Blogia
SIGNAMENTO

Filosofía general

RAZÓN DEL AFORISMO

RAZÓN DEL AFORISMO

<< Un brujo sin humor es un vulgar sacerdote, 

 un filósofo sin humor es un peligroso enemigo >>

Barón de Hakeldama: La miseria iluminada

En alusión al melancólico príncipe de Éfeso, Heráclito, tildado de llorón porque no pudo bañarse dos veces en el mismo río, José Luis Trullo dirige en Sevilla la colección φιλεῖ que aspira a concitar la reflexión en torno a la naturaleza del aforismo, Naturaleza a la que en general gusta esconderse, según el Efesio. El aforismo se consolida hoy en España como ese género literario que filosofa sin renunciar al arte, en Mester de Brevería –si me permiten el neologismo.

Emilio López Medina, decano del aforismo español, disciplina con la que ha venido dominando a siete bestias, siete, ha publicado otro librito interesante: Origen y razón del aforismo (2025) en el que reflexiona sobre la razón de ser del susodicho. Trata en su primera parte del origen, asociado al genio de los legendarios Siete sabios de la Grecia antigua, de cómo estos formularon sus sentencias, muchas con forma de imperativo o mandamiento sagrado (“Conócete a ti mismo”), pero fundadas en la razón natural y relativas a la virtud cívica, siempre en busca de la verdad y de la excelencia (“todo con medida”).La palabra “aforismo” fue empleada por Hipócrates (460-370 a. C.), abuelo de la medicina empírica, en un sentido muy diferente al más amplio que le concedemos hoy, el de sentencia sabia o frase que da que pensar; es voz derivada del griego ‘horos’ (marcar) y ‘apo’ (fuera), es decir, marcar fueradelimitar un concepto; con ella, los sanitarios hipocráticos aludían a lo que nosotros llamamos hoy definición, refiriendo concretamente a un hecho o a una regla para la práctica de la Medicina.

Fue otro médico, Galeno, quien en el siglo II-III de nuestra era extendió su significación: “El aforismo es una fuente de doctrina que brevemente declara la propiedad de las cosas”. El aforismo se abrirá, pues, a la ironía, a la paradoja, a la ocurrencia humorística e incluso a la lírica. Emilio López Medina cita en su ensayito sobre la génesis y evolución del aforismo a Epicuro, a Gracián (adepto a los epigramas satíricos de Marcial, su remoto paisano) y a su admirado Nietzsche…, todos ellos grandes maestros del "aforismo". Considera a esta expresión más amplia y menos austera que "la sentencia", por lo que también las sentencias (y apotegmas, adagios, proverbios,dichos aureos, refranes...) pueden ser considerados aforismos. La RAE delimita el aforismo como “máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”, lo cual elevaría el aforismo por encima del proverbio o del refrán, a no ser que consideremos también como ciencia y oficio..., el decisivo arte de vivir.

El aforismo es versátil y también se ve impregnado a veces de exaltación dramática o de poesía, por lo que resulta difícil dividir entre aforismos de índole filosófica y aforismos de índole poética, pues tanto la filosofía como la poesía pueden tomar forma sentenciosa o aforística. En segundo lugar, el librito que comento nos regala una breve, pero sesuda ponencia, en la que López Medina reflexiona sobre “la razón aforística”, como buscando una preceptiva que nos permita decidir en qué consiste la verdad de los aforismos. Y es que la razón –como el ser de Aristóteles– se dice y funciona de muchas maneras… Tenemos a Kant por "cartógrafo de la razón", pues trazó el mapa con sus diversas regiones, incluso dejando espacio para el mar de La Fe. El filósofo prusiano distinguió entre el uso teórico ocientífico y el uso trascendental o lógico que nos aclara cómo es posible el anterior; reconoce también otras dos razones prácticas, una que busca la felicidad (pragmática)y otra la dignidad (razón ética); además, no contento con ellas, Kant escribe su Tercera crítica, la del Juicio, para explicar cómo juzgamos sobre lo bonito, lo bello, lo sublime, lo hermoso de ver y de gustar, etc…; y hasta añade un criterio de razón para lo religioso, hallando incluso razonable postular, dentro de ciertos límites, la espontaneidad creadora de la Libertad,la Inmortalidad del alma y la existencia del Soberano Bien (Dios). Y todavía así –añado yo–, Kant se quedó corto, pues le faltaron al menos dos críticas: una de la Razón comunicativa (una pragmática social) y otra de la Razón técnica, que hoy llamamos precisamente razón tecno-lógica.

Pues el caso es que Emilio nos habla en su librito también de esta razón menor, que presume incluida en las anteriores: la razón aforística, que él con rigor analítico piensa como no analítica, sino que más bien se trataría de una razón sintética y hasta meta-sintética, una como intuición de fundamento inductivo derivada de la experiencia vital (razón vital e histórica, orteguiana), próxima a la razón suficiente leibniciana y al método analógico, una especie de razón común vivencial y biográfica, constructora de conocimientos, razón flexiva, asertiva (y por eso más existencial que esencial), inexacta y de expresión breve o brevísima. López Medina pone ejemplos sabrosos para aclararnos todos estos aspectos de La Razón Aforística (uso aquí las “Mayúsculas honoríficas” de Agustín Gª Calvo). El librito contiene además un rico comentario sobre la Traducción de San Jerónimo de la famosa afirmación sanjuanista: “En el principio era el Logos…, y el Logos era Dios”. Jerónimo tradujo el semánticamente riquísimo Logos helenístico del Nuevo Testamento gnóstico, que no sólo refiere a la palabra y reglas de la razón, sino también a las leyes del orden real…, el eximio traductor vertió el Logos de San Juan por Verbum, es decir, tradujo Logos por Palabra, con lo que –según la exégesis de Emilio– individualizó y separó el concepto Dios respecto de la carga de realidad que portaba el término original Logos. Culminaba así la escisión paulatina de la idea original del Logos entre la lógica de la palabra y la lógica de la realidad, y que incluía y significaba ambas. La filosofía subsiguiente ensayaría la difícil reunificación (adecuación, coincidencia, verificación, isomorfismo…) de ambas lógicas, la del pensamiento y la del mundo.

Origen y razón del aforismo se corona con un manojo de aforismos que tratan del aforismo y la filosofía, a los que podríamos llamar “metaforismos” o aforismos de segundo orden. Añadiré aquí a los usos de la razón aforística predominantes, el filosófico y el poético (zambraniano), una tercera pata para su necesario sostén: el uso lúdico de la razón aforística. Si el aforismo aspira a revelarnos el sentido profundo de tales o cuales experiencias vitales, también juega a ocultarnos la mano que lo escribe, como esa que metió el conejo en la chistera y que es distinta de la que lo saca para sorprendernos y maravillarnos en el escenario. El juego de ocultar para mostrar o mostrar para ocultar, el disimulo de toda escenografía inventada por la escritura (Francisco J Ramor), es privilegiada imitación del pensamiento, “su monumento” –como dijo Platón.

