que somos puede hacerse algo más lúcida: "cuando se escribe sobre lo que no se entiende queda siempre la sensación de haber aprendido algo" (pg. 46).

En cualquier caso, el ser humano se proyecta desde su base física y animal más allá de sí mismo. Apoya esto el dictamen humanista de Juan de la Cruz: "Un solo pensamiento del Hombre vale más que todo el Universo". Parece ser que, a pesar de la estructura "psicofantástica" de nuestra mente, "habría que defender al Hombre y reconocer su valentía ante la tragedia y sus duros esfuerzos para idealizar la Realidad y para trascender lo que no es otra cosa que un galimatías físico-matemático".

Estos Apuntes, que no aspiran a ser sino ocurrencias de alguien -y esto lo digo yo- que ha vivido, pensado, pintando y reflexionado mucho, terminan con esta conclusión:

"El Universo, la Realidad, la Vida, el Hombre, son incomprensibles. El Universo, la Realidad, la Vida, el Hombre, no tienen por qué ser comprendidos. Vivamos y dejemos vivir en paz. Y esperemos. ESPEREMOS"

Y como colofón, un soneto que parece contradecir esta última razón de esperanza, y que termina con este bonito terceto:

Y pues que la razón ya se reclina
pediré para mi alma desmandada
muerte en el pico de una golondrina 

Moral y religión. Kolakowski

Moral y religión. Kolakowski

Necesidad de la religión y del tabú

 

En su obra Si Dios no existe…, el filósofo polaco Leszek Kolakowski (1927-2009), con generosa claridad, puso de manifestó aquello que tanto le cuesta reconocer al racionalismo ilustrado, incluso en sus figuras más irracionales o pedantes: la imaginación y la emoción, particularmente la idea de Dios y el sentimiento de la fe, son imprescindibles en la orientación ética de nuestra conducta.

El sentido –o la búsqueda de sentido- no se puede reducir al formalismo de la ley (Kant) ni al formalismo de la comunicación entre hipotéticos iguales (Habermas).

Ya conocía a Kolakowski por el muy ingenioso: Conversaciones con el diablo, que publicó en 1979 Monteávila editores. Cuando leí Si Dios no existe… el libro debía de haber sido recién editado por Tecnos (1995). Me ha agradado, más que sorprendido, que Carlos Gómez le dedique una importante mención al “alegato de Kolakowski” en el capítulo 8, “Ética y religión” de La aventura de la moralidad (Alianza, 2007), obra con pretensiones de manual universitario de Ética.

  Kolakowski usa la frase de Dostoievski (“si Dios no existe, todo está permitido”) para explicar la necesaria raíz religiosa o sagrada de la moralidad. La concepción de la fe del filósofo polaco es también ilustrada, deísta. La fe, en un sentido tan general como mínimo, es la confianza en Dios, o sea, la confianza en que el universo genera la cantidad mínima de mal, ,la confianza en que, en última instancia, “no hay mal que por bien no venga”, es decir, que “lo que es, es bueno”. La fe, en este sentido vago de confianza en el Bien, tiene que preceder a todo razonamiento. Se trata de un acto de compromiso moral con la verdad y el valor.

Todo el mundo alberga una disposición oculta o incluso una compulsión semiconsciente a buscar un orden en el gigantesco montón de basura que llamamos historia de la humanidad. Esta compulsión revela el vínculo real de la mente con el fundamento eterno del significado. Es una opción ontológica creer que lo Eterno manifiesta su presencia real constituyendo, a lo largo de la historia, un término de referencia en el entendimiento que el ser humano tiene de sí mismo. “Si el curso del universo y de los asuntos humanos no tiene un sentido relacionado con la eternidad no tiene ningún sentido” (pg. 157).

Pero la investigación filosófica es incapaz de producir, sustituir o siquiera estimular el acto de fe…, pues la fe no es un acto de asentimiento intelectual a ciertos enunciados, sino un compromiso moral que implica, en un todo indivisible, el asentimiento intelectual y una confianza infinita, inmunes a la refutación empírica. Por otra parte, un creyente debe admitir que Dios no puede ser una hipótesis empírica. Un creyente tiene hoy que admitir a) que su interés por Dios va más allá del interés científico por el conocimiento de las leyes de la naturaleza, b) que aun suponiendo la capacidad explicativa de la existencia de un ser absoluto, estaríamos muy alejados del Dios de los creyentes; amigo y padre, y c) cualquier explicación racional sobre la existencia o esencia de lo divino sería de muy dudosa utilidad, dadas las insuperables dificultades para comprender la idea de creación: seguiríamos sin poder tender un puente entre el ser absoluto y la criatura finita.

La fe es científicamente inútil. Lo único que puede mostrar la teodicea es la no contradictoriedad de la idea de un mundo gobernado por una providencia benevolente y todopoderosa y, sin embargo y a la vez, un mundo que contiene tanto mal (errores, injusticias) como el nuestro. Esa teodicea entrañaría para Kolakowski cierto escepticismo ( o agnosticismo), pues supondría que, en cualquier caso, nunca podremos saber cómo no es autocontradictorio el mundo. “El infinito es por naturaleza incomprensible” (Orígenes). En este sentido, y a pesar de la distinta estructura lógica de sus argumentos, Tomás de Aquino está de acuerdo con Descartes: los dos percibían la imposibilidad de un mundo que revirtiese sobre sí mismo.

