Blogia
SIGNAMENTO

Música

BEN WEBSTER

BEN WEBSTER

Mi amigo Arsenio (que en paz descanse), llamaba a esta música "de picadero", queriendo decir -eso creo aplicando el principio pragmáitico de caridad- que es adecuada para desatar la sensualidad que acaba en besos y caricias y -como decía mi suegra (que en paz descanse también)- "después del beso viene eso". No tengo yo muy claro si en "eso" es hembra o macho el "picador", o machihembrado. Si la metáfora es taurina, está claro que "el picado" luce huevos.

Ya en serio... Se considera a Coleman Hawking inventor del saxo tenor. Ben Webster siguió sus pasos dándole a su instrumento una expresividad muy personal. Su timbre resulta inconfundible. Lo ajustó a fines de los años treinta alejándose del estruendo habitual en Kansas City, su ciudad natal.

En 1940 ingresó en la orquesta de Duke Ellington en donde pulió definitivamente su estilo: improvisador descarnado y emocional, casi ronco, en los tiempos rápidos; tierno, sutil y persuasivo en los lentos. La sensualidad de sus baladas es inimitable y Ellington explotó esa vena intimista dejándole sus solos de sabor "mood".

Tras su experiencia a las órdenes del Duke, Webster empezó a tocar en pequeñas formaciones y en los años cincuenta entró en la troupe Jazz at The Philarmonic de Norman Granz, en la que permaneció una década. De ahí procede el material de las Ballads, de este disco que he disfrutado más de cien veces, en el que el inconfundible sonido de su saxo es contestado y arropado por una orquesta de cuerdas. Sus piezas son de distintos autores, entre ellos Gershwin y Ellington, arreglados por Ralph Burns y grabados en 1955.

Ben Webster conservó su sonido seguro y pleno, e intactas sus condiciones hasta el momento de su muerte en 1973.

JOAQUÍN TURINA

JOAQUÍN TURINA

Ciento veinte composiciones debemos a este sevillano que supo elevar los sones populares de su tierra y sublimarlos con inspiración universal y cosmopolita. Su música estuvo "a la altura de su tiempo" (elogio orteguiano), a la altura de la música de Grieg, de Dvorak, de Bizet o de Elgar. 

Su lenguaje, no obstante, es personal, distinguido. JOAQUÍN TURINA (1882-1949) estudió en Sevilla y luego cultivó el piano en Madrid con José Tragó. Como su amigo Falla, marchó a París en 1905, donde vivirá casi nueve años. Allí perfecciona su virtuosismo y estudia composición con Vincent d’Indy, conoce a Albéniz y a los artistas franceses más destacados: Debussy, Ravel, etc.

Se encarrila hacia el "romanticismo nacionalista". Con la primera guerra mundial se establece en Madrid. En la distancia, parece dedicar nostálgico su obra a la Sevilla natal: "Sinfonía sevillana", "Rincones sevillanos", "Danzas fantásticas", la "Procesión del Rocío" y, en recuerdo de su residencia de verano: "Rincones de Sanlúcar" o "El poema de una sanluqueña", fantasía para violín y piano con que concluye el disco cuya carátula adorna esta entrada.

Prepondera en su música la vena lírica, a veces muy instrospectiva, colorista, cristalina, refrescante, como una fuente en pleno y luminoso estío. Se ha escrito que Turina introduce en la base del sinfonismo germánico las raíces del folclore andaluz. Su expresividad aparece envuelta en una atmósfera cálida, sentimental, dionisíaca.

Además de compositor e intérprete fue también director orquestal, crítico y publicista. Contribuyó a la musicología con su Enciclopedia Abreviada de la Música (1917) en un país en que la cultura musical brillaba por su ausencia, esta obfra se convirtió en guía imprescindible para creadores más jóvenes.

SPYRO GYRA

SPYRO GYRA

"Spyro Gyra" es el nombre de un alga. Hay algas que alimentan. La música de Spyro Gyra, también. El grupo estadounidense se formó a mitad de los años 70 y se acredita internacionalmente con 25 álbumes, diez millones de copias y algunos premios de prestigio.