El aforismo como juego de palabras, alarde de ingenio creador o invención de neologismos, cumple también una función iluminadora, como los “parapensares” de Miguel Agudo Orozco, función que Carlos Edmundo de Ory asignó a sus “aerolitos”, con los que el aforista pretende a veces azuzar las conciencias adormecidas o, mediante un delirio inventado, facilitar el vuelo de nuestra imaginación tal que suelen hacer las famosas greguerías de Ramón, carentes por completo, al contrario que muchos de los aforismos de Emilio, de una bendita función moralizadora o edificante. Salvador Dalí también cultivó el aforismo –mayormente oral y provocativo– en este sentido que igualmente podríamos llamar lúdico:

“Pienso que la vida debe ser una fiesta continua. Estoy contra Descartes porque era un señor que pensaba. Yo no pienso nunca: juego”.

A los aforismos de Emilio tampoco le han faltado nunca las francas y juguetonas razones de la ironía y del buen humor... "Quien sabe decir, sabe sentir" –nos dejó escrito Cervantes.

LA ELEGANCIA DE TERESA (NUMEN ORSIANO)

LA ELEGANCIA DE TERESA (NUMEN ORSIANO)

(Las páginas señaladas pertenecen a la traducción de Rafael Marquina con dibujos de Rosario de Velasco como el que sirve de ilustración a esta entrada; editorial Éxito, Barcelona 1954)

La Bien Plantada es una “extraña novela” de Eugenio d’Ors, escrita y publicada en 1911. La llamo "extraña" porque está más cerca del ensayo lírico o de la poesía de pensamiento que de lo que tradicionalmente llamamos novela. La obra se publicó originalmente en catalán en la sección "Glosari" del diario La Veu de Catalunya. Se editó en un único volumen al año siguiente y se reeditó en 1936. Alcanzó rápido éxito y fue considerada una de las más representativas del noucentisme catalán (“nou-“ con el sentido de nueve y nuevo). La crítica destacó su carácter filosófico y su representación de valores como el preciosismo, el clasicismo, la laboriosidad y la fecundidad maternal.

La Bien Plantada se llama Teresa y es elevada por Eugenio d’Ors más que a símbolo, a numen regenerador de la cultura mediterránea, cultura pensada como "eón" intemporal. Su figura conserva una divina impasibilidad lunaria. De natural mesura y buen juicio, cuando la vemos aparecer la paz nos inunda el pecho: ¡tan sencilla, tal delicada, tan señora! Con su invención, Xenius (pseudónimo del autor) aspira a curarnos de romanticismos decimonónicos, con el antídoto del ideal clásico. Ella es instinto y medida, inteligencia y cultura. “Teresa corresponde al neoclasicismo” (pg. 35).

Aunque se pretende símbolo racial, subyace en su naturaleza cierta aspiración universalista. De hecho, nació en Asunción, capital de Paraguay, en las Américas hispanas. Es por tanto híbrida y "providencial extranjería", pues para que una sangre se renueve es preciso un poco de otra sangre –escribe el autor. “Milagro y naturalidad son en ella una misma cosa y “a su alrededor sólo puede darse concordia y benigna avenencia”. D’Ors compara su audacia tranquila con la de Raimundo Sibiude (o Sibiuda) en su Teología natural y alude también al Canto espiritual (sic) de Juan de la Cruz, en el que Maravall vio “la eternidad de lo sublime” (54).

Teresa representa el “eterno femenino” (Ewig-weibliche) que en El secreto de la Filosofía (1947) adquiere la categoría de eón, concepto que toma D’Ors de la filosofía alejandrina con el significado de fenómeno histórico que se reitera como constante histórica (Lección VI)… “porque las mujeres son los palpitantes canales por donde llega a lo futuro la sangre ancestral y toda su gracia infinita” (55). En cada uno de los dichos lacónicos de Teresa encuentra Xenius lección de catalaneidad auténtica, de patriotismo mediterráneo y de espíritu clásico: claridad y seguridad tranquila.

El símbolo de la Bien Plantada es un árbol: “Por las raíces bajas, el árbol está bien plantado en la tierra. Por las raíces altas está bien plantado en el aire y en el cielo”… “Así nuestra Teresa bebe la noble savia de todos los muertos de su Raza, que es la nuestra, y de su cultura”, aun célibe pero con novio, desearía tener criaturas suyas (73s, 75); desea como platónica esencial engendrar en la belleza. Rinde así pleitesía a lo general vivo, una categoría (D’Ors va siempre de la anécdota a la categoría porque piensa que el filósofo es "especialista en ideas generales" y se tiene por tal), y la Bien Plantada es también categoría porque escucha bajo la tierra la voz de los muertos; o en los aires, la voz de sus futuros como escogida para “restaurar la Raza”.

Pasa sus vacaciones en un pueblecillo de marina a pocos kilómetros de Barcelona donde todo el mundo se conoce y donde reina como representación de la Cultura y la Tradición. D’Ors confía en el culto a la Bien Plantada para recuperar lo que de clásico hay en nosotros, frente a la furia ibérica (de la que también participa lo catalán) y frente a aquellas abominadas fuerzas de descomposición que por mal nombre llaman “romanticismo” (105), una caída desde el cielo de las cosas inmortales a las cenizas de natura, pues es Natura la escoria que se desprende de los ideales cuando se elevan atrevidísimos al cielo, residuo y escombro que dejaron las ideas mientras ascendían.

Anuncia D’Ors en esta insólita novela la resurrección de Pan, paradójico representante, a la vez, del pluralismo y la mesura que revelan "las ancestrales lecciones armoniosas":

“En breve será hecha la luz, y los hombres reconocerán nuevamente que más que en toda la bárbara ciencia que habéis aprendido hay verdad y sabiduría en una sonrisa de Sócrates o en una voladora y encantadora metáfora de Platón, el divino. El gusto irá haciendo cada día más amada la moderación y decaerá así el culto impropio del Becerro, y los hombres serán menos tiránicamente movidos por el apetito del logro, y se dará su justo precio al ocio exquisito y al sagrado juego y a las formas acabadas y a la ironía (…).

“Mientras tanto, que cada uno desvele y cultive aquello que en él hay de angélico, esto es: el ritmo puro y la suprema unidad de la vida; lo que declarado quiere decir: la elegancia. Aconsejaron los últimos románticos: Haz tu propia vida como un poema. La Bien Plantada aconseja mejor: Haz tu propia vida como la elegante demostración de un teorema matemático”.

Xenius se comprometerá a hacer de misionero del evangelio de Teresa. No manchará su alba túnica socrática ni siquiera acompañándose de retóricos, heteras y libertinos. Conservará a pesar de todos la serenidad, los valores de la contemplación, una ironía rica en indulgencias “y una misma majestad y prudente juicio y mesura”.

“Tú has de ser ejemplo de calma y no serás infiel al sentido de la proporción” –le escribe epistolarmente Teresa a modo de despedida–… “Solamente a precio de esta contención podrás anunciar mi palabra. Ve, pues, e instruye a las gentes, bautizándolas novecentistas en nombre de Teresa” (109).