“Dios existe” es un juicio existencial sintético y analítico al mismo tiempo. ¿Hay otro juicio que pueda ser existencial, sintético y analítico a un tiempo?: tal vez, “algo existe”, porque su contradictorio, “nada existe” es absurdo.

Aunque Dios no pueda ser abarcado por el conocimiento, la teodicea no es por ello un entretenimiento para mentes ociosas, sino que resulta imprescindible para quienes se nieguen a admitir que “todo es por nada”, que todos nuestros sufrimientos y esfuerzos por salir adelante o mejorar las cosas perecerán para siempre en el vacío, sin dejar ni huella.

En efecto, “Si Dios no existe, todo es permisible”, no vale sólo como norma moral, sino también como principio epistemológico. Por “verdad” entiende el polaco la propiedad de una aserción que la hace adecuada con independencia de quien la pronuncie y de que alguien la sepa… Sólo es posible el uso legítimo del concepto “verdad”, o la creencia de que puede incluso predecirse justificablemente “la verdad” de nuestro conocimiento, si suponemos que existe una mente absoluta. Podemos definir la verdad, ciertamente, mediante la referencia a criterios de eficacia, pero tal definición sin ser autocontradictoria es arbitraria, aceptarla requiere también un acto de fe. Somos incapaces de crear un absoluto epistemológico porque nuestra inteligencia es finita, aunque la ciencia podría seguir siendo eficaz sin suponer metafísicamente que contiene verdad. No obstante, también sería legítimo preguntarnos, eficaz ¿para qué? Para el polaco, tampoco es posible fundar la certeza en un ego trascendental (Descartes, Kant, Husserl)… en definitiva, “es vano perseguir una certeza sin Dios” (pg. 88). “Dios o un nihilismo cognoscitivo, no hay término medio” (90).

Por otra parte, la verdad no es convertible con el bien, al menos para nosotros: “no puede excluirse a priori que la verdad, y no digamos toda la verdad, sea dañina para las criaturas imperfectas y que en algunos casos sea bueno para nosotros estar mal informados…”, la verdad puede entrar en conflicto con otros bienes.

El mal moral no es simple sufrimiento (malum poenae), sino mala voluntad (malum culpae). Es ingenuo creer que basta que una norma sea universalizable (Kant) o pueda ser admitida -o lo sea de hecho- por todos, en un diálogo racional igualitario libre de coacción (Habermas) para que los seres humanos piensen que es irracional saltársela o para que no se la salten en absoluto cuando les conviene. Podemos creer –lo vemos todos los días- que una norma es buena en general, pero no para mí, según qué casos.  “No soy en absoluto inconsecuente si prefiero que otra gente siga reglas que yo no quiero cumplir” (pg. 190).

Y es ingenuo también creer que el hombre es digno per se, que debemos tratar a los demás con la debida dignidad porque sí, “porque yo lo valgo”, como dicen las proclamas publicitarias, mientras vemos todos los días la propensión irreductible del ser humano hacia el comportamiento indigno.

La idea de la dignidad humana sólo puede enraizarse en el orden de lo sagrado, como en el mito cristiano según el cual el humano es imagen de Dios. “La dignidad humana no puede validarse dentro de un concepto naturalista del hombre” (pp. 214-215). Ya sabemos a qué horror puede llevarnos una ética basada en la “lucha por la vida”, la "supervivencia de los más aptos" o el privilegio evolutivo de los más fuertes, los mejor armados, etc.

Si el hombre es el supremo legislador en cuestiones de bien y mal, tanto si entendemos por “hombre” la conciencia individual o una comunidad que “pacta” un orden civil, entonces no tiene fundamento para respetarse a sí mismo, salvo quizá una conveniencia práctica que podría consistir, a veces, o cuando nadie nos ve, en saltarnos las normas pactadas o engañar a la propia conciencia con pretextos… “Nunca hay escasez de argumentos en apoyo de cualquier doctrina en la que uno quiera creer, por los motivos que sea” (pg. 19): Ley del cuerno de la abundancia -llama el autor a este principio.

Así pues, la idea de dignidad sólo puede basarse en la autoridad de una mente indestructible.

Kolakowski parece haber aprendido bien la lección de Hume: “No asentimos a las creencias morales diciéndonos ‘esto es verdad’ sino sintiéndonos culpables si dejamos de acatarlas”. Las motivaciones morales funcionan porque somos capaces de sentirnos culpables. Y la culpa no es más que la ansiedad –o la vergüenza- que sigue a la transgresión de un tabú. A fin de cuentas, como explicó Freud, el tabú es la forma más primitiva –o genuina- de conciencia moral. En el fondo, los tabúes, al menos en su naturaleza psicológica, no difieren mucho del imperativo categórico de Kant, que trabaja de manera compulsiva rechazando toda motivación consciente, todo interés y todo gusto natural por el placer o la felicidad.

La capacidad de experimentar culpa no procede de la asunción de que uno u otro juicio de valor, v. gr. “la envidia es mala”, sean correctos, ni puede identificarse con el miedo al castigo legal. Es una especie de acto existencial que consiste en preguntarse por el lugar de uno en el orden cósmico. La conciencia de culpa es un sentimiento de temor reverente ante una acción nuestra que ha perturbado la armonía del mundo, una angustia que sigue a la trasgresión de un tabú y que sumerge el mundo en un caos de amenaza e incertidumbre.