Fusión de diversos estilos y Smooth jazz creativo. Su líder, Jay Beckenstein; incondicional, el teclista Tom Schuman y muy constante durante una década su guitarrista Julio Fernández.

Alegría, vitalidad, energía electrónica que galopa con el viento y bucea en los bajos profundos y acuáticos. No desdeña alguna queja, algún titubeo, ni el lirismo caramelo ni la pegadiza melodía, pero enseguida vuelve a remontar su vuelo celeste, hasta que, tras la distracción del juego, aterriza como dios manda.

El individualismo del solo no se ralla con la banda ni molesta al coro, sino que armoniza de fábula con él. Una música que estimula e incita a la danza.

Alternating Currênts se editó en 1985.

JOCS PRIVATS

JOCS PRIVATS

Hay filósofos que niegan la existencia misma de una "vida privada". Desde luego, la distinción entre privado y público es cada vez más borrosa. Los "Juegos privados" de Max Suñe tuvieron y tienen existencia pública. Aunque son menos conocidos de lo que merecen.

El señalado guitarrista y compositor Joaquín Sunyer LLop nació en La Pobla de Massaluca, Terra Alta, Cataluña, en 1947. Autodidacta de la guitarra eléctrica, estudió la clásica con Gracià Tarragó y se introdujo en las salas, salones y festivales como compositor e intérprete de jazz. 

En 1974 formó parte del grupo Iceberg, un cuarteto que buscó una fusión autóctona, original; se disolvió después de grabar cinco LPs. En 1982 crea el cuarteto Pegasus, que actuó en el prestigioso Festival de Jazz de Montreux (1984) y en el Carnegie Hall de Nueva York (1985).

En 1989, el trío Max Sunyer, con Carles Benavent (bajo) y Salvador Niebla (batería) actúa en el Festival de Jazz de Vitoria. Desde 1999 con el quinteto Guitarras mestizas graba dos CDs dobles.

Jocs Privats es obra de 1980. Son sus temas: 1. Recuerdo de Ibiza, 2. Natural blues, 3. El jazmín y la rosa, 4. Menta y canela, 5. Apuntes líricos, 6. Portrait, 7. Llantos (Debora la Mar).

"El gessamí i la rosa" (3) lo firma laClúa y "Plors" (7) J. Mas. El resto, J. Suñé.

Max Suñé interpreta la guitarra acústica acompañado de la percusión y el contrabajo, pero también de violines, violas, sintetizadores..., el resultado es refrescante, original, mediterráneo y exquisito.

IN A SILENT WAY

IN A SILENT WAY

En la senda del silencio se escriben las mejores partituras o, mejor, la partitura es una página en blanco hasta que Miles Davis improvisa en ella y deja allí su soledad, su tristeza, su resignación destilada en timbres de trompeta -paradójicamente, un instrumento alegre-, diáfano más que sombrío.

Con In a Silent Way nació un nuevo estilo que fundía atmósferas diversas, una estética onírica próxima al rock, un ritmo a la vez calmante y estimulante. De la extroversión de sus famosos discos anteriores, de sus quintetos aclamados, Davis giraba hacia una estética neblinosa, impresionista, de lamentos envueltos por instrumentos electrónicos con los que Davis medía su genio de improvisador y solista.

En el grupo, un octeto interracial, aparecen los nombres tan conocidos de Herbie Hancock y Chik Corea en los teclados. De esta experiencia sintética, hito de la música de los setenta, nacerá la fusión, precisamente a manos de dos intervinientes In a Silent Way: Wayne Shorter y Joseph Zawinul. Chick Corea creará luego su magnífico Return to Forever siguiendo la tendencia creadora con sones caribeños.

Son los tiempos de In a Silent way:

Cara A: Shhh/Peaceful (Davis)

Cara B: 1. In a silent way (Zawinul) 2. It’s about that time (Davis)

FUSE ONE

FUSE ONE

FUSE ONE agrupó a un elenco de músicos de jazz que colaboraron en dos álbumes producidos por Creed Taylor: Fuse One y Silk (1980, 1981). El primero fue arreglado por Jeremy Wall de Spyro Gyra, el segundo por Leon Ndugu Chancler de Weather Report. El grupo produjo un tercer álbum, Ice, en 1984.