***

La Bien Plantada formará con Gualba, la de mil voces (1981), La verdadera historia de Lidia de Cadaqués (1954) y Sijé (1981) la tetralogía novelística del maestro: “Las Oceánidas”. Se las ha considerado novelas mitológicas o míticas, porque sus personajes son símbolos. Teresa simboliza la musa-ángel, lo platónico, el arquetipo o ideal de perfección; Gualba sería lo instintivo, lo incestuoso y presocrático; Sijé, la misteriosa sirena, el devenir temporal; y por fin, Lidia, la sibila-bruja. Carlos D’Ors –nieto de Eugenio– presenta a Teresa como arquetipo estético botticelliano, mientras que Lidia figuraría como numen goyesco; Sijé, como tintorettiano; y Gualba, como numen rembrandtiano.

Es evidente el interés e inclinación orsiana por la estética y dentro de ella por lo clásico. Se ha dicho que Eugenio D’Ors repartía diplomas de clasicismo. Según él, dos fenómenos socioculturales acreditaban el clasicismo de un autor: que se le atribuyen obras apócrifas y, segundo, la interiorización de sus ideas por parte de las gentes, sin acordarse estas de quien las puso en circulación. Y es que la cultura se adopta y vive de modo inconsciente.

D’Ors pensaba que los mitos, heredados o inventados, no tienen por qué obrar en prejuicio de la razón, sin embargo prueban que la cultura desborda los límites de la conciencia individual para inscribirse en una sobreconsciencia (concepto seguramente tomado de Bergson), es decir, eso que queda cuando uno ya no se acuerda de lo estudiado. Porque la cultura abarca además de lo pensado lo incorporado inconscio (por decirlo con un adjetivo de Giner de los Ríos). El individuo adopta sin saberlo, y a veces sin entenderlo, el músculo mental a la sabiduría acumulada (“Todo lo que no es tradición es plagio”, en la célebre fórmula orsiana, pues, quien renueva, también rememora). En opinión de Mercè Rius, notable estudiosa del autor catalán, este escribió su novela más famosa para expresar todo esto y así forjó uno de sus mitos más queridos:

“Teresa es un nombre castellano. Allá [en Castilla] es un nombre místico, ardiente, amarillo, áspero […] Pero llega el mismo nombre a nuestra tierra [Catalunia], y de pasarlo por la boca de otra manera adquiere otro sabor. Un sabor a un mismo tiempo dulce y casero, caliente y substancioso con el de la torta azucarada.”

(Mercè Rius anota que en la edición catalana dice “Allí dalt és un nom adust, encès, groc, ascètic, aspre”. En la versión de Marquina desapareció el “adusto”, y “ascético” se sustituyó por místico. La edición crítica a partir del Glosari restituye el original “biliós” –bilioso– en lugar de “ascètic”).

La Bien Plantada personifica la cultura catalana buscando extender su radio, en el tiempo, hacia el pasado (clasicismo) y el futuro (noucentisme) y, geográficamente, dándole una amplitud mediterránea. Figura Teresa una “idea-fuerza” (en el sentido que dio a este concepto Alfred Fouillée),  como las de civilidad o Unidad de Europa, que tanto gustaron a Xenius, tanto como el principio de orden, que integró para él los de razón suficiente y acción creadora.

ARS LONGA

ARS LONGA

... Vita brevis. 

Tal vez porque la vida es breve y el arte apunta al infinito, no lo comprendemos del todo. Nos conmueve. Eso, seguro.

Una foto del ángel de Salzillo decoraba en un marco barato la habitación de invitados de mi abuela. Sentía que aquel icono velaba mi sueño. En el despachito de mi abuelo Agustín colgaba un tapiz con una escena bucólica que representaba a un pastor que conducía sus ovejas de vuelta a la aldea en que humeaba una chimenea... Mirarlo me transportaba a otros mundos, tal vez a un pasado en el que me parecía haber vivido. En el auditorio de la facultad de Medicina de Granada cerré los ojos y me elevé transportado a un mundo de transparencias diamantinas, gracias al genio del clavecinista Rafael Puyana. En Saint-Germain-des-Près oí por unos francos, a la luz de las velas y en sillas de enea, las celestiales melodías de la música religiosa de Vivaldi. También sentí en Praga el escalofrío del llamado "síndrome de Stendhal" escuchando, donde se había estrenado, el Don Giovanni de Mozart...

No quiero cansar al lector describiendo mis vivencias estéticas, que sin duda han marcado mi vida anímica emocionándola, experiencias que me han estremecido dando curso o flujo al caudal de mis sentimientos. Einfühlung, se llama en alemán esa empatía o endopatía que despierta la obra artística en el espectador avisado. La idea es muy antigua y procede del venerable Aristóteles, que ya hablaba de la compasión y de la katarsis que produce la obra de arte en las mentes de los espectadores.

María Jesús Godoy refiere a la moderna teoría de la EINFÜHLUNG en su artículo de Teorías contemporáneas del arte y la literatura, obra coral y enciclopédica que ha publicado la editorial tecnos (Madrid, 2021), coordinada por Leopoldo La Rubia, Nemesio G. C. Puy y Francisco Larubia-Prado. Sin duda una buena obra de referencia para comprender el arte contemporáneo y las ideas que lo acompañan y/o justifican.

***

Con pan y vino se anda el camino, pero no sólo de pan vive el hombre. Está el paseo y, como insinuaba Lessing, el que va de paseo ya no tiene camino, o hace camino al andar -como cantó Machado-. Y es que el Arte es una dimensión clave de lo propiamente humano, un pilar valioso de la cultura, como la tecnociencia o la religión. Hegel creía que religión, filosofía y arte tratan de lo mismo, de lo absoluto. Pero lo absoluto es inaccesible, sólo conocemos sus expresiones contingentes. Sabemos que en aquellas cuevas de Altamira o Lascaut vivían seres humanos porque representaban animales que podían convocarse pero no comerse. Simulacros o imitaciones... Mímesis, tituló Valeriano Bozal uno de sus libros sobre estética y manifestaciones artísticas. El hombre es un mono que imita y crea, con gran perfección, aunque no siempre.

Mas la imitación, la emulación de la belleza natural no agota las funciones del arte, que son variadísimas. En su artículo sobre "El arte como realización de la verdad...", Ciriaco Morón añade (en el libro cuya portada ilustra esta entrada) algunas más: su relación con la educación, el prodesse et delectare de Horacio, pues el maestro no sólo ha de pronunciar verdades, sino que ha de vestirlas bien haciéndolas amables y atractivas. Pero el arte ha tenido y tiene también una función religiosa: obras, iconos que son objeto de veneración, máscaras apotropaicas, joyas o estampas que obran como amuletos...