¿Es posible una sociedad humana sin tabúes?

Para Kolakowski el ateísmo prometeico, que supone que la capacidad humana de autocreación es ilimitada, es una ilusión pueril: o elegimos un mundo dotado de sentido –guiado por Dios- o un mundo absurdo en el que cualquier tipo de acción estaría justificada porque la elegimos libremente. En el mismo sentido, también Charles Taylor rechaza un mundo moral en que los valores sean simplemente hijos de la elección creativa e individualista. La presencia de valores en sí, de cosas, relaciones e ideales que son buenas independientemente de que yo las elija, o de que nosotros las elijamos, igual que –en negativo- la presencia de tabúes, es el pilar inamovible de cualquier sistema moral viable y un componente integral de la vida religiosa.

Un "tabú" es un vínculo necesario que enlaza el culto de la realidad eterna con el conocimiento del bien y del mal. La religión y la moralidad son una lealtad viva a un orden de tabúes, más que una serie de enunciados sobre el cielo o el infierno o un código de declaraciones normativas.

Resulta patética la incapacidad de los filósofos para –sin tener en cuenta lo dicho más arriba- encontrar un enlace entre juicios descriptivos y normativos (falacia naturalista): las motivaciones morales no funcionan porque extraigamos preceptos de conceptos, aunque se demostrara que el juicio “mentir es malo” es tan verdadero como el teorema de Tales, nada me impediría seguir mintiendo, a no ser mi capacidad para sentirme culpable.

 

El legado Cristianismo

El cristianismo fue para Kolakowski “resultado del encuentro de dos civilizaciones, un doloroso compromiso entre Atenas y Jerusalén” (pg. 60). La convergencia final del Bien o el Uno neoplatónico con el Dios judío y cristiano se hizo necesaria por la necesidad histórica, no lógica, de traducir el mito original al lenguaje filosófico griego y de transformar la Biblia en una historia metafísica. Era una condición para el éxito del cristianismo… pero esta síntesis nunca ha sido satisfactoria. La imagen de un Dios padre tierno y misericordioso no corresponde a una entidad metafísica. El ser absoluto no puede estar sujeto a afectos. Los teólogos no podían casar el caudillo airado del Antiguo Testamento con el Padre amante de Jesús y el Uno de Plotino.

La Iglesia se habría desintegrado si hubiera hecho demasiadas concesiones a Atenas, si no se hubiese negado, clara y obstinadamente, a borrar el límite entre el acto de fe y el acto de asentimiento intelectual; “si no se hubiese definido por criterios que no admitían distinción alguna entre la cultura de las élites y la de los pobres de espíritu”. El antiintelectualismo provocador de Pablo o el credo quia absurdum de Tertuliano nunca han desaparecido del cristianismo, pero su significado ha dependido del contexto histórico.

El fideísmo contendría un elemento de verdad: ni el saber ni la sofisticación hacen mejor la fe cristiana de nadie. La soberbia (hybris) de los muy educados ha sido siempre severamente castigada en todas las iglesias cristianas. Pascal resumió la cuestión diciendo que la religión cristiana, aunque es sabia por tener muchos milagros y profecías para demostrar su vigor, es, por lo mismo, necia, porque no son ésas las cosas que hacen creer a los creyentes; sólo la cruz lo hace.

La cruz, el símbolo de un Dios que sufre y que decide compartir plenamente el destino humano tiene, por lo menos, dos significados:

1. Afirma la creencia en una ley de justicia cósmica que funciona como un mecanismo homeostático: para restablecer el equilibrio perturbado por la fuerza destructora del mal hace falta sufrimiento. El sacrificio tiene sentido en la medida en que llena el vacío que un acto malvado ha abierto en la masa del ser.

2. Reconoce nuestra debilidad: la raza humana necesita que una persona divina compense las enormes deudas en que ha incurrido; al faltarle fuerza para exonerarse, confiesa así su flaqueza moral.

Toda religión es conciencia de la insuficiencia humana y se la vive en la admisión de nuestra fragilidad. Sin embargo, en el mismo acto de comprender su debilidad, la humanidad afirma su grandeza y su dignidad: la humanidad es un tesoro tan precioso a los ojos de Dios que merece el descenso del divino Hijo al mundo de la carne y el dolor, así como la muerte humillante que Él acepta para la curación del hombre. En la figura del Redentor cristalizan los aspectos gloriosos y las ruinas de la existencia humana, la vergonzosa miseria y la infinita dignidad del hombre es el Jesús de los villancicos y de la pintura popular, un invencible protector celestial y, no obstante, un pobre como cada uno de nosotros.

Frente a la crítica anticristiana de Nietzsche, Kolakowski opone un fuerte argumento ad hominem: Si los vencedores tienen razón por definición, una vez que se glorifica la inocencia del proceso natural y la “rectitud” de la fuerza, entonces los cristianos resultaron vencedores. Pues si los “lastimosos y resentidos” cristianos consiguieron imponer sus principios al mundo, no demostraron con ello una “fragilidad envidiosa”, sino una fuerza y una vitalidad considerables.