 La membresía del grupo no era concreta, pero incluía a Tony Williams, Joe Farrell, John McLaughlin, Stanley Turrentine, Wynton Marsalis, Larry Coryell, Lenny White, Paulinho Da Costa, Ronnie Foster, Stanley Clarke, George Benson, Todd Cochran, Leon "Ndugu" Chancler, Tom Browne, Dave Valentín, Jorge Dalto y Eric Gale.

 Fuse One fue concebido como un foro en el que los principales músicos contemporáneos actuaban de acuerdo con sus propias disciplinas musicales y sin las limitaciones que acompañan a las responsabilidades de los líderes. Cada músico aporta nuevas composiciones e ideas.

 En el disco excepcional cuya carátula ilustra esta entrada interviene Stanley Clarke como director musical, más los músicos que aparecen arriba en cursiva. La Cara A incluye Silk y In celebration of the human spirit; y la cara B: Hot fire y Sunwalk. Se trata de una excelente música de fusión (soul/fusión style), optimista y animosa, con hondas raíces africanas.

BILL EVANS

BILL EVANS

William John Evans nació en Plainfield, Nueva Jersey, en 1929 y murió en Nueva York en 1980. Extraordinario pianista y compositor de jazz, intérprete del cool, el post-boop y la música modal, en la que se improvisa sobre la gravedad de la armonía. Su influencia ha sido inmensa.

Influido por el impresionismo de Debussy y Ravel, trajo al jazz un lirismo relajado, introvertido, rico en melodías, representativo del West Coast Jazz. Fue capaz de integrar -de mestizar su música- con artistas de orígenes étnicos y sociales muy diversos: Oscar Peterson, John Coltrane, Dave Brubeck o Milt Jackson.

Colaboró con Miles Davis a finales de los cincuenta, involucrándose en profundidad en el famoso Kind of Blues (1959). Adoptó principalmente la estructura de trío en la que el piano dialoga con el bajo y la batería. Tocó con Charles Mingus, Art Farmer, Lee Konitz y Oliver Nelson. En 1958 obtuvo el premio de "Pianista revelación". 

Se convirtió en estrella con Paul Motian (batería) y Scott La Faro (bajo). Con ellos grabó en 1961 Sunday at The Village Vanguard. Diez días después murió La Faro con 25 años en un accidente de tráfico. Evans le guardó luto y dejó de tocar durante un año. 

En formación de quinteto tocó con el trompetista Freddie Hubbard. Interpretó con piano eléctrico durante la década de los setenta. Su último trío con Marc Johnson y Joe La Barbera ha sido considerado el mejor desde aquel que formó con Scott La Faro y Paul Motian.

Su adicción a la heroina y la cocaína le pasó factura y el suicidio de su hermano quebró su ánimo. Su feeling sutil y emocionante crearon una estética.

Bajo la dirección de Claus Ogerman, el trío de Bill Evans grabó en 1966 un formidable concierto con una orquesta sinfónica para Verve. Su carátula ilustra esta entrada. Bill Evans escribió entonces que su intención era presentar una gama musical tan variada como fuese posible sin sacrificar la fidelidad a sus habilidades y creencias. Otro motivo (likely reason) fue demostrar que la buena música pertenece a una única categoría, sea jazz o clásica.

En este álbum, el trío de Bill Evans improvisa y crea sobre temas de Granados, Bach, Chopin, Scriabin, Fauré, escogidas por Ogerman para estimular la fértil imaginacion de Evans. También incluye dos composiciones de este y una de Ogerman. Las transiciones de los compáses clásicos al jazz en este memorable álbum son tan geniales como emocionantes.

Si Alan Ginsberg pudo escribir poesías influido por Baudelaire, también la música de jazz puede ser apreciada y acogida fuera de su gueto cultural, como dice Lewis Freedman en su presentación del concierto. Tradición y contemporaneidad conviven y se fertilizan como una pareja de novios. 