Arte y mito se relacionan íntimamente. Nuestro amigo y colega Antonio Ramón Navarrete dedicó un precioso libro a la profusión de "La mitología en los palacios españoles" (UNED, Jaén 2005). El arte expresa nuestra intimidad demónica, el genio que nos habita, tal vez pueda, al manifestarse exteriormente en la obra, desatar y echar fuera a los diablos que perturban o atormentan al artista. Sirve de conjuro. Es también un laboratorio de experimentación sensorial y sensual, creador de mundos alternativos, es juego, consuelo, viático y fármaco terapéutico..., ¡todo eso y más!

Artista experimental fue Juana Francés (Altea 1924-1990), miembro fundadora, pero ensombrecida, del grupo El Paso, con Canogar, Millares, Feito, Antonio Saura..., grupo que hizo mucho por la renovación de las artes plásticas en España a fines de los años cincuenta del pasado siglo. Única mujer del grupo, se casó con el escultor aragonés Pablo Serrano. Sé de ella por Leopoldo La Rubia... Y se lo agradezco.

En fin, los seres humanos no sólo soportamos el conato de existir y perseverar en ser, sino que también queremos vivir bien ¡y bonito!, como dicen los hispanoamericanos. "Vivir bonito" contemplando lo neto, propio, lo que es bello. Y a veces, lo que necesitamos es que nos maravillen, que nos sorprendan y hasta que nos escandalicen. Sea la paradoja porque el arte suele ser paradojal al ir contra la opinión consuetudinaria, al hacerse vanguardia contra la tradición: Una contemplación desinteresada es también de interés, porque nos activa, nos ilusiona. Y la ilusión -lo dijo Ortega- es tónico de la voluntad. Nos hace ver las cosas de otra manera.

Por mucho que el arte se deshumanice, se vuelva abstracto, ininteligible, chocante, pura performance, fuente urinaria y hasta mierda de artista o vómito de Narciso..., el libro coordinado por La Rubia nos invita mejor y más a su comprensión sacándonos del esplín de la indiferencia. Lo presentamos el Día del Libro en Libros prohibidos, bajo la hospitalidad de su dueño José Carlos Moral.

***

¿Para qué sirve el arte? Lo cierto es que el arte se queda en poca cosa si sirve para algo. Igual que lo verdaderamente bueno, no puede comprarse ni venderse. Los griegos, no obstante, inventaron el sujeto racional y tenían una sola palabra téchne (τέχνη) que los escolásticos tradujeron por arte y técnica, tanto para referirse a lo que es útil como para referir a lo que, producido por el hombre, agrada, complace. "La belleza es el resplandor del bien", escribió el neoplatónico Marsilio Ficino en De amore. Tampoco el amor sublimado sirve para gran cosa, y hasta enferma. Y Rilke reparó en que la belleza podía ser destructiva, y terrible su ángel.

No creo que hayamos nunca separado del todo la técnica y la ciencia, del arte. Los epistemólogos reconocen que valores estéticos como la sencillez o la armonía valen como criterios de verdad. El arte es largo y la vida breve, ni la artesanía se agota imitando el genio diversificador o fractal de la naturaleza, madre y madrasta. Jamás es simple imitación, si vale. Aunque empezar por copiar a los clásicos esté bien. "Lo que no es tradición es plagio", decía Eugenio d’Ors, al que echamos en falta en la enciclopedia antes citada. 

Sostengo que la buena educación exige formación estética y tiene ella misma mucho de arte, y poco habrá aprendido un discípulo que no es capaz de ir más allá de su maestro. A Teorías contemporáneas del arte y la literatura le faltan unos índices de temas y autores, pero es una obra de referencia oportuna y valiosa.

CLÁSICO Y BARROCO (E. D'ORS)

CLÁSICO Y BARROCO (E. D'ORS)

“El gargallo garlante solía recordar además

 que enigma es el anagrama de imagen”

Julián Ríos. Poundemonium, 1986.

Eugenio D’Ors (1882-1954), original escritor, fue también un notabilísimo filósofo al que algunos desprecian por haber ostentado la Dirección General de Bellas Artes después de nuestra guerra incivil. Como dejó escrito Laín Entralgo, D’Ors difícilmente podía ser “el” intelectual de la España de Franco, y menos todavía “el” mandarín de la cultura retrógrada del nuevo régimen, “para ello le sobraban inteligencia a la europea, ironía expansiva y orsianismo doctrinario”. Por eso fue expulsado de la secretaría del Instituto de España que él mismo había inventado. Tras su nombramiento –tardío- como catedrático de Ciencia de la cultura, D’Ors, autor de La ben plantada (1911), se retiró a su Cataluña como quien cierra el círculo de su existencia, pues con el seudónimo de Xènius había sido también relevante en el noucentisme y la revigorización de la cultura catalana, después de Verdaguer y Maragall.

D’Ors nos dejó en herencia un anecdotario jugoso que supo elevar a categorías útiles para la comprensión de eso que Dilthey llamó Las ciencias del espíritu, para la comprensión de la religión, del arte, la filosofía, la cultura y el hombre, nuestra curiosa y singular especie, empeñada en ajardinar la naturaleza en cuadrantes de cultura e historia. Se atrevió D’Ors con la “filosofía pura”, indagando sobre los radicales de la vida y la realidad. En mi opinión, su libro El secreto de la Filosofía (1947) merecería mucha más atención académica de la que se le presta.

Respecto de la cultura, D’Ors diferenció dos modos cardinales de la actividad creadora humana, que con terminología gnóstica llamó eones: el eón de lo clásico y el eón de lo barroco. Aclaro que los gnósticos entendían por eón (de ηώς: aurora) cada una de las inteligencias eternas, de un sexo u otro o de ambos, que en conjunto integran la plenitud de la divinidad suprema de la que emanan. Evidentemente D’Ors resta alcance al concepto; más estéticos que metafísicos son sus “eones”. En el eón de lo clásico la invención se somete a norma y razón y toma el mundo como cosmos, es decir, como totalidad ordenada y sistema armónico. El eón barroco representa la anarquía, la pasión y el caos. Un ejemplo reciente es la “presunta novela” de Julián Ríos titulada Larva con su cola de Poundemonium. No se trata de una novela porque no es relato, sino explosión del relato que salta y revienta en una babel de interjecciones, asociaciones involuntarias y muñecas rusas que esconden juegos de palabras para filólogos, como original expresión del barroquismo en situación postmoderna.

“El corazón tiene razones que la razón no conoce”, escribió Pascal. “La razón tiene sentires que el corazón no palpita”, replica D’Ors. Frente a las raisons du coeur, las passions de la raison. El mismo Descartes tuvo que echar marcha atrás y renegar del estoicismo ortodoxo reconociendo en su Tratado de las pasiones del alma dedicado a la princesa Isabel de Bohemia que, una vez domesticadas, las pasiones son tanto más útiles cuanto más intensas y que de su juego depende la felicidad de la vida, más decisivamente que del espíritu de geometría.