A la pregunta de si el cristianismo es un humanismo, Kolakowski responde que la respuesta depende de qué entendamos por “humanismo”. Si éste es una doctrina según la cual no hay límites a la autoperfectibilidad humana o que las personas pueden definir arbitrariamente los criterios del bien y mal, entonces el cristianismo es antihumanista. Además, está por ver si un humanismo (o antropocentrismo) tan radical que presupone que la raza humana no halla criterios prefijados o externos, sino que los crea a su gusto, produzca una comunidad humana más pacífica y justa que la que propició el cristianismo. Por el contrario, los últimos ensayos por desencadenar al ser humano de la tiranía imaginaria de Dios han producido esclavitudes más siniestras que las que nunca haya estimulado el cristianismo.

 

En la mística ve Kolakowski el núcleo inmutable de la vida religiosa. Mientras que el protestantismo consideró el misticismo como una desviación peligrosa o una reliquia del gnosticismo pagano; después de la reforma, la Iglesia romana se mostró más capaz de asimilar fenómenos místicos pues podía enclavarlos dentro de las órdenes religiosas, tolerándo la diversidad religiosa, eso sí, con tal de que el místico distinguiese entre Dios y el alma, y no usase la contemplación como pretexto para la desobediencia o la inmoralidad.

El aristotelismo se convirtió para el cristianismo en un vehículo intelectual por el cual éste se deslizaría en la senda de la secularización y del olvido. La crisis modernista reveló drásticamente el choque entre las pretensiones de la teología natural (teodicea) y la marcha victoriosa del "cientifismo", entendiendo por tal una ideología que reduce el valor cognoscitivo a la aplicación de métodos científicos. Sin embargo, la ciencia es una esquematización conveniente de datos empíricos en forma de construcciones teóricas cuyo valor manipulativo y predictivo es mayor que el cognoscitivo; y por su parte, la verdad religiosa no puede embutirse en formas intelectuales, porque el único acceso a la verdad religiosa es una experiencia privada. De ahí la separación radical entre ciencia y religión.

Con la crisis modernista la Iglesia experimentó pérdidas inmensas. Al mostrarse incapaz de asumir la modernidad fue perdiendo el control sobre la vida cultural y repeliendo a las clases cultas.

Los intentos tardomedievales de separar lo sagrado de lo profano, pretendían liberar la ciencia de la teología; las tendencias análogas de los tiempos modernos persiguen lo contrario: defender lo sagrado de la rapacidad de lo profano, afirmar los derechos de la vida religiosa dentro de una cultura que ha canonizado su propia secularidad o convertido en dogma el agnosticismo y el laicismo.

Sin embargo, lo religioso ha cumplido una función social imprescindible: desde lo sagrado, el egoísmo, la individualidad (y el individualismo disolvente) aparecen como una patología del ser. La idea de participación mística era el modo en que se grababa y se consolidaba la autoridad y la supremacía del “Todo” social en las mentes de los individuos. En nuestro mundo secularizado, la mayor parte de los creyentes siguen ligados, aunque sea por un hilo muy fino, a la tradición religiosa.

Kolakowski piensa que el modo en que las personas perciben y describen los hechos en términos morales es un aspecto de su participación en el reino de lo sagrado y que entre no creyentes es el residuo de un determinado legado religioso que comparten por haber sido educados en una determinada civilización. El lenguaje religioso carece de la universalidad de los lenguajes matemáticos, científicos o musicales, pues el culto real está siempre ligado a una determinada cultura y a una determinada comunidad religiosa. Parece pues difícil que quepa acuerdo en materia de religión.

Moral y religión son lógicamente independientes, pero los criterios morales no pueden ser validados en último término sin recurrir al depósito de la sabiduría trascendente, de lo que se seguiría que los ateos deben sus virtudes, bien a una tradición religiosa que han logrado conservar en parte, o a un don de Dios.

Una valiosa advertencia

No hay razón para esperar que en una sociedad en la que se hayan eliminado todos los tabúes y donde se haya esfumado la conciencia de culpa, sólo la coerción legal pueda impedir el desmoronamiento de la vida comunitaria y la disolución de los vínculos humanos no obligatorios. De hecho, una sociedad sin tabúes no ha existido nunca. Bien es verdad que éstos pueden seguir operando durante mucho tiempo por la fuerza inerte de la tradición, después de desaparecer las creencias religiosas en que se sustentaban.

Es indudable que desde el XVII hemos progresado hacia un orden legal-racional que sustituye al orden sagrado de los tabúes, pero no sabemos si esa sustitución podrá ser absoluta. Kolakowski cree que tenemos buenas razones para conjeturar que el papel de los tabúes en las relaciones sociales es sustancial y que una cultura sin tabúes es como un círculo cuadrado.

El nazi y el judío

El nazi y el judío

In memoriam Eduardo Ruiz Jarén

 

Me he estremecido al redescubrir -¿por casualidad?- un artículo del recientemente fallecido Eduardo Ruiz Jarén, publicado en ALFA nº 21 (dic. 2007): “Heidegger y Lévinas: dos filosofías, un mismo talante filosófico”. Es un artículo denso, en el que Eduardo resume, con su probada maestría pedagógica, las relaciones entre las filosofías de Heidegger y de Lévinas.