TUBULAR BELLS

TUBULAR BELLS

¿Le sucede a usted que la escucha de una canción o de una melodía le trae un recuerdo y luego otro que tira de un tercero, como las cerezas cuando no han perdido el cabo? ¡Pues claro! A todos nos pasa. Los recuerdos, como las señoras cuando marchan à se repoudre le nez, van y vuelven por parejas y hasta por tríos, o por racimos. Unas evocaciones enlazan con otras como el hipertexto, o como las raíces de los olmos. Es el fenómeno que la psicología ha llamado "la magdalena de Proust". Ya saben: Marcel fue ese vividor francés que quiso dar sentido a su vida disoluta, y a partir del recuerdo del sabor y olor de una magdalena, reconstruyó literariamente El Tiempo perdido.

Cuando reoigo Tubular Bells de Mike Olfield me pasa algo parecido, me viene el aroma marinero de la Barceloneta y luego el menú a base de monjitas con butifarra, mongetes o alubias fritas y con el alioli de una tasca obscura ¡a ¡doscientas pesetas con bebida y pan!, y enseguida acude al magín el agradecimiento. Sí, porque las imágenes rementadas traen también consigo sentimientos antiguos, nobles o de esos que llamamos impropiamente "resentimientos". Sí, rebrota la gratitud al economista Luis Sig Formentín, que puso a mi disposición su apartamiento en esta barriada de la cosmopolita Barcelona (tal vez ya se haya vuelto provinciana), un habitáculo diminuto que compartía con su esposa enfermera. El retrete estaba en el mismo cubo claustrofóbico de la ducha, así que uno podía ducharse mientras se aliviaba. El sueldo de la enfermera no daba par mucho más.

Luis y un servidor tomamos armas en el mismo CIR nº 9 en San Clemente de Sasebas, en la misma séptima compañía en la que yo ejercía como cabo furriel, él fue levado como recluta. Tras jurar bandera, no le volví a ver. Tal vez intercambiamos un par de cartas en lo que hoy se llama "correo de superficie", pero que en realidad era más profundo que el apresurado que viaja por la luz de la Red de redes. Luis fue para mí una de esas personas que tienes la suerte de cruzarte en la vida para que confirmen o restablezcan tu confianza en el género humano, limitando la tendencia hoy vírica a la misantropía.

Oímos juntos Tubullar Bells como quien tiene un jardín y oye en él a un pájaro nuevo sin saber nada de ornitología. Aquellas campanas parecían proceder de un venerable santuario celta y llamar a una nueva religión -o religación- que nos reconciliase con una armonía natural y campestre. El otro día oímos en un programa de la tele la melodía hipnótica de su arranque, que aparecería en El Exorcista, y mi nieto se puso a bailarla espontáneamente. Lo bueno, ni se enrancia ni envejece...

Tubular Bells le valió a Michael Gordon Olfield, nacido en Reading (UK) un Grammy en 1975. Puede decirse que es un música de nuestra generación, la de Luis y la mía, Aunque Mike sea un poco mayor. Su música fusionaba el folklore con el rock y el jazz, recogiendo incluso la influencia de Sibelius y valiéndose de múltiples instrumentos que el compositor lograba sintetizar de lo lindo.

El disco no sólo lanzó al estrellato a su autor, sino también a la recién fundada compañía Virgin Records. Se estrenó un 25 de mayo de 1973 y hoy casi todo el mundo la reconoce como obra maestra. Un crítico dijo de ella que combinaba "lógica y sorpresa, sol con lluvia". Desde luego, cautivó nuestro corazón e imaginación. De las otras obras que he oído de Mike Olfield la que más me ha gustado ha sido Platinum, tan animosa, en una de sus canciones el autor quiso ridiculzar el movimiento Punk. Su sonido cristalino y ritmo trepidante es ideal para conducir y no dormirse por autopistas.

En Crises, su octavo álbum, aparece la canción Moonlight Shadow cantada por su hermana Maggie Reilly. Se considera un tributo a John Lennon tras su asesinato. En disco sencillo fue gran éxito y una de las canciones representativas de los ochenta. En la música que Mike Olfield compuso para la película The Killing Fields (Los gritos del silencio) de Roland Joffé, sobre la guerra civil camboyana, adaptó como tema principal uno de los "Recuerdos de la Alhambra" de Francisco Tárrega. Su última obra reseñada en las enciclopedias es Return to Ommadawn de 2017.