Condicionados por la circunstancia y su situación en el mundo, pero movidos por su libertad, los hombres (mujeres y varones) van creando su multiforme obra en esa aventura en el tiempo a que llamamos historia: leyes, instituciones, edificios, teoremas, sinfonías…, pero también insidias, prisiones, artefactos de tortura, guerras, revoluciones, tiranías…, esa cambiante multiformidad puede ser mentalmente ordenada según la mayor o menor prevalencia que en la forma y sentido de cada obra alcance uno u otro de los dos “eones”: el de lo clásico y el de lo barroco. Este esquema –comenta Laín Entralgo en Más de cien españoles, 1981- es insuficiente para construir una teoría de la historia y de la cultura, pero enriquece el acervo categorial del intérprete, pues ya sabemos que ni los conceptos sin intuiciones ni las intuiciones (sensibles) sin conceptos proporcionan verdadero conocimiento.

El modelo de lo clásico ha sido dilucidado magistralmente por el filósofo alemán Gadamer (1900-2002). Se trata de un concepto normativo que merece estatuto en las ciencias del espíritu. Hegel había concebido lo clásico como un concepto estilístico y descriptivo, el de una armonía relativamente efímera de mesura y plenitud, que media entre la rigidez arcaica y la disolución barroca. Para Gadamer (1900-2002), lo clásico es verdadera categoría histórica pues designa un modo característico de ser de la cultura humana en el tiempo: la realización de una conservación que, en una confirmación constantemente renovada, hace posible la existencia de algo que es verdad.

La validez de lo clásico tiene para mentes de distintas épocas un valor vinculante. Lo clásico se destaca a diferencia de los tiempos cambiantes y los gustos efímeros como una conciencia de lo permanente e imperecedero. Por eso lo clásico es una especie de presente intemporal que consuela con su conservación del valor en medio de la incesante ruina del tiempo. Lo clásico se conserva porque se significa e interpreta a sí mismo y resulta tan elocuente que dice algo a cada presente.

En la comprensión de lo clásico hay siempre algo más que la reconstrucción histórica del mundo pasado al que perteneció la obra. Nuestra comprensión contiene siempre al mismo tiempo la conciencia de la propia pertenencia a ese mundo, como si reviviéramos vidas pasadas. Y con esto se corresponde también la pertenencia de la obra a nuestro propio mundo. Esto es lo que lamentablemente desconoce –o no quiere ver- la crítica historicista que reduce las producciones artísticas a ideologías temporales, sin esperar en la pervivencia ilimitada de lo clásico. En la tradición clásica, el pasado y el presente se hallan en continua mediación (Gadamer, Verdad y método, 1975).

El tiempo, testigo insobornable, pone a cada uno en su sitio. A Eugenio D’Ors en el papel de clásico del pensamiento español y catalán, altura que le corresponde por derecho propio.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

ALGUIÉN HABLÓ DE NOSOTROS

ALGUIÉN HABLÓ DE NOSOTROS

Moralizar con gracia y sin acritud no es fácil. Irene Vallejo lo consigue en su excelente colección de ensayitos Alguien habló de nosotros (Contraseña, Zaragoza 2017). Esta jovencísima escritora (Zaragoza, 1979), doctora en filología clásica, logra un discurso culto y edificante, bienhumorado y preciso, exento de pedantería. Profesa la "Filología" en el sentido más noble y romántico del término, como un humanismo intemporal pero bien nutrido de pensares, historias y lenguas, mostrando cómo nuestros miedos y esperanzas relucen en el uso que damos a ciertas palabras o en el modo en que ellas han vivido y evolucionado para servir a nuestro afán desesperado de comunicación.

Bien cimentada por la cultura clásica eleva a sus sabios, sus mitos, sus héroes trágicos y sus anécdotas, a la categoría de ejemplos éticos, útiles guías para una vida digna, libre, sana y jovial, actualizándolos, devolviéndoles la palabra porque “hablan de nosotros”, murmuran el tesoro de sus experiencias a nuestro atribulado y distraído magín, como presencias reales que nos devuelven el sentido de la vida civilizada y de su bien común.

Si yo todavía ejerciera como profe de filosofía, creo que emplearía con provecho este librito, mucho más denso y profundo de lo que aparenta en una ligera lectura, como valiosa Introducción a la filosofía perenne o como un manual óptimo para la Educación de la ciudadanía, porque enseña deleitando y dando qué pensar, para usar la razón en conversación amistosa, en lugar –como ella misma dice- de empeñarnos en poseerla, polemizando, quejándonos o armando bronca.

Sin caer en el extremo conceptista de su paisano Gracián, la prosa de Irene es de una sobriedad y economía  admirables, muy propia de la mejor tradición gnómica, pues aúna claridad expresiva y profundidad conceptual. Orilla a veces la prosa poética y sin caer en el ripio ofrece curiosas aliteraciones como colofón de cada articulillo y panacea para la memoria, o como ingeniosos juegos de palabras y sabrosas sinopsis:

“Nos toca elegir entre solidaridad o soledad”, “fastos nefastos”, “la comida alimenta la comedia”, “el dulce señuelo de los sueños”, “la mirada se posa y por fin reposa”, “nunca deberíamos confundir amar con amarrar”, “Amor: ciencia de la inocencia”, “las palabras son valiosas si son valerosas”, “nada hay mudo en el mundo”. Orfeo perdió a Euridice en los infiernos porque el amante “miró atrás”, Eróstrato  buscó “la fama por el camino de la infamia”. Caudales, que quiso presumir de mujer exhibiéndola desnuda, “perdió el poder por no tener pudor”. Y, recordando el nudo gordiano que Alejandro cortó con su espada, se afirma con rotundidad: “Dar un tajo puede ser un atajo”.

No desdeña ni la duda metódica ni el preguntar socrático ni las estimulantes paradojas que tanto gustaban a los estoicos, como esta en que oigo ecos de Cernuda: “Nunca somos más libres que cuando decidimos a quien nos encadenamos”, y eso en constante actitud asertiva: “Si vemos sombras es porque alguna luz brilla cerca”. “Todos somos únicos, y eso es precisamente lo que tenemos en común”.

La conexión con el mundo antiguo, o bíblico, y el acervo de su sabiduría proverbial está humorística e irónicamente garantizada, a fin de cuentas, y hasta que llegue el transhumano, el Superhombre o la Supermujer, la naturaleza humana conservará sus constantes emocionales y sus principales desvaríos desde la cromañona que nos parió. ¡Ojo!, que también “en la antigua Grecia las competencias divinas estaban muy bien transferidas”.

La crítica al abigarrado mundo tecnológico de la Aldea global se mantiene equilibrada entre la integración y el apocalipsis, ese mundo de las redes, de prisas, ruidos y consumo compulsivo que parece favorecer todo lo privado, menos la vida privada. Ni desdeña Irene Vallejo la definición del "populismo" reconocimiento sus orígenes romanos, o defender la fragilidad de la democracia, o examinar el “efecto google” de relajación memorística, pues recordamos mejor dónde encontrar un dato que el mismo dato, crítica esta que actualiza la de Platón a la escritura: “monumento del saber”, más que saber propio.