El alemán fue profesor del lituano en Friburgo. Y Lévinas leyó apasionadamente Ser y Tiempo, la primera y más influyente obra de Heidegger. Le subyugó sobre todo la superación heideggeriana de concepciones intelectualistas (racionalismo y empirismo) para aterrizar, desde la analítica del Dasein, en la descripción de la existencia cotidiana. Como dijo Ortega en 1930: “… en Heidegger la filosofía visita a domicilio”.

Pero Lévinas caló Sein und Zeit hasta su terrorífico fondo: la creación -sobrehumana o seudohumana, según se mire- del Dasein. Para Lévinas, la ontología contenida allí representa el final de la epopeya moderna de la subjetividad, marcada por el primado de la autonomía sobre la alteridad heterónoma: el fin de la egolatría ilustrada que, como Narciso en el trágico espejo del torrente, se complace en la mismidad, reduciendo todo lo demás a extranjería.

Esa subjetividad hipertrofiada del “yo pienso”, que cree construirse en libérrimo aislamiento, recurre en Heidegger a lo Neutro en su generalidad, como una razón que reduce a su poder al otro, mediante apropiación. Desaparece así la singularidad individual, la diferencia irreductible del prójimo, mientras enfatiza el vínculo con el paisaje convertido en patria.

Para el judío Lévinas, el hecho de la culpabilidad, o de la mala conciencia al menos, delata que otro tipo de filosofía es posible. Heidegger subordina al Ser la libertad del hombre, del ahí del Ser. Lévinas en De otro modo que ser o más allá de la esencia expondrá la anterioridad absoluta en el humano de una exigencia ética que testimonia la presencia en nosotros de la idea de Infinito. Así, Lévinas opone al ‘esse’ metafísico el ‘des-intéressement’: desinterés más allá del ser que traduce la prioridad en el hombre del cuidado del ‘uno-para-el-otro’.

El quid del contraste entre ambos filósofos está en que la fenomenología (de la que Heidegger es heredero) no puede acceder a la justicia. En Heidegger, la libertad –idéntica a la razón- precede distorsionadamente a la justicia. Para Lévinas, la justicia pondrá al Otro antes que al Mismo. El Otro ha sido anterior a mi libertad, es el Decir antes que todo dicho.

Lévinas rebatirá siempre a Heidegger el haber subordinado la existencia y su significación al dominio del Ser. Para el primero, el existente, no la existencia, el ente y no el ser, constituirán siempre la positividad fundamental que sólo será trascendida por un bien que está más allá del ser. Llevará así hasta sus últimas consecuencias una filosofía de lo concreto que no acepta amortiguar en la generalidad la singularidad de lo individual (Eduardo cita aquí la introducción de D. Gillot a Totalidad e Infinito).

Cuando Heidegger critica la orientación de la inteligencia hacia la técnica, mantiene sin embargo un régimen de poder más inhumano que la industrialización. No parece estar seguro de que el nacional-socialismo provenga de la reificación mecanicista de lo humano y que no repose sobre un enraizamiento campesino y una adoración feudal de los hombres esclavizados por los amos y señores que les guían. Triunfo de una libertad heroica basada en la dominación y crueldad pangermana, acaso más palmaria en Heidegger que en Hegel o Nietzsche.

La filosofía heideggeriana marca el apogeo de un pensamiento donde lo finito no se refiere a lo infinito, donde toda deficiencia no es sino debilidad (Nietzsche), donde se subordina la relación con lo Otro a la relación con lo Neutro que es el Ser, y desde aquí continúa la exaltación nietzscheana de la voluntad de poder (der Wille zur Macht). Una religión al revés o una ontología antirreligiosa, un ateísmo en que los textos presocráticos se convierten en anti-Escrituras: la embriaguez destructora, amenizada por los cromatismos líricos de Wagner y la poesía de Hölderlin, o la serenidad lúcida con que el filósofo contempla la cosificación extrema y la eliminación calculada, racional, de los seres humanos cosificados en Auschwitz, enfrentando así, sin sentimientos de culpa, la seducción de la barbarie. Para Lévinas, esta situación es el verdadero escenario de lo diabólico, y “lo diabólico da que pensar”.

No obstante, a pesar de su dura crítica al maestro, buena parte del armazón conceptual de Lévinas procede de él. “Heidegger es el inequívoco inspirador del Decir-dicho en Lévinas” –escribe Eduardo-, un Decir que es también escucha paciente del Otro, y respuesta a una alteridad que –en Lévinas- jamás es neutra, pues “el hombre no puede no ser responsable, no puede dejar de responder con su Decir al otro… No puede no dejarse sub-stituir por el otro y en esta substitución consiste la subjetividad misma del sujeto… Lo que llamamos ‘Alma’ es el otro en mí.” (sentencias procedentes de distintas obras, enlazadas por Eduardo).

En Lévinas la subjetividad aparece originariamente como respuesta al otro, como responsabilidad a priori por el otro. Parte importante de la psicosociología contemporánea corrobora este aserto. Por ejemplo, el descubrimiento de la genealogía de la identidad como interiorización del proceso social de comunicación (H. G. Mead).

A esto le llama Lévinas el orden de una “sensibilidad” originaria, que define la subjetividad como mera “pasividad” o pura exposición a la demanda silenciosa del otro. Esta exposición es vulnerabilidad, puesto que la mera presencia del otro ya “nos traumatiza”, y requiere el esfuerzo de imaginación de ponerse en lugar del otro. A mi juicio, la ética es imposible sin el ejercicio imaginativo de este ponerse en lugar de los demás, incluso en general, en lugar del otro generalizado que H. G. Mead identifica con la idea de Dios.