Todos los grandes temas de la filosofía práctica, y sus mejores mentores, incluido Lao Tsé, desfilan por el libro en estas amenas y nutritivas píldoras de sabiduría cosmopolita, tan recomendables para una formación libre del espíritu libre, que no desdeña las humanidades, porque “si disminuye entre los ciudadanos el interés por cuestionar, lo sustituyen intereses cuestionables” y porque “sólo nos protegemos si nos entretejemos”. Ese "entretejerse" ampara y contiene el hacer nuestras todas las edades gracias a la lectura de los clásicos. Como se está viendo.

La edición, impecable.

INSULTANDO A SÓCRATES

INSULTANDO A SÓCRATES

Ya en vida, Aristófanes difamó a Sócrates en su obra Las nubes. En ella pinta al tábano de Atenas como un charlatán sin escrúpulos, como un sofista ridículo fundador de una escuela, el Pensatorio, en la que enseña a los jóvenes a aparentar llevar razón sin tenerla y a simular la práctica justa injustamente; y para más inri, el Sócrates de Aristófanes es caricatura de un naturalista ateo que se empeña en ofrecer una explicación materialista de los fenómenos atmosféricos, sin aceptar el concurso de la divinidad, lo que no le impide rezar a las Nubes.

I. S. Stone en un ensayo de 1988, El juicio de Sócrates, trata también mal al fundador de la mayéutica. La animadversión contra Sócrates no es nueva ni un vicio exclusivo de poetas melancólicos que para defenderse de su ingénita debilidad reinventan "la sofistería de la fortaleza", aguda expresión acuñada por Unamuno para referirse a Nietzsche en su ensayo ¿Qué es la verdad? (1906), sino que también arremeten contra el marido de Jantipa ciertos "periodistas de la filosofía" como Stone, delectantes que ejercen de historiadores de las ideas en sus ratos libres y que, al contrario que aquellos vates vitalistas, no han sido capaces de sostener ni por un momento la mirada de la esfinge.

Así por ejemplo el libro de I. F. Stone demuestra lo fácil que resulta comercializar un enfoque "original" de la vida de Sócrates haciendo un uso selectivo y tendencioso de las fuentes al servicio de una visión unilateral del platonismo, rebajado este a "espartanismo fascista". Stone se inspira supuestamente en un irrefrenable amor por la Democracia, para ensalzar el espíritu de tolerancia y libertad de la ateniense, que, según él, estuvo muy acertada al ejecutar por impiedad al maestro de Platón.

Stone no tiene ningún reparo en negar la persecución ateniense de Protágoras como una tontería inventada por Cicerón, Plutarco y Diógenes Laercio; o la de Anaxágoras, como una superchería de Diodoro Sículo; y para insultar a Sócrates "merecidamente ejecutado" bendice la caricatura cómica del muy conservador Aristófanes o concede un exagerado crédito a la Apología escrita por el orador griego Libanio en el siglo IV después de Cristo (después de Cristo y no antes, como repite erróneamente ¡y por dos veces! la edición de Mondadori, en sus pgs. 35 y 225).

Dice Stone que el mito de Prometeo tal y como lo presenta Protágoras personifica las premisas básicas de una sociedad democrática, pero olvida que su exposición se la debemos precisamente a Platón, en el diálogo que le dedica al gran sofista de Abdera. Menosprecia la importancia de la noción de libertad de palabra (parresía) en la obra de Platón y olvida la importante discusión del Gorgias sobre la igualdad (tò íson, 488-489); reduce la sociedad ideal de Platón a una sociedad de castas y llega a hacer afirmaciones tan peregrinas como la de que "Critias perdió la vida en el esfuerzo de poner el ideal platónico en marcha" (pg. 179), dando por seguro que dicho ideal existió bastante antes de la muerte de Sócrates...

 Si bien muchos sabios cristianos como Justino o Erasmo elogiaron a Sócrates considerándolo precursor de la doctrina de salvación de Jesús, y hasta le consideraron santo (se dice que Erasmo rezaba: “Santo Sócrates, ruega por nosotros”), otros, más fideístas que humanistas, se percataron pronto del papel corrosivo de la dialéctica socrática, la cual, con su continuo y tozudo preguntar, gracias a su ironía, no deja dogma indemne, incluido el dogma “democrático”, o, mejor, la superstición populista de que la voz del pueblo es la voz de Dios. El Sócrates platónico deja claro en el Critón que él se considera hijo de las Leyes de Atenas, y que está por consiguiente dispuesto a acatarlas incluso si ellas mandan que él sea ejecutado con cicuta.

El daimon íntimo, la divinidad interior, los dioses interiorizados por Sócrates como voz de la conciencia personal, son la única instancia moral que reconoce el humanismo intelectualista fundado por el gran maestro de Platón, verdadero padre de la muy exigente Ética occidental, que afirma que nunca conviene ser injusto, ni siquiera contando con el respaldo de la masa y aunque resulte agradable o útil. Y es desde ahí, desde el socratismo, desde donde la democracia moderna ha legitimado, por ejemplo, la objeción de conciencia en el trato civil con las armas.

 

EL VIOLÍN DE EINSTEIN

EL VIOLÍN DE EINSTEIN

(Sobre el libro de Martín Ruiz Calvente: A más Ciencia, más Filosofía, Jaén 2019)

 Sócrates acaba de salvar su pellejo de hoplita en la batalla de Potidea (432 A. C.) y vuelve con todos los honores a Atenas, y con ganas de filosofar, esto es, de intercambiar razones sobre lo bueno y lo bello, a ser posible con el más guapo por fuera y por dentro, parece ser que la palma en kalokagathía (belleza y bondad) le corresponde al agraciado Cármides, hijo de Glaucón, quien fue tío por parte de madre de Platón, que es el que escribe el diálogo muchos años después de la batalla, diálogo de juventud en que cuenta esto y que lleva por nombre: Cármides.

 En un gimnasio se preguntan los tertulianos por lo que hace honradas a las personas, por la excelencia típicamente socrática, la virtud que llama el tábano de Atenas sophrosýne: sensatez, cordura o templanza. Discuten amigablemente, con sensato sosiego y tranquilidad, si la sensatez es un tipo de saber y en qué consistiría. Parece que la sensatez ensimisma y hasta hace más tímido al sensato, se determina al fin como ese conocimiento que exige el mandamiento apolíneo: “conócete a ti mismo”, pues es sensato quien conoce sus límites. Surge así en la historia de la filosofía occidental, nada más y nada menos que el problema de la conciencia reflexiva, ética, que se pregunta por el bien común, más allá del interés particular en que se centra toda la intención del idiota (etimológicamente “idiotez” significa en griego clásico precisamente eso: la incapacidad para pensar el bien común, el interés civil general).

 Todos los demás saberes lo son de algo. Sabe el zapatero hacer zapatos, el médico de enfermedades y remedios, el matemático de números... Pero es evidente que el conocimiento no sólo es razón y discurso, sino también poder. El médico engañado por su mujer puede usar sus conocimientos para envenenar a los adúlteros amantes, y el matemático emplear su ingenio calculando qué cantidad de combustible debe tener una bomba para matar a más gente. No olvidemos nunca que el país con más recursos tecno-científicos en la cuarta década del siglo XX fue precisamente la Alemania de Hitler, muchos de sus sabios repatriados a prisa norteamericanos huyendo de la persecución de su etnia judía.