Lévinas insiste en la imposibilidad de definirnos como idénticos sin el otro. Corolario: imposibilidad del “yo pienso” sin el previo “él piensa”, “nosotros pensamos”, “nosotros hemos pensado”, “ellos pensaron”, incluso sin el “podremos seguir pensando”… Pero también plantea la prioridad de una elección por el Bien en el ‘uno-para-el-otro’ de la responsabilidad. “Es mi sustituirme por otro quien me hace otro que yo y me revela mi yo mismo”. De este modo, significar estaría, al menos al nivel del orden de la sensibilidad, antes que ser y hacerse significativo para el otro: con gestos o con decires.

El papel de la filosofía será para Lévinas la mediación, el calibrar la medida justa (eso me resulta muy socrático) entre el Decir y los dichos, entre la responsabilidad y los derechos, y se orientará como una Sabiduría del Amor. Más allá de la heideggeriana contemplación del ser en camino en la palabra, o del pastoreo y cuidado por las cosas, la sabiduría de Lévinas se propone como servicio y testimonio de un Decir en lo humano.

Tal y como el que le adeudamos a Eduardo Ruiz Jarén.

Descanse en Paz.

Argumentum ornithologicum

Argumentum ornithologicum

La lógica y la matemática contemporánea han puesto de manifiesto que entre lo finito y lo infinito hay un abismo insalvable. Partiendo de conjuntos finitos, y mediante un número finito de operaciones conjuntistas como la unión, la intersección, el producto cartesiano (llamado así en honor a Descartes) y el conjunto de las partes, sólo obtenemos de nuevo conjuntos finitos. Lo infinito es inalcanzable desde lo finito.

Tal vez Descartes no se equivocaba cuando renunciaba a explicar la idea de lo infinito como una idea "facticia" o "ficticia", "hecha" o "fabricada" por la mente a partir de la idea de lo finito... La mente que es finita no puede fabricar por sí misma ni de sí misma lo infinito. Lo infinito resulta intelectualmente tan original por lo menos como lo finito. Pero para alcanzar lo infinito hay que dar un salto mortal... Cantor dio ese salto mortal en un sentido muy distinto al que lo dio Kierkegaard. No sorprende que fuese muy distinto, el primero fue un genial matemático y el segundo fue un filósofo romántico y un teólogo existencialista. Cuando Cantor se puso a explorar lo infinito lo primero que descubrió fue que no hay un solo tipo de infinito, una sola cardinalidad infinita, sino muchos infinitos distintos. Hay infinitos numerables (biyectables en el conjunto de los números naturales) e infinitos supernumerables (no biyectables en el

conjunto de los números naturales). Cantor descubrió que el conjunto de los números reales que hay entre 0 y 1  (el continuo) no es biyectable con el conjunto de los números naturales y lo probó mediante su famosa prueba diagonal...

Estos comentarios se me ocurrieron a la vista de la cita en una cibertertulia libresca del Argumentum ornithologicum de Jorge Luis Borges:

 
"Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe" (El Hacedor, Buenos Aires 1960).

El nervio de la argumentación es una reducción al absurdo culminada en una inferencia de la alternativa, que seguramente hubieran hecho las delicias de Gödel.
Sean las proposiciones; X, Y, D, con la siguiente interpretación:
 
X: Veo un número de pájaros
Y: Dicho número es definido
D: Dios existe

y sea el absurdo lógico Z & ¬Z

El impecable esquema del "argumento ornitológico" podría ser:

1. X
2. X -> (Y v ¬ Y)
3. D -> Y
4. ¬ D -> ¬ Y
5. ¬ Y -> (Z & ¬ Z)
6. ¬ ¬ Y    Reducción del absurdo de 5
7. ¬ ¬ D   Modus tollendo tollens (4,6) 
=> D  Simplificación de la doble negación (7)
 

 A mi juicio, la objeción semántica fundamental al "argumento ornitológico" sería la de si es posible ver un número de pájaros sin saber si es definido o indefinido. Sin embargo, la proposición negativa borgiana "no sé cuántos pájaros vi", involucra la suposición de que tenía que ser un conjunto numerable. No obstante, la posibilidad de que fuera un conjunto supernumerable, ¡también conduce a la suposición de la existencia de lo infinito!


No deja de resultar paradójico que la posibilidad de una determinación finita de cualquier evento dependa de la sapiencia infinita de la divinidad.

Sofistas y charlatanes

Sofistas y charlatanes

Los sofistas modernos reducen el pensamiento a un instrumento de la vida. La filosofía a una esclava de las pasiones y de los deseos, aún de los más obscuros deseos; la inteligencia a una sierva de los instintos, incluso de los más bajos instintos.

Relativismo y Escepticismo se han tragado a Criterio. Ya no contamos con regla para distinguir al genio del farsante, al sabio del ocurrente, al erudito del experto en ciencias inútiles y sin objeto. De hecho, la clave de la sofística y de la charlatanería está en la renuncia a todo criterio, incluido el criterio de no contradicción, bajo el "solidario" dictamen de que todas las opiniones valen lo mismo, incluida la opinión, claro, de que ninguna vale nada.