 Nace con ello la Ciencia del bien y del mal, la Ética, que, como el mismo Sócrates inventado por Platón nos hace ver en el Cármides, es la ciencia más difícil y la más problemática, repleta como está de dilemas y aporías, un saber in fieri, como escribe Martín Ruiz Calvente, en desarrollo incesante. Su principal cuestión moral es: qué debemos hacer con el saber, porque es evidente que la tecno-ciencia pone los medios, cada vez más potentes y sofisticados, pero no los fines, y la tecnología se puede usar lo mismo para un roto que para un cosido, para asesinar que para sanar, para liberar que para alienar, para humanizar que para cosificar. A este respecto, uno recuerda la definición kantiana de la filosofía como relación de todos los saberes a los fines esenciales de la razón humana. Y esos fines no pueden salir de otro sitio sino de la concepción humanista que prima salud (física y mental), libertad y dignidad de las personas. De la cultura artística y literaria, de los relatos edificantes, mayormente, en los que se forma el carácter de las personas.

 He vuelto al Cármides urgido por la lectura de A más ciencia, más filosofía, el libro de mi compañero de la Quinta del Mochuelo Martín Ruiz Calvente, Jaén 2019. Bien fundada y documentada obra que plantea, desde una óptica no positivista ni reduccionista, contraria al cientifismo, la histórica cuestión del conflicto y la colaboración entre saberes y facultades. Hoy sabemos que los progresos científicos dependen de la economía y de decisiones políticas. Por desgracia, han sido los apremios de las guerras los que han impulsado muchas veces las innovaciones técnicas. Así nació el telescopio para ver al enemigo antes de que el adversario nos viera, o la geometría renacentista para medir las órbitas de los proyectiles, a fin de hacerlos más destructivos. Así nació la Internet (Wold Wide Wet, Magna Malla Mundial), como Red civil de comunicación global, de la telemática militar Arpanet.

 Para comprender la historia de la ciencia es indispensable contar con su contexto epocal, político y social. (Esta era la orientación de aquella asignatura: CTS, Ciencia, Tecnología y Sociedad, que se impartió durante uno de los sucesivos e inestables planes diseñados por nuestros políticos, planes que duran lo mismo que sus inestables mayorías, incapaces como son de llegar a consensos sensatos, pero bien capaces de volver locos a profesores y alumnos). Y es evidente que cada innovación técnica plantea problemas filosóficos relativos a su uso y a las consecuencias de sus usos. El libro de Martín contiene precisos datos sobre las innovaciones técnicas y sus aplicaciones, desde la humilde cremallera o el bolígrafo, hasta la biotecnología, la epigenética, la domótica y las Tics.

 Comte creyó que el Mito fue superado definitivamente por la Filosofía, igual que ésta ha sido trascendida por la Ciencia. Exageraba o se equivocaba. La tecno-ciencia por sí misma es ciega respecto a la cuestión del origen y de la finalidad, del bien y del mal. El mito la acompaña y ella misma suscita mitos. Y el mito edificante, la alegoría, la fábula, son valiosos instrumentos didácticos y hasta propedéuticos y heurísticos. Toda ciencia supone una apuesta metafísica por la Verdad, por la Razón y la Experiencia sensible, a favor de la duda metódica y la objetividad intersubjetiva, una lógica y una epistemología, y hasta una ética que incluye la modestia como virtud. Así pues, la Filosofía y su apuesta por la razón (su vigilia y su sueño), no sólo está antes de las tecno-ciencias, sino también durante y después de ellas, como señala el libro de Martín. Las tecno-ciencias pueden y deben ser evaluadas, sobre todo en su uso y por sus consecuencias. No es reaccionario volver al botijo si es menos venenoso y contaminante que la botella de plástico.

 Por otra parte, ya se ha visto que la interdisciplinariedad es fértil, como el mestizaje, que ideas surgidas en un campo de investigación pueden resultar útiles en otro. La misma idea de Consiliencia, de colaboración entre saberes y facultades, en lugar de enfrentamiento, como enseña el libro de Martín, procede de un biólogo especialista en hormigas: E. Wilson. Y hemos de apostar por un currículum educativo flexible y por la consiliencia entre artes, humanidades y ciencias, aún las llamadas "duras". Es absurdo que un literato desprecie el cálculo o que un físico no pueda disfrutar de las satisfacciones, consuelos y revelaciones que proporciona el arte.

 El libro de Martín contiene una relación exhaustiva de instituciones mundiales dedicadas a la investigación y el avance de las ciencias, muchos de sus enlaces telemáticos, así como una crítica de aquellas que las parasitan burocráticamente (no se puede confundir el Estado del bienestar con el bienestar del Estado y el engorde mastodóntico y sectario o nepotista de sus instituciones); valiosos testimonios de grandes personalidades de la ciencia: Cajal, Einstein o Severo Ochoa; a la par que pruebas de su modesta y entregada faena como profesor de secundaria y periodista de ideas en el Diario Jaén; útiles sugerencias para plantear la enseñanza de la Filosofía en discusión fecunda e inagotable con la Tecno-ciencia más actual, que más decisivamente incluso que en otras épocas determina nuestras actitudes, nuestras prácticas y nuestras concepciones del mundo, pues hasta para la conservación, restauración o explotación sostenible de la naturaleza, loables fines éticos, es ya imprescindible el concurso de las técnicas.

 

LA FILOSOFÍA DE POE

LA FILOSOFÍA DE POE

Cayetano Aranda conoce el incontestable vínculo entre Filosofía y Arte o, como él dice: “el profundo parentesco entre experiencia literaria y pensamiento moderno, entre filosofía y literatura”. Un matrimonio fértil, aunque no siempre bien avenido. De hecho, en nuestra época, la Lógica filosófica engaña a su novio de toda la vida, Arte, con una madura engreída: Matemática, señora aparentemente gélida, pero muy intuitiva y segura de sí misma. El mismo Poe reflexionó con justeza (en La carta robada) sobre los límites del pensar matemático: “Los axiomas matemáticos no son axiomas de validez general…”.

Pura Filosofía nació de los versos de Parménides, ¿por qué no iba también a anidar como un cuervo azabache en los versos de Edgardo Allan Poe? De hecho, el poeta y también filósofo Paul Valéry considera a Poe inventor de varios géneros: el cuento científico, el poema cosmogónico moderno, la novela policíaca…; así como el introductor de estados morbosos en la literatura. Y esa obsesión de Filosofía por Ser, ¿acaso no es un morbo específico de cerebros hiperfetados?

Por supuesto que es precursor de la mal llamada “Ciencia ficción”, que más bien debería llamarse en castellano Ficción científica, y es indudable el vínculo de Poe con la literatura gótica inglesa, pero a pesar de ello tiene razón Cayetano cuando, insistiendo en el difícil encasillamiento de la obra poeana en el género de Literatura Fantástica, género repleto de vampiros, duendes y hadas…, insinúa que todo gran autor crea su propio género. “Sostengo que la teoría de los géneros literarios…, se pierde y extravía en el caso de Poe”. Es ciertamente un caso extraordinario y, por lo mismo, clásico, pero la Teoría Literaria tiene la obligación y la necesidad de comparar y asociar lo similar a lo fantástico, aunque se matice unas veces en alegórico, otras en maravilloso, o se llame cuento de terror o narración de lo siniestro, etc., so pena de acabar en la verdad de Perogrullo: “Poe es Poe”. Sin cajones de sastre y categorías –ya lo vio Kant- no hay ciencia que valga.

A este respecto, compruebo que en su excelente Antología de la literatura fantástica (Edhasa, Barcelona 1991), J. L. Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo incluyen un relato de Poe: La verdad sobre el caso de M. Valdemar. No es para menos. ¡Ah! El mundo y la razón ya son de por sí fantásticos, misteriosos. Esto último, tras ensayar inútilmente reducir todo a hechos probados, lo reconoció incluso el gran asceta del siglo XX, Ludwig Wittgenstein… Los cuentos de Poe se recogen a veces en inglés bajo el título Weird Tales, o sea, Cuentos de lo extraño, aunque también vale la traducción de weird por bizarro, sobrenatural, raro (queer, término de moda para definir por ejemplo una sexualidad ambigua, que renuncia a las etiquetas). David Roas explica en su ensayo Tras los límites de lo real, cómo tras el desencantamiento burgúes e ilustrado del mundo, el sentido de lo fantástico y sobrenatural se refugió en la literatura. 

Estas y otras ideas las recoge o me las sugiere Cayetano Aranda Torres en su exhaustivo estudio sobre Poe: Una lectura filosófica de E. A. Poe (Editorial Círculo Rojo, 2015). Como ahí se dice, Poe desde luego fue algo más que un fiel heredero de la tradición romántica europea. Fue también –como reconoció sobre todo Baudelaire- el precursor de una nueva estética de la que yo mamé muy joven..., ¡fue el traducido autor de mi primer libro, el primero que compré con mis dineros allá por mis soñadoras soledades de adolescente!: Las aventuras de Arthur Gordon Pym...

Poe, por asignarle una primera excelencia solidaria, reconoció –como Ambrosio Bierce, otro norteamericano literariamente "maldito"- quienes iban a ser las víctimas de una sociedad que todo lo sacrificará en aras del triunfo económico, a la vez que cantaba la crónica de su propia autodestrucción vital, más como “apocalíptico” que como “integrado” en el nuevo orden.

Escritor vigoroso y profundo, Poe nos pinta el devenir de seres singulares (omnia praeclara rara!), fantasmas de la melancolía, en historias con un fin sorprendente que cuestiona el orden natural del mundo, y Cayetano le supone –al menos en cierto sentido- legítimo heredero tanto de la catarsis aristotélica como de la sublimidad idealista. Maestro de lo siniestro (en griego, deinón), del espanto terrible que provoca que lo amistoso se vuelva enemigo, que lo familiar extrañe, que lo querido se vuelva odioso, la magia de Poe está precisamente en ese volver verosímil lo increíble, en ese convertir lo fantástico en real y lo imaginario en cotidiano. Su arte desarma nuestros mecanismos de defensa contra lo irracional, igual que el cuervo posa su recalcitrante Nevermore! sobre la cabeza de la diosa de la moderación y la prudencia: Sagrada Virgen Atenea.

Sí, ciertamente la escritura resultó, para esta alma atormentada y lúcida, poderosa expresión de un síndrome de melancolía, angustia y desesperación, un conjuro contra los propios demonios, una estrategia para no dimitir del deseo, un resucitar en el pensamiento de (genitivo subjetivo y objetivo) la amada muerta. Poe fundó una estética de la ausencia, de lo perdido que nunca retorna, de lo humano que ya no es sino resto mortal emparedado, dentro de una mazmorra o de un féretro y, en fin, una poética de la incertidumbre, de nuestra problemática conciliación con la muerte. Y Cayetano se empeña con razonables motivos en demostrar que fue también un filósofo “en grado sumo”.

Su narrativa se ocupa de fenómenos que escapan al conocimiento metódico de la ciencia normal, pero sin recurrir a procedimientos místicos ni taumatúrgicos, sin renunciar al racionalismo hasta allí donde la razón ya no tiene nada que hacer, hasta su límite explicativo, o hasta el reconocimiento de que las abstracciones resultan impotentes para afrontar el misterio de la realidad, su diversidad incoherente, pues coherente del todo sólo es la identidad del Uno con el Uno, como intuyó Plotino. Se trata de una original simbiosis entre lo misterioso y el imperativo ilustrado de dar cuenta y razón de ello, aun desde el sentido común. Aunque la voluntad quiera reducir las cualidades a objetos, el entendimiento es sensible a efectos sutiles e inmateriales; tales son las Ideas, entre las cuales Belleza ocupa un lugar privilegiado. Todo el romanticismo tardío (incluyo a Nietzsche) es un esteticismo, una exaltación de ese esplendor que no sólo encontramos en el Cielo, sino, muchas veces, y por desgracia ética que no estética, en las simas profundas del Océano o en los calabozos del Infierno. Aunque la construyamos con el intelecto, la belleza no es un mero invento, sino un efecto real del dinamismo cognoscitivo, un efecto tanto de lo terrible como de lo hermoso. “¡Espíritu que moras allí donde,/ en el profundo cielo/ …lo terrible y hermoso / en belleza compiten!”, escribe Poe.

Cayetano desmenuza la cosmogonía poética de Poe, tan cercana en muchos aspectos a la metafísica de los presocráticos, o a la interpretación que hemos venido haciendo de ella desde el romanticismo tardío, con ese descubrimiento de la máxima consistencia del origen, del poder absoluto del arcano primigenio (arjé, αρχή), con la tensión natural que impone hacia la simetría, la vuelta originaria y circular al uno indiferenciado… Si la vida -como suponía H. Spencer- es un proceso de diversificación creciente, de lo simple a lo complejo, de lo homogéneo a lo heterogéneo, la muerte es un proceso inverso, una gravitación que fuerza a lo diverso a sucumbir y retornar a lo primitivo-primordial, a ese unus que reúne lo versum: la unidad de la diversidad.

Los admiradores y fans de Poe encontrarán en esta obra un tapiz finamente elaborado con los grandes temas de la literatura del bostoniano: la extraña y entraña de la belleza femenina, la excentricidad romántica, su morbosa o tétrica nocturnidad, el sublime regusto del horror, la penumbra que invita a la reflexión, la analogía –tan amada por los surrealistas- entre lo material y lo inmaterial, lo físico y lo metafísico y, en fin, la domesticación artística y sublime de lo bizarro, lo terrible, lo espantoso, lo siniestro...

La obra incluye sendas versiones de un cuento de Poe y su famoso poema El cuervo, un capítulo de su relación con el cine y una cuidada bibliografía.