La sofística sólo acabará salvando el criterio del oportunismo político y el sentido de la ocasión oportunista, es decir, la retórica del ombligo: se trata de acumular audiencia, poder y éxito. Se trata de ganar las próximas elecciones. Los charlatanes del ombligo (onfalocracia demagógica) campan por sus respetos. Saben de todo, pero no han tenido tiempo para ocuparse de verdad en nada. Se dispersan. Cotorras del ombligo, del corazón y del c. de la Bernarda, cuyos churretes, pues son churreteros/as, manchan el papel couché y empañan con amenazas e insultos los programas de máxima audiencia, en los que gayos desvergonzados dirigen la orquesta del narcisismo plebeyo. Nietzsche nunca hubiera imaginado que ésta sería en verdad la "gaya ciencia" orquestada por el locuterismo cotidiano: una razón al servicio del glamour o la gloria mundana, instanteneísta, gloria de usar y tirar, o sea, fama efímera, idolatría de masas.

Como en la Atenas de Pericles, la primera generación de sofistas, compuesta por pedagogos eminentes como Protágoras, embajadores agudos como Gorgias, gramáticos sofisticados como Pródico, ha dejado paso a una segunda generación de asesores, consultores, timadores, difamadores, medradores, conjuradores, brujas, chamarileros y parásitos varios, que viven del cuento. La instrumentación de la vanidad del lenguaje se ha transformado en el lenguaje de la vanidad. Pu(r)a cosmética.

Según Platón, a la cosmética y la sofística, Sócrates opuso la ética y la justicia; a la retórica del insulto o el halago, Sócrates opuso la dialéctica racional que busca, entre amigos, el mutuo entendimiento sobre qué conviene saber y, sobre todo, qué conviene hacer con el saber. Pero Sócrates y los sofistas estuvieron más de acuerdo de lo que parece. Tal vez compartieron una concepción materialista y mecanicista de la naturaleza y, desde luego, todos -incluido Platón- creyeron que los seres humanos podíamos educarnos y mejorarnos a través de un uso razonable y educado del lenguaje.

Aprendí a apreciar a los sofistas (a los de primera generación) a partir del estudio de un magnífico libro editado por el Departamento de Historia de la Filosofía de la Universidad de Valencia, bajo la dirección del fallecido (1995) Fernando Montero: Sócrates y los sofistas, escrito por Neus Campillo Iborra y Serafín Vegas González (Valencia 1976).

Todo lo que merece ser conservado en la actualidad: arte, técnica, ciencia, democracia... se lo debemos a los griegos antiguos. Y todo lo que se ha salido de madre y de quicio, incluido el uso del lenguaje, del que abusamos constantemente, requiere una corrección metafísica, incluso una dieta de silencio.

Hoy como entonces, la ética exige que nos opongamos a los deseos de la mayoría para no apartarnos de lo justo. La democracia siempre requiere esta corrección aristocrática (me refiero a una aristocracia del espíritu, claro), esta crítica intelectual, si no quiere volverse tiranía de la canalla y triunfo del sensualismo grosero. Embaucada por publicistas y demagogos, a la canalla le importa un bledo la perfección del alma.  Y Sócrates, ya lo sabemos, no se preocupa por otra cosa ni con tanto afán.

Una generación basta para olvidar la angelical ambición del alma y reventar el ideal aristocrático de la virtud y la excelencia (areté). Restaurar un norte de perfección y justicia para la grey humana llevará todo el tiempo. Por eso Sócrates sigue exhortándonos a que no nos ocupemos tanto del cuerpo y de los bienes, antes que de la perfección de la mente, pues "no sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos" (Apología de Sócrates 29-30).

Resulta muy difícil mantener en escuelas, institutos y universidades, este ideal de educación y cultura, mientras los Media prueban con toda riqueza de detalles lo rentable que resulta la explotación de la vanidad y el vicio, al que se llama "enfermedad" no por piedad o compasión, sino por clínico prurito.

 

 

Contra Heidegger

Contra Heidegger

Contra Heidegger

 

A pesar del título de esta entrada, no creo que pensar sea siempre pensar-contra -como sostienen Gustavo Bueno y sus epígonos más contumaces. Con uno de ellos discutía en 2001, en el espacio electrónico Symploké. Le comentaba que Nietzsche me parecía hoy un poeta sobrevalorado, un sofista muy expresivo al que se ha investido injustamente con el hábito del filósofo, mientras que contra Heidegger he pensado siempre que se trataba de un pensador mitificado por el papanatismo hispánico, dentro del complejo filogermánico.

La obra de Heidegger me ha perseguido siempre, he debido hacer trabajos sobre ella en la facultad, estudiarla en cursos de doctorado, me ha caído como un rayo divino en oposiciones de cátedra que he suspendido, y ello a pesar de que he sentido sin remedio un prejuicio instintivo antiheideggeriano. Cada vez estoy más convencido de que ese prejuicio es perfectamente saludable. Toda esa jerigonza pseudofilológica me ha parecido -incluso como filólogo-, y me sigue pareciendo hoy, muy vana, a la vez que peligrosa, inventiva, tal vez, pero culpablemente soberbia y tendenciosa.

Pero por dotar a mi prevención de un respaldo académico resumiré aquí la espléndida crítica de Jaspers:

1) El primer Heidegger era cientifista. Su superación del cientifismo no fue constructiva ni integradora. Su abandono de toda ciencia le llevó a un pensamiento que escapaba de todo control intelectual.

2) Como Hegel, y como el cientifismo, Heidegger acentuó el significado del concepto, en el horizonte de un lenguaje que sólo se preocupa de sí mismo, buscando el arte sin ser arte. El lenguaje se desprende así de las cosas llevando a "innumerables artificiosidades", a "extrañas figuras verbales", y a ocasionales "violencias".

El tan elogiado diálogo de la filosofía con la poesía en Heidegger no es más que un ademán lingüístico que sustituye a la penetración, un ensimismamiento cuchicheante. Sobre el pensamiento, en la línea de Nietzsche, se extiende una fatal estetificación. Ama la pose del poder, pero borra toda amabilidad en el decir.

3) Se trata de una filosofía que presume de verse exenta de todo deber de verificación y confrontación dialéctica, un dogmatismo irresponsable, que huye además de su confrontación con la propia vida, con la propia existencia.

4) No es de extrañar por ello que adolezca de una frágil conciencia metodológica, que no distingue entre descripción, estructuración y valoración.

5) El Heidegger maduro niega la indispensabilidad de las ciencias modernas para el filosofar. De este modo abandona una "condición de la dignidad humana", que subyace en el sentido de la ciencia, a saber: que el hombre no está abandonado a los poderes anónimos, a los demonios, ni al destino ni a la magia, y que no sólo percibe lo que no puede cambiar. Quien elude la ciencia "se ve obligado a hablar" demoníacamente de ella y de la técnica, satanizándolas.

6) Con el abandono radical de las ciencias Heidegger abandona también el pensamiento que las hace posibles: la filosofía como metafísica lógicamente fundada, que determinó el pensamiento de Occidente desde Platón a Nietzsche. La novedad de su pensamiento sólo atrae por su carácter profético, enigmático. Ni siquiera inventa como Nietzsche, una fundamentación fantástica, mitológica.

7) En realidad, este pensamiento es una forma moderna de gnosis, una forma de magia, como el lacanismo, como una parte importante del foucaultonianismo, como la deconstrucción derridiana, y muy probablemente (todo esto lo añado yo) como ciertas interpretaciones beatas del último Wittgenstein. El físico Alan Sokal se ha mofado con motivo de algunas de estas "posmoderneces".

Se trata de un pensar que desemboca en el irracionalismo del pronunciamiento, en donde la filosofía se pervierte en una política del secreto, se corrompe en un lenguaje esotérico que ampara privilegios de brujo, infalibilidades de papas encastillados académicamente con el pretexto de que conservan el arcano de una verdad y reparten un poder exclusivo, aristocrático, para “iniciados”: la filosofía como justificación para maleantes y depredadores simbólicos.

         8) Su artificiosidad acrítica armoniza con su ausencia de compromiso metafísicamente fundado: evasión del presente, olvido de sí mismo ante el saber gnóstico del ser, ante la magia de lo incontrolable, la voluntad nihilista de destrucción unida a una "actitud básica de lo dictatorial". Se construye así un tipo ideal y negativo de pensador, cuya magia gnóstica conduce directamente al nacionalsocialismo.

 

Quien esto enunció o argumentó (aunque la paráfrasis sea mía) en sus Notas sobre Heidegger, o sea Karl Jaspers, esperó durante dos decenios una palabra de Heidegger por la que éste, admitiendo su fracaso, se distanciase públicamente del fascismo con la misma libertad con que antes lo había abrazado, habiendo demostrado que no tenía dificultades en desacreditar a los adversarios teóricos (círculos liberales weberianos) con muletillas antisemitas, muletillas que podían y de hecho significaron para algunos el fin de sus carreras.

Jaspers aguardó en vano, bien porque Heidegger no quiso admitir que se hubiese equivocado apoyando aquella locura, bien porque ni siquiera se enteró de que se había equivocado.

A pesar de ello, en el otoño del 45, Karl Jaspers envió el primer número de "Wandlung" a Heidegger, con la esperanza de que éste diera señales de vida. Heidegger permaneció mudo y ni siquiera acusó recibo. Sin embargo, Heidegger animó a finales del 45 a una comisión universitaria de Friburgo, el denominado "Comité de limpieza" (no de sangre, desde luego) a que pidiera a Jaspers un dictamen acerca de él, muy probablemente porque esperaba que una palabra de Jaspers le sacase de sus dificultades.

Cuando pudo hacerlo, Jaspers propuso que se diera a Heidegger una pensión personal para que pudiese continuar su trabajo filosófico, aunque aprobó la destitución de su cátedra "durante algunos años". Nada resentido, Jaspers intervino en varias ocasiones a su favor, exponiendo los méritos de su antiguo amigo.

Todo eso no le impidió a Heidegger acusar a Jaspers de plagio, en un escrito para el admirable escritor Ernst Jünger.

 

Registro estos dictámenes y estas noticias, ahora como entonces, pensando, amigo, también en clave jovial y vitalista, que de poco vale un pensamiento que no esté complicado con los valores principales de nuestra vida.

        

Bibliografía

Karl Jaspers. Notas sobre Heidegger, Mondadori, Madrid, 